Spencer, de Pablo Larraín

La princesa se desmorona

Oswaldo Osorio

spencer

Larraín lo hizo de nuevo, pero esta vez subió la apuesta. De nuevo hizo el biopic de una mujer que en suerte le tocó acompañar al poder y ser reflejo de él. Después de dirigir películas en su Chile natal como Tony Manero, Post morten y El club, vimos con escepticismo que se iba a Hollywood a contar la historia de Jackie Kennedy, pero el retrato que hizo, centrado en solo los días subsiguientes al asesinato de su esposo, resultó ser meticuloso, complejo y lleno de connotaciones.

Ahora se aventura con un personaje femenino aún más icónico y sobre quien recayó siempre la sombra del poder al que decidió acercarse. Pero como en Jackie (2016), Larraín con Lady Di no optó por un biopic convencional, pues de nuevo le apostó a dibujar a su personaje en el marco de unos pocos días, en este caso tres, que fueron durante los cuales se llevó a cabo un encuentro navideño de la familia real británica.

Desde el mismo título, el apellido original de la princesa Diana, la película decide la forma como va a abordar al personaje, esto es, definiéndola desde sus raíces y en su voluntad de recuperar su identidad al margen de la familia de su esposo. Y es que, efectivamente, en estos tres días Diana es un ser marginal, pues ya no pertenece a ese mundo de cuento de hadas que a millones de personas emocionó al momento de su matrimonio.

Por eso el relato se centra en ella, en su introspección, su turbulento diálogo con el pasado y el desmoronamiento del que todos son testigos. Para dar cuenta de esto, la película cuenta con tres potentes recursos, el primero, la interpretación de Kristen Stewart, cuyo gesto actoral encaja acertadamente en esa actitud que siempre se le vio a la princesa; el segundo, es la música (con efectos sonoros y todo), a veces demasiado enfática para recalcar su malestar y desestabilización, pero de todas formas eficaz con lo que se buscaba; y el tercero, aislar al personaje y desarrollarlo en ese momento crítico y coyuntural.

En este tercer aspecto está la clave del planteamiento del guion y de la puesta en escena, pues ella apenas si tiene un par de cortos diálogos con la reina y el príncipe, algunas interacciones con sus hijos y cierta conexión con tres personas del servicio. Con estos últimos es que se logra desentrañar y confrontar muchos de los conflictos y dilemas de la protagonista. Pero, en realidad, gran parte del relato (y de la apuesta) es observarla en su solitaria lucha por sobrevivir a su entorno y al angustioso proceso para desprenderse de él. Para tal propósito, el referente de Ana Bolena resultó muy elocuente y con fuerza, tanto para el personaje como para el relato, así como las escenas de delirio y ensoñación.

Entonces, este biopic no es un cronológico cuento de hadas con su final infeliz, es solo un fragmento de vida de una mujer y sus circunstancias, con el cual un director inteligente supo dar cuenta, con tanta potencia como sutileza, de las aflicciones de una princesa y el peso que cargaba, pero también de la naturaleza de esa, que no familia, sino institución milenaria de la que hizo parte.

Entre la niebla, de Augusto Sandino

Una experiencia para sentir y pensar

Oswaldo Osorio

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A pesar de los grandes problemas que tiene Colombia con la vulneración de su medio ambiente y sus ecosistemas, no hay un cine de ficción que hable de ello, y aunque documentales sí, no son tantos como debería. Bueno, pero decir que esta película es sobre ecología es reducirla a uno solo de sus tópicos, pero bien sirve como punto de partida o articulador de, más que una historia o narración, una experiencia cinematográfica cargada de sugerentes y provocadoras imágenes, simbolismo, poesía y un protagonista difícil de olvidar.

Aunque, en realidad, es una película con dos protagonistas, uno es F, este singular guardián y sobreviviente de esos parajes; y el otro, es el páramo de Sumapaz, con su particular paisaje y su espesa niebla. Es este espacio el que, sin duda, define mucho de esta obra, desde su concepción visual, pasando por la forma como interactúa F con ese paisaje, hasta los conflictos de fondo que cruzan dicho territorio.

Augusto Sandino, que ya había realizado Suave el aliento (2015), un relato compuesto por tres historias que respiran un pausado realismo cotidiano, le apuesta esta vez a explorar visual y sensorialmente ese espacio que tanto significado tiene en relación con la vida y las condiciones límite. Un paisaje de agua, frailejones y niebla que le dio la posibilidad de crear un universo que muta de lo fantástico a lo surreal y a lo poético.

La película crea allí una atmósfera en permanente transformación, donde puede ser de día o de noche, luminosa u opaca, etérea o trivial, misteriosa o anodina. Y en consecuencia con eso, es como si F asumiera distintas personalidades, por lo que es tal simbiosis y el diálogo material y sensorial entre ambos protagonistas, hombre y paisaje, lo que crea ese lenguaje con el que el filme nos habla, un lenguaje que no es el del relato ficcional, mucho menos el de la narrativa clásica, sino el de la performancia, el delirio, la extravagancia, la anomalía, el extrañamiento y el lirismo.

Se trata de una experiencia (y hay e insistir en que esa es su relación con el público) que juega con los extremos, pues al tiempo que puede plantear imágenes o situaciones transgresoras y hasta desagradables, como algunos momentos de F con su padre o ese cunnilingus con las frutas; también puede haber circunstancias angustiantes, como ocurre cuando la banda sonora ataca con sonidos de guerra; o pasajes que buscan transmitir lo sublime de ese ambiente de vida o la belleza del siempre inquieto velo blanco que se mueve entre el follaje y la montaña.

Por eso es una película que habla con esas imágenes y atmósferas, pero muy poco con diálogos, aunque eventualmente llega el texto a socorrer al sentido del filme de tanta sugerencia y abstracción, textos que se refieren más concretamente a las problemáticas de violencia y amenaza al medio ambiente que ha padecido aquel páramo, y lo pueden hacer tanto poética como reflexivamente. Porque la película hace posible ambos procesos, tanto el sentir como el pensar.

Videoclips recomendados de 2021

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Oswaldo Osorio

  1. If You Say The Word (Radiohead)

Radiohead, como siempre, proponiendo sugerentes premisas narrativas y visuales que comentan la sociedad contemporánea. El video es una suerte de juego de sentidos donde vemos que lo más materialista y automatizado de la sociedad, los hombres de negocios y oficinistas citadinos, antes eran seres sosegados y silvestres. Esta transformación puede ser una alusión al poder corruptor del sistema o tal vez a la facilidad con que el ser humano se adapta a nuevas condiciones, por más adversas que estas sean; aunque podría haber muchas otras interpretaciones de este ingenioso y sugestivo relato.

https://www.youtube.com/watch?v=vnhKaCjCIqM

  1. Prada/Rakata (Arca)

La única que podría combinar con alguna coherencia el reguetón con el cyberpunk es Arca. Por más que estén en las antípodas, ambas estéticas le son afines a esta performática y versátil cantante y artista del cuerpo. Para este videoclip crea un universo visual rico, alucinante y de transgresora belleza, además, lleno de alusiones de diversa naturaleza: la androginia y lo transgénero (por supuesto), el mito de Sisifo, el sexo, la diversidad de género, la intervención -artística y comercial- del cuerpo, el sometimiento a un sistema, la muerte, entre muchas cosas más.

https://www.youtube.com/watch?v=NL-tvd8jeBc

  1. Saku (Bicep – Feat. Clara La San)

Un video aparentemente sencillo en su recurso base (un loop infinito), pero cargado de connotaciones en el sentido de ese breve relato que propone y en su desarrollo visual. Incluso se puede sacar fácilmente una emotiva moraleja sobre la importancia de las relaciones familiares en la estabilidad emocional de puertas para fuera. El malestar que vive la protagonista es representado certeramente con el loop, que empieza su eficacia con la escalera de caracol elegida como locación, además de otros recursos, como la dramática interpretación y la soltura de una cámara sin cortes que gira en espiral o sube y baja verticalmente, pero que, en cualquier caso, desorienta y transmite la angustia del personaje.

https://www.youtube.com/watch?v=gjftPjEROSM

  1. LaLaLa It’s The Good Life (Audiobooks)

Una idea simple, ingeniosa y divertida que, además, resulta juguetona visualmente e igual de desenfada que la letra de la canción. Una forma novedosa de representar la interpretación del canto y de los instrumentos, que siempre resultan ser lo más frecuente y obvio en los videoclips.

https://www.youtube.com/watch?v=JPRX3i1aOF8

  1. Enemy (Imagine Dragons x J.I.D)

Canción compuesta para la serie Arcane, que deviene del video juego League of Legends. La base del videoclip es, por supuesto, la estética de animación de este producto transmedia, pero potenciada en su color, texturas e iluminación, y claro, incorporando a la banda al universo de las dos hermanas que protagonizan la serie, así como haciendo variaciones formales en momentos como el solo del fraseo rap, con lo que logra tomar alguna distancia del producto original.

https://www.youtube.com/watch?v=D9G1VOjN_84

  1. Last Day On Earth (Beabadoobee)

El espíritu juvenil atraviesa todo este video, con la rebeldía, inconsecuencia y pasión por el disfrute propios de esa edad. Hay una conexión entre todos estos adolescentes que, como dice el aforismo, se comportan todos igual para ser diferentes, una conexión que se expresa creativa y juguetonamente en la primera parte del video a punta de montaje, efectos visuales y pantalla dividida. Lo tormentosa que pueda ser la adolescencia desaparece en estas imágenes, en el gesto de los personajes y en el dinamismo de un video lleno de recursos e inventiva visual para hacer aún más atractivos a estos jóvenes y sus divertidas vidas, que parecen vivir como si fuera su “último día en la tierra”.

https://www.youtube.com/watch?v=AwpVNq1FeEk

  1. Montero (Call Me By Your Name) (Lil Nas X)

Otro popular artista y performático de la comunidad cuir. Tanto la canción como el videoclip exudan homoerotismo en cada línea e imagen, y lo hacen de manera coherente y contundente. El video nos sumerge en un universo afincado en mitos bíblicos, dantescos y de la decadencia del mundo clásico. Además, combina sin contradicciones todo esto con las estridencias de una estética kitsch y drag, teniendo a Lil Nas X siempre como protagonista.

 https://www.youtube.com/watch?v=6swmTBVI83k

  1. Link (Tierra Whack)

Con una propuesta visual y de puesta en escena colorida y novedosa, como muchos de sus videos, esta vez Tierra Whack llega con una canción minimalista a la que, en cierta medida, le corresponde este video, el cual, además, tiene esa combinación entre artesanía y efectos visuales que hace recordar la obra de Michel Gondry. Así como este, los suyos son unos videos distintos y originales entre tantos que hay de cantantes de hip hop con sus cansadas, repetidas y sexualizadas coreografías.     

https://www.youtube.com/watch?v=ONR1doMju80

  1. Why Does My Heart Feel So Bad? (Reprise Version) (Moby)

Moby actualiza ese clamor que hizo hace dos décadas frente a la indiferencia y hostilidad del mundo vistas por un niño y un perro que llegan a la tierra. Un clamor que se reduce, en su letra, al malestar con el mundo expresado en el título de la canción, pero que se pone al día con una animación más elaborada, aunque con los mismos dos protagonistas. En su versión 2021 reclama por el medio ambiente, el maltrato a los animales y los estados de intolerancia y desquicio a los que la sociedad llegó en la pandemia. Sin embargo, propone un gran cambio: solucionarlo todo con la facilidad como si el dibujante fuera dios. Total, una versión más optimista, pero también más ingenua.

https://www.youtube.com/watch?v=5tcKf4Kh9oE

  1. The Evidence (Snapped Ankles)

Parece un video formalista, pero casi todo en él son imágenes figurativas, solo que el uso dinámico y sistemático de la pantalla dividida (con el toque diferencial de los bordes redondeados) hace de este videoclip una entidad de cambio y movimiento, en el cual se combinan texto, colores sobresaturados, gráficos, performanece e imágenes de paisajes naturales y urbanos. En realidad, no son muchos sus elementos y recursos, pero parecen más por la forma en que fueron montados y combinados.

https://www.youtube.com/watch?v=6IwGUItd-uw

El cine colombiano en 2021

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Oswaldo Osorio

El cine nacional paulatinamente se está recuperando de los efectos de la pandemia, pero aún falta. Muchas producciones se pospusieron en 2020 y eso, más la lenta reactivación de las salas de cine, trajo como consecuencia una disminución de los estrenos de títulos colombianos, que de casi medio centenar en 2019 pasaron a treinta en 2021.

Es verdad que la forzada virtualidad, tanto en plataformas como en festivales, abrió una alternativa que antes no era considerada de mucha importancia para poner a circular las distintas producciones, pero también es cierto que un director siempre va a preferir que su película se vea en salas, con todo el prestigio y las condiciones técnicas que esto implica.

Tal vez sea por esto que un tipo de cine, el documental, que históricamente ha sido más marginal en su participación de la cartelera, haya aprovechado para hacer mayor presencia en este año que acaba de pasar. Casi la mitad de estas treinta películas fueron documentales, entre los que se destacan dos tendencias, la primera, los que abordan y reflexionan sobre el conflicto armado: La forma del presente, de Manuel Correa; Pirotecnia, de Federico Atehortúa Arteaga; Amor rebelde, de Alejandro Bernal;  y Del otro lado, de Iván Guarnizo; y la segunda, los autorreferenciales, como Dopamina, de Natalia Imery Almario; Como el cielo después de llover, de Mercedes Gaviria;  y Las razones del lobo, de Marta Hincapié Uribe. También hay que destacar los títulos El segundo entierro de Alejandrino, de Raúl Soto; La casa de Mama Icha, de Óscar Molina; Suspensión, de Simón Uribe Martínez; y La venganza de Jairo, de Simón Hernández.

Por otro lado, dos películas colombianas dieron mucho de qué hablar y tuvieron una importante proyección internacional, sin embargo, no se puede pasar por alto el de hecho de que, justamente, ambas fueron dirigidas por extranjeros: El olvido que seremos, del español Fernando Trueba; y Memoria, dirigida por el tailandés Apichatpong Weerasethakul. Esto incluso nos lleva a cuestionar qué tan colombianas son, reviviendo una polémica llena de matices, en la que para muchos es suficiente con que parte del equipo de producción, el tema y el lugar de rodaje sean nacionales, pero para otros, lo define es la mirada y el tratamiento, lo cual está determinado en gran medida por el guionista y el director.

El cine de género también tuvo presencia, pero de una forma más tímida que lo habitual, empezando por la diminución de títulos en el renglón de las comedias populistas, con apenas tres películas: Lokillo en: Mi otra yo, de Julián Gaviria; FBI: feos, bobos e ingenuos, de Lorena Montoya y C. García; y El paseo 6, de Rodrigo Triana. Por otro lado, el thriller y el horror, como siempre, tampoco faltaron, pero igualmente en menor cantidad. Se pueden mencionar en esta línea a Llanto maldito, de Andrés Beltrán; Pueblo de Cenizas, de Jhon Salazar; y Lavaperros, de Carlos Moreno.

Hay que destacar, por supuesto, la ficción de autor, con títulos tan significativos como Tantas almas, de Nicolás Rincón Gille, un sensible y contundente retrato de la violencia paramilitar en el país; Los conductos, de Camilo Restrepo, con sus búsquedas y audacias estéticas y narrativas; y otros títulos como La noche de la bestia, de Mauricio Leiva Cock; Frío en la montaña, de Edison Gómez Amaya; y Kairós, de Nicolás Buenaventura.

La animación también tuvo en dos largometrajes unas propuestas sobresalientes, empezando por Relatos de reconciliación, de Carlos Santa y Rubén Monroy, un trabajo colaborativo en el que la imagen animada de gran diversidad y riqueza estética acompaña el testimonio de víctimas del conflicto; y Tundama, de Edison y Diego Yaya, que habla de las comunidades precolombinas y en la que se habla español y muisca.

Así mismo, desde hace poco más de una década, la producción del cortometraje es tanto o más rica que la del largo, aunque esto siempre es invisibilizado por las limitaciones de sus circuitos de exhibición, que en su gran mayoría son festivales de cine y, eventualmente, plataformas. Anualmente se hacen en el país alrededor de doscientos cortos y al menos una treintena son de gran calidad y llegan a circular internacionalmente. Por solo mencionar algunos que nos dejó este año: Todo es culpa de la sal, de María Cristina Pérez; Son of Sodom, de Theo Montoya; Yogura, de Federico Torrado Tobón; La cumbre, de Felipe Gómez López; S.O.S Hogar temporal, de Ángela Tobón; Adentro, de Jorge Forero; Nuestros hombres ausentes, de Julio Barrera; Aquí hay dragones, de Iria Gómez Concheiro; La herencia, de Camilo Escobar; Lucía, de Victoria Rivera; Los enemigos, de Ana Katalina Carmona.

