La Fuga de Alcatraz, de Don Siegel (1979)

El amarillo de la libertad venciendo al gris del concreto

Por: Mario Fernando Castaño Díaz

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En la mañana del 12 de junio de 1962, el guardia de turno pasa su primer control del día a los reos en sus celdas y, al notar que el prisionero Frank Morris no se mueve, abre la puerta y pretende jalarle el cabello para despertarlo, pero no contaba con la inesperada sorpresa de quedarse con su cabeza en la mano. Lo mismo sucedía con los hermanos Clarence y John Anglin, sus cabezas habían sido construidas con yeso, papel maché, pintura color piel y cabello verdadero para burlar a los guardias de la noche, los presos se habían fugado, la alarma suena y comienza el mito.

Localizada en la bahía de San Francisco, se encuentra la que era la prisión más segura del mundo, llamada popularmente La Roca y sus prisioneros como Hellcatraz, pero todo el que haya escuchado o leído su historia la conoce como Alcatraz. Su nombre viene del ave que frecuenta la zona y que es similar a las gaviotas. Antiguamente, en la isla funcionaba un faro y la primera edificación fue construida en 1856 con el fin de proteger la ciudad durante la época de la fiebre del oro; más adelante, se fortificaron sus instalaciones entre 1911 y 1912 como prisión militar para el Ejército de Estados Unidos y fue remodelada en 1933 para recluir a los criminales más famosos y temibles, en donde incluso Al Capone estuvo tras sus rejas.

Muchos fueron los que trataron de huir, pero murieron en el intento, era un reto casi imposible debido a que la construcción más parecía un búnker de piedra, la vigilancia rayaba en lo inhumano, según los testimonios, y el gélido mar, en el que abundaban los tiburones, era cómplice para que de este recinto penitenciario fuera imposible escapar. Sin embargo, en algunas ocasiones el hambre de libertad puede más que la razón y solo estas tres personas lograron alcanzarla, generando un escándalo que puso en jaque el nombre de la prisión y de quienes la custodiaban.

A partir de este hecho los medios comenzaron a teorizar sobre la suerte de los fugados y cómo lograron esta hazaña. El mal nombre a partir de este suceso, los problemas económicos y el deterioro de sus instalaciones, debido a la humedad causada por la sal marina, llevaron a que en 1963 fuera clausurada y se convirtiera en 1971 en un lugar turístico muy visitado y recordado por su infame pasado.

Su historia se ha plasmado en varios escritos, novelas, series de televisión, videojuegos y un gran número de películas que han pasado por el documental en el que se trata el tema dentro de lo histórico y otros en lo sobrenatural; referenciada en la ciencia ficción (Star Trek: Into Darkness, 2013), en el mundo de los superhéroes (X Men: The Last Stand, 2006), películas clase B de terror (Terror on Alcatraz,1986) y en el género de acción como en The Rock (1996), entretenida cinta en la que actuó nuestro querido y desaparecido Sean Connery.

El guionista Richard Tuggle adapta el libro de J. Campbell Bruce en donde se narra con detalle los hechos que desencadenaron la fuga de Alcatraz. Cansado de que los productores y ejecutivos de los grandes estudios rechazaran su trabajo, porque su historia no contenía tramas amorosas y que sus personajes eran aburridos, decide contactar al agente del director Don Siegel, mintiéndole, asegurando que ya había hablado con él anteriormente y que estaba emocionado con el proyecto. El guion llega a manos de Siegel y se lo muestra al actor Clint Eastwood, quien ya había trabajado con él en varias películas, incluida Dirty Harry (1971). Eastwood se interesa en interpretar a Frank Morris, un personaje silencioso, misterioso, parco, inteligente, muy estudiado y que solo entabla una relación amistosa con las personas que para él realmente valían la pena. Comienza así el rodaje de la película La fuga de Alcatraz, esta sería estrenada en 1979 con gran éxito y se convertiría en un clásico del subgénero carcelario y que muchas películas la tendrían en cuenta como una marcada referencia.

Desde el inicio de la cinta se muestra la llegada de Morris a la isla en medio de la tormentosa noche y una inclemente lluvia. Ya el director nos avisa que veremos una historia que no va con los clichés de las películas de acción del momento, ésta sería una en donde la esperanza por la libertad es solo un sueño y se debe sobrevivir según como se den los interminables días con sus noches en una claustrofobia que no solo se percibe dentro de sus frías paredes sino al ver a lo lejos la libertad reflejada en la lejana, y a la vez tan cercana, San Francisco, que en ocasiones se deja ocultar por la niebla.

