Pickpocket, de Robert Bresson (1959)

O cómo recordar el olvido de lo no-ocurrido

Por: Andrés Felipe Zuluaga

Pickpocket

Esta película fue escrita y dirigida en los calores de una revolución histórica del cine, la Nueva Ola Francesa. Discurre la historia de Michel, un joven desempleado con una aparente capacidad de producción conceptual en materia sociológica. Juega a ser un ladrón carterista. Acá Bresson viene con su peculiar expresión del robo de carteras, manos rápidas, planos lentos. Sus personajes, con una consciencia crítica en la mayoría de sus películas, tienen el valor de enfrentarse a un mundo recién modernizado por las industrias capitalistas, aunque ese no sea su más “mínimo” interés en esta película.

Es difícil aprender el arte del carterista, es casi como mágica. Al cabo de unos movimientos ilícitos realizados conscientemente termina en prisión. A la mujer que siempre estaba con su madre, Jeanne, una rubia de cariz tranquilo, sumisa, objetivizada como lo propone una típica sociedad capitalista, de ateísmo reciente, y de heteropatriarcado sin igual. Michel no termina de rechazar su vida de criminal y aprende nuevas habilidades; cuando se entera de que Jeanne está embarazada. Este hecho le hace visibilizar a Jeanne como humano y “enderezar” su conducta hacia un bien social: Al verla sola en un mundo de relaciones de utilidad ilegal como el que proyecta Michel sobre el mundo, participa en la realidad afectiva del otro robado.

Michel asimiló el deber ser de padre y esposo protector. Involuntario desde el punto de vista de la “intención masculina”, puesto que esa “psicodinámica visibilizadora de una relación machista innegable” se le presenta como una posibilidad coherente socialmente (machismo latente, cínico, acrítico e irreflexivo), y hasta cierto punto, descentrado de su matriz de intención principal (El robo, su práctica psico-fisiológica diaria con las manos y su dilema ético).

Por ello no me parece adecuado referir una direccionalidad clara y concisa hacía el feminismo, pero era 1959, sus resonancias se sienten. Quizá juega más con una pregunta existencial intensa que vuelve a los personajes fríos, tan al borde su aburrimiento y su “exceso emergencia de acción” que se vuelcan a lo “ilícito”. O quizá más precisamente el juego de lo extrajudicial y una locura-consciente, cierta capacidad de construir una realidad existencial-conceptual sobre la marcha podría dotar de una cualidad extrajudicial a cualquiera. Pero estos son sueños de postmodernos.

La sexta película de Bresson le deja al mundo entre-pandémico una sospecha respecto a la relevancia, o afección del azar, de lo no planeado, del caos que al fin aceptamos apropiar a nuestra consciencia pre-experiencial de la mañana. Casi adelantándose al olvido de lo no-ocurrido para sumergirlo en sí mismo. El pasado es otra dictadura de la técnica y la vida, lo decía W. Bejamin y Shinji Ikari.

Sumercé, de Victoria Solano

“Cuando será que el pueblo llegue a reinar”

Oswaldo Osorio

sumerce

En un país como Colombia el cine de resistencia y denuncia debería ser más frecuente. Con tanta desigualdad social, corrupción política, legislación injusta y crímenes de los violentos es para que cada gran problema fuera un documental. Pero suele presentarse la amenaza de la censura y la supresión por la fuerza, lo cual limita siempre esta vocación en los documentalistas y apenas unos cuantos mantienen ese espíritu del cine del compromiso que alguna vez fue lo que más caracterizó al cine latinoamericano.

Ya Victoria Solano se había aventurado hacia este tipo de cine con su documental 970 (2013), una denuncia contra la resolución que regula el uso de semillas en el país, en detrimento de las semillas de uso ancestral y de los pequeños productores. Ahora, con el lema “Vinieron por las semillas, ahora vienen por el agua”, la directora hace la transición con este nuevo documental a un problema no menos acuciante, el del riesgo en que están los páramos colombianos por regulaciones que, muchas veces, benefician a las transnacionales mineras.

Para exponer el problema de los páramos y los campesinos que habitan las zonas circundantes, Solano les hace seguimiento a tres personajes: Eduardo Moreno, un veterano activista que quiere concientizar a la gente sobre lo que significaría esta gran pérdida para los ecosistemas; César Pachón, un líder campesino que intenta llegar a la gobernación de Boyacá; y Rosita Rodríguez, otra activista defensora de los páramos que trata de apelar a las vías legales.

La mirada que propone el documental guarda un equilibrio entre la cercanía que puede lograr con sus personajes en su cotidianidad y las causas que estos defienden y por las que luchan. Este equilibrio es la base de su propuesta ética y temática, pues con él logra una historia humana pero también de resistencia. Incluso puede llegar a una simbiosis con imágenes de elocuente potencia, como la soledad de una mujer en medio de esa plaza que representa a todo un Estado, o la de un viejo limpiando con su saliva una hoja moribunda, o un fundido a negro justo cuando aparece la primera lágrima.

Con sus tres puntos de vista, el relato da cuenta de diferentes formas de lucha y va presentando los distintos argumentos de una problemática que parece solo significar algo para quienes la tienen cerca. Por eso es importante el estreno de un documental como este, el primero que se hace de una película colombiana en la virtualidad de estos tiempos, en este caso en la plataforma mowies. Se trata, entonces, de cine nacional, relevante y accesible.