Antes de la pandemia, el cine nacional estaba históricamente en su mejor momento, y a pesar de este retroceso, que esperamos sea transitorio, sigue dando indicios de buen nivel, de su diversidad y proyección internacional. Tal vez solo falta un mayor acompañamiento del público, pero ese siempre ha sido su punto débil, todavía más si se tiene en cuenta que en 2019 fueron setenta y tres millones a salas, pero en 2021 fueron poco menos de veintidós millones.

 

 

 

Películas recomendadas 2021

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Oswaldo Osorio

Esta es una lista de recomendados sacada de entre los títulos estrenados en salas o plataformas en Colombia, por lo tanto, faltan muchas de esas que se llevaron la admiración de la cinefilia internacional (Drive my Car, Quo Vadis, Aida?, Wheel of Fortune and Fantasy, etc.) y que apenas en unos meses llegarán al país, o no.

 

  1. Una película de policías, de Alonso Ruizpalacios

Cine documental, ficción y periodismo Gonzo mezclados en una propuesta narrativa arriesgada e ingeniosa. El modus operandi y la corrupción policiaca en México revelados de cerca y reflexivamente.

  1. Canción sin nombre, de Melina León

Una bella y dolorosa historia peruana sobre marginales. A una humilde mujer le roban su bebé en una clínica y un periodista homosexual es el único que la quiere ayudar. Los une la exclusión a la que el mundo los somete.

  1. Tantas almas, de Nicolás Rincón Guille

Las consecuencias del conflicto colombiano son miradas en este relato con sensibilidad y detenimiento. Un viejo pescador busca a sus dos hijos y en su trasegar nos hace testigos de un país casi distópico: un reino de muerte, sin ley y habitado por verdugos, víctimas y almas en pena.

  1. El poder del perro, de Jane Campion

Luego de más de una década desde su anterior película, vuelve esta excepcional directora neozelandesa con una historia de una contenida turbación. Un western estilizada e inteligente, donde todo lo que se ve puede ser otra cosa.

  1. Los sonámbulos, de Paula Hernández

La cotidianidad de una familia a la mejor manera de la tradición del Nuevo Cine Argentino. El sosiego del campo, las distintas generaciones conviviendo, los roces en las relaciones y hasta el pecado imperdonable.

  1. Lazos de familia, de Ken Loach

Un drama social en la línea de tantos que ya le conocemos a este consagrado y comprometido director británico, y aún así, sigue diciendo cosas nuevas, sigue conmoviendo y haciendo enfurecer con las injusticias sociales y las condiciones de la clase trabajadora en su país.

  1. El último duelo, de Ridley Scott

Una historia de caballeros medievales contada desde tres puntos de vista, lo cual ya hace de esta una película distinta, pero sobre todo, es la lectura que desde la reivindicación y empoderamiento femenino lo que nos da una versión nueva y diferente de un mundo tantas veces contado.

  1. No miren arriba, de Adam McKay

Una inteligente sátira política, social y ambientalista con riqueza de tonos y recursos narrativos. El mundo se va a acabar y los políticos, los medios y la sociedad estadounidense hacen lo que mejor saben: crear teorías conspirativas, banalizar la realidad y sacar provecho político y económico.

  1. Noticias del gran mundo, de Paul Greengrass

Un western con todos los ingredientes del género, pero también un western adulto, con un héroe atípico y una contrabandeada crítica al manejo y manipulación de la información en Estados Unidos.

      10.La crónica francesa, de Wes Anderson

Una marca estética y de puesta en escena tan reconocible que su apellido ya es un adjetivo. Varias historias articuladas en una publicación periódica, unas mejores que otras y tanto texto (en su narración) como imágenes bellas, ingeniosas y hasta inolvidables.

Todo sobre los Ricardos, de Aaron Sorkin

Te amamos, Lucy

Oswaldo Osorio

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Hacer una biografía cinematográfica siempre trae retos, y tal vez el principal es no ser muy obvios con cronologías e ilustraciones planas. Antes que director, Sorkin es un reconocido guionista de Hollywood (Red Social, Moneyball, Steve Jobs) y como tal se aseguró de que su película contara con una forma de presentar los eventos de manera diferente, haciendo que el cómo fuera tan atractivo como el qué.

Y es que lo que debía contar ya era bien atractivo de entrada, pues se trata de la biografía de la primera pareja de famosos de la televisión: Lucille Ball y Desi Arnaz, protagonistas de la exitosa serie de los años cincuenta I Love Lucy (1951 – 1957), en la que esta actriz demostró ser una de las grandes comediantes de todos los tiempos. Todo sobre los Ricardos (Being the Ricardos, 2021) está interpretada por Nicole Kidman y Javier Bardem y se acaba de estrenar en Prime Video.

La propuesta de Aaron Sorkin, para no hacer otro soso biopic más sobre famosos del espectáculo, fue centrar toda la historia en una sola y crítica semana, esa en la que Lucille Ball fue acusada de pertenecer al Partido Comunista, esto en el contexto de la infame “cacería de brujas” que se diera por aquella época en su país. En torno a esta semana aglutinó otra serie de asuntos cruciales, como las dudas sobre las infidelidades de Desi, los absurdos tabúes morales de la sociedad estadounidense (como no poder mostrar a una mujer embarazada en televisión), las dinámicas y tensiones al interior de una producción televisiva y el genio cómico de Lucy, el cual no se limitaba al humor físico sino a toda una concepción orgánica de la comedia hecha para las cámaras.

Adicionalmente, cada situación de esa semana fue pensada para hacer alusión a un momento del pasado y, así, contar apartes esenciales de la historia de la pareja. De esta manera, el relato sabe suministrar los acontecimientos vitales más representativos de los personajes y también profundizar en sus conflictos y en la naturaleza, no solo de ellos, sino de su contexto histórico. De esto resulta un retrato lúcido y crítico de unos personajes, un medio y una sociedad.