La trama que casi raya en lo documental logra, con un guion tan bien elaborado que es uno de los mejores de la década de los años setenta, que no se detenga demasiado en los personajes, consiguiendo con sutileza generar la empatía necesaria por ellos sin interesarse en sus crímenes y centrándose en los hechos históricos.

Desde que se gesta la idea de la fuga comienza a funcionar una maquinaria ingeniosa, habilidosa y recursiva que relata con sumo detalle el cómo los que en un principio eran cuatro prisioneros, van dando forma a su plan, comenzando irónicamente desde la oficina del director de la prisión con el robo de un cortaúñas –que Morris habilidosamente esconde en la suela de su zapato– para poder abrir más adelante y, con mucha paciencia, un hueco atravesando la rejilla de ventilación de su celda.

Los personajes que interactúan con el protagonista tienen sutiles apariciones que develan la humanidad intrínseca en la historia y que van en detalles como la definición de la jerarquía en los escalones del patio de recreo, desde los que se ve el icónico puente Golden Gate y en donde Morris a su manera hace amistad con English, líder de los afroamericanos diciéndole que odia a los negros; también está el amor que tiene uno de los prisioneros por un ratón que acoge como mascota; el pintor que ve cómo lo privan de sus pinceles, pinturas y lienzos, todo por un capricho del alcaide; o Lobo, el hombre que acosa insistentemente a Morris, quien en un momento se defiende y le da su merecido, pero no sin obtener los dos un castigo en el bloque D, o al que llamaban los presos the hole o “el agujero”, un lugar carente de la más mínima comodidad, en donde podían pasar semanas en el encierro, la humedad, la inanición y la oscuridad absoluta.

El realismo es fuerte, teniendo en cuenta que la locación es en la mismísima Alcatraz y, a medida que el día de la fuga se acerca y que es adelantado debido a un posible traslado de Morris, el suspenso y la tensión aumentan, mientras nuestros personajes se ven casi atrapados solo por segundos. Y a pesar de que ya se sabe el final por el hecho de ser un suceso histórico, logra en el espectador el nivel de drama suficiente como para que no importe si sus protagonistas son villanos, solo queremos que consigan su tan anhelado deseo.

Su final es abierto como la realidad misma, dejando en la atmósfera un aire fuerte de esperanza, dando a entender que los prófugos lograron su cometido, todo queda en manos de lo que se pueda suponer acerca de lo que haya sucedido con ellos. Es un cierre casi poético, en donde el alcaide, ya derrotado en su orgullo, recoge en la orilla de la isla una flor amarilla que con su color contrasta con el gris concreto visto a lo largo de la cinta. Esta flor era un crisantemo que Morris conservaba como recuerdo de su amigo el pintor, quien los cultivaba en secreto, y cuando los plasmaba en sus pinturas, afirmaba que su significado es algo que no se puede arrebatar y que todos llevamos muy dentro, él no lo dice, pero asumimos que es la invaluable libertad.

Anna Christie, de Clarence Brown (1930)

Un pasado que pesa

Por: María Fernanda González García

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¿Amar o ser amado? Esa pregunta ha rondado en la mente de los humanos desde tiempos inmemoriales, y a esto se enfrenta nuestra hermosa Greta Garbo interpretando a la joven Anna Christie, a quien la vida no le ha pagado de la mejor manera y por lo que ella buscará alternativas para poder sobrevivir a su desgracia.

Una de esas soluciones es regresar al hogar paterno, del que fue separada desde pequeña. Su padre, George F. Marion interpretando a Chris Christofferson, la había dejado en una granja al cuidado de unos familiares, quienes, aprovechando su corta edad, abusaron de ella sin piedad. Luego, aparece un lapso que no es develado en la trama, pero conocemos casi al final que durante unos dos años trabajó en un prostíbulo para poder costear su vida. La enfermedad toca a su puerta y la recuperación la deja sin fuerzas, por lo que apresura su visita a su padre alcohólico, quien no niega los sentimientos de alegría y añoranza por volver a encontrarse con su hija.

Anna Christie trata de ocultar su pasado gris y, aunque no se siente del todo cómoda, haya la manera de convivir con su padre en un navío, este hombre la trata aún como una pequeña y le insiste en que sería una desgracia si ella se casara con un marinero, debido a la mala experiencia que él tuvo con su madre. Nuestra protagonista hace oídos sordos cuando, en una noche al rescatar tres marineros de un naufragio, entre ellos conoce a Charles Bickford interpretando a Matt Burke el cual se enamora torpemente de ella.