 

Ya no estoy aquí, de Fernando Frías

Terkos Kolombianos

Oswaldo Osorio

terkos

La cumbia, en las últimas décadas, pasó de ser un ritmo folclórico colombiano a un movimiento cultural en algunas zonas populares y marginales de muchas ciudades latinoamericanas, desde México hasta Argentina. En la base de esta película, que se acaba de estrenar en Netflix, está el espíritu de dicho movimiento, con todo lo que ello implica en términos musicales, sociales, de identidad y como fenómeno urbano.

Ulises vive en Monterrey y es el joven líder de una de las pandillas, los Terkos, que componen este movimiento contracultural que en Monterrey llamaron Kolombia. Pero los Terkos no son los Warriors de Walter Hill (1979), aquella icónica película de violentas pandillas en Nueva York, son más bien una cofradía de amigos y amigas de barrio a quienes los une el gusto por la cumbia y cifran su identidad en su baile, indumentaria y cortes de cabello.

Este Ulises mexicano protagoniza su odisea personal en esta historia por cuenta de esas otras pandillas que sí son violentas, aquellas que están instaladas en los barrios marginales de casi toda América Latina imponiendo su ley, definiendo límites y traficando con droga. Por eso, lo que empieza siendo un pintoresco relato sobre una tribu urbana, termina siéndolo sobre el exilio.

Ya estando en Nueva York, puede malvivir y sobrevivir aferrado a esa identidad de kolombiano, definida por su pasión por una música apropiada del Caribe colombiano, con su tempo modificado y hasta mezclada (o confundida) con vallenato; también por un baile que se antoja como una armónica combinación entre cumbia y ritos amerindios alrededor del fuego; y una apariencia que parece heredar la indumentaria estrafalaria del pachuco y los tocados de plumas aztecas.

La precariedad, la soledad y las incesantes dificultades definen a este héroe cuambiambero, quien al regreso a su Ítaca, no tiene la suerte del héroe de Homero y ni reino encuentra siquiera. La épica heroica griega es aquí transformada por la dramática descomposición social que está viviendo México en los últimos años, donde los individuos son insignificantes, víctimas sin justicia o soldados de usar y tirar para las mafias.

Sin exhibir un especial virtuosismo narrativo o visual, esta película plantea claramente su estructura en tres actos que bien se podrían llamar: los Terkos, el exilio y el regreso. Es un arco dramático bien definido y elocuente en relación con asuntos como la violencia, la marginalidad, los inmigrantes en Estados Unidos y, sobre todo, ese estado de indefensión de los jóvenes de las barriadas que echan mano de cualquier cosa que los ayude a definirse y a encontrar iguales que los libre del desamparo social y familiar.

Publicado el 8 de junio de 2020 en el periódico El Colombiano de Medellín.

Ema, de Pablo Larraín

O la danza del fuego

Oswaldo Osorio

ema

Imposible hacer la cuenta de todas las películas que empiezan con la pérdida de un hijo, el subsecuente drama del duelo y el inevitable deterioro del matrimonio en cuestión. Pero que esa pérdida haya sido por decisión de los padres, es una vuelta de tuerca cargada de implicaciones que transforman sustancialmente un conflicto tan recurrente. Con este material Larraín logra una historia inesperada y sinuosa en sus pretensiones y soluciones, razón por la cual sus resultados son ambiguos e irregulares.

En estos tiempos sin salas de cine, se estrenó en la plataforma Mubi (que tiene una buena oferta para la cinefilia más exigente) la última película de quien es, sin duda, el director más importante de la última década en Chile. El autor de Tony Manero, Post morten, No, El club y Neruda esta vez, a diferencia de todos estos títulos, cuenta una historia más intimista y distanciada del contexto chileno: Ema y su esposo devuelven el niño que habían adoptado, esto luego de un trágico accidente en el que este le quemó la cara a su tía.

La diferencia entre perder un hijo y devolverlo es que la tristeza se cambia por un odio latente entre esa pareja que todavía parece que se ama. Entonces los ires y venires emocionales y afectivos de este matrimonio marcan el fluctuante tono de un relato que pasa del drama conyugal y la búsqueda del amor en otras personas al gesto rebelde y liberador de una joven que parece conducirse por otros valores morales y sociales.

Y en este sentido, entra en juego la cuestión de la empatía con la protagonista, ese proceso de identificación con esta al que cualquier espectador se ve impelido en todo relato. Larraín y sus coguionistas parecen ponerse de parte de ella, pero la relatividad moral suya puede hacer dudar al espectador sobre esa identificación. Entregó a su hijo, pero luego se obsesiona por recuperarlo; ama a su esposo, pero luego practica el amor libre; es una cálida profesora de danza para niños, pero luego sale en actitud anárquica a prenderle fuego a Valparaíso.

Por esta razón, no queda muy claro qué es lo que quiere decir la película, porque puede leerse como una crítica a la volubilidad y desorientación de la juventud actual, o también como una colorida y danzarina oda al espíritu trasgresor y libertario de esta generación. O tal vez se trata de las contradicciones sociales y morales de nuestro tiempo, las cuales se pueden ilustrar con los argumentos a favor y en contra que sobre el reguetón se platean en una de las escenas.