Hay que resaltar que, como muchas películas de los últimos años, esta se perfila hacia el empoderamiento femenino como un importante subtexto, pues el éxito y personalidad de Lucy es la excusa perfecta para poner en evidencia la posición de la mujer en esa industria y en la sociedad en general. A partir de esta línea se desarrollan algunos de los mejores diálogos y situaciones de un relato que, insistentemente, está poniendo en cuestión toda una serie de valores -históricos y actuales- de la cultura estadounidense.

Hay que agregar, por último, que ese esquema de “una semana en la vida de… aderezada con flashbacks”, también sirve para concebir un paquete narrativo y visual entretenido y muy variado, pues pone en juego contrapuntos como el color con el blanco y negro, el drama con la comedia y los guiños ingeniosos con la reflexión profunda.

No miren arriba, de Adam McKay

Qué risa el fin del mundo

Oswaldo Osorio

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El mundo no se va a acabar con una explosión sino con un sollozo, decía T.S. Elliot, pero en este filme las dos opciones son válidas y podría decirse que, justamente, su premisa es dar cuenta de ambas formas de ver la vida, o en palabras de la película, están los que miran arriba y los que no miran. Esto la hace una película de rangos amplios en sus recursos y argumentos, también de contrastes, empezando por los tonos a los que apela: drama, comedia, sátira, farsa, película de denuncia, en fin. Incluso es de esas cintas que se aman o se odian.

No miren arriba (Don’t Look Up, 2021) es la tercera película “seria” de Adam McKay, guionista y director de comedias asociado a Will Ferrell desde sus tiempos se Saturday Night Live y con otros largometrajes de acción y humor hechos en compañía de este actor. Pero con La gran apuesta (2015), Vicepresidente (2018) y esta nueva pieza, se ha decantado por abordar grandes temas de la sociedad estadounidense para exponerlos y comentarlos de una singular manera, combinando esos tonos mencionados antes. En la primera, denuncia las causas de la crisis económica del 2008; en la segunda, pone en evidencia el poder tras el poder que había en la administración de G.W. Bush; y ahora, hace lo propio con la política, las corporaciones, los medios y la sociedad del Tik Tok.

Se trata de la historia de un par de científicos que descubren que un cometa acabará con la tierra en menos de siete meses. Se lo hacen saber inmediatamente a la presidente de Estados Unidos y a los medios, pero, sorprendentemente, no les hacen caso y, luego, tanto políticos como empresarios y medios aprovechan la situación para redituarla en intereses privados. La sátira contra estas entidades, entonces, puede resultar demoledora, no obstante, igual que les ocurre a los científicos con su descubrimiento, por la forma en que la película dice sus verdades, puede también tener problemas de credibilidad y eficacia con cierta parte del público.

El primer problema es todo lo que se alarga. La premisa queda clara desde muy temprano y el desarrollo del debate sobre si se va acabar el mundo o no y cómo lidiar con ello se estira más de la cuenta. Pero bueno, ya asumiendo esas dos horas y media, la clave está en disfrutar de la cantidad de elementos, temas, tonos, recursos, personajes y matices que propone la película, pero solo hay que mencionar los principales: El oportunismo y corrupción de los políticos, el poder y la voracidad de las corporaciones (en especial las tecnológicas), la frivolidad y artificialidad de los medios, y la ignorancia rampante de la sociedad de masas y su vulnerabilidad ante las manipulaciones de los tres actores anteriores.

El de McKay es un cine (este último) que no se inhibe de ser y posar de inteligente e ingenioso. Como sea, logra su objetivo con eficacia, esto es, a partir de una excusa argumental, abordar temas serios y polémicos de la vida estadounidense, para dinamitarlos y exponerlos con gran variedad de recursos, no importa si tiene que apelar al drama, la comedia, el absurdo o el obvio discurso expositivo. El caso es que no se sale indemne de las películas de este señor, ya sea para bien o para mal.

Una película de policías, de Alonso Ruizpalacios

Las mentiras de la verdad

Oswaldo Osorio

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Aunque en la gran industria mediática y de entretenimiento el documental y la ficción se mantienen claramente diferenciados, cuando se trata del cine de autor, sus límites no solo se confunden o se borran, sino que desatenderlos se está convirtiendo en una fuerte tendencia, pues permite probar a una serie de recursos narrativos y dramáticos que terminan enriqueciendo los relatos y le dan una mayor contundencia a esa “verdad” que, en últimas, toda película busca transmitir, ya sea un documental o una ficción.

Al director mexicano Alonso Ruizpalacios ya se le conocía su talante de contar historias relacionadas con la realidad por sus dos primeras películas: Güeros (2014) y Museo (2018). Pero en esta Película de Netflix no basa su relato en contexto real, como en la primera, o apela a un conocido hecho de su país, como en la segunda, sino que directamente se sitúa en la realidad de la que quiere dar cuenta y que anuncia sin ambigüedades en su título.

Y a partir de aquí, es necesario develar un giro inesperado de la película: esa pareja de policías que sigue la narración tan concienzudamente durante una hora, al cabo de este tiempo revela que son actores… pero que, efectivamente, llegaron a ser policías, iniciando desde la academia y todo. Entonces el tono y el código del relato dan un vuelco ante la momentánea desorientación del espectador, por lo que empiezan a surgir preguntas: ¿Es documental o ficción? ¿Es un falso documental? ¿Tal vez sea periodismo Gonzo? ¿Hay que creerle a Mónica del Carmen y Raúl Briones, los actores, o a Teresa y Montoya, los policías?

