La habitación, de Lenny Abrahamson

Nacer a los cinco

Oswaldo Osorio


Como ya todas las historias están contadas, la diferencia siempre la hace el punto de vista, el tono y la intención. En esta película esos tres aspectos son definitivos para hacer de ella, no la dramática y macabra historia sacada de la vida real que pudo haber sido (y que ya hemos visto antes), sino un relato centrado en asuntos más sensibles y esenciales de la naturaleza humana, como los potentes vínculos entre seres queridos y la visión del mundo que hay desde y después de una experiencia traumática.

Advertencia: para quien no haya visto la película ni el tráiler, en adelante el texto revelará información significativa del argumento. La película se disfruta más si no se sabe nada de ella.

Y es que la historia empieza dando poca información sobre la madre y el hijo que la protagonizan, así como sobre las razones de su confinamiento en esa habitación. Esto sirve para crear una creciente intriga y, sobre todo, para desarrollar la relación entre ellos y dar cuenta de esos potentes vínculos, que son los que sostienen dramáticamente la cinta hasta el final. También es crucial para dar cuenta de la forma en que el niño conoce y entiende el mundo, su mundo, ese que confrontará luego con el real.

El relato está claramente dividido en dos partes, la primera, es esta ya descrita que se desarrolla en la habitación; y la segunda, viene luego de ese clímax del escape, la cual resulta igual de problemática tanto para la madre como para el hijo. Para ella por vía de las dificultades para superar el severo trauma que le causó estar confinada y abusada durante siete años de su vida; mientras que para él se trataba de descubrir el mundo real, lo cual fue como haber nacido con la consciencia que ya se tiene a los cinco años.

Es importante para el tono del relato ese contrapunto entre el drama del marchitamiento de la madre y la emoción y desenfado del renacimiento del niño. Esos sentimientos en contravía hacen de esta segunda parte una experiencia tremendamente emocionante por razones opuestas. Además, este conflicto de la oposición de estados de ánimo es solucionado con un recurso ingenioso argumentalmente y potente en su significado simbólico y emotivo, que es cuando el niño de nuevo le salva la vida a su madre.

Hay que resaltar, hablando del punto de vista, que este aspecto es la decisión más importante en esta película y lo que marcó más la diferencia. Centrarse no en la crueldad del cautiverio y menos en el criminal que lo perpetró, sino en la compleja relación entre madre e hijo y en su dura transición al mundo real, fue definitivo para hacer de este filme esa obra llena de fuerza y emotividad, sólida en un relato que siempre está intrigando al espectador y que literalmente descubre el mundo con otros ojos.

Los 8 más odiados, de Quentin Tarantino

Agatha Christie va al Oeste

Oswaldo Osorio


Con su habitual pericia –que ya es una marca personal- para crear estilizados personajes y precisos pero extensos diálogos, Tarantino vuelve al western, esta vez condensando (o forzando) todo el cinetismo y visualidad que lo caracterizan prácticamente en un único espacio. El resultado es un parsimonioso y violento thriller, con cierto tufillo a las novelas de misterio de Agatha Christie, en el que lleva al extremo algunos de sus gustos y manías estilísticas, para bien o para mal.

Y es que los más fanáticos de su estilo tal vez agradezcan esos excesos en los diálogos y la violencia, que transcurren también en un excesivo metraje de casi tres horas. Pero por otra parte, probablemente no sea tan atractivo ese excéntrico banquete de cine para espectadores no iniciados en su cine o menos cultores de él.

Casi toda la historia se reduce al encuentro y confrontación entre diez personas en un refugio en medio de una dura tormenta. Toda una coreografía de nueve hombres que van y vienen en ese espacio reducido y con una mujer en medio, quien es el origen de todas las suspicacias. Y todo esto está en función de la vieja pregunta de las clásicas novelas de misterio: ¿Quién es el asesino? O en este caso, ¿Quién o quiénes son los cómplices?

En medio de eso, realmente no hay mucho más, por lo que el peso e interés del relato recae principalmente en la trama, esto es, lo que va pasar y lo que ha pasado, la relación entre los personajes y sus verdaderas motivaciones y objetivos. Además del principal distintivo de este director, los diálogos, esas construcciones recargadas e ingeniosas al tiempo, en medio de las cuales están diseminadas micro historias que adoban el relato y les da volumen a los personajes. Bueno, pero otro tipo de espectador podría ver esto solo como palabrería que da rodeos en una situación protagonizada por hombres que realmente eran de pocas palabras.