El par de enamorados viven su idilio de mar sin importar que el padre de la joven se niegue rotundamente a la relación, y sigue insistiendo en la separación de estos por el bien de su hija. Las cosas se ponen tensas cuando Matt le propone matrimonio a Anna creyendo que ella es una señorita de “bien”, desde allí el temor y el dolor se manifiestan en el hermoso rostro de la muchacha. El final de esta obra es un poco tosco, pero no niego la caracterización de Garbo, quien a pesar de contar con un porte elegante logra transmitir la preocupación y desgracia de una mujer marginada.

Admiro la fuerza de su discurso cuando decide abandonar a su novio. Una mujer decidida a lanzarse al abismo de la verdad oculta, que sin escatimar su sinceridad, se enfrenta con valor a la negación de su padre y la rudeza de su prometido. Anna Christie es el reflejo de muchas mujeres sobrevivientes de la prostitución quienes buscan una segunda oportunidad.

 

 

Descansa en paz, Dick Johnson, de Kirsten Johnson

La muerte como despedida

Oswaldo Osorio

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En plena era del giro subjetivo, de las narrativas del yo y del cine autorreferencial, una película como esta no sorprende, pero no por eso deja de ser novedosa y estimulante. Esos términos mencionados se refieren a una concepción del cine, en especial del documental, donde la pretendida objetividad que definía a este tipo de discurso audiovisual ya no es condición para hablar de la realidad. Ahora esta se puede abordar desde la subjetividad, la primera persona y hasta la intromisión de la autora misma en la historia que está contando.

Eso hizo la documentalista estadounidense Kirsten Johnson con Dick Johnson Is Dead, que acaba de ser estrenada en Netflix. No solo documentó los últimos años de vida de su padre, quien a sus 84 años empezó a perder la memoria, sino que no contenta con incluirse en su historia, además recreó las posibles muertes que su progenitor podría tener. En otras palabras, realizó un documental con componentes de ficción para despedirse de su padre y, de paso, reflexionar sobre la vida, la muerte, el amor filial y la memoria.

El anciano siquiatra, aún vital y lúcido, se presta para el juego ficcional y documental de su hija. Es un pacto filial que los hace cómplices de una doble empresa: por un lado, empujar los límites y definiciones cada vez más borrosos entre el cine de lo real y el argumental; y por el otro, asumir con entereza la inevitable e inminente separación que significa la paulatina pérdida de memoria de él y su eventual muerte. Por eso se trata de un cariñoso y desenfadado duelo por anticipado y, a la vez, el fortalecimiento de sus lazos afectivos en el final de su relación.

El leitmotiv del relato, que además es lo que le da el valor agregado a la película y también lo que resulta más entretenido, son las distintas simulaciones de las muertes de este bonachón y entrañable viejo. Es el juego de la muerte para prolongar la vida, esa que pervive en el recuerdo, el de su hija y sus seres queridos. Con este juego también vencen el miedo que le tienen a esa doble forma de dejar de existir: la pérdida de la memoria y la desaparición física. Un miedo presente desde que se fue la madre, quien también lo hizo en ambos sentidos.

Ver a Dick Johnson muriendo en repetidas ocasiones o en el cielo o bailando como Fred Astaire, le confiere a este documental un tono agradable y divertido, el cual contrasta con el desasosiego de eso que siempre esta presente en cada escena pero que nunca se dice: que tal vez pronto él ya no va a estar más.

Dice Valeria Valenzuela que el documental contemporáneo se aleja del periodismo y se aproxima, en términos de su gramática, a los filmes de ficción, y eso hace esta película, construir una fantasía para retratar a un personaje y hablar de una verdad, pero también opera como dispositivo de catarsis, como soporte emocional y como un medio para propiciar unas acciones y sentimientos. Porque en el cine actual, la realidad que documentan los cineastas también puede ser creada por ellos mismos.

The Leather Boys, de Sidney J. Furie  (1964)

El amor joven

Por: María Fernanda González García

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Motocicletas, peinados exuberantes, cafés y carreras. Ante un primer juicio, podemos evocar la película The Wild One (1953) como una de las referencias de esta obra. Un Marlon Brandon (Colin Campbell) inglés enfrentando diferentes modalidades de amor (familiar, fraternal, romántico, sexual) o por lo menos lo que él supone que es.

La secuencia de los planos son tan sutiles que encantan al espectador, no es necesario mostrar desnudos o escenas exageradas para entender lo que sucede. ¡Particular manera de cautivar los ingleses! Exponer sobre la homosexualidad siempre ha sido tarea difícil y aquí se puede corroborar: “alguien busca algo que otro no entiende”.

