Sector 9, de Neill Blomkamp

Pobres extraterrestres

Por: Oswaldo Osorio

Es extraño ver una película de ciencia ficción -y con elementos del cine de acción- sin el acabado visual de Hollywood, sin sus odiosos y predecibles giros, sin sus héroes arquetípicos y sin sus gloriosos finales que dejan contenta a la gran mayoría de espectadores. Este director sudafricano, en cambio, lo que presenta es una cinta con una interesante y original premisa, así como una serie de recursos visuales tan impactantes como inéditos en el cine más comercial y una refrescante forma de concebir el género de ciencia ficción, que en esta época de sobreexplotación de los efectos visuales ya está oliendo rancio.

La premisa en cuestión propone que más de un millón de alienígenas quedan varados en la tierra y terminan convirtiéndose en una población marginal entre los humanos y luego en un problema social y de salud pública (aunque la película nunca explica por qué son medio tontos ni por qué no usan su tecnología). De esto se podría desprender toda una serie de reflexiones de tipo sociológico y político, que sin duda pueden tener relación con esta historia, pero que tampoco se debe sobredimensionar, porque es claro que no es el objetivo principal de la cinta.

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Las horas del verano, de Olivier Assayas

Memoria, pasado y muebles viejos

Por: Oswaldo Osorio

En Colombia difícilmente se podría hacer una película como ésta. No en nuestros tiempos. En un país donde la conflictiva realidad y la supervivencia material son los imperativos de la vida diaria, contar una historia sobre las preocupaciones de una familia por el futuro de sus muebles, cuadros y utensilios sería absurdo y hasta inmoral. El peso de la civilización de un país como Francia es el que fundamenta un relato y un tema tan particulares. Son siglos acumulados de conocimiento y de historia. Incluso siglos sin las preocupaciones de guerras intensivas.

Con ciertos asuntos capitales ya resueltos, empezando por la supervivencia, los franceses han tenido tiempo de ocuparse de otras cosas, como el ocio y el ornato, por ejemplo. Por eso una silla, además de servir para sentarse, también puede tener un estilo, una belleza que supera incluso su valor de uso.

Adicionalmente, mucha gente tiene el tiempo y la disposición para admirarla, así como la comodidad material para pagarla. Llevan siglos acumulando sillas y placeres, pura plusvalía hedonista. No se puede generalizar tampoco, pero lo cierto es que la familia de este filme sí se ajusta a esta descripción.

La historia de esta cinta es un sereno y cotidiano relato sobre esta familia que debe tomar una decisión definitiva acerca de una colección de objetos, que aunque muy valiosos, tanto como para ser piezas de museo, fueron los que amoblaron toda la vida su casa. Por eso no sólo es una película sobre muebles viejos, sino también sobre lo que significan, sobre la carga emocional que representan.

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Enemigos públicos, de Michael Mann

Cuando los villanos de confunden con héroes

Por: Oswaldo Osorio

De acuerdo con Las Uvas de la Ira (Steinbeck/Ford), los verdaderos enemigos públicos en los años treinta en Estados Unidos eran los bancos. Las crisis económicas, empezando por la Gran Depresión (la más cinematográfica de todas), siempre afectan especialmente a las clases bajas y medias, porque generalmente los bancos y corporaciones sