Ya no estoy aquí, de Fernando Frías

Terkos Kolombianos

Oswaldo Osorio

terkos

La cumbia, en las últimas décadas, pasó de ser un ritmo folclórico colombiano a un movimiento cultural en algunas zonas populares y marginales de muchas ciudades latinoamericanas, desde México hasta Argentina. En la base de esta película, que se acaba de estrenar en Netflix, está el espíritu de dicho movimiento, con todo lo que ello implica en términos musicales, sociales, de identidad y como fenómeno urbano.

Ulises vive en Monterrey y es el joven líder de una de las pandillas, los Terkos, que componen este movimiento contracultural que en Monterrey llamaron Kolombia. Pero los Terkos no son los Warriors de Walter Hill (1979), aquella icónica película de violentas pandillas en Nueva York, son más bien una cofradía de amigos y amigas de barrio a quienes los une el gusto por la cumbia y cifran su identidad en su baile, indumentaria y cortes de cabello.

Este Ulises mexicano protagoniza su odisea personal en esta historia por cuenta de esas otras pandillas que sí son violentas, aquellas que están instaladas en los barrios marginales de casi toda América Latina imponiendo su ley, definiendo límites y traficando con droga. Por eso, lo que empieza siendo un pintoresco relato sobre una tribu urbana, termina siéndolo sobre el exilio.

Ya estando en Nueva York, puede malvivir y sobrevivir aferrado a esa identidad de kolombiano, definida por su pasión por una música apropiada del Caribe colombiano, con su tempo modificado y hasta mezclada (o confundida) con vallenato; también por un baile que se antoja como una armónica combinación entre cumbia y ritos amerindios alrededor del fuego; y una apariencia que parece heredar la indumentaria estrafalaria del pachuco y los tocados de plumas aztecas.

La precariedad, la soledad y las incesantes dificultades definen a este héroe cuambiambero, quien al regreso a su Ítaca, no tiene la suerte del héroe de Homero y ni reino encuentra siquiera. La épica heroica griega es aquí transformada por la dramática descomposición social que está viviendo México en los últimos años, donde los individuos son insignificantes, víctimas sin justicia o soldados de usar y tirar para las mafias.

Sin exhibir un especial virtuosismo narrativo o visual, esta película plantea claramente su estructura en tres actos que bien se podrían llamar: los Terkos, el exilio y el regreso. Es un arco dramático bien definido y elocuente en relación con asuntos como la violencia, la marginalidad, los inmigrantes en Estados Unidos y, sobre todo, ese estado de indefensión de los jóvenes de las barriadas que echan mano de cualquier cosa que los ayude a definirse y a encontrar iguales que los libre del desamparo social y familiar.

Publicado el 8 de junio de 2020 en el periódico El Colombiano de Medellín.

Ema, de Pablo Larraín

O la danza del fuego

Oswaldo Osorio

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Imposible hacer la cuenta de todas las películas que empiezan con la pérdida de un hijo, el subsecuente drama del duelo y el inevitable deterioro del matrimonio en cuestión. Pero que esa pérdida haya sido por decisión de los padres, es una vuelta de tuerca cargada de implicaciones que transforman sustancialmente un conflicto tan recurrente. Con este material Larraín logra una historia inesperada y sinuosa en sus pretensiones y soluciones, razón por la cual sus resultados son ambiguos e irregulares.

En estos tiempos sin salas de cine, se estrenó en la plataforma Mubi (que tiene una buena oferta para la cinefilia más exigente) la última película de quien es, sin duda, el director más importante de la última década en Chile. El autor de Tony Manero, Post morten, No, El club y Neruda esta vez, a diferencia de todos estos títulos, cuenta una historia más intimista y distanciada del contexto chileno: Ema y su esposo devuelven el niño que habían adoptado, esto luego de un trágico accidente en el que este le quemó la cara a su tía.

La diferencia entre perder un hijo y devolverlo es que la tristeza se cambia por un odio latente entre esa pareja que todavía parece que se ama. Entonces los ires y venires emocionales y afectivos de este matrimonio marcan el fluctuante tono de un relato que pasa del drama conyugal y la búsqueda del amor en otras personas al gesto rebelde y liberador de una joven que parece conducirse por otros valores morales y sociales.

Y en este sentido, entra en juego la cuestión de la empatía con la protagonista, ese proceso de identificación con esta al que cualquier espectador se ve impelido en todo relato. Larraín y sus coguionistas parecen ponerse de parte de ella, pero la relatividad moral suya puede hacer dudar al espectador sobre esa identificación. Entregó a su hijo, pero luego se obsesiona por recuperarlo; ama a su esposo, pero luego practica el amor libre; es una cálida profesora de danza para niños, pero luego sale en actitud anárquica a prenderle fuego a Valparaíso.

Por esta razón, no queda muy claro qué es lo que quiere decir la película, porque puede leerse como una crítica a la volubilidad y desorientación de la juventud actual, o también como una colorida y danzarina oda al espíritu trasgresor y libertario de esta generación. O tal vez se trata de las contradicciones sociales y morales de nuestro tiempo, las cuales se pueden ilustrar con los argumentos a favor y en contra que sobre el reguetón se platean en una de las escenas.

El final de esta historia es definitivo para decantarse por alguna de estas posibilidades (o para embrollarse más). Un final que, sin tener que revelarlo, también ofrece diferentes opciones, pues puede resultar tan insólito como rebuscado, o también puede verse como una fábula proclive a promover otras concepciones del amor y la familia. Lo cierto es que por esta película no se pasa impune, porque de alguna manera, para bien o para mal, afecta, repele, atrae, disgusta, cuestiona, aclara o confunde.

 

 

Cine argentino en play.cine.ar

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Oswaldo Osorio

La de Argentina es una de las cinematografías más importantes de Latinoamérica, no solo por los más de ciento cincuenta largometrajes producidos anualmente, sino por su calidad y proyección internacional. En la plataforma www.play.cine.ar hay centenares de títulos de acceso libre que recorren la historia del cine de este país en sus distintos géneros y formatos. Estos son solo cuatro recomendados de tan profusa y desconocida oferta.