El salto de la adolescencia hacia la adultez es algo que muchos temen, privarse de algunas cosas es la primera cachetada de la realidad, lamentablemente crecer no viene con un manual de instrucciones. Ejemplo de ello es la boda prematura entre Reggie y su novia Dot, quienes enamorados deciden unir sus vidas pero que en cuestión de días se convierte una batalla campal donde el amor queda en veremos.

Dot es la imagen de la chica que quiere vivir las cosas que tenía prohibido por ser joven, por otro lado, Reggie es el modelo de chico que quiere disfrutar del sexo, una casa ordenada y un plato de comida. Entre sus diferencias aparece Pete, quien es un hombre extrovertido e interesante por la manera en que contempla la vida, un día puede tener estabilidad pero al siguiente se vuelve en una aventura. Reggie se acerca a Pete como el escape a sus problemas y su mano derecha para lidiar con lo que la vida le ofrece.

¿Reggie sabe lo que hace? En ocasiones pensamos que sí y la naturalidad de su actuar no nos deja otra cosa qué pensar, pero cuando se ve acorralado para tomar una decisión definitiva entendemos que es un chico asustado y perdido.

Fue muy curiosa la forma en que vine a conocer esta película, y fue gracias a un videoclip llamado Girlfriend in a coma – The Smiths.

South Terminal, de Rabah Ameur-Zaïmeche

La inviable neutralidad

Oswaldo Osorio

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Aunque este relato se desarrolla en un hipotético país islámico del Mediterráneo, su historia puede ser comprendida empáticamente por cualquier colombiano. Ese estado de guerra interna no convencional, donde muchas veces no se sabe dónde está el enemigo, ha sido una de las principales características del conflicto nacional, la cual ha padecido en especial la población civil y específicamente las comunidades campesinas.

Rabah Ameur-Zaïmeche es un cineasta franco-argelino que, en este su sexto largometraje, cuestiona este tipo de conflicto desde el personaje de un médico que vive en una ciudad portuaria. El doctor, como todos le dicen, es un hombre con una vida más bien opaca, tanto en su cotidianidad como en lo emocional. Al parecer su única virtud es la entrega rigurosa y desinteresada por su oficio. Y eso es justo lo que este director y guionista usa como pivote para desarrollar su historia.

Entonces la imagen general que propone esta película es la de un abnegado médico que se mueve en medio de un ambiente amenazante y hostil, zigzagueando entre bandos y siendo testigo, con sus ojos o con sus ensangrentadas manos que sacan balas de un lado y del otro, de un oscuro mundo donde impera un silencio de muerte y represión. Porque no se trata de una guerra ni de una violencia explícitas, sino de su omnipresente sombra y sus invisibles largos brazos, que selectivamente quitan la vida de uno aquí o secuestran y torturan a otro allá.

Se trata de un relato sin una trama definida, porque lo que le interesa es construir esa atmosfera malsana, como de aguas estancadas y descompuestas, infestadas de alimañas como falsos militares, combatientes del sistema y brutales fuerzas policiales de un totalitarismo, cuál de todos más violento y arbitrario. Es el estado de guerra y opresión en una versión kafkiana, donde un exterior de aparente normalidad, se presenta como una falsa fachada de escenografía que está sostenida por incompresibles fuerzas de abstrusos poderes y crueldad.

En medio de estas circunstancias, por más que alguien quiera mantenerse neutral, resulta inviable aun para la persona con el oficio más neutral entre todos. El doctor termina involucrado en el fuego cruzado y esto retará su condición como tal, así como su ética de salvaguardar la vida sin distinciones. Por eso, en un país en caos y sin estado de derecho, esa ética y la voluntad de cualquier persona son puestas a prueba. Y esa prueba ni se gana ni se pierde, simplemente toma su curso y se impone a las personas y circunstancias.

Paradójicamente, salvo por una escena de tortura que solo es presentada en un fuera de cuadro y aturdida por los gritos de la pobre víctima, se trata de un relato desenfadado, a veces contemplativo de rutinas y cotidianidades o frecuentemente a la luz del día. Pero tal vez es esa claridad y normalidad que transcurre en la imagen, contrastada con el ominoso entorno de amenaza, violencia y muerte, lo que le da mayor fuerza a esta película y una contundencia que nos recuerda que el mal casi nunca es visible a los ojos. Terminal Sud (2019), como es su título original, se estrenó en la plataforma MUBI.