Por eso el cine de Quentin Tarantino se debe leer más desde la cinefilia, la estilización y el pastiche que homenajea y recicla, en este caso a un género, el western. La presencia de Enio Morricone en la banda sonora es prueba de ello, porque es el músico responsable de definir el sonido de la música del oeste, aunque sea un italiano que hizo sus composiciones para espeguetti westerns hace cincuenta años. Afortunadamente, Morricone no se repitió, sino que, por el contrario, se mostró inédito y audaz con su propuesta musical.

Si bien en esta trama y sus diálogos se encuentra también la oposición entre blancos y negros, tan presente recién terminada la Guerra Civil Estadounidense, la carga política que se le ha querido conferir al filme se reduce al simple planteamiento de opuestos propios de aquel contexto histórico y a un par de frases que algunos han querido polemizar al ubicarlas en el momento actual. Pero como siempre, ética e ideológicamente es otra película indefinida, incluso inofensiva, de este autor. Lo suyo es la cinefilia, no la política.

El problema con esta película es que, si solo hay una elaborada trama con sus consabidos diálogos, pero sin algo de peso para decir y, peor aún, carente de la visualidad e ingenio con las imágenes de sus otras películas (a causa del espacio limitado), tal vez solo sea una película apropiada para fanáticos y seguidores de este mediático director.

El nuevo Nuevo Testamento, de Jaco Van Dormael

Los apóstoles de la hija de Dios

Oswaldo Osorio


Esta fábula herética derrocha ingenio y fino humor a costa del mismísimo Todopoderoso. Parte de un original planteamiento en el que proponen que Dios vive en Bruselas con su hija y su esposa, pero además, lo definen como a un hombre desaliñado y cascarrabias que poca simpatía siente por la especie humana. Contada en clave de fábula fantástica, la película aprovecha para reflexionar sobre la vida, los seres humanos y el estado de las cosas.

Con la complicidad de Jesucristo, la hija menor de Dios también quiere dejar su legado y, para conseguirlo, sale a reclutar a seis apóstoles. Es a través de ellos que se articula el relato y que se enriquece visual y argumentalmente la película. Son seis historias que a veces se tocan y entrecruzan en favor de desarrollar unas ideas que van de lo más simple e ingenuo a lo más profundo y complejo de la vida en la tierra.

La idea más fuerte que pone en juego es todo lo que depende la existencia humana del hecho de no tener consciencia del momento exacto de la muerte. Saber cuánto queda de vida puede cambiar muchas cosas, desde perder el miedo a Dios o replantearse el papel en el la vida, hasta cambiar la concepción que se tiene del mundo. Así que la primera ruptura con el estado de las cosas que plantea este filme tiene que ver con esta consciencia, y si bien casi siempre la explota de forma cómica o poética, de fondo quedan unas preguntas y certezas acerca de esta idea capital.

Tal vez lo más llamativo de la película es esa poética fabulesca y fantástica que se desprende del mencionado planteamiento con estas mismas características, y cuando se aplica a episodios, situaciones o personajes resulta mucho más ingenioso y estimulante: el hombre que se abraza a sí mismo en el espejo, el amor de una mujer con un gorila, un niño con un vestido rojo o un hombre que orquesta una bandada de pájaros. Son imágenes bellas y potentes que van más allá del mero ingenio visual y de puesta en escena, pues vienen cargadas de sentidos y emotivas o reflexivas connotaciones.

Pocas veces el cine actual ofrece historias que no sean recicladas de otras, ajustadas a esquemas o apelando a temas de una desteñida recurrencia. En esta cinta del belga Jaco Van Dormael (Toto el héroe, El octavo día, Mr. Nobody) no es posible saber nunca cuál es el rumbo que la historia tomará, ni tampoco encontrar fácilmente otro título que se le parezca en su planteamiento argumental. Sí es más frecuente su poética visual y fabulesca, pero es un recurso tan rico en posibilidades que es improbable su agotamiento con las pocas cintas que recurren a él.

Cine original y estimulante visual y argumentalmente que, por demás, también deja pensando acerca de asuntos esenciales de la vida, ya sea los modestos momentos de la cotidianidad o las grandes cuestiones de la existencia. Todo eso en una película es tan escaso como la presencia en la tierra de la hija de Dios o la posibilidad de que su esposa se encargue del mundo.

Mustang: Belleza salvaje, de Deníz Gamze Ergüven

Una niña es una mujer

Oswaldo Osorio


Aunque la situación de la mujer en los países del Medio Oriente es un tema que el cine ya está convirtiendo en cantaleta, esa reiteración tiene validez cuando hay un planteamiento diferencial, que diga algo distinto o, al menos, que proponga otros matices. En esta película francesa de nacionalidad pero turca de corazón, se aborda este tema logrando situarse en un punto medio entre un relato de opresión y liberador.