Las Acacias (Pablo Giorgelli, 2010)

Ganadora de la Cámara de Oro en Cannes, esta multi premiada obra resulta tan sencilla en su planteamiento como llena de sutiles connotaciones emocionales en su desarrollo. Se trata de una película de carretera donde un camionero, además de su carga, lleva como pasajeras a una mujer y su hija. Como en todas las películas de carretera, los personajes que inician el viaje no son los mismos que lo terminan, están transformados y con una relación diferente entre ellos, unos procesos que este relato propone de forma inteligente y llena de sensibilidad, con gran economía de recursos visuales, pero con virtuosismo en aspectos como los diálogos y las interpretaciones.

La antena (Esteban Sapir, 2007)

La ciencia ficción es un género escaso en el cine latinoamericano. Y en este filme, además, su relato está planteado con la lógica del cine silente en relación directa con su argumento, el cual presenta a los habitantes de una ciudad a quienes un poderoso hombre les ha robado la voz. Aunque esta trama está un poco esquematizada hacia la confrontación entre el bien y el mal, de fondo sugiere una reflexión acerca del mal uso que se le ha dado a los medios de comunicación, especialmente a la televisión. Pero lo más llamativo de esta película está por vía de su propuesta visual, la cual hace un uso ingenioso de los diferentes recursos y estéticas del cine silente.

Sol de otoño (Eduardo Mignogna, 1996)

Protagonizada por dos históricos actores del cine argentino, Norma Aleandro y Federico Luppi, esta película cuenta la historia de una mujer madura que contrata a un hombre para hacerse pasar por su novio ante la visita de su hermano que vive en el exterior. Se trata de un relato intimista y sosegado que se sostiene en las interpretaciones de estos dos grandes actores y en unos certeros diálogos que consiguen presentar con lucidez un punto de vista de la vida desde la edad que tiene la pareja. También es una historia sobre la reinvención del amor por parte de unos seres solitarios y descreídos que ya miran más para atrás que para adelante.

Un hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986)

Inspirada en La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, esta película introduce al espectador en un hospital siquiátrico y en la relación entre un médico y un paciente que dice venir de otro planeta para estudiar la estupidez humana. Es un filme reflexivo y crítico con el pasado reciente de Argentina y con la manera como funciona la sociedad, en toda su alienación y deshumanización. Su relato recorre distintos tonos, puede ser divertido y sombrío, y también trascendental e irónico, todo en función de convencernos de que las palabras del loco son más correctas que las de los cuerdos.

Un cuento de cine

El corto

Santiago Andrés Gómez

 

Para Adri, mi vida

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La empleada del aseo en el banco me ha mirado por la puerta de cristal tres veces desde que estoy aquí, en la acera del frente, esperando a que salga mi mamá. Mira el guacal donde llevo el gato, me mira a mí y vuelve a entrar. Debe creer que llevo una bomba, un arma o algo así. Pero yo no puedo hacer nada para evitar esta apariencia. El gato está enfermo y mamá y yo venimos de la tercera sesión de un tratamiento que se le está haciendo al animalito donde un veterinario. Antes de volver a casa teníamos que pasar por el banco y yo sabía que a mí no me dejarían entrar con la mascota, de modo que me puse a esperar afuera. Lo que piense la gente es algo que no puedo controlar.

Yo ya tengo suficientes problemas, aunque casi todo está bajo control. Nada más me falta por llamar al sonidista para confirmar el ensayo de esta tarde. En verdad, espero que la llamada no sea necesaria, que él ya lo tenga en cuenta y haya separado el ensayo en su agenda, pero no sobra marcarle. Ya le he recordado nuestra cita a los actores, muy aplicados pero un poco impuntuales, he quedado con la Luciérnaga de ir a su casa por la cámara que me va a prestar y, desde anoche, el taxista al que vamos a alquilar el carro, y que sin embargo no conozco, me dijo por teléfono que no había problema, que a las siete estaría en el parquecito de la unidad.

Es un lío comprometer a la gente sin que haya plata de por medio, y dirigir sin que alguien más le ayude a uno en la producción, pero eso es a lo que hay que medirse cuando apenas se está empezando. El sonidista me dice que no recordaba que hoy ensayábamos. Me pregunta si tiene que ser precisamente hoy, porque a la hora del ensayo quiere ver por televisión un partido de fútbol. Yo le digo que desde hace una semana habíamos acordado esta cita para probar el audio con los actores, y que no puede faltar porque aún no hemos hecho esa prueba y la grabación comienza el próximo lunes. Él se queda callado.

Un celador del banco se asoma a la puerta y se queda mirándome. Yo le pregunto al sonidista si entonces va a ir o no y él, como a regañadientes, me dice que bueno, que allá va a estar, pero que espera que no nos demoremos mucho. Me pregunta si conseguí el cable que me había exigido para la grabación, pues desde luego es fundamental para ensayar. Le digo que sí, que solo tengo que pasar por mi casa para recogerlo.

El celador no me quita los ojos de encima.

Ahora no queda sino confiar en que mamá salga rápido para acompañarla a llevar el gato a casa, ir hasta donde la Luciérnaga, recibir la cámara y salir para la unidad, pero mamá se está demorando mucho. Yo siento una presión en el pecho. En tres cuartos de hora tengo que estar en el parque.

El celador acaricia su revólver. Yo subo el paño con el que cubro el guacal y llamo al gato con mimos y gestos de mi mano para que se asome. El celador se da cuenta de que solo estoy cargando a mi mascota, alza su cabeza, retrocede y vuelve a entrar al banco.

Cuando mamá sale, suena mi celular. Es un agente de la policía preguntándome si yo soy la encargada de una película que se va a grabar esta noche. Mamá llega hasta donde mí y se pone a hablarme, pero yo alzo una mano interrumpiéndola y me alejo. El agente me dice que la patrulla que solicité al comando para que nos cuidara ya está lista, y que solo quería verificar si la grabación sí se va a hacer. Yo le digo que claro, pero que solo es un ensayo, que lo más duro es la próxima semana. Nos despedimos, cuelgo y le pongo la mano a un taxi que sigue derecho, sin dignarse a recogernos. Mamá se me acerca.