Enola Holmes, de Harry Bradbeer

Sherlock para adolescentes empoderadas

Oswaldo Osorio

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Las historias cambian con los tiempos, de acuerdo con los vientos que corran en las ideologías y mentalidades de cada cultura. Aunque en el globalizado mundo de las noticias instantáneas, internet y Netflix, las corrientes de pensamiento, sobre todo en occidente, tienden a unificarse y recorrer ese mundo, con mayor o menor velocidad, defendiendo o combatiendo ideas y cambiando la manera de pensar de generaciones enteras.

Hace apenas cincuenta años asuntos relacionados con el racismo, el feminismo o la diversidad de género estaban excluidos de toda consideración. Así mismo, cuando aparece, hace ya más de un siglo, era impensable ver a Sherlock Holmes como un personaje arrogante y sexista. Pero a principios del siglo XXI, cuando se empieza a publicar la serie de libros de Las aventuras de Enola Holmes, escrita por Nancy Springer, y ahora con el estreno en Netflix de la adaptación de su primer volumen, esos vientos son diferentes, luego de medio siglo de liberación femenina y en pleno auge del empoderamiento de las mujeres.

La ficticia hermana del ficticio personaje (ella no existe en las novelas de Conan Doyle, aunque sí su hermano), es una joven entrenada por su propia madre con todas las habilidades del mismísimo Sherlock. Cuando su progenitora desaparece y sus hermanos llegan para internarla en una institución para señoritas, ella escapa y comienza a resolver su primer caso, encontrar a su madre y, de paso, otro más, encontrar a un joven marqués también desaparecido.

El relato está contado en clave de historia de misterio y aventuras… para adolescentes. Es decir, el punto de vista siempre es el de la joven Enola quien, incluso, rompe la cuarta pared para comentar su propia historia, pero no de la forma reflexiva o transgresora como suele verse en el cine, sino más bien juguetona e irónica, o sea, más Fleabag que Godard.

Igual ocurre con la trama, definida por situaciones en función de poner a prueba todas las habilidades y conocimientos de Enola, pero con un argumento y soluciones que se ajustan, un poco caprichosamente, para su lucimiento. Tanto es que esa trama se decanta más por el caso del marqués que por el de su madre, aunque tienen alguna relación. Esto tal vez porque es una historia más atractiva, por la conexión y el flirteo que se propicia entre los dos adolescentes, eso muy a pesar de que la trama de la madre tiene un tema de mayor peso y profundidad: la lucha -a sangre y fuego si es necesario- por los derechos de las mujeres en plena era victoriana. En ese sentido, es una lástima ver aquí a Helena Bonham Carter haciendo una caricatura de su papel en Las sufragistas (Sarah Gavron, 2015), dónde sí es posible ver la sangre, fuego y temple de esas mujeres.

La puesta en escena nos sumerge en esa época, pero con una estética más cercana a Disney que a Guy Ritchie, y sin duda seguimos atentos las aventura de Enola, a pesar de su ligereza y de ser un poco complaciente (con el personaje y con espectador), pero al fin de cuentas resulta entretenida y construida orgánicamente, no tanto para un crítico que prefiere películas adultas, sino para las nuevas generaciones que necesitan normalizar maneras de pensar, con productos de la cultura popular como este, para continuar con su camino hacia tiempos más libres e igualitarios.

Se7en, de David Fincher

¿Qué hay en la caja?

Por: Mario Fernando Castaño

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Hay ocasiones en que las injusticias, el desequilibrio social, los abusos de poder y en general las decisiones de otros que afectan a seres inocentes, nos llevan a pensar en que nos sentimos frustrados e impotentes al no poder hacer nada al respecto. Nos gustaría que existiera una especie de justicia divina que hiciera algo por nosotros, pero no es suficiente. ¿Es necesario entonces que alguien intervenga? ¿Que deje un mensaje contundente que logre al menos cambiar en algo las cosas? Pero ese mensaje nos lleva a mirarnos al espejo y concluir que nosotros somos cómplices, partícipes o fichas clave de todo este caos que está unido más a nuestra naturaleza humana, una especie que está ligada al pecado o a actos reprochables, si lo queremos llamar de otra manera que no se relacione con la religión, igual el resultado es el mismo, somos los villanos.

La literatura, los medios y hasta nuestro día a día nos han demostrado esta cruda realidad, y el cine no ha sido la excepción. El séptimo arte ha ido cambiando y adaptándose a la par con nuestra historia. Sus vampiros, hombres lobo, fantasmas, han mutado y se instalan en nuestra psique en la forma de un monstruo que habita dentro de cada uno de nosotros y solo algunas películas logran que nos percatemos de la existencia de ese otro que habita en los sitios más oscuros de nuestro ser.