Es la historia de cinco jóvenes, entre los 12 y 17 años, que viven con su abuela y su tío en medio de una sociedad donde son tradición los matrimonios arreglados y a esa edad. El amor o la edad del pretendiente no son puestos en cuestión en ningún momento, en cambio sí la más mínima falta a la moral por parte de las jóvenes, así como su virginidad es una condición forzosa.

El relato empieza dando cuenta de todo el desenfado y hasta rebeldía propios de la juventud, luego continúa apretando las tuercas que la represión moral de esta sociedad ejerce sobre ellas, hasta terminar en el sometimiento o la búsqueda de salidas de las fuerzas libertarias. En este sentido resulta muy conveniente que sean cinco protagonistas, pues le da varias oportunidades a la directora de mostrar las posibles opciones que tienen las jóvenes en Turquía para sortear su destino.

Por eso, si bien la premisa general queda muy clara y sus argumentos resultan contundentes, los procedimientos narrativos y argumentales con que logra esto tienden a ser más bien facilistas. Empezando por las cinco protagonistas, pero también por la naturaleza episódica de la historia, la cual en general parece una sucesión de momentos que contribuyen a la idea general, así mismo, lo inverosímil de la ambigüedad moral del tío, la cual parece plantada solo para crear una subtrama de dramatismo artificial.

Esa ambigüedad moral es mucho más creíble y sólida en el personaje de la abuela, quien representa esa tradición moral de su país y religión, así como el arquetipo de la mujer sometida toda su vida por ese régimen idiosincrático. En ella se puede ver tanto ese cariño, ternura y deseo de proteger a sus nietas como la implacable represión por sus inocentes deslices o su naturalidad para ofrecerlas como esposas a un desconocido. En ella está concentrada y representada la tradición y condición de la mujer en estas culturas, así como el principal agente perpetuador de esas tradiciones que, al menos para occidente, solo se pueden ver como bárbaras y arbitrarias.

Lo más interesante y atractivo de este filme no es tanto el tema, que ya harto ha sido tratado, ni lo que nos dice de él, que no es nada nuevo; sino el tono que consigue para hacerlo. A despecho del reclamo que antes le hacía de ser un relato episódico, facilista y fragmentado, justamente estas características le sirven para conseguir ese tono intermedio entre unas películas que tratan con toda la crueldad y desolación posible este tema y las que se quedan simplemente en la denuncia anecdótica. Aquí hay seriedad y dureza en su mirada a este problema, pero también hay belleza, humanidad y liberación.

Cine colombiano en 2015

Solo falta formación de público

Oswaldo Osorio


Un año más y el cine nacional sigue en su progresión ascendente en casi todos sus aspectos, salvo en el del respaldo del público. Los treinta y seis largometrajes estrenados en 2015 (ver lista al final) son el reflejo de una cinematografía saludable, de calidad, heterogénea y con mayor visibilidad internacional. Esta situación era impensable hace quince años, cuando apenas se estrenaba un promedio de dos películas anuales y los filmes significativos escaseaban.

Es importante resaltar que no todas estas películas fueron respaldadas por el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, sino que son también el resultado de un dinamismo y experiencia que ha ganado la producción nacional. No obstante, hay que reconocer que esto no se hubiera logrado sin todo lo que ha permitido en estos últimos trece años la Ley de cine, la cual ha estimulado la producción, la formación de profesionales y un ambiente propicio para el crecimiento y desarrollo del gremio.

El logro de mayor resonancia este año fue la participación de tres películas en el prestigioso Festival de Cannes: El abrazo de la serpiente (Ciro Guerra), La tierra y la sombra (César Acevedo) y Alias María (José Luis Rugeles). Son tres cintas que dan cuenta de las búsquedas narrativas, expresivas y temáticas en que andan los directores colombianos. También es cierto que son un indicio del tipo de cine que esperan en el exterior –festivales y críticos específicamente- que los colombianos realicen.

Junto a estas películas se pueden mencionar otras que también reflejan esas búsquedas, como Ruido Rosa (Roberto Flores Prieto),  Gente de bien (Franco Lolli), Ella (Libia Stela Gómez), Suave el aliento (Augusto César Sandino), Antes del fuego (Laura Mora), Siempreviva (Klych López), Violencia (Jorge Forero), ¡Qué viva la música! (Carlos Moreno), Las tetas de mi madre (Carlos Zapata). Todas estas son obras que hablan de un cine vital e inquieto por explorar el lenguaje cinematográfico, un cine reflexivo y que tiene con qué trascender en el tiempo, independientemente de que en su momento estos títulos fueron vistos por menos de cincuenta mil espectadores, en la mayoría de los casos por menos de diez mil.