  • ¿Usted por qué es tan altanera? –me dice– Esa película la tiene como un tití, no se le puede ni hablar.
  • Mamá, estaba hablando con la policía.

Un taxi se detiene al fin. Mamá y yo nos subimos.

  • La próxima semana yo no voy a poder acompañarla a donde el veterinario –le digo–. El rodaje comienza el lunes.
  • ¿Y si comienza el lunes por qué está tan afanada desde ya?

Estoy cogida de la noche. El ensayo más importante de todos los que hemos tenido es en media hora y tengo que pasar primero por donde la Luciérnaga.

  • No, mija. ¡En media hora no le da! –dice ella.

El taxista deja a mamá en casa. Yo le pido al hombre que me espere, subo por el cable que me ha pedido el sonidista, bajo y seguimos hasta donde la Luciérnaga, quien me saluda bostezando con un vaso de jugo en la mano y me invita a pasar. Yo le digo que solo vine por la cámara. Él espabila.

  • Ah, verdad… La cámara… –dice, pero no se mueve– ¿Y quién va a ser el que va a manejar esa cámara?
  • Pues yo. ¿No te dije desde hace días?
  • Ah… Es que yo no sé si prestar esa cámara para que otro la maneje…

Yo me enfurezco por su inconsecuencia.

  • Bueno, bueno –dice la Luciérnaga–. Yo se la presto, pero más bien la manejo yo. Ya voy por ella.

Estoy que echo chispas. Es absurdo que la gente prometa cosas que después no cumple. Además, si la Luciérnaga quiere ser el camarógrafo de la película, no se ha dado cuenta de que así tendría que pasar en vela todas las noches de la semana entrante. De todos modos, la situación no da para hablar de ello todavía, y por el momento no le digo nada. Llegamos a la unidad un cuarto de hora tarde, pero los actores no han llegado aún, como es natural, ni tampoco veo por ninguna parte al taxi que vamos a alquilar. El único que está es el sonidista, sentado en las escaleras del Museo con un gesto gruñón.

  • Yo aquí esperando como una güeva –me dice.

Un celador de la unidad pasa corriendo a nuestro lado con su escopeta en alto. Yo debo moverme un poco para que no me atropelle.

  • Aquí traje el cable –digo–. Probémoslo para ahorrar tiempo mientras los otros llegan.

Desde la tienda que hay junto al museo se me acerca un hombre gordo de camisa abierta, con el pelo canoso y lacio. Me pregunta si yo soy la directora de la película, me dice que es el dueño del taxi y que su empleado ya viene con el carro. Mi celular suena. Es el policía. Me dice que él y su patrulla están a dos cuadras resolviendo un caso que se presentó en la unidad y tuvieron que atender, pero que esperan no demorarse o por lo menos venir tan pronto arreglen la situación. A lo lejos se ven los actores, que vienen a paso lento. El sonidista se me acerca.

  • ¿Y el convertidor? –dice.
  • ¿Cuál convertidor? –digo.
  • Sin convertidor el cable no sirve para nada.
  • Señorita, ya llegó mi empleado –me dice el gordo.
  • Vos no me hablaste de ningún convertidor –digo al sonidista.
  • Yo sé cómo hacer un empalme, pero necesito una navaja –dice la Luciérnaga.
  • Hola –dicen los actores.
  • Esto va a ser una demora –dice el sonidista sacando una navaja de su bolsillo.
  • Fresco, que yo voy a ver el partido con unos amigos y aquí no nos podemos demorar –dice la Luciérnaga.
  • Trajimos los mentirosos –dicen los actores.

Yo les pido que me los muestren. Uno está muy bien, el otro parece un revólver de muñequito.

  • ¿Hasta qué horas va a necesitar el taxi, señorita? –me dice el gordo.

Le digo que no creo que más de dos horas.

  • ¿Entonces mi revólver no sirve? –me dice uno de los actores.
  • Listo, podemos empezar –me dice la Luciérnaga.
  • Para el ensayo este mentiroso está bien, pero hay que conseguir otro para la grabación, un revólver de verdad, si es el caso –digo, y luego añado con voz animosa–: ¡Bueno, vamos pues!

Dos actores entran al taxi y los que van a hacer de atracadores se quedan afuera. Luego se sube la Luciérnaga, que lleva el micrófono del sonidista complicadamente adosado a la cámara. Meto mi cabeza por una ventanilla y les doy a los actores unas cuantas indicaciones con temple y claridad. Quiero que hablen con frescura pero sin bajar la guardia, que piensen que todo esto es un robo, y no una película. Que sientan su papel. Le digo a la Luciérnaga que quiero que enfoque el rostro de los actores y vaya de uno a otro con todo el agite de la situación.

  • ¿Entendido? –pregunto.
  • Entendido –dicen en coro.
  • Listo, ¡grabando!

El bombillo rojo de la cámara se enciende. Retrocedo dos pasos. Miro a lado y lado.

  • ¡Acción! –grito.

Como respondiendo a mi voz, unos disparos interrumpen la toma. Todos quedamos paralizados. Un hombre vestido de negro se acerca corriendo con un revólver en la mano desde el fondo de la calle y pasa a toda velocidad al lado de nosotros. Algo silba en mi oreja, suenan dos tiros más, yo me tiro al suelo y a unos cuantos metros el hombre trastabilla, intenta reponerse, da dos pasos inseguros y se agacha. Dos policías llegan trotando hasta donde él. A lo lejos suenan nuevos disparos. Todos miran lo que sucede con una tensión contenida, como si eso no estuviera pasando, pero también como si fuera lo único que pasara.

Uno de los policías alza al muchacho jalándolo de un brazo y lo hace gritar muy fuerte. En el suelo hay sangre. El otro policía saca un celular y marca. Entonces suena el mío. Me demoro en contestar, me sacudo el polvo, no caigo en cuenta de que me está llamando a mí. Me dice que hoy no podrán custodiarnos, que han tenido que enfrentarse a unos ladrones y deben trasladar a los que puedan capturar al puesto de inspección del barrio.