Una de esas cintas es Se7en, que cumplió 25 años por estos días y es una oportunidad para no pasar por alto esta joya dirigida por David Fincher en 1995, quien ya estaba cansado y desilusionado de su carrera luego del fracaso de su último trabajo en Alien 3 (1992). Cuando leyó el guion, junto con el actor Brad Pitt, puso una condición a la productora New Line Cinema: respetar el final. Una sabia decisión, teniendo en cuenta que es uno de los mejores de la historia del cine y que logró que se desencadenara una fila de películas con esta temática y estilo que, sobra decir, no lograron el impacto que tuvo este filme.

Un detective de homicidios del Departamento de Policía de Nueva York, William R. Somerset (Morgan Freeman) pronto a su jubilación, junto con su recién e impaciente compañero el detective, David Mills (Brad Pitt), completan, a pesar de su complicada relación, uno de los mejores dúos que hayan pasado por la gran pantalla. Ellos investigan en medio de una ciudad siempre oscura, ruidosa, decadente y con la lluvia como telón de fondo un caso particular en el que existe una serie de asesinatos relacionados con los Pecados Capitales. El asesino, que sin entrar en detalles que arruinen la sorpresa, resulta ser alguien corriente al que llaman John Doe (Kevin Spacey), un NN que en su apariencia puede ser cualquiera de nosotros.

Su actuar tan elaborado para llevar a cabo su “trabajo”, así como él lo denomina, casi que llega convencernos, él es una persona metódica e inteligente, acusa a la humanidad en su banalidad, sus razones tienen tanta lógica y veracidad que llega incluso a incomodarnos, a sentirnos algo sucios frente a la verdad que nos expone.

La atmósfera decadente, oscura y opresiva, la manera en que se muestra el resultado de cada crimen relacionado con el pecado correspondiente es tan visceral y en momentos tan sugerente que no necesitamos verlo, ya hay demasiada información, el mensaje está muy claro.

El desenlace de la historia es inesperado, como la realidad, a veces es bueno, a veces es nefasto, a veces ni siquiera es un final. Un clímax a plano abierto que a diferencia de todos esos días de una lluvia constante que casi es otra atmósfera, es uno soleado, un ocaso en el que todo se sale de control, menos para el villano.

Se7en es un grito a la cara de la moralidad en su absoluta podredumbre, una obra maestra brutal plasmada sobre un lienzo lleno de trazos de áspera verdad, que si lo vemos a distancia descubriremos una pintura que representa una persona común y corriente, alguien más, sin nada en especial, una versión de nosotros mismos mirándonos fijamente con un gesto irónico y algo de sabiduría, es el rostro de un monstruo que nos observa desde una caja.

No queda más que estar de acuerdo con el detective Somerset al citar al escritor Ernest Hemingway: «El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar» y él complementa: “Estoy de acuerdo con la segunda parte”.

Pienso en el final, de Chalie Kaufman

Avanzar y retroceder en el tiempo

Oswaldo Osorio

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El concepto de autor en el cine por lo general es conferido a los directores, pero eventualmente también a los guionistas, y Charlie Kaufman es tal vez quien mejor ostenta ese crédito en las últimas dos décadas. Ganó reconocimiento con ingeniosas historias como ¿Quieres ser John Malkovich? (1999), El ladrón de orquídeas (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), luego dirigiendo las propias, Sinécdoque en Nueva York (2008), Anomalisa (2015) y ahora este estreno de Netflix.

Sus argumentos y relatos son un reto para el espectador perezoso, porque no lo lleva de la mano con la claridad de una historia y la fluidez de una narración, como ocurre en general con el cine de ficción, sino que le plantea atípicas situaciones y personajes que parecen ordinarios pero que realmente son construidos con gran complejidad. Suele hacer pedazos el principio de causalidad, que es la lógica con la que se crea y se debe entender la narrativa clásica. Igual ocurre con el conflicto, que siempre está, pero no con la simpleza de un mundano problema, y casi siempre es otro distinto al que parece.

En Pienso en el final (I’m Thinking of Ending Things, 2020) Jake y Lucy van de visita a la casa de los padres de este. Buena parte del metraje son los laberínticos diálogos, cargados de referencias y guiños, que se dan al interior del carro en el viaje de ida y regreso. Hablan sobre películas, escritores y poesía, sobre todo tipo de temas personales, familiares y sociales sin ninguna línea en común que le dé al espectador una idea clara acerca de lo que se trata esta historia, más bien lo pone a trabajar, a descifrar y aventurarse a distintas interpretaciones.