El final de esta historia es definitivo para decantarse por alguna de estas posibilidades (o para embrollarse más). Un final que, sin tener que revelarlo, también ofrece diferentes opciones, pues puede resultar tan insólito como rebuscado, o también puede verse como una fábula proclive a promover otras concepciones del amor y la familia. Lo cierto es que por esta película no se pasa impune, porque de alguna manera, para bien o para mal, afecta, repele, atrae, disgusta, cuestiona, aclara o confunde.

 

 

Cine argentino en play.cine.ar

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Oswaldo Osorio

La de Argentina es una de las cinematografías más importantes de Latinoamérica, no solo por los más de ciento cincuenta largometrajes producidos anualmente, sino por su calidad y proyección internacional. En la plataforma www.play.cine.ar hay centenares de títulos de acceso libre que recorren la historia del cine de este país en sus distintos géneros y formatos. Estos son solo cuatro recomendados de tan profusa y desconocida oferta.

Las Acacias (Pablo Giorgelli, 2010)

Ganadora de la Cámara de Oro en Cannes, esta multi premiada obra resulta tan sencilla en su planteamiento como llena de sutiles connotaciones emocionales en su desarrollo. Se trata de una película de carretera donde un camionero, además de su carga, lleva como pasajeras a una mujer y su hija. Como en todas las películas de carretera, los personajes que inician el viaje no son los mismos que lo terminan, están transformados y con una relación diferente entre ellos, unos procesos que este relato propone de forma inteligente y llena de sensibilidad, con gran economía de recursos visuales, pero con virtuosismo en aspectos como los diálogos y las interpretaciones.

La antena (Esteban Sapir, 2007)

La ciencia ficción es un género escaso en el cine latinoamericano. Y en este filme, además, su relato está planteado con la lógica del cine silente en relación directa con su argumento, el cual presenta a los habitantes de una ciudad a quienes un poderoso hombre les ha robado la voz. Aunque esta trama está un poco esquematizada hacia la confrontación entre el bien y el mal, de fondo sugiere una reflexión acerca del mal uso que se le ha dado a los medios de comunicación, especialmente a la televisión. Pero lo más llamativo de esta película está por vía de su propuesta visual, la cual hace un uso ingenioso de los diferentes recursos y estéticas del cine silente.

Sol de otoño (Eduardo Mignogna, 1996)

Protagonizada por dos históricos actores del cine argentino, Norma Aleandro y Federico Luppi, esta película cuenta la historia de una mujer madura que contrata a un hombre para hacerse pasar por su novio ante la visita de su hermano que vive en el exterior. Se trata de un relato intimista y sosegado que se sostiene en las interpretaciones de estos dos grandes actores y en unos certeros diálogos que consiguen presentar con lucidez un punto de vista de la vida desde la edad que tiene la pareja. También es una historia sobre la reinvención del amor por parte de unos seres solitarios y descreídos que ya miran más para atrás que para adelante.

Un hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986)

Inspirada en La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, esta película introduce al espectador en un hospital siquiátrico y en la relación entre un médico y un paciente que dice venir de otro planeta para estudiar la estupidez humana. Es un filme reflexivo y crítico con el pasado reciente de Argentina y con la manera como funciona la sociedad, en toda su alienación y deshumanización. Su relato recorre distintos tonos, puede ser divertido y sombrío, y también trascendental e irónico, todo en función de convencernos de que las palabras del loco son más correctas que las de los cuerdos.

Un cuento de cine

El corto

Santiago Andrés Gómez

 

Para Adri, mi vida

cuentoimagen

La empleada del aseo en el banco me ha mirado por la puerta de cristal tres veces desde que estoy aquí, en la acera del frente, esperando a que salga mi mamá. Mira el guacal donde llevo el gato, me mira a mí y vuelve a entrar. Debe creer que llevo una bomba, un arma o algo así. Pero yo no puedo hacer nada para evitar esta apariencia. El gato está enfermo y mamá y yo venimos de la tercera sesión de un tratamiento que se le está haciendo al animalito donde un veterinario. Antes de volver a casa teníamos que pasar por el banco y yo sabía que a mí no me dejarían entrar con la mascota, de modo que me puse a esperar afuera. Lo que piense la gente es algo que no puedo controlar.

Yo ya tengo suficientes problemas, aunque casi todo está bajo control. Nada más me falta por llamar al sonidista para confirmar el ensayo de esta tarde. En verdad, espero que la llamada no sea necesaria, que él ya lo tenga en cuenta y haya separado el ensayo en su agenda, pero no sobra marcarle. Ya le he recordado nuestra cita a los actores, muy aplicados pero un poco impuntuales, he quedado con la Luciérnaga de ir a su casa por la cámara que me va a prestar y, desde anoche, el taxista al que vamos a alquilar el carro, y que sin embargo no conozco, me dijo por teléfono que no había problema, que a las siete estaría en el parquecito de la unidad.