Yo cuelgo. Cuando los policías pasan al frente nuestro, veo bien al joven que llevan detenido. Es un adolescente de rasgos delicados y feroces. Está pálido, asustado, con el rostro atravesado por un gesto de angustia y de dolor. Mi corazón anda a mil. Decido interrumpir el ensayo y los demás acceden gustosamente, pero en toda la semana ya no podrá resarcirse esta noche y los actores me piden que aplace la grabación del cortometraje porque todavía no se sienten bien preparados. Yo quedo de llamarlos para ver cómo resolvemos, nos despedimos y me devuelvo a casa pensando mil cosas.

Todo se ha venido al traste. Si hay que aplazar la película, tengo que cambiar muchos arreglos que ya había convenido para la alimentación y el transporte de los que me colaboran, y eso significa casi un mes de nuevas conversaciones, de nuevos trámites, porque también hay que cuadrar una fecha en la que todos coincidan, sin contar con los imprevistos, que suelen ser innumerables. No creo que yo tenga ánimos para eso, además de que en mi memoria no solo se repiten los gestos de desidia del sonidista y me fastidia tener que seguir rogándole a él, que de todos modos es el único sonidista que me trabajaría gratis, sino que resuenan en mi mente los disparos que acabamos de oír y brilla la sangre del muchacho al que hemos visto detener. Estoy harta de tanto caos, y me parece cruel hacer una película sobre un atraco, cuando es en verdad algo tan brutal, tan horrible. Ya no quiero hacer este corto, no quiero saber nada de él, y me gustaría que ni siquiera tuviera que llamar a la gente para cancelarlo.

Entro a casa y encuentro a mamá frente al televisor, viendo una telenovela. El gato está acurrucado debajo del sofá. En la mesa del comedor hay un plato tapado con otro. Mamá me pregunta cómo me fue. Yo levanto el plato que cubre mi comida. Son lentejas, aún humeantes.

  • Ay, mamá –digo–. Para qué le cuento.

Cine colombiano en Mowies

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Oswaldo Osorio

Ante el cuello botella de la exhibición en la cartelera, las plataformas virtuales se convierten en una alternativa, no solo para bridar una mayor oferta a los espectadores, sino también para ofrecer un espacio donde los creadores puedan capitalizar sus contenidos. Mowies.com es una plataforma que les permite a los productores monetizar las películas con cada visualizada y hasta el mismo espectador puede ganar si comparte sus contenidos. Aquí van cuatro películas colombianas que, entre muchas otras, se pueden ver en este sitio.

Los días de la ballena, de Catalina Arroyave

La ciudad de Medellín casi siempre ha sido contada desde la marginalidad y la violencia. Pero ya hay varias películas, como Apocalípsur, Lo azul del cielo, Matar a Jesús y ahora esta ópera prima de Catalina Arroyave, que proponen contarla desde otro punto de vista o cruzan las diferentes ciudades que hay representadas en sus personajes y sectores. De ese cruce surge el conflicto central de una historia que definitivamente tiene su propio tono, y que hace un colorido retrato de la ciudad, en el que están presentes tanto el amor y la ilusión como la desazón y la violencia.

Homo botanicus, de Guillermo Quintero

Ante la mención de la categoría de Cine científico, es posible encontrar reticencias por lo áridos que puedan parecer sus contenidos y tratamiento. Y si bien esta película podría entrar en esa categoría, decir que es un filme científico sería encasillarlo y tal vez restarle posibilidades con el público por las mencionadas reticencias. Esta película es un documental, y punto, con todo lo que implica este tipo de discurso: esa fascinación por unos temas y sujetos (en este caso la botánica y dos botánicos) que sabe transmitir al espectador, su tratamiento creativo de una realidad y, a fin de cuentas, el relato de una historia contada con inteligencia y pasión.

Lola… drones, de Giovanny Patiño

En el centro de Medellín se encuentra Barrio Triste, un universo en sí mismo en el que conviven la marginalidad y la violencia con una comunidad que tiene unas dinámicas únicas en la ciudad. Este universo es muy bien conocido por su director y por eso sabe crear un relato lleno de fuerza y realismo, poblado de coloridos e insólitos personajes, quienes acompañan la historia de amor y supervivencia de una mujer en una narración llena de vertiginosidad y zozobra. Una película que puede resultar recargada en los elementos que la componen, pero tal vez por eso mismo, consigue un complejo y centelleante retrato de ese universo que, si en un Víctor Gaviria está definido por su poesía y mirada compasiva, con Papá Giovanny lo está por su cruda honestidad.

X500, de Juan Andrés Arango

Tres historias separadas en sus argumentos, contadas de forma alternada, pero que tienen en común a unos personajes, su condición y circunstancias. El director colombiano Juan Andrés Arango ubica estas historias en Ciudad de México, Buenaventura y Montreal, tres ciudades que no podían ser más diferentes entre sí, pero que terminan siendo universos similares para estos tres jóvenes que se enfrentan cada uno a sus respectivos contextos, arrojando como resultado un relato duro y reflexivo sobre la identidad, el sentido de pertenencia y la transición de la juventud a la adultez.

Cine colombiano en Retina Latina

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Oswaldo Osorio

El portal Retinalarina.org es una iniciativa del Ministerio de Cultura para brindar una alternativa de exhibición para el cine colombiano y latinoamericano, un cine que tiene pocas oportunidades y duración en salas en nuestra cartelera. En estos tiempos de cine en casa, aquí hay cuatro recomendados de la cinematografía nacional reciente:

Crónica del fin del mundo (Mauricio Cuervo, 2013)

Un filme con una historia sencilla, tremendamente contenida al referirse a las emociones y sentimientos y, aun así, llena de fuerza y sentido en las lúcidas ideas que expresa acerca de la vida, la cotidianidad y la relación entre las personas, eso sin dejar de vincularlo todo y comentar el contexto de la realidad nacional.  Es un cine hecho con pocos recursos, un cine posible, tanto en lo cinematográfico como en lo financiero y, de todas formas, consigue decir cosas importantes de manera inteligente.