Posiblemente algunos espectadores se sientan engañados, otros no sepan qué creer de lo que han visto, pero lo más probable es que, quien tenga paciencia con el resto del relato, se dé cuenta de que lo importante no es tanto la peripecia narrativa utilizada (eso solo interesa a los cinéfilos), sino ese universo que la película, a través de sus personajes, logra construir con riqueza de detalles, información verosímil y hasta momentos de gran fuerza dramática.

Y aunque este texto, que ya casi termina, se ha centrado es en esa peripecia narrativa que ingeniosamente sabe combinar documental y ficción, lo cierto es que la película de principio a fin habla de lo que es ser policía en México, desde la naturaleza misma de los oficiales, pasando por la consabida y enconada corrupción, hasta los grandes problemas estructurales que tiene la sociedad mexicana y que se reflejan y revelan en el funcionamiento de esta institución y en el día a día de estos agentes que recorren el país.

Y aunque el texto se ocupó más que de la forma que del fondo, esto debe ser porque muchas de las realidades de que da cuenta la película ya, en mayor o menor medida, son familiares para el público, pero la forma de dar cuenta de ello resulta, no solo novedosa, sino que, por contar con los recursos combinados de la ficción y el documental, es posible que resulte más contundente y elocuente.

La Crónica Francesa, de Wes Anderson

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Alejandra Uribe Fernández

Hoy en día, no es descabellado afirmar que Wes Anderson es uno de los cineastas –por lo menos entre los autores activos– con los estilos visuales más reconocibles del mundo. La composición de sus planos, sus paletas de colores, la dirección de arte meticulosamente planeada y la puesta en escena de sus filmes han hecho que el estilo de Anderson haya sido y continúe siendo discutido, analizado, elogiado y hasta parodiado. “La Crónica Francesa” (The French Dispatch, 2021), última propuesta del director estadounidense, no es una excepción en esta muestra fílmica con identidad tan particular. Y es que gracias a, en buena parte, su estructura narrativa, se podría decir que “La Crónica Francesa” es el filme más wesandersoniano de Anderson.

Así pues, hablamos de una película que emula el último número de una revista de sociedad, política y cultura, por lo que tres de sus artículos son representados en lenguaje audiovisual como viñetas, todas unidas por el espíritu de la revista y su director, Arthur Howitzer Jr (interpretado por Bill Murray). “La Crónica Francesa”, tanto la revista como el filme, son, indudablemente, un conjunto de representaciones de la cultura francesa de posguerra hechas a través de los ojos de un estadounidense: a veces en clave de homenaje y admiración; otras veces, en clave de observaciones audaces y jocosas sobre algunos de los clichés galos que han cruzado por varios siglos el Atlántico para llegar al imaginario colectivo norteamericano.

Los periodistas que han escrito los artículos participan de las respectivas viñetas de diferentes formas: como narradores/expositores, en el caso de J.K.L. Berensen (Tilda Swinton); como espectadores con una participación tangencial en el desarrollo de los hechos, como sucede con el periodista culinario Roebuck Wright (Jeffrey Wright) o incluso, como figuras centrales de los eventos descritos, como Lucinda Krementz (Frances McDormand). La naturaleza diversa de estos personajes permite ver de manera clara cómo la película se presenta a sí misma como una carta de amor al periodismo, pero en particular, al representado por la icónica revista semanal The New Yorker, que, a lo largo de su historia, se ha interesado menos en la noticia rápida y más en el comentario a profundidad, el vis-à-vis entre escritor y sujeto, y la experiencia cercana y contada con detalle.

La idea de ser una revista fílmica es ingeniosa y todos los detalles que esto conlleva –como los cambios constantes de blanco y negro a color como una forma de representar las diferentes pagínas de una revista y los múltiples tableaux vivants que emulan fotografías de los hechos narrados– son realizados con todo el cuidado estético que ha de esperarse de Anderson. El hecho de que se trate de cuatro viñetas diferentes invita a crear pequeños mundos visuales llenos de detalles para cada una de ellas, los cuales, a su vez, están llenos de referencias concienzudas a figuras clave del cine francés como Jean-Luc Godard, Jean Vigo, François Truffaut, Jacques Tati, Henri-Georges Clouzot, Julien Duvivier y Jacques Becker. Lo anterior es una de las varias razones para afirmar que “La Crónica Francesa” es, tal vez, la cumbre de la trayectoria estilística del director. Sin embargo, el formato de viñetas dificulta la profundización en los personajes, una verdadera conexión emocional y la creación de una experiencia que trascienda el mero goce estético.

Si bien los grandes despliegues visuales, como ya se ha advertido, no son nuevos para Anderson, otros de sus filmes han contado con historias más robustas, que permiten un fuerte sentido de inmersión e identificación por parte del espectador, como es el caso (sólo por mencionar unas pocas) de ”Los excéntricos Tenenbaum”, “Un reino bajo la luna” o “El Gran Hotel Budapest”. Por el contrario, “La Crónica Francesa” cuenta con tantas variaciones, cambios narrativos y personajes, que es fácil perder el hilo y sentirse abrumado por detalles, información o puntos de quiebre en las múltiples tramas. En cierto punto, incluso, la película se torna en un desfile de grandes actores –muchos reconocidos por trabajos anteriores con Anderson– que aparecen fugazmente por pocas escenas para nunca más volver y sólo dejar con su partida la pregunta sobre la razón de ser de los personajes que representaron.

Realmente es un despropósito condenar el interés que un autor puede llegar a tener por el aspecto estético, por los elementos visuales, las manifestaciones sonoras, el diseño de producción y otros elementos de gran impacto. Después de todo, y como ya se mencionó, Wes Anderson ha ganado su puesto en el universo cinematográfico mundial gracias a su preocupación por la forma, pero en cierto punto, y en particular al ver “La Crónica Francesa”, puede ser inevitable preguntarse por el equilibrio entre el interés en los formalismos y el fondo.