Es un lío comprometer a la gente sin que haya plata de por medio, y dirigir sin que alguien más le ayude a uno en la producción, pero eso es a lo que hay que medirse cuando apenas se está empezando. El sonidista me dice que no recordaba que hoy ensayábamos. Me pregunta si tiene que ser precisamente hoy, porque a la hora del ensayo quiere ver por televisión un partido de fútbol. Yo le digo que desde hace una semana habíamos acordado esta cita para probar el audio con los actores, y que no puede faltar porque aún no hemos hecho esa prueba y la grabación comienza el próximo lunes. Él se queda callado.

Un celador del banco se asoma a la puerta y se queda mirándome. Yo le pregunto al sonidista si entonces va a ir o no y él, como a regañadientes, me dice que bueno, que allá va a estar, pero que espera que no nos demoremos mucho. Me pregunta si conseguí el cable que me había exigido para la grabación, pues desde luego es fundamental para ensayar. Le digo que sí, que solo tengo que pasar por mi casa para recogerlo.

El celador no me quita los ojos de encima.

Ahora no queda sino confiar en que mamá salga rápido para acompañarla a llevar el gato a casa, ir hasta donde la Luciérnaga, recibir la cámara y salir para la unidad, pero mamá se está demorando mucho. Yo siento una presión en el pecho. En tres cuartos de hora tengo que estar en el parque.

El celador acaricia su revólver. Yo subo el paño con el que cubro el guacal y llamo al gato con mimos y gestos de mi mano para que se asome. El celador se da cuenta de que solo estoy cargando a mi mascota, alza su cabeza, retrocede y vuelve a entrar al banco.

Cuando mamá sale, suena mi celular. Es un agente de la policía preguntándome si yo soy la encargada de una película que se va a grabar esta noche. Mamá llega hasta donde mí y se pone a hablarme, pero yo alzo una mano interrumpiéndola y me alejo. El agente me dice que la patrulla que solicité al comando para que nos cuidara ya está lista, y que solo quería verificar si la grabación sí se va a hacer. Yo le digo que claro, pero que solo es un ensayo, que lo más duro es la próxima semana. Nos despedimos, cuelgo y le pongo la mano a un taxi que sigue derecho, sin dignarse a recogernos. Mamá se me acerca.

  • ¿Usted por qué es tan altanera? –me dice– Esa película la tiene como un tití, no se le puede ni hablar.
  • Mamá, estaba hablando con la policía.

Un taxi se detiene al fin. Mamá y yo nos subimos.

  • La próxima semana yo no voy a poder acompañarla a donde el veterinario –le digo–. El rodaje comienza el lunes.
  • ¿Y si comienza el lunes por qué está tan afanada desde ya?

Estoy cogida de la noche. El ensayo más importante de todos los que hemos tenido es en media hora y tengo que pasar primero por donde la Luciérnaga.

  • No, mija. ¡En media hora no le da! –dice ella.

El taxista deja a mamá en casa. Yo le pido al hombre que me espere, subo por el cable que me ha pedido el sonidista, bajo y seguimos hasta donde la Luciérnaga, quien me saluda bostezando con un vaso de jugo en la mano y me invita a pasar. Yo le digo que solo vine por la cámara. Él espabila.

  • Ah, verdad… La cámara… –dice, pero no se mueve– ¿Y quién va a ser el que va a manejar esa cámara?
  • Pues yo. ¿No te dije desde hace días?
  • Ah… Es que yo no sé si prestar esa cámara para que otro la maneje…

Yo me enfurezco por su inconsecuencia.

  • Bueno, bueno –dice la Luciérnaga–. Yo se la presto, pero más bien la manejo yo. Ya voy por ella.

Estoy que echo chispas. Es absurdo que la gente prometa cosas que después no cumple. Además, si la Luciérnaga quiere ser el camarógrafo de la película, no se ha dado cuenta de que así tendría que pasar en vela todas las noches de la semana entrante. De todos modos, la situación no da para hablar de ello todavía, y por el momento no le digo nada. Llegamos a la unidad un cuarto de hora tarde, pero los actores no han llegado aún, como es natural, ni tampoco veo por ninguna parte al taxi que vamos a alquilar. El único que está es el sonidista, sentado en las escaleras del Museo con un gesto gruñón.

  • Yo aquí esperando como una güeva –me dice.

Un celador de la unidad pasa corriendo a nuestro lado con su escopeta en alto. Yo debo moverme un poco para que no me atropelle.

  • Aquí traje el cable –digo–. Probémoslo para ahorrar tiempo mientras los otros llegan.

Desde la tienda que hay junto al museo se me acerca un hombre gordo de camisa abierta, con el pelo canoso y lacio. Me pregunta si yo soy la directora de la película, me dice que es el dueño del taxi y que su empleado ya viene con el carro. Mi celular suena. Es el policía. Me dice que él y su patrulla están a dos cuadras resolviendo un caso que se presentó en la unidad y tuvieron que atender, pero que esperan no demorarse o por lo menos venir tan pronto arreglen la situación. A lo lejos se ven los actores, que vienen a paso lento. El sonidista se me acerca.