En contraste, el cine comercial y de consumo, en especial las comedias, se mantiene cumpliendo con su función de entretener y crear industria, porque el cine es eso, arte e industria, y tan importante es ir a Cannes como hacer taquilla con algunos filmes nacionales: Se nos armó la gorda 1 y 2 (Fernando Ayllón), Pa (Harold Trompetero), El cartel de la papa (Jaime Escallón), Güelcom tu Colombia (Ricardo Coral), Uno al año no hace daño 2 (Juan Camilo Pinzón).

Si bien una de las quejas constantes es la poca solidaridad de los exhibidores con el cine nacional, sobre todo por el poco tiempo que permanecen las películas (casi siempre una sola semana), se les tiene que reconocer esos treinta y seis títulos a los que le abrieron espacio, incluso entre los cuales hay siete documentales, un tipo de cine menos comercial todavía. Así que hay buen y bastante cine, también espacios de exhibición, lo que falta es mayor formación del público, para que los colombianos quieran ver más cine colombiano.

Se nos armó la gorda, de Fernando Ayllón

Ruido Rosa, de Roberto Flores Prieto

El elefante desaparecido, de Javier Fuentes-León

Corazón de León, de Emiliano T. Caballero

Reggechicken, de Dago García

Todos se van, de Sergio Cabrera

Shakespeare, de Dago García

La rectora, de Mateo Stivelberg

El viaje del acordeón, de Rey Sagbini & Andrew Tucker

El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra

El último aliento, de René Castellasnos

Pa, de Harold Trompetero

Gente de bien, de Franco Lolli

Ella, Libia Stela Gómez

Carta a una sombra, de Daniela Abad

El cartel de la papa, de Jaime Escallón

Mambo Cool, de Chris Gude

La tierra y la sombra, César Acevedo

Güelcom tu Colombia, de Ricardo Coral

Se nos armó la gorda al doble, de Fernando Ayllón

Antes del fuego, de Laura Mora

Un asunto de tierras, de Patricia Ayala

Monte adentro, de Nicolás Macario Alonso

Colombia magia salvaje, de Mike Slee

Vivo en el limbo, de Dago García

Suave el aliento, de Augusto César Sandino

Siempreviva, de Klych López

Alias María, de José Luis Rugeles

¡Qué viva la música!, de Carlos Moreno

Violencia, de Jorge Forero

Las tetas de mi madre, de Carlos Zapata

Porro hecho en Colombia, de Adriana Lucía

Refugiado, de Diego Lerman

Parador húngaro, de Aseneth Suárez Ruiz, Patrick Alexander

Detective marañón, de Salomón Simhon

Uno al año no hace daño 2, de Juan Camilo Pinzón

Películas recomendadas de los estrenos de 2015

Oswaldo Osorio

1. El club, de Pablo Larraín

La corta pero impecable obra de este director chileno es tan contundente como incómoda, tratando temas fuertes de su país, cuestionando siempre la historia y el poder y sus injusticias. Así lo hace aquí con la iglesia católica.

2. Dos días y una noche, de Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne

Vuelve este par de hermanos belgas con su realismo social, llevando siempre las problemáticas contemporáneas al terreno de la ética individual y sacando lo mejor de sus actores.

3. Tanta agua, de Ana Guevara y Leticia Jorge

La sencillez y naturalidad de este filme uruguayo sobre la paternidad y la adolescencia se conjuga con la mirada desenfadada y entrañable sobre la cotidianidad de sus personajes.

4. Alías María, de José Luis Rugeles

Un relato que, con solidez y contundencia, aborda el conflicto colombiano desde el interior de la guerrilla y revela la problemática del reclutamiento infantil por parte de la insurgencia y su cuestionable política en los casos de embarazo.

5. Intensamente, de Pete Docter, Ronnie Del Carmen

Una nueva genialidad de Pixar en la que supieron crear una historia de gran complejidad e inteligencia que puede ser disfrutada tanto por adultos como por el público infantil.

6. Gente de bien, de Franco Lolli

Uno de los directores colombianos más prometedores se estrena en el largometraje con una pieza reflexiva y llena de sensibilidad, tanto en la construcción de un universo y sus personajes como en su eficaz puesta en escena.

7. Foxcatcher, de Bennet Miller

Un relato intenso y turbador que reconstruye la relación entre un luchador olímpico y su caprichoso y patético mecenas.