Pariente (Iván Gaona, 2016)

Una película definida por un doble conflicto, de un lado, uno íntimo, una historia de desamor, y del otro, un conflicto de contexto, la velada presencia de la violencia y de los paramilitares en pleno proceso de desmovilización de estos. Pero a esta ópera prima le interesa antes construir poco a poco el color local y la red de relaciones entre los personajes, con unos matices que solo da una narrativa que le podría parecer dispersa a quienes se aferran a las convenciones de la narrativa clásica. Se trata de las pocas películas que cuestiona con fuerza y habla abiertamente sobre el paramilitarismo, y aun así, no solo es una historia sobre el conflicto en el país, es también un lamento al desamor y un potente fresco sobre una región.

La tierra y la sombra (César Acevedo, 2015)

Otra película con un evidente contrapunto entre un conflicto íntimo y otro de contexto. Un viejo regresa a su casa, donde encuentra que su familia se está desmoronando, al tiempo que los grandes sembrados de caña se comen el paisaje y ya no queda nada de lo que era antes. Es un relato con un particular distanciamiento, tanto el que pueda tener el espectador hacia los personajes como entre ellos mismos. Ese distanciamiento y esa suerte de frialdad le da un tono pesaroso y de pérdida que funciona muy bien con los dos conflictos que desarrolla este filme, tanto el emocional adentro de la casa como el social afuera en los sembrados de caña.

Eso que llaman amor (Carlos César Arbeláez, 2016)

Ya la forma como está concebido el título de esta película da indicios de que el amor será un objeto elusivo, más una búsqueda que una certeza, o incluso una serie de asuntos que, si bien pertenecen a él, no son necesariamente sus virtudes más deseadas. Con esta desalentadora premisa se echan a andar tres historias que arrastran el peso emocional de unos sentimientos y estados de ánimo marcados más por las carencias y el infortunio. Esas historias, que son contadas de forma alternada, se desarrollan con coherencia y solidez, avanzando a un ritmo y con unos turnos que permiten engancharse con los tres relatos, así como ir construyendo esa idea que los conecta y que termina por darle sentido a la película como una sola obra.

 

Cine internacional de estreno en Netflix

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Oswaldo Osorio

En estos tiempos de cuarentena muchos se han volcado a Netflix, una plataforma con una profusa oferta de títulos, pero en su gran mayoría alineados con los esquemas de la televisión y el cine de consumo. La oferta para la cinefilia más exigente suele ser escasa y poco visible. Aquí hay cuatro opciones para ese público.

Largo viaje hacia la noche (Be Gan, China, 2018)

Un poema visual nocturno, originalmente creado para verse en 3D y explorar todas las posibilidades expresivas y estéticas de este formato. Un hombre regresa a su ciudad natal a buscar a la mujer que ama, lo cual solo es una excusa para sumergirse en la noche, sus personajes, colores y atmósferas. Un periplo tan caprichoso como los sueños, la memoria o la percepción del tiempo, por lo cual no se puede juzgar bajo los parámetros de la narrativa clásica. Una experiencia cinematográfica de gran belleza estética y sugerente en la abstracción de los sentimientos.

Atlantique (Mati Diop, Senegal, 2019)

El cine africano suele tener otras lógicas, aunque sus historias se planteen sobre una narrativa convencional. Este es el sombrío relato acerca de una historia de amor imposible y la falta de oportunidades de los jóvenes que ven en la migración a Europa la mejor de la peor de las salidas. Pero este par de conflictos, que en principio parecen un poco obvios y recurrentes, recobran otra dimensión cuando un elemento sobrenatural altera la trama. A partir de allí, extrañas y melancólicas imágenes y situaciones empiezan a conducir la historia hacía un destino trágico con reverencias hacia el romanticismo.

El sol que abrasa (Chung Mong-hong, Taiwan, 2019)

Un relato de largo aliento sobre los efectos que en una familia tiene un crimen cometido por uno de los hijos y su posterior reclusión. Una historia que dura algunos años y tiene varios y disímiles registros: drama generacional, romance, melodrama familiar, violencia carcelaria, thriller gangsteril, en fin, tantos tonos y giros que pueden verse como su mayor virtud o su peor defecto, dependiendo del espectador. Porque es una película que visita extremos, desde la sutil poesía de ciertas imágenes y diálogos, hasta algunos momentos sensibleros sazonados con música cursi. Pero en todo caso, resulta ser una inesperada y diferente experiencia.

Ultras (Francesco Lettieri, Italia, 2020)

La enérgica y trágica historia sobre una barra brava del Napoli de Italia. Los Ultras tienen una historia de más de treinta años, pero se encuentran en un conflictivo momento, cuando una nueva generación –incluso más violenta– quiere tomar sus propias decisiones y relevar a los fundadores. Paralelamente, el relato corre impulsado por otro conflicto, esta vez individual, el de un veterano que se debate entre su pasión por la barra y la vida normal de un hombre que quiere vivir la cotidianidad y enamorarse. No es una película sobre el fútbol (del que no se ve una sola imagen), sino sobre una cofradía de hombres definidos por un pueril credo de pertenencia y violencia. Una historia reveladora y visceral contada con el ímpetu de un cántico de tribuna.

Video clips recomendados de 2019

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Oswaldo Osorio

  1. Thom Yorke – Last I Heard (…He Was Circling The Drain)

Cualquier plano de este video puede ser un bello y sugestivo dibujo al carboncillo. Se trata de una ciudad creada a partir de imágenes reconocibles que conviven con otras tantas enigmáticas y anómalas. La penumbra se impone en una gran urbe donde, a pesar de la multitud que la habita,  el anonimato se refleja en esos cuerpos sin rostro. Extrañas cofradías se reúnen al borde de los techos de los rascacielos y muchedumbres como enjambres se mueven por erráticas motivaciones, como si estuvieran “dando círculos en el drenaje”. El más normal es el que es diferente, el astronauta, pero pronto ese mundo gris se confabula contra él.