  • ¿Y el convertidor? –dice.
  • ¿Cuál convertidor? –digo.
  • Sin convertidor el cable no sirve para nada.
  • Señorita, ya llegó mi empleado –me dice el gordo.
  • Vos no me hablaste de ningún convertidor –digo al sonidista.
  • Yo sé cómo hacer un empalme, pero necesito una navaja –dice la Luciérnaga.
  • Hola –dicen los actores.
  • Esto va a ser una demora –dice el sonidista sacando una navaja de su bolsillo.
  • Fresco, que yo voy a ver el partido con unos amigos y aquí no nos podemos demorar –dice la Luciérnaga.
  • Trajimos los mentirosos –dicen los actores.

Yo les pido que me los muestren. Uno está muy bien, el otro parece un revólver de muñequito.

  • ¿Hasta qué horas va a necesitar el taxi, señorita? –me dice el gordo.

Le digo que no creo que más de dos horas.

  • ¿Entonces mi revólver no sirve? –me dice uno de los actores.
  • Listo, podemos empezar –me dice la Luciérnaga.
  • Para el ensayo este mentiroso está bien, pero hay que conseguir otro para la grabación, un revólver de verdad, si es el caso –digo, y luego añado con voz animosa–: ¡Bueno, vamos pues!

Dos actores entran al taxi y los que van a hacer de atracadores se quedan afuera. Luego se sube la Luciérnaga, que lleva el micrófono del sonidista complicadamente adosado a la cámara. Meto mi cabeza por una ventanilla y les doy a los actores unas cuantas indicaciones con temple y claridad. Quiero que hablen con frescura pero sin bajar la guardia, que piensen que todo esto es un robo, y no una película. Que sientan su papel. Le digo a la Luciérnaga que quiero que enfoque el rostro de los actores y vaya de uno a otro con todo el agite de la situación.

  • ¿Entendido? –pregunto.
  • Entendido –dicen en coro.
  • Listo, ¡grabando!

El bombillo rojo de la cámara se enciende. Retrocedo dos pasos. Miro a lado y lado.

  • ¡Acción! –grito.

Como respondiendo a mi voz, unos disparos interrumpen la toma. Todos quedamos paralizados. Un hombre vestido de negro se acerca corriendo con un revólver en la mano desde el fondo de la calle y pasa a toda velocidad al lado de nosotros. Algo silba en mi oreja, suenan dos tiros más, yo me tiro al suelo y a unos cuantos metros el hombre trastabilla, intenta reponerse, da dos pasos inseguros y se agacha. Dos policías llegan trotando hasta donde él. A lo lejos suenan nuevos disparos. Todos miran lo que sucede con una tensión contenida, como si eso no estuviera pasando, pero también como si fuera lo único que pasara.

Uno de los policías alza al muchacho jalándolo de un brazo y lo hace gritar muy fuerte. En el suelo hay sangre. El otro policía saca un celular y marca. Entonces suena el mío. Me demoro en contestar, me sacudo el polvo, no caigo en cuenta de que me está llamando a mí. Me dice que hoy no podrán custodiarnos, que han tenido que enfrentarse a unos ladrones y deben trasladar a los que puedan capturar al puesto de inspección del barrio.

Yo cuelgo. Cuando los policías pasan al frente nuestro, veo bien al joven que llevan detenido. Es un adolescente de rasgos delicados y feroces. Está pálido, asustado, con el rostro atravesado por un gesto de angustia y de dolor. Mi corazón anda a mil. Decido interrumpir el ensayo y los demás acceden gustosamente, pero en toda la semana ya no podrá resarcirse esta noche y los actores me piden que aplace la grabación del cortometraje porque todavía no se sienten bien preparados. Yo quedo de llamarlos para ver cómo resolvemos, nos despedimos y me devuelvo a casa pensando mil cosas.

Todo se ha venido al traste. Si hay que aplazar la película, tengo que cambiar muchos arreglos que ya había convenido para la alimentación y el transporte de los que me colaboran, y eso significa casi un mes de nuevas conversaciones, de nuevos trámites, porque también hay que cuadrar una fecha en la que todos coincidan, sin contar con los imprevistos, que suelen ser innumerables. No creo que yo tenga ánimos para eso, además de que en mi memoria no solo se repiten los gestos de desidia del sonidista y me fastidia tener que seguir rogándole a él, que de todos modos es el único sonidista que me trabajaría gratis, sino que resuenan en mi mente los disparos que acabamos de oír y brilla la sangre del muchacho al que hemos visto detener. Estoy harta de tanto caos, y me parece cruel hacer una película sobre un atraco, cuando es en verdad algo tan brutal, tan horrible. Ya no quiero hacer este corto, no quiero saber nada de él, y me gustaría que ni siquiera tuviera que llamar a la gente para cancelarlo.

Entro a casa y encuentro a mamá frente al televisor, viendo una telenovela. El gato está acurrucado debajo del sofá. En la mesa del comedor hay un plato tapado con otro. Mamá me pregunta cómo me fue. Yo levanto el plato que cubre mi comida. Son lentejas, aún humeantes.

  • Ay, mamá –digo–. Para qué le cuento.

Cine colombiano en Mowies

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Oswaldo Osorio

Ante el cuello botella de la exhibición en la cartelera, las plataformas virtuales se convierten en una alternativa, no solo para bridar una mayor oferta a los espectadores, sino también para ofrecer un espacio donde los creadores puedan capitalizar sus contenidos. Mowies.com es una plataforma que les permite a los productores monetizar las películas con cada visualizada y hasta el mismo espectador puede ganar si comparte sus contenidos. Aquí van cuatro películas colombianas que, entre muchas otras, se pueden ver en este sitio.