8. Vicio propio, de Paul Thomas Anderson

Este director que siempre está moviendo los límites del cine, propone aquí una vuelta de tuerca al cine negro con este relato tan intrincado como estilizado.

9. El juicio de Viviane Amsalem, de Ronit y Shlomi Elkabetz

La marginalidad y limitaciones civiles de las mujeres en la sociedad israelí son aquí retratadas con extrema simpleza visual y narrativa, pero con enormes connotaciones críticas y reflexivas.

10. El francotirador, de Clint Eastwood

El pulso firme de este gran director estadounidense se pone esta vez al servicio de un duro cuestionamiento de la guerra y de la política exterior de su país, a través de la historia de uno de sus héroes militares.

11. Mommy, de Xavier Dolan

La intensidad y emotividad del cine de este joven director canadiense vuelve a tocar las complejas y conflictivas relaciones entre un adolescente y su madre, consiguiendo un relato cargado de emociones y momentos de gran impacto dramático.

Publicado el29 de diciembre  de 2015 en el periódico El Colombiano de Medellín.

Fernando Eimbcke

La cotidianidad de jóvenes sin padre

Oswaldo Osorio


El crítico y académico Jorge Ruffinelli, a partir de su intenso conocimiento sobre el cine latinoamericano, afirmó alguna vez que el gran tema de este cine es la búsqueda del padre. En la corta pero interesante obra de Fernando Eimbcke esto se ha comprobado en línea con sus tres primeros largometrajes. Aunque el director mexicano presenta una ligera variación, la búsqueda la cambia por la ausencia, que bien puede ser mucho más desesperanzadora y dramática.

No obstante, sus películas no están marcadas por un tono adverso del relato o de sus personajes, al contrario, hay una suerte de desenfado y colorido emocional que hace de sus filmes experiencias entrañables y encantadoras. Aunque bueno, en Lake Tahoe (2008) no son tan plenas estas características, pues la ausencia de ese padre es por su muy reciente muerte, pero Eimbcke, que también escribe sus guiones, se las ingenia para poblar el duelo de su adolescente protagonista con una serie de personajes secundarios y situaciones que alivianan ese dolor y desesperación.

En su ópera prima, Temporada de patos (2004), tres adolescentes y un repartidor de pizzas se la pasan tonteando y conversando todo un domingo en que no se encuentran los padres de Flama, quien es el que empieza a padecer esa ausencia, puesto que pronto se irá con su madre ante la inminente separación de sus progenitores. Mientras que en Club sándwich (2013), el padre ausente solo aparece en un par de líneas de ese largo diálogo de toda la película que sostienen madre e hijo en un balneario.

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Refugiado, de Diego Lerman

Con la madre adelante y el padre detrás

Oswaldo Osorio


La relevancia de su tema, la eficacia de una trama sencilla y la contundencia del realismo hacen de esta película una obra directa, sólida y significativa. Estas características ya estaban presentes en los anteriores filmes de este director, surgido con la oleada del Nuevo Cine Argentino al inicio del milenio. El suyo es un cine honesto y sensible con la naturaleza humana y tiene esos conflictos que aparentemente son simples, pero dimensionados por su mirada.

Ese realismo cotidiano que desde hace ya casi veinte años es tan frecuente en el cine gaucho, en muy pocas ocasiones se ocupa de temas con repercusiones sociales. Esta película sí lo hace, pues aborda el problema del maltrato hacia la mujer en el ámbito doméstico. Es así como Laura, estando en embarazo y con un hijo de siete años, tiene que huir de principio a fin en el relato de un hombre que, aunque nunca se le ve en la pantalla, siempre está presente como una amenaza.

El título se refiere al primer lugar en que recalan Laura y su hijo, un refugio para madres maltratadas en el que ella fue incapaz de quedarse, tal vez por todo lo que significaba aquel sitio, que se presentaba prácticamente como un espacio de reclusión en el que se potenciaba el desamparo y el dolor. Luego de esto viene la huida constante y el miedo permanente, al punto que, por momentos, el relato adquiere casi el tono de un thiller, en el que se impone la dinámica visceral de víctima – victimario y perseguida – perseguidor.

Una acertada decisión de Lerman fue narrar la historia desde el punto de vista del niño, un ángulo que le permitió hacer el contraste entre lo que podría ser una vida inocente y tranquila frente a la zozobra y el estado de crisis continuo en que se desarrolla este capítulo de sus vidas. Además, el niño es el daño colateral con serias repercusiones futuras. Incluso es posible ver su transformación a lo largo del relato y, de esta forma, el tema no se limita solo a una problemática de género, sino que tiene alcances en el ámbito sicológico y familiar.