El amor, la muerte o la vejez podrían ser algunos de los grandes tópicos que pueden guiar una probable interpretación. Prefiero la idea de que se trata del tiempo, su percepción, efectos en la vida y su relatividad. “Nos gusta pensar que avanzamos en el tiempo. Pero es al revés”, dice alguien en la película. Jake habita la trama tanto joven como viejo, sus padres envejecen y rejuvenecen de una escena a otra; Lucy, en cambio, se antoja como estancada en un día. Parece que vemos la vida de esta familia, no sobre la linealidad de un típico relato, sino desde una simultaneidad temporal caleidoscópica, y eso nos da una perspectiva distinta de estos personajes y de su vida. El pasado, presente y el futuro convergen en una imagen o en un cruce de diálogos, el punto de vista y la narración se mueven líquidos entre esos tiempos.

Claro, también se podría hacer una lectura en clave de cine fantástico, donde un hombre tiene la capacidad de “secuestrar” en el tiempo a una mujer, que a la vez son muchas mujeres, que no saben que están presas en un bucle con un viejo que perciben como joven. O igualmente, una lectura desde la trama sicológica, en la que el protagonista se desdobla en masculino y femenino o en joven y en viejo. Habla consigo mismo y se responde, y sus padres están solo en el recuerdo, como un hombre que repasa su vida al final de sus días y hace testigo de esto al espectador, sin tener para con él la amabilidad de contarla en un orden lineal.

Cualquiera que sea la interpretación(es), el caso es que estamos ante una original y potente propuesta argumental y narrativa, que no se puede recibir más que como una experiencia estimulante y desafiante para espectadores sin pereza, una película que nos pasea por distintas sensaciones y registros: asombro, fastidio, humor, intelectualidad, intriga, nostalgia, desconcierto y un largo etcétera.

Angel-A, de Luc Besson

 ¿Si te doy mi vida, sabrías qué hacer con ella?

Por: Mario Fernando Castaño

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Cuando decimos a menudo que los gustos son subjetivos, en este caso hablando del séptimo arte es algo que aplica, sin duda, pero existen películas que confirman este concepto totalmente, ya que obedecen a las diferentes formas de asimilar las historias dentro de un público muy diverso y dependen, además, del momento en que estas se vean. Son películas que hay que decantarlas y, cuando esto pasa, se logra una experiencia maravillosa que lleva a que nos identifiquemos con sus historias y personajes, sin importar qué disparatada pueda ser la propuesta. Hay pocos directores que se arriesgan a buscar este tipo de sensaciones y un número aún más reducido las encuentran… esto también es subjetivo y más cuando un ángel caído tiene la misión de salvar nuestra vida.

Luc Besson, un director francés que ha llegado a entrar en el universo de acción del Blockbuster Hollywoodense con películas como, Nikita, El quinto elemento, Lucy o Anna, llega a ser muy versátil gracias a su cine natal y nos ha brindado otras como Azul profundo, León (el profesional) y la subvalorada y maravillosa Valerian y la ciudad de los mil planetas, relatando en todas sus historias la importancia de la naturaleza del ser y todo lo complejo que esto implica.

En esta cinta de 2005, Besson, influenciado por películas clásicas como Qué bello es vivir (1946), de Frank Capra, en donde un ángel gana sus alas al salvar una vida, cuenta la historia de André Moussah, un hombre de origen marroquí con ciudadanía norteamericana que intenta rehacer su vida en París utilizando sus mentiras, en medio de negocios oscuros y malas decisiones que lo llevan a optar por el suicidio lanzándose al río Sena. En medio de su drama conoce a Ángela, una mujer que literalmente cae del cielo y que aparentemente iba a tomar la misma decisión.

A partir de este momento los días de André dan un giro total, algo que él que no percibe en su momento y continúa siendo esa persona de baja autoestima, terca, insegura, impulsiva, ansiosa y hasta patética que siempre ha sido, un personaje que nos llega a exasperar, pero que en algunos momentos podemos ver en él nuestro propio reflejo. En medio de todo, Ángela le acompaña y de una manera muy singular sacude su cuerpo y alma para que cambie y asuma otra mirada al mundo que le rodea y el lugar que ocupa en él, esto como resultado lleva a que André caiga irremediablemente enamorado de esta estilizada, hermosa y altísima mujer que por cierto le lleva varios centímetros de diferencia.

Ella, con su personalidad desenfadada, superficial, práctica y sin apegos, esconde su propio drama y es el de no poder enamorarse al poseer el don o maldición de conocer el pasado y el futuro debido a su condición de ángel. André sin saberlo y ella sin quererlo queda cautivada por su inocencia y esa luz que ve en él hace que sienta un amor que ella se rehúsa aceptar.