  1. Rammstein – Deutschland

En recorrido por algunos periodos y momentos de la historia de Alemania con los valores de producción de los filmes épicos. Cada retablo histórico está construido a partir de tres elementos sobresalientes: la violencia explícita y estetizada, los miembros de la banda como protagonistas y una esbelta mujer negra en el rol de Germania, cargada de simbolismos y alusiones ideológicas a esa historia. Es un video grandilocuente y trasgresor, fiel al espíritu de la agrupación, una película corta de largo alcance en sus descripciones y comentarios sobre el pasado de un país que igual quieren arropar con amor y sentido crítico.

  1. Hot Chip – Hungry Child

Es difícil encontrar novedad en un video. Y la novedad en este video clip narrativo es que la canción de Hot Chip hace parte de la historia que cuenta, o mejor, es su leitmotiv. Incluso, más que un cortometraje en función de la canción, como ocurre con mucha frecuencia, es una canción en función de un cortometraje. El video clip le otorga a la música un carácter diegético, con lo que trastorna la vida de la pareja protagónica. Es un relato de confusión, humor negro y, finalmente, desamor. Una pieza ingeniosa y divertida.

  1. Joywave – Obsession

También es difícil encontrar un video clip con una propuesta inédita, y hacer un video a partir del concepto de los créditos iniciales de películas realmente lo es. En esta propuesta se conjugan dos elementos: de un lado, están los créditos mismos, con todas sus posibilidades en cuanto a fuente, color, tamaño y diseño, además de las distintas tendencias de acuerdo con el tipo de película, género y época del cine; de otro lado, están las puestas en escena de las que parte cada propuesta de créditos, las cuales también apelan a diferentes tipos de cinematografías y realizadas con convincentes valores de producción. Es casi un viaje por la historia del cine a partir de un elemento tan particular y que generalmente pasa inadvertido para el grueso del público.

  1. Someday – Weval

Un dispendioso y preciso ejercicio de montaje que se sostiene principalmente del concepto de caleidoscopio como recurso visual y cinemático. Puede que no sea nada nuevo, pero es tal el virtuosismo que logra creando un hipnótico dinamismo con imágenes fijas, que la artesanía se impone a lo recurrente del recurso. El video hace de la arquitectura su masa moldeable, ya desde la más moderna hasta la más representativa de tiempos idos, y trabaja tanto con el gran volumen como con los finos detalles, sin dejar por fuera los trazos de la naturaleza y el paisaje creado por la civilización.

  1. Beardyman – 6am (Ready to Write) ft. Joe Rogan

Luego de una noche de exceso de cocaína, una nariz sale a buscar más. Esta es una sinopsis delirante y divertida, que tal vez solo en el contexto de un video clip se podría desarrollar con toda naturalidad. Una original forma de ilustrar el delirium tremens por el taquicárdico polvo blanco. Un extravagante relato que sabe conjugar el humor negro, lo grotesco y los efectos especiales. Incluso el final termina resuelto con ingenio y comicidad, bueno, para el espectador, no para el trasnochado en cuestión.

  1. James Blake – Can’t Believe the Way We Flow

Un tremendo ejercicio de montaje que conduce un relato rebosante de cotidianidad, coloridas imágenes y relaciones interpersonales. Incluso muchas de esas imágenes tienen un acabado de espontaneidad y baja definición que refuerzan el tono documental y de vida cotidiana, el día a día de las personas en su entorno y su contacto con otras personas con las múltiples posibilidades de situaciones, temas y emociones. Sobresale la secuencia del beso, el cual es recreado con muchas parejas y, por tanto, unifica la acción y a todas esas personas en su sentimiento. Las metáforas y simbolismos pululan en muchas de las tantas imágenes y pequeños relatos, casi todo en función del amor, los afectos, las urgencias, los deseos, los miedos y la vida en sociedad.

  1. Ed Sheeran – Cross Me (feat. Chance The Rapper & PnB Rock)

Con tantos video clips creados a partir de bailarines y coreografías son más los lugares comunes que se encuentran que las propuestas innovadoras. Aquí esa novedad corre por cuenta del aprovechamiento de la tecnología, en este caso efectos visuales que se desprenden de los movimientos de la bailarina y crean todo un universo de posibilidades estéticas, formales y cinéticas. El colorido, el plástico dinamismo y el cambio constante definen este número de baile donde bailarina y cantante por momentos terminan confundiéndose.

  1. Empires – elbow

Aunque la letra de la canción no necesariamente sea explícita con ello, el video clip evidentemente hace referencia a un futuro apocalíptico de la civilización. Petróleo en el mar, montañas de basura, crisis humanitarias y deforestación parecen tener inevitables repercusiones en las grandes ciudades, donde el ser humano  asienta su imperio. Pero lo mejor del video es la manera como visualiza esta hecatombe, lo cual hace por medio de una destrucción de las  ciudades y sus edificaciones por vía de la decontrucción y una suerte de derretimiento por medio del glitch, dos acciones que definen su atractiva estética, porque en la destrucción también puede haber belleza.

10. Carnage – Holy Moly Feat. Terror Bass

Un video narrativo que apela al atractivo del contraste de sus partes, esto es, una escuela de sicarias en un convento y regentada por su Madre superiora. Recuerda a Ms. 45, de Abel Ferrara, y las películas de artes marciales donde se muestra el proceso de entrenamiento, empezando por Kill Bill. Una historia de venganza, por supuesto, muy recurrente en el cine, pero que para la síntesis que logra este video clip y con el imperioso ritmo de la música de Carnage logra una pieza con fuerza narrativa y estimulante visualmente.

BONUS

Anna Meredith – Paramour

Barns Courtney – You And I

James Massiah – Natural Born Killers (Ride for Me)

The Claypool Lennon Delirium – Blood And Rockets: Movement I, Saga Of Jack Parsons – Mo…

Anderson .Paak ft. Kendrick Lamar – Tints

 

Un buen día en el vecindario, de Marielle Heller

Ser amable con el mundo

Oswaldo Osorio

unbuendia

Durante más de treinta años el Señor Rogers (Fred) realizó uno de los programas infantiles más queridos por el público estadounidense. Lo definía la amabilidad, comprensión y sabiduría de su creador y conductor, así como los complejos temas que abordaba de forma que los niños no solo los comprendían sino que lograban hacerse un criterio sobre ellos. Esta película le apuesta a retratar ese espíritu y su misión, lo cual consigue sin caer en el sentimentalismo ni el didactismo aleccionador.