Formalmente la película tiene las señales de ese realismo cotidiano que ha hecho carrera en el cine argentino contemporáneo, con la ausencia de música, el registro directo cercano a la mirada documental y el seguimiento u observación de tareas y acciones simples o cotidianas. Adicionalmente, hay una marcada intencionalidad en el manejo de la luz, definida por la iluminación en clave baja, la cual confiere a casi todos los espacios una densidad y dramatismo que enfatiza la adversidad en que viven los protagonistas y su crítico estado de ánimo.

La película tiene una simple y definida línea narrativa y argumental, pero que hace un recorrido sufrido y sinuoso. Un drama adulto que obliga a la reflexión sobre un serio problema social, mirado desde la inocencia de un niño que, por eso, precozmente es forzado a empezar a madurar. Cine sin afeites y directo, pero no por ello carente de ternura y sensibilidad.

En el corazón del mar, de Ron Howard

Tras el mito de Moby Dick

Oswaldo Osorio


Ron Howard es heredero de los clásicos contadores de historias de Hollywood. Películas suyas como Un horizonte lejano, Apollo 13 o Desapariciones así lo demuestran. Son relatos construidos con solidez e intensidad que amarran al espectador a la butaca durante todo el metraje. Esta película tiene esas características y, además, cuenta con el valor agregado de tener como referente a una de las más grandes e intrigantes obras de la literatura: Moby Dick, de Herman Melville.

La película es como una suerte de “detrás de cámaras” de la obra de Melville. Empieza cuando el novelista llega adonde un hombre que le contará la tragedia que hace mucho vivió su barco signado por la venganza de la famosa ballena blanca. De manera que el relato va y viene entre el momento en que este escritor estadounidense toma notas para su próxima novela y la recreación de la sorprendente y trágica historia.

Y efectivamente, la película va tomando el tono de los clásicos relatos de aventuras de Hollywood. El colorido de los personajes, el drama íntimo (entre el capitán y su primero al mando) que se mezcla con el conflicto general (el de la caza de ballenas primero y la supervivencia después) y ese énfasis épico en la narración, son las características que conectan a esta cinta con esa tradición de grandes contadores de historias del cine.

Aunque esto sucede especialmente en la  primera parte de la película, cuando el conflicto general está centrado en la caza de ballenas, porque luego, cuando se trata de la supervivencia, el relato cae en el esquema del relato de náufragos que, por lo específico de la situación, limita las posibilidades de que pase algo distinto a lo que ya hemos visto en decenas de películas en las que ocurre el mismo caso.

Así que con menor intensidad en la acción y menos posibilidades para el despliegue visual, el relato avanza, aunque tal vez con mayor dramatismo, en función de la supervivencia de los marineros. Si bien esta trama es la que siempre está en el centro de interés del director, también se ponen en juego ideas como la culpa, el honor, la ética y la camaradería.

En definitiva, aunque estamos ante el Ron Howard de intensos y épicos relatos, así como ante una historia que tiene un interés adicional por la célebre novela a la que hace referencia, la segunda parte de la anécdota cambia tajantemente la clave de la narración y no permite que sea el gran relato que prometía.

Las burbujas del cine colombiano

Oswaldo Osorio

Actualmente no se pueden hacer juicios categóricos acerca del cine colombiano, su heterogeneidad en términos de propuestas de producción y diversidad temática no lo permiten. Por esta razón,  también es muy difícil definir la cinematografía nacional como un todo o una unidad, a lo sumo es posible hablar de unas constantes y tendencias, las cuales apenas coinciden parcialmente con lo que el imaginario colectivo piensa que es el cine del país, porque solo hay una verdad categórica en este tema: el público colombiano no conoce realmente el cine nacional. Conocerlo bien, y esto solo se refiere al menos a ver la mayoría de películas estrenadas, ni siquiera alcanza a ser cosa de cinéfilos o público afín, como estudiantes de audiovisuales o universitarios en general, por ejemplo; eso parece más bien un asunto restringido a iniciados.

A mediados de la primera década de este siglo casi todo el mundo estaba convencido de que el cine colombiano estaba suturado de películas relacionadas con el conflicto y el narcotráfico. Era una impresión equivocada y que fácilmente podía ser refutada por las estadísticas, pues tenía asiento en ese desconocimiento del público y en la presencia constante, eso sí, de estas temáticas en la televisión. Esa idea se ha acomodado en todos esos espectadores analfabetas de nuestro cine y en los últimos años se ha convertido en una falacia mayor,  pues ha sido evidente el distanciamiento que de la conflictiva realidad del país ha tomado el grueso de las más de sesenta películas estrenadas en los últimos tres años.