Y es que, en varios momentos, este magnífico despliegue estético opaca los eventos reales de la historia francesa que inspiraron a la película. Las alusiones al Mayo del 68 o el ascenso y particularidades del arte moderno y el mercado de las artes visuales pudieran tener un mayor protagonismo y su representación podría cargar más fuerza, más allá de depender de la forma por la forma.

Por otro lado, el firme compromiso de construir a “La Crónica Francesa” como una revista audiovisual conlleva a veces un discurso pesado, diálogos largos, literarios con uso de palabras floridas y de escasa aparición en el lenguaje oral. Esto se ve plasmado de manera literal en la viñeta protagonizada por Jeffrey Wright, en la cual su personaje pronuncia de memoria todas y cada una de las palabras que componen el artículo que escribió varios años atrás.

Al finalizar la proyección y mientras aparecen varias portadas de “La Crónica Francesa” que emulan grandes hits de The New Yorker, surgen varios interrogantes, todos los cuales pueden ser resumidos en la intención de Anderson y las ideas dramáticas transmitidas por toda su puesta en escena. ¿Anderson se ve ahogado por sus propios formalismos? O, como entendemos con la máxima enunciada por Howitzer Jr. en varios puntos del filme –“sólo intenta que suene como si lo hubieras escrito así a propósito”–, ¿es “La Crónica Francesa” un torbellino salvaje de referencias, detalles, formas, técnicas, palabras y actores porque sólo así puede y debe ser?

 

Entrevista a Henry Rincón, director de La ciudad de las fieras

El largometraje del antioqueño Henry Rincón hace parte de la Competencia Nacional del FICCALI 2021. Se estará proyectando en varios teatros con presencia del director.

 

“Esta película es un homenaje a los raperos, a los líderes sociales

y a todo aquel que ha muerto por manifestar su sentir”

-Henry Rincón-

 Por Jaír Villano

_HENRYRINCON - ana mayo

Tato y sus amigos solo quieren pasarla bien en las batallas de improvisación en las que les gusta participar. Pero la existencia en sí misma es una batalla: una implacable, una dura, una difícil de explicar. Sobre todo cuando las adversidades surgen por razones ajenas a la voluntad personal. La calle, el barrio, la comuna, la ciudad, y el país, como óbice. El lugar de nacimiento como superación, y no como oportunidad.

La ciudad de las fieras es un homenaje a los raperos de las comunas de Medellín, pero también es una crítica frontal a la ciudad y el país en el que la mayoría de los jóvenes de menos recursos nacen. Un retrato descarnado y sincero de lo que es ser menor para muchos en Colombia. Más aún: de los riesgos de hallar en el arte un método que expresa la impotencia y la frustración, ese sin sentido de la vida y el entorno que censura lo que para otros es libertad: letras, líricas, grafitis. La manifestación artística como abismo que conduce a la muerte.

Es también un homenaje a la soledad, ese estado al que las culturas modernas le huyen, dada la proliferación de positividad exigida por el régimen neoliberal. La soledad desde distintos matices: del huérfano, del abandonado, del amigo, del que no halla horizonte. Hablamos con el director de la película ganadora del Warnermedia Ibero-American Feature Film Award, en el Miami Film Festival.

La ciudad de las fieras genera incomodidad: nos habla de una realidad que parece manida, pero nunca superada, de un país y una ciudad de problemáticas interminables, del sin sentido de la juventud, de su incapacidad de hallar un horizonte, de la ausencia de futuro por razones ajenas a su voluntad. ¿Cuál es el efecto que busca Henry Rincón en el espectador de este largometraje?

Como bien lo dices, es una película que busca incomodar y cuestionar a la audiencia, porque es un cine que nos permite reconocernos y a partir de eso generar un diálogo alrededor de la violencia, la inequidad, la juventud sin un horizonte claro, por lo menos, esa juventud venida de las periferias, donde en ocasiones las oportunidades son escasas.

Mi búsqueda es el de confrontarnos como sociedad, porque al final, venimos viviendo una realidad que no es distante a lo que retrata la película. Porque precisamente esa mezcla de generaciones ha sido, para bien o para mal, una generación del pasado, que ven en los jóvenes contestatarios unos delincuentes, sin metas, sin sueños. Algo que dista mucho de lo que sucede en el pensar de los jóvenes que se cansaron del abuso, y acuden al arte, la música como medio para alejarse de la violencia. Lastimosamente, la violencia está enquistada en la sociedad colombiana. Acá se normalizó la muerte, y por eso es que muchos de los jóvenes no ven un futuro. Es una película creada para que al final surjan muchas preguntas, que inviten al diálogo y la reflexión.

¿Por qué el interés por el retrato juvenil crudo y descarnado?

Porque es una de las etapas de la vida donde se está a un paso de la vida o de la muerte. Por lo menos acá en Colombia, y algunos muchos otros países. Porque tenemos una cultura de violencia muy arraigada, que el joven sin recursos y sin oportunidades, va a querer hacer las cosas para su interés, sin medir las consecuencias.

Porque la adolescencia y la juventud son momentos de incertidumbre que vivimos todos o casi todos, de no saber cuál es nuestro lugar en el mundo. En mi caso, la historia responde muchas de las preguntas que hoy en día me planteo de lo que es ser joven en Colombia. De mi papel en ese momento de mi vida, de qué decisiones tomé para bien o para mal. Creo que ese universo de la juventud es un lugar aún sin entender del todo. Se vive en una constante exploración.

Es un largometraje ubicado en Medellín, pero lo que viven Tato y sus amigos les podría pasar a muchos jóvenes de cualquier ciudad latinoamericana. La literatura ha hecho diversos retratos generacionales sobre esto: desde Arlt (Argentina) hasta Ribeyro (Perú), desde Agustín (México) hasta Fonseca (Brasil). ¿Qué considera usted que les aporta el cine a estos tratamientos?