Para retratar a este personaje, la directora bien pudo apelar al biopic, el seguro esquema de la biografía cinematográfica (para lo cual es mejor ver el documental titulado No quieres ser mi vecino, de Morgan Neville), no obstante, Heller y sus guionistas prefirieron basarse en un artículo de la revista Squire, en el que Tom Junod hacía un perfil del Señor Rogers, el cual entrelazaba la vida del personaje con la del propio periodista.

Así que, en lugar de una plana biografía, Un buen día en el vecindario (A Beautiful Day in the Neighborhood) se decide más bien por un estudio de caso, donde la visión cínica y desconfiada del mundo que tiene el periodista entra en diálogo con la amabilidad y optimismo del Señor Rogers. Entonces, lo que era un intento por exponer la probable falsa actitud bonachona de una celebridad, resultó ser un revelador viaje hacia la posibilidad de ver la vida con un filtro de bondad y esperanza.

El alto contraste que deriva de pasar de una personalidad extrema a otra resulta ser un inteligente recurso del relato para desarrollar su premisa, que no es otra que la de confrontar dos opuestas visiones del mundo y esperar que tal vez se imponga la que tiene argumentos más sólidos. En este sentido, naturalmente, la película termina siendo predecible. Pero, de todas formas, quién no quiere que la bondad prevalezca sobre el cinismo.

Por eso, lo importante es, justamente, ese cruce de argumentos, lo cual el relato hace hábilmente a partir de diálogos, imágenes, situaciones y el mencionado contraste. También es importante el tono que consigue la película, pues mantiene el espíritu de fábula y diálogo gentil que el Señor Roger siempre usaba en su programa, el mismo que aplicaba en su vida diaria, lo que era un indicio irrefutable de su autenticidad.

Y esto el filme lo refuerza poniendo a encarnar a este héroe de la cultura popular estadounidense por otra celebridad con características similares, Tom Hanks, un actor que le da credibilidad al personaje con su propia imagen, pues, guardadas las proporciones, se puede ver como su par en el mundo del cine.

El cine colombiano del Siglo XXI

Dos décadas del mejor cine

Oswaldo Osorio

colxxi

Tal vez solo una hecatombe volvería matar al cine colombiano. Esa historia intermitente, cruzada por nacimientos y muertes, parece haber llegado a su fin. Por eso, en lo que va de este siglo y en delante, de lo que se trata es de lidiar con su vitalidad, la cual le fue insuflada por una serie de afortunados factores, entre los que se destaca una favorable y bien ejecutada legislación, pero también la formación de los cineastas y del público, así como una mayor visibilidad en el exterior, un dinamismo de la industria en sus diferentes componentes y una inevitable diversidad en sus temas y propuestas.

Luego de un periodo de sequía durante la década del noventa, cuando no se alcanzó a estrenar ni siquiera una veintena de películas, termina esa transitoria orfandad del interés y apoyo estatal. Se crea la Dirección de Cinematografía y Proimágenes en Movimiento, las entidades que sacarían adelante la Ley de Cine, la cual entraría en vigencia en 2004. Pero ya a principios de ese decenio se empezaba a conjurar la escasez, cuando unos primeros estímulos contribuyen a desatrancar una serie de proyectos pendientes que inauguran esta nueva y prometedora etapa del cine nacional, por lo que para antes de la Ley de Cine ya se había superado el número de estrenos de la década anterior, con significativas películas como Soplo de Vida (Luis Ospina, 2000), Diástole y Sístole (Harold Trompetero, 2000), Terminal (Jorge Echeverri, 2001), Los Niños Invisibles (Lisandro Duque, 2001), Bolívar soy yo (Jorge Alí Triana, 2002) y La primera noche (Luis Alberto Restrepo, 2003).

El testimonio de este pistoletazo inicial es recibido con brío por las primeras películas apoyadas por la ley de cine. Gracias a ella, principalmente, en el país se ha pasado a producir de ninguna o unas cuantas películas por año a casi medio centenar, y es una cifra que va en progresivo aumento. Con esto es posible decir que cantidad implica calidad, tanto por ley de probabilidades como por el oficio ganado por la gente del cine como consecuencia de la dinamización del medio. Así que, necesariamente, de esas 250 películas que, aproximadamente, se han estrenado en el país en estas dos décadas, muchas de ellas alcanzan un buen nivel o son cinematográficamente muy relevantes. Y aunque solo fuera un tercio de esa cifra, ya eso son decenas de títulos de buen cine colombiano.

Las grandes narrativas

El reconocimiento de la gran heterogeneidad que tiene el cine nacional en sus temas y narrativas suele ser castigado por su desconocimiento por parte del grueso del público. De ahí surge el equívoco de mantenerlo encasillado en asuntos relacionados con la violencia, el conflicto y el narcotráfico. Este imaginario también se da por la arbitraria asociación con los contenidos de la televisión. Pero lo cierto es que, si bien en estos temas radica la más importante narrativa del cine nacional, lo es no por la cantidad de títulos dedicados a ella, que llegan apenas al veinte por ciento en este periodo, sino más bien porque sus personajes, historias y universos son los que suscitan en los cineastas una mayor contundencia expresiva y capacidad reflexiva, resultando películas más sólidas y de mayor calidad. Eso se puede ver claramente en filmes como Sumas y restas (Víctor Gaviria, 2005), Perro come perro (Carlos Moreno, 2008), Retratos en un mar de mentiras (Carlos Gaviria, 2010), Los colores de la montaña (Carlos César Arbeláez, 2011), Jardín de amapolas (Juan Carlos Melo, 2014), Alias María (José Luis Rugeles, 2015), Oscuro animal (Felipe Guerrero, 2016), Matar a Jesús (Laura Mora, 2018) o Monos (Alejandro Landes, 2019), por solo mencionar algunas.