Podría pensarse que es una timorata reacción ante ese infundado hastío del público. Por eso, ahora esas películas, si acaso, son una cuarta parte de la producción nacional. No obstante, sigue siendo el cine más interesante en sus propuestas cinematográficas, incluso todavía falta mucho para que se torne repetitivo, lo cual solo evidencia que el tema no solo no está agotado, sino que hay aspectos que no se han abordado nunca o apenas muy poco, el paramilitarismo, por ejemplo, o la vida al interior de la guerrilla, o la corrupción política, o las llamadas bacrim (bandas criminales).

Contrario a esto, resulta significativo el número de películas que se van a las antípodas, esto es, hacia la comedia populista y los temas ligeros. Si bien es un cine necesario en cualquier cinematografía, suma casi un tercio de la producción, y con el agravante de que muchas de estas películas tienen una construcción y una concepción visual más televisivas que cinematográficas. Entonces es como decir que el público a lo que está respondiendo más -porque también es el segmento con mayor taquilla- es a la posibilidad de ver televisión en las salas de cine.

Adicionalmente, son las películas que están inflando las estadísticas y, aunque la asistencia al cine colombiano sigue siendo en un porcentaje bajo en la taquilla general (alrededor de un cinco por ciento), realmente los espectadores colombianos no están viendo tanto el cine de mayor valía y el más significativo, tampoco el cine del conflicto o el premiado en festivales, sino estos productos de consumo que están más cerca de la televisión y que son de usar y tirar. Esto parece una verdad obvia, pero lo que se reclama aquí es, no tanto que el público asista más al cine comercial, lo cual es apenas natural, sino que sean tan invisibles aquellas películas que son más relevantes, una situación de la que solo se salvan algunas con galardones de cierto prestigio, lo cual no necesariamente significa un éxito en la respuesta del público.

Colombia independiente

Pero tampoco hay que caer en la falacia contraria, la de creer que el cine colombiano ahora se ha reinventado y renacido, y que está definido por los estándares del “cine independiente”. Hay que aclarar, primero, que casi todo el cine nacional es independiente, salvo aquellos directores o proyectos que Dago García o algunas otras productoras contratan para hacer un producto pensado para el gran consumo, buena parte de las producciones del  país son autogestionadas y/o apoyadas por el FDC u otros fondos internaciones, los cuales nunca intervienen en la concepción ni el resultado final de una obra. Otra cosa es que, desde el criterio de selección, prefieran cierto tipo de propuestas e incluso induzcan a la formación de unas tendencias.

El entusiasmo de la prensa por la participación de tres filmes colombianos (El abrazo de la serpiente, Ciro Guerra; La tierra y la sombra, César Acevedo; Alias María, José Luis Rugeles) en algunas de las secciones del Festival de Cine de Cannes, así como los galardones obtenidos, visibilizó un poco más la existencia de este tipo de producciones en el país, películas en las que se puede prefigurar a un autor detrás de ellas o buscan ser una manifestación con riqueza cinematográfica e interesada en asuntos como la identidad, el compromiso social, la expresión personal o la reflexión humanista. Películas en alguna de estas vías hay muchas en el país, son las que pervivirán en el tiempo, las referencias obligadas para los nuevos cineastas, pero también las más desconocidas.

El cine colombiano, entonces, oscila entre estas dos tendencias, separadas por su sistema de producción, las intenciones para con la expresión cinematográfica y la acogida del público. En medio, puede haber una serie de películas que consiguen un equilibrio entre esa expresión y el beneplácito del público, lo cual es logrado con mayor facilidad por el cine de género, especialmente el thiller, así se puede constatar en filmes como Roa (Andrés Baiz, 2013) o Amores peligrosos (Antonio Dorado, 2013).

Estas dos vertientes en general coinciden con las principales tendencias que identifica Pedro Adrian Zuluaga en el cine nacional: por un lado, la comedia que prefigura a  “ese país que ríe”; y por el otro, el cine social y realista. Unas antípodas que solo un Felipe Aljure ha sabido conciliar. Son las dos caras de la moneda de la identidad nacional vista por su cine. Porque en últimas, esa identidad parece ser uno de los pivotes sobre los que gira y observa el cine colombiano, independientemente de que el país que quieren representar sea del talante realista de Estrella del sur (Gabriel González, 2013), Los hongos (Óscar Ruiz Navia, 2014) o Ella (Libia Stela Gómez, 2015); o tal vez pasado por los reduccionismos y los distorsionados imaginarios que manejan muchas comedias, como El paseo 3 (Juan Camilo Pinzón, 2013), Uno al año no hace daño (Juan Camilo Pinzón, 2014) o El cartel de la papa (Jaime Escallón, 2015); o las esferas cotidianas e intimistas de filmes como Crónica del fin del mundo (Mauricio Cuervo, 2014) o Gente de bien (Franco Lolli, 2015); aunque también está la posibilidad de deformar o transformar esa identidad con fines poéticos o estéticos, como sucede en El faro (Pacho Bottía, 2014), Mambo Cool (Chris Gude, 2015) o Ruido Rosa (Roberto Flores, 2015).