Los días de la ballena, de Catalina Arroyave

La ciudad de Medellín casi siempre ha sido contada desde la marginalidad y la violencia. Pero ya hay varias películas, como Apocalípsur, Lo azul del cielo, Matar a Jesús y ahora esta ópera prima de Catalina Arroyave, que proponen contarla desde otro punto de vista o cruzan las diferentes ciudades que hay representadas en sus personajes y sectores. De ese cruce surge el conflicto central de una historia que definitivamente tiene su propio tono, y que hace un colorido retrato de la ciudad, en el que están presentes tanto el amor y la ilusión como la desazón y la violencia.

Homo botanicus, de Guillermo Quintero

Ante la mención de la categoría de Cine científico, es posible encontrar reticencias por lo áridos que puedan parecer sus contenidos y tratamiento. Y si bien esta película podría entrar en esa categoría, decir que es un filme científico sería encasillarlo y tal vez restarle posibilidades con el público por las mencionadas reticencias. Esta película es un documental, y punto, con todo lo que implica este tipo de discurso: esa fascinación por unos temas y sujetos (en este caso la botánica y dos botánicos) que sabe transmitir al espectador, su tratamiento creativo de una realidad y, a fin de cuentas, el relato de una historia contada con inteligencia y pasión.

Lola… drones, de Giovanny Patiño

En el centro de Medellín se encuentra Barrio Triste, un universo en sí mismo en el que conviven la marginalidad y la violencia con una comunidad que tiene unas dinámicas únicas en la ciudad. Este universo es muy bien conocido por su director y por eso sabe crear un relato lleno de fuerza y realismo, poblado de coloridos e insólitos personajes, quienes acompañan la historia de amor y supervivencia de una mujer en una narración llena de vertiginosidad y zozobra. Una película que puede resultar recargada en los elementos que la componen, pero tal vez por eso mismo, consigue un complejo y centelleante retrato de ese universo que, si en un Víctor Gaviria está definido por su poesía y mirada compasiva, con Papá Giovanny lo está por su cruda honestidad.

X500, de Juan Andrés Arango

Tres historias separadas en sus argumentos, contadas de forma alternada, pero que tienen en común a unos personajes, su condición y circunstancias. El director colombiano Juan Andrés Arango ubica estas historias en Ciudad de México, Buenaventura y Montreal, tres ciudades que no podían ser más diferentes entre sí, pero que terminan siendo universos similares para estos tres jóvenes que se enfrentan cada uno a sus respectivos contextos, arrojando como resultado un relato duro y reflexivo sobre la identidad, el sentido de pertenencia y la transición de la juventud a la adultez.

Cine colombiano en Retina Latina

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Oswaldo Osorio

El portal Retinalarina.org es una iniciativa del Ministerio de Cultura para brindar una alternativa de exhibición para el cine colombiano y latinoamericano, un cine que tiene pocas oportunidades y duración en salas en nuestra cartelera. En estos tiempos de cine en casa, aquí hay cuatro recomendados de la cinematografía nacional reciente:

Crónica del fin del mundo (Mauricio Cuervo, 2013)

Un filme con una historia sencilla, tremendamente contenida al referirse a las emociones y sentimientos y, aun así, llena de fuerza y sentido en las lúcidas ideas que expresa acerca de la vida, la cotidianidad y la relación entre las personas, eso sin dejar de vincularlo todo y comentar el contexto de la realidad nacional.  Es un cine hecho con pocos recursos, un cine posible, tanto en lo cinematográfico como en lo financiero y, de todas formas, consigue decir cosas importantes de manera inteligente.

Pariente (Iván Gaona, 2016)

Una película definida por un doble conflicto, de un lado, uno íntimo, una historia de desamor, y del otro, un conflicto de contexto, la velada presencia de la violencia y de los paramilitares en pleno proceso de desmovilización de estos. Pero a esta ópera prima le interesa antes construir poco a poco el color local y la red de relaciones entre los personajes, con unos matices que solo da una narrativa que le podría parecer dispersa a quienes se aferran a las convenciones de la narrativa clásica. Se trata de las pocas películas que cuestiona con fuerza y habla abiertamente sobre el paramilitarismo, y aun así, no solo es una historia sobre el conflicto en el país, es también un lamento al desamor y un potente fresco sobre una región.

La tierra y la sombra (César Acevedo, 2015)

Otra película con un evidente contrapunto entre un conflicto íntimo y otro de contexto. Un viejo regresa a su casa, donde encuentra que su familia se está desmoronando, al tiempo que los grandes sembrados de caña se comen el paisaje y ya no queda nada de lo que era antes. Es un relato con un particular distanciamiento, tanto el que pueda tener el espectador hacia los personajes como entre ellos mismos. Ese distanciamiento y esa suerte de frialdad le da un tono pesaroso y de pérdida que funciona muy bien con los dos conflictos que desarrolla este filme, tanto el emocional adentro de la casa como el social afuera en los sembrados de caña.