Así mismo (y conociendo las contradicciones de este país no resulta tan paradójico), la otra gran narrativa del cine nacional es la comedia populista, esa que apela a los actores y formatos televisivos y a un humor ligero y usualmente chambón, definido por los diálogos repentistas y la explotación de estereotipos, pero casi nunca por la comedia visual o de situaciones elaboradas. Así que, aplicando la misma lógica del benjumeismo de los años ochenta, empieza Dago García estrenando una película cada diciembre durante la primera década del siglo, pero para el decenio siguiente, el modelo es copiado (y la mitad de las veces para empobrecerlo) por otros productores y directores, al punto que en los últimos años más o menos una cuarta parte de los estrenos anuales pertenece a ese tipo de comedia, esto es casi un treinta por ciento de la producción todo de este periodo. Es un cine de consumo, cine de usar y tirar en su mayoría, pero son películas que animan la taquilla y la producción, y por eso mismo, muy necesarias para la industria nacional.

De manera que entre estas dos grandes narrativas está casi la mitad de la producción nacional, pero todavía quedan unos ciento veinte títulos que son los que más abren el rango de diversidad, tanto temática como estéticamente. Hay un buen porcentaje de cine de género, algunos de horror, incluso de acción, pero especialmente thrillers, la mayoría muy desconocidos por el público, pero entre los cuales hay propuestas afortunadas, como Satanás (Andrés Baiz, 2007), 180 segundos (Alexander Giraldo, 2012), Los perros (Harold Trompetero, 2017) o Los fierros (Pablo González, 2019).

Pero la mayor heterogeneidad viene de lo que muy ampliamente podría definirse como cine de autor, sobre todo realizado por cineastas que debutaron en este siglo y que ya se han consolidado como tales gracias a que en ellos se destacan miradas personales que empiezan a definir un estilo o un universo, así como el honesto compromiso con el tratamiento de sus temas, algunas audacias formales y, en unos cuantos casos, el riesgo narrativo y dramatúrgico. El futuro del mejor cine colombiano, por tanto, está en nombres como Franco Lolli, Libia Stella Gómez, Spiros Stathoulopoulos, Óscar Ruiz Navia, Ciro Guerra, Jorge Navas, Laura Mora, Alexander Giraldo, Andy Baiz, José Luis Rugeles, Rubén Mendoza, Carlos César Arbeláez, Carlos Moreno, William Vega, Jaime Osorio Márquez, Andrés Burgos, Carlos Osuna, Juan Andrés Arango y Johnny Hendrix Hinestroza, eso por solo mencionar los que al menos han dirigido dos películas.

El corto y el documental

Y esto es apenas hablando de los largometrajes de ficción, porque esa vitalidad del cine colombiano de los últimos veinte años también se debe medir con la producción documental y de cortometrajes, dos líneas que renacen con fuerza en esta etapa y que contienen una riqueza en sus temas e innovadoras propuestas incluso mayor que lo que se ve en los largos de ficción. El corto es un universo en sí mismo que requeriría un texto de igual extensión que este para dar cuenta de él. Como indicio, solo habría que decir que a la convocatoria anual de un festival como Bogoshorts o a una muestra como Caleidoscopio pueden llegar entre 200 y 300 obras.

En cuanto al documental, lo más significativo es que está llegando a salas y que tiene un público interesado y cualificado. Casi el veinte por ciento de los estrenos del periodo en cuestión son de este tipo de cine, lo cual lo convierte en la tercera gran narrativa de la producción nacional, aunque hay que aclarar que los documentales producidos pueden triplicar a los estrenados en salas, solo que deben ser vistos en otros circuitos de exhibición, como festivales, televisión o en línea. Los buenos títulos son muchos, solo hay que mencionar unos cuantos para dar fe de ello: Del palenque de San Basilio (Erwin Gogel, 2004), Pequeñas voces (Jairo Carrillo y Óscar Andrade, 2011), Apaporis (Antonio Dorado, 2012), Infierno o paraíso (Germán Piffano, 2014), Un asunto de tierras (Patricia Ayala, 2015), Todo comenzó por el fin (Luis Ospina, 2016), Noche herida (Nicolás Rincón Guille, 2017), Smiling Lombana (Daniela Abad, 2019), Homo botanicus (Guillermo Quintero, 2019).

Aunque las bonanzas suelen venir acompañadas de sus propios males, el principal en este caso es el cuello de botella que se presenta en la exhibición ante tanta producción nacional. Y a pesar de que existe un público cada vez más formado y con buena disposición para el cine colombiano, hay momentos con hasta cuatro películas en cartelera y que solo estarán exhibidas una semana. Por eso, si bien está yendo más gente al cine (73 millones en 2019), la asistencia a las películas colombianas si acaso supera el dos por ciento, y esto con las naturales diferencias del mercado, donde una comedia puede llegar al millón y medio de espectadores, mientras que un filme de autor apenas si alcanza unos cuantos miles o, los más afortunados, decenas de miles.

Pero a pesar de todo lo que implica este crucial asunto,  lo vital y prometedor del cine nacional también se refleja en muchos otros aspectos que han sido logros de estos últimos veinte años, como la proyección internacional de autores y películas, sobre todo por vía de premios y participación en festivales de prestigio; el fortalecimiento de la investigación y la formación académica, que opera como causa y consecuencia del actual dinamismo; la Ley de Filmación Colombia (2012), que ha permitido rodar decenas de películas extranjeras en el país y, de paso, profesionalizar aún más al gremio; y la existencia de más de un centenar de muestras y festivales de cine, los cuales contribuyen enormemente a la difusión de las películas, la formación de públicos y estimulan la creación.

Estos veinte años son, sin duda, los mejores de la historia del cine colombiano. Y aunque, de entrada, el balance empieza definiéndose por las cifras, lo fundamental es que esta cinematografía, sin ser una industria como tal, definitivamente es una fuerza expresiva, identitaria y significativa socialmente que resulta esencial en un país tan diverso, conflictivo y muy necesitado de pensarse y crear memoria. Y para eso, nada mejor que el cine.

Publicado en la Revista Cinemateca en diciembre de 2020.