La contraparte de esa mirada a la identidad está en las coproducciones, que son, en términos generales, películas de buen nivel, algunas de ellas realmente valiosas en lo cinematográfico, pero que de colombianas solo tienen su participación en la producción, por lo que en la mayoría de ellas el componente nacional que se ve en pantalla es apenas un actor casi siempre haciendo de secundario, así sucede en Pescador (Sebastían Cordero, 2013), Deshora (Bárbara Sarasola Day, 214) y Los climas (Enrica Pérez, 2014). Hay otras que se desarrollan en suelo nacional y con temas colombianos, pero con la mirada de un director extranjero y pensada para un público más amplio que estas fronteras, con lo que se pierde un poco de esa identidad y color local: Crimen con vista al mar (Gerardo Herrero, 2013), Ciudad delirio (Chus Gutiérrez, 2014). No obstante, lo importante de este ítem es que las coproducciones han contribuido a dinamizar la industria nacional y permiten la entrada de películas que son más de allá que de aquí, pero que de otra forma no se podrían ver en la cartelera del país.

El público como escollo

Pero retomando el tema desde la producción y la industria, se puede decir que, sin duda, el cine colombiano pasa por el mejor momento de su historia. Tras poco más de una década operando la ley de cine, es posible ver cómo se ha dinamizado la cinematografía nacional de manera progresiva y en casi todos los aspectos: la cantidad de producciones, un mayor -aunque no el ideal- respaldo del público, el nivel de las películas, su participación y triunfos en festivales de categoría, la diversidad de propuestas y una mayor -aunque limitada en el tiempo- presencia en la cartelera nacional.

El punto en que se encuentra actualmente el cine colombiano es tan bueno, que hay el riesgo de que se convierta en una burbuja que en cualquier momento va a explotar, con todo lo que esto implica. Pensando que tal vez no haya una sino varias burbujas, se puede decir que la de la exhibición, si ya no reventó, está a punto de hacerlo o simplemente evidencia señales de porosidad. Mientras al Festival de Cine de Cartagena llegan más de sesenta películas listas para iniciar su ciclo de exhibición, la cartelera apenas si puede estrenar menos de treinta, eso en una cifra histórica y dejando las películas, muchas veces aun teniendo buena asistencia, apenas una semana en la marquesina. Es improbable que aumente mucho más ese promedio de dos películas colombianas al mes en la cartelera. ¿Qué será entonces de todos esos títulos que no alcanzan las salas de cine? ¿Tendrán que buscar otros circuitos de exhibición? ¿Cuáles son esos circuitos?

Otra burbuja puede ser la de los festivales, que si bien la constante posición de los directores es decir que no conciben sus proyectos pensando en estos, es innegable que las tendencias que ellos imponen terminan filtrándose en los procesos de creación. El cine reciente ha dejado el listón muy alto en ese sentido, por eso el sueño de un director ya no es terminar su película sino llegar a Cannes. Pero además, los festivales y las convocatorias, sobre todo los festivales europeos, ya tienen definida una agenda estética y temática para los cines de América Latina y regiones similares, una agenda donde el conflicto, la marginalidad y, en menor medida, el exotismo, son los parámetros que predominan en su curaduría.

Y así, se podrían seguir enumerando las ventajas y desventajas de un momento sin igual de la cinematografía colombiana, el cual debe verse, más que como una simple bonanza, como el resultado de un esfuerzo y planificación de los distintos agentes del cine nacional. Pero este momento tiene un gran escollo que determina otros procesos: el público. A pesar de que esos esfuerzos también han ido encauzados hacia la formación de públicos, esa es una tarea más compleja y de muy lentos efectos. De todas formas, no hay que olvidar que no es solo un problema de Colombia, pues lo padecen hasta los países europeos, y más ahora en la era de la imagen digital, que ha permitido a la gran industria del cine imponerse con mayor eficacia sobre cinematografías nacionales o alternativas, como el cine colombiano, que por más que hable de identidad, los espectadores del país tienen mayor empatía con los héroes del cine de Hollywood.