Eso que llaman amor (Carlos César Arbeláez, 2016)

Ya la forma como está concebido el título de esta película da indicios de que el amor será un objeto elusivo, más una búsqueda que una certeza, o incluso una serie de asuntos que, si bien pertenecen a él, no son necesariamente sus virtudes más deseadas. Con esta desalentadora premisa se echan a andar tres historias que arrastran el peso emocional de unos sentimientos y estados de ánimo marcados más por las carencias y el infortunio. Esas historias, que son contadas de forma alternada, se desarrollan con coherencia y solidez, avanzando a un ritmo y con unos turnos que permiten engancharse con los tres relatos, así como ir construyendo esa idea que los conecta y que termina por darle sentido a la película como una sola obra.

 

Cine internacional de estreno en Netflix

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Oswaldo Osorio

En estos tiempos de cuarentena muchos se han volcado a Netflix, una plataforma con una profusa oferta de títulos, pero en su gran mayoría alineados con los esquemas de la televisión y el cine de consumo. La oferta para la cinefilia más exigente suele ser escasa y poco visible. Aquí hay cuatro opciones para ese público.

Largo viaje hacia la noche (Be Gan, China, 2018)

Un poema visual nocturno, originalmente creado para verse en 3D y explorar todas las posibilidades expresivas y estéticas de este formato. Un hombre regresa a su ciudad natal a buscar a la mujer que ama, lo cual solo es una excusa para sumergirse en la noche, sus personajes, colores y atmósferas. Un periplo tan caprichoso como los sueños, la memoria o la percepción del tiempo, por lo cual no se puede juzgar bajo los parámetros de la narrativa clásica. Una experiencia cinematográfica de gran belleza estética y sugerente en la abstracción de los sentimientos.

Atlantique (Mati Diop, Senegal, 2019)

El cine africano suele tener otras lógicas, aunque sus historias se planteen sobre una narrativa convencional. Este es el sombrío relato acerca de una historia de amor imposible y la falta de oportunidades de los jóvenes que ven en la migración a Europa la mejor de la peor de las salidas. Pero este par de conflictos, que en principio parecen un poco obvios y recurrentes, recobran otra dimensión cuando un elemento sobrenatural altera la trama. A partir de allí, extrañas y melancólicas imágenes y situaciones empiezan a conducir la historia hacía un destino trágico con reverencias hacia el romanticismo.

El sol que abrasa (Chung Mong-hong, Taiwan, 2019)

Un relato de largo aliento sobre los efectos que en una familia tiene un crimen cometido por uno de los hijos y su posterior reclusión. Una historia que dura algunos años y tiene varios y disímiles registros: drama generacional, romance, melodrama familiar, violencia carcelaria, thriller gangsteril, en fin, tantos tonos y giros que pueden verse como su mayor virtud o su peor defecto, dependiendo del espectador. Porque es una película que visita extremos, desde la sutil poesía de ciertas imágenes y diálogos, hasta algunos momentos sensibleros sazonados con música cursi. Pero en todo caso, resulta ser una inesperada y diferente experiencia.

Ultras (Francesco Lettieri, Italia, 2020)

La enérgica y trágica historia sobre una barra brava del Napoli de Italia. Los Ultras tienen una historia de más de treinta años, pero se encuentran en un conflictivo momento, cuando una nueva generación –incluso más violenta– quiere tomar sus propias decisiones y relevar a los fundadores. Paralelamente, el relato corre impulsado por otro conflicto, esta vez individual, el de un veterano que se debate entre su pasión por la barra y la vida normal de un hombre que quiere vivir la cotidianidad y enamorarse. No es una película sobre el fútbol (del que no se ve una sola imagen), sino sobre una cofradía de hombres definidos por un pueril credo de pertenencia y violencia. Una historia reveladora y visceral contada con el ímpetu de un cántico de tribuna.

Video clips recomendados de 2019

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Oswaldo Osorio

  1. Thom Yorke – Last I Heard (…He Was Circling The Drain)

Cualquier plano de este video puede ser un bello y sugestivo dibujo al carboncillo. Se trata de una ciudad creada a partir de imágenes reconocibles que conviven con otras tantas enigmáticas y anómalas. La penumbra se impone en una gran urbe donde, a pesar de la multitud que la habita,  el anonimato se refleja en esos cuerpos sin rostro. Extrañas cofradías se reúnen al borde de los techos de los rascacielos y muchedumbres como enjambres se mueven por erráticas motivaciones, como si estuvieran “dando círculos en el drenaje”. El más normal es el que es diferente, el astronauta, pero pronto ese mundo gris se confabula contra él.

  1. Rammstein – Deutschland

En recorrido por algunos periodos y momentos de la historia de Alemania con los valores de producción de los filmes épicos. Cada retablo histórico está construido a partir de tres elementos sobresalientes: la violencia explícita y estetizada, los miembros de la banda como protagonistas y una esbelta mujer negra en el rol de Germania, cargada de simbolismos y alusiones ideológicas a esa historia. Es un video grandilocuente y trasgresor, fiel al espíritu de la agrupación, una película corta de largo alcance en sus descripciones y comentarios sobre el pasado de un país que igual quieren arropar con amor y sentido crítico.