Creo que toda la literatura Latinoamérica y el cine se han nutrido conjuntamente. Mucho de lo que es el cine, es porque en los libros, en las novelas, en las crónicas se retrata un común denominador, que es esa juventud olvidada, casi como sombras. A lo largo de los años, los gobiernos de este lado del hemisferio han intentado cegar y silenciar la voz de la juventud. Algo que de unos años para acá ha cambiado.

Pero también la literatura y el cine han logrado una amalgama artística, que cambia al momento de leerse y luego verla. Justo cuando lo poético toma un nuevo sentido. En nuestro caso, tuvimos algunas referencias pictóricas y literarias, para retratar algunos momentos donde queríamos que la potencia la imagen comunicara el momento, sin ahogarnos en diálogos.

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El rap y el hip-hop son un elemento fundamental, no solo porque a Tato le gusta enfrentarse en batallas de improvisación, también porque la película puede leerse como una representación de las circunstancias que atraviesan muchos de los artistas de este género musical. ¿Era esa la intención? ¿Un homenaje a los raperos?

Claramente era la intención. Parte de la película nace por mi interés o preocupación porque durante un tiempo algunos artistas del género hip hop acá en Medellín, o que hacían parte de la cultura eran amenazados, y en muchos casos asesinados, desaparecidos, porque se convirtieron en protagonistas de la denuncia social de sus barrios, de su ciudad y de su país.

En un país donde el hablar es sinónimo de violencia. En un país donde estos chicos han encontrado en las rimas, en los grafitis, en el baile, unas armas increíbles para arrebatarle jóvenes a la violencia, y por el contrario acercarlos al arte.

Incluso hoy en día se sigue repitiendo esa premisa con la que inicié el viaje creativo de La Ciudad de las Fieras, ya que hace pocas semanas cuatro chicos fueron asesinados en el parque de San Rafael, Antioquia, momento en el que improvisaban y veían en este espacio un camino para encontrarse y generar conciencia.

Esta película es un homenaje a los raperos, a los líderes sociales y a todo aquél que ha muerto por manifestar su sentir, y mucho más importante, porque querer un lugar donde todos quepamos.

Hay algo que me llama poderosamente la atención: la película se llama La ciudad de las fieras, pero hay un contraste interesante en las formas de representar la soledad: la de Tato, un chico de la urbe, y su abuelo, que habita en el campo y trabaja con flores…

La soledad adopta un significado diferente de acuerdo al contexto, y en la película quería explorar esa soledad, cuando uno mismo no se haya, pero también la soledad del espacio, del amor, del no encontrar su lugar en el mundo.

Siempre la soledad será un tema que uno puedo explorar y ahondar en descubrir cómo todos reaccionamos a él. En la película busqué como llegar a la soledad, cuando todo lo que te rodea ya no es. La soledad en el campo. La soledad en la ciudad. La soledad cuando se está acompañado, pero también la soledad por decisión. Al final, siempre la soledad será ese momento donde el silencio llega para incomodarnos, pero también para traernos la calma y el reencuentro consigo mismo. Es por eso que desarrollo esta soledad en nuestros personajes, donde en cada uno de esos momentos, piensan en que no tienen el control de nada. Sus vidas están a la deriva de la situación social del barrio, pero también a la partida de un ser querido; también a la soledad por decisión, y también sujetos a los que la muerte les llega sin aviso alguno.

¿Qué pasaría en ese momento? ¿Cómo lo asumiría?, quizás por eso el final que se ve en la película es uno de los cinco finales que encontramos durante el proceso de montaje; precisamente porque intentábamos responder qué sensación dejarle al espectador. Y claro está, la soledad hizo parte de esos posibles finales.

Usted conoció a Bryan Córdoba -mejor conocido por su nombre artístico como Elepz- en una batalla de freestyle, cuéntenos cómo fue el proceso de trabajo con alguien que hasta antes de eso nunca había actuado.

Lo desconocido siempre trae incertidumbre, un sin fin de sensaciones y un bombardeo de emociones. Esto precisamente fue mi sensación al conocer y trabajar con Elepz. Un joven que no estaba muy distante de la ficción que planteaba el guion. Un joven con una verdad en su sentir y en su vida. Un personaje cargado de matices, que iban de la ira a la calma, de lo explosivo a lo silencioso.  Ahí es donde uno se convierte un poco, en ese amigo, que aconsejaba, guiaba y también invitaba a equivocarse, para entender, corregir y hacerlo cada día mejor.

Cada día de trabajo era un aprendizaje conjunto, porque nunca quise enseñarles a actuar. Nuestro proceso simplemente fue que aprendieran a conocer su cuerpo, y en especial Elepz, cuando fue entendiendo esto de manera consciente, fue organizando su estilo de vida para lo que en ese momento quería alcanzar como rapero.

Al final Elepz siempre tuvo un grado de disciplina admirable, entendiendo el entorno y el contexto de dónde provenía. Todo era una sorpresa. Cada ensayo, cada día de rodaje era un choque con el desconocimiento, porque nunca tuvo el guion, y nunca le conté de dónde a dónde iba la historia. Simplemente le dije a él y el resto de los actores no formados, que me tomaran de la mano, que creyeran en mí, para embarcarnos y divertimos contando una historia que tiene muchos matices personales.

Muchos momentos de la película, son grandes momentos de verdad, que más que ser improvisaciones genuinas de Bryan, eran un grito de credibilidad y de compenetración con la historia y su entorno.

En este enlace encuentra toda la programación del Festival Internacional de Cine de Cali: https://ficcali.online/programacion/