Angel-a es una fábula urbana cautivante, sencilla, con una fotografía enmarcada en el blanco y negro de una París romántica y esplendorosa. En su historia aparentemente sencilla esconde sabiduría y belleza en medio de su comedia, violencia y drama. Es una propuesta reflexiva sobre el amor propio y las decisiones que tomamos y si estas vienen de un ángel materializado en una hermosa mujer recorriendo las hipnóticas calles de la ciudad luz, no hay por qué no prestar atención a sus sugerencias para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre nuestros futuros pasos y actitudes con que asumimos nuestras vidas. En ocasiones la respuesta a nuestros problemas está en nosotros mismos.

Adiós al amigo, de Iván D. Gaona

Un viaje de vida y muerte

Oswaldo Osorio

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Aunque necesariamente las salas de cine volverán a abrir, las plataformas para ver películas y series llegaron para quedarse, pues la pandemia contribuyó a su afianzamiento. Ese es el plan de Cine MAMM Sala Virtual, otra alternativa para ver películas de calidad. El valor agregado en relación con tantas plataformas que ahora existen es la curaduría, esto es, en lugar del espectador enfrentarse a un confuso mar de opciones, aquí encuentra una cuidada y variada selección de títulos de películas independientes, cine colombiano, cine de autor, cine experimental, documentales, series y ciclos especializados.

Podría hacer aquí un largo inventario comentado de los buenos títulos que se encuentran en esta sala virtual del MAMM, pero quiero centrarme en una discreta joya que pasó casi desapercibida por la televisión pública y regional hace unos meses: la serie de seis capítulos Adiós al amigo, de uno de los mejores directores que actualmente tiene el país, el santandereano Iván D. Gaona, un autor con un universo y estilo propios (algo más bien escaso en Colombia) definidos por un puñado de encantadores cortos y el largometraje Pariente (2016).

Es 1902 y, en los estertores de la Guerra de los mil días, un soldado y un retratista (¡Que no un artista!) inician la búsqueda de dos hombres, al uno para darle la buena nueva de que es padre y al otro para matarlo. En esta premisa ya esta definido el espíritu del relato: un viaje en que se trenzan la amistad, la vida y la muerte, todo bajo la sombra de una guerra fratricida que constantemente es cuestionada por los personajes y por la película misma.

Porque a pesar de ser una serie, puede verse también como una película, no solo por la opción que ahora dan las plataformas de ver todos capítulos continuos (en este caso, los seis suman tres horas), sino porque, como ya es la tendencia mundial, las series, ya sea para televisión o para streaming (entre lo que cada vez hay menos diferencias), son concebidas y realizadas con el lenguaje y los valores de producción del cine.

Entonces puedo decir que me vi una película de tres horas de Iván D. Gaona sobre la Guerra de los mil días. Una película donde su sello empieza por los actores naturales con acento santandereano (también muy escaso en el cine colombiano) y contada en clave de western. Bueno, con ese género se promociona, pero se me ocurre que es más por efectos de publicidad y para tener una fácil identificación con el público, igual ocurrió con Pariente. Pero en realidad, lo que yo veo es unos relatos sobre campesinos, ya sea en el siglo XXI o a principios del XX, campesinos envueltos en violencias que no buscaron. Que con el western coincidan los caballos, las pistolas o ciertos paisajes, no es suficiente para considerarlo que pertenecen a él. Las de Gaona son historias de la provincia colombiana, de Güepsa, Santander, la mayoría de ellos, donde la idiosincrasia y el color local de esa región define la naturaleza y los conflictos de los personajes, no un género foráneo.

Por otro lado, esta serie es un alegato contra la guerra y en especial referida a este país, donde luego de dos siglos de guerras internas, su gente siempre parece terminar dividida en dos bandos, generalmente campesinos matando a otros campesinos, muy parecidos a ellos, pero con diferencias que les impusieron los que tienen el dinero y el poder.

Adiós al amigo es una obra fresca y envolvente por ese universo que sabe construir, el cual no se limita a ser un relato bélico y de época, sino que lo sabe cruzar con guiños de humor, poesía y misticismo. De fondo, puede identificarse una fábula pacifista hecha con honestidad y concebida sin miedo a algunas audacias en lo que quiere decir y cómo lo quiere decir. Es cine colombiano hecho para televisión (hasta hace poco esto era una contradicción), divertido, entretenido, con calidad cinematográfica y peso en sus ideas y referentes.