  1. Hot Chip – Hungry Child

Es difícil encontrar novedad en un video. Y la novedad en este video clip narrativo es que la canción de Hot Chip hace parte de la historia que cuenta, o mejor, es su leitmotiv. Incluso, más que un cortometraje en función de la canción, como ocurre con mucha frecuencia, es una canción en función de un cortometraje. El video clip le otorga a la música un carácter diegético, con lo que trastorna la vida de la pareja protagónica. Es un relato de confusión, humor negro y, finalmente, desamor. Una pieza ingeniosa y divertida.

  1. Joywave – Obsession

También es difícil encontrar un video clip con una propuesta inédita, y hacer un video a partir del concepto de los créditos iniciales de películas realmente lo es. En esta propuesta se conjugan dos elementos: de un lado, están los créditos mismos, con todas sus posibilidades en cuanto a fuente, color, tamaño y diseño, además de las distintas tendencias de acuerdo con el tipo de película, género y época del cine; de otro lado, están las puestas en escena de las que parte cada propuesta de créditos, las cuales también apelan a diferentes tipos de cinematografías y realizadas con convincentes valores de producción. Es casi un viaje por la historia del cine a partir de un elemento tan particular y que generalmente pasa inadvertido para el grueso del público.

  1. Someday – Weval

Un dispendioso y preciso ejercicio de montaje que se sostiene principalmente del concepto de caleidoscopio como recurso visual y cinemático. Puede que no sea nada nuevo, pero es tal el virtuosismo que logra creando un hipnótico dinamismo con imágenes fijas, que la artesanía se impone a lo recurrente del recurso. El video hace de la arquitectura su masa moldeable, ya desde la más moderna hasta la más representativa de tiempos idos, y trabaja tanto con el gran volumen como con los finos detalles, sin dejar por fuera los trazos de la naturaleza y el paisaje creado por la civilización.

  1. Beardyman – 6am (Ready to Write) ft. Joe Rogan

Luego de una noche de exceso de cocaína, una nariz sale a buscar más. Esta es una sinopsis delirante y divertida, que tal vez solo en el contexto de un video clip se podría desarrollar con toda naturalidad. Una original forma de ilustrar el delirium tremens por el taquicárdico polvo blanco. Un extravagante relato que sabe conjugar el humor negro, lo grotesco y los efectos especiales. Incluso el final termina resuelto con ingenio y comicidad, bueno, para el espectador, no para el trasnochado en cuestión.

  1. James Blake – Can’t Believe the Way We Flow

Un tremendo ejercicio de montaje que conduce un relato rebosante de cotidianidad, coloridas imágenes y relaciones interpersonales. Incluso muchas de esas imágenes tienen un acabado de espontaneidad y baja definición que refuerzan el tono documental y de vida cotidiana, el día a día de las personas en su entorno y su contacto con otras personas con las múltiples posibilidades de situaciones, temas y emociones. Sobresale la secuencia del beso, el cual es recreado con muchas parejas y, por tanto, unifica la acción y a todas esas personas en su sentimiento. Las metáforas y simbolismos pululan en muchas de las tantas imágenes y pequeños relatos, casi todo en función del amor, los afectos, las urgencias, los deseos, los miedos y la vida en sociedad.

  1. Ed Sheeran – Cross Me (feat. Chance The Rapper & PnB Rock)

Con tantos video clips creados a partir de bailarines y coreografías son más los lugares comunes que se encuentran que las propuestas innovadoras. Aquí esa novedad corre por cuenta del aprovechamiento de la tecnología, en este caso efectos visuales que se desprenden de los movimientos de la bailarina y crean todo un universo de posibilidades estéticas, formales y cinéticas. El colorido, el plástico dinamismo y el cambio constante definen este número de baile donde bailarina y cantante por momentos terminan confundiéndose.

  1. Empires – elbow

Aunque la letra de la canción no necesariamente sea explícita con ello, el video clip evidentemente hace referencia a un futuro apocalíptico de la civilización. Petróleo en el mar, montañas de basura, crisis humanitarias y deforestación parecen tener inevitables repercusiones en las grandes ciudades, donde el ser humano  asienta su imperio. Pero lo mejor del video es la manera como visualiza esta hecatombe, lo cual hace por medio de una destrucción de las  ciudades y sus edificaciones por vía de la decontrucción y una suerte de derretimiento por medio del glitch, dos acciones que definen su atractiva estética, porque en la destrucción también puede haber belleza.

10. Carnage – Holy Moly Feat. Terror Bass

Un video narrativo que apela al atractivo del contraste de sus partes, esto es, una escuela de sicarias en un convento y regentada por su Madre superiora. Recuerda a Ms. 45, de Abel Ferrara, y las películas de artes marciales donde se muestra el proceso de entrenamiento, empezando por Kill Bill. Una historia de venganza, por supuesto, muy recurrente en el cine, pero que para la síntesis que logra este video clip y con el imperioso ritmo de la música de Carnage logra una pieza con fuerza narrativa y estimulante visualmente.

BONUS

Anna Meredith – Paramour

Barns Courtney – You And I

James Massiah – Natural Born Killers (Ride for Me)

The Claypool Lennon Delirium – Blood And Rockets: Movement I, Saga Of Jack Parsons – Mo…

Anderson .Paak ft. Kendrick Lamar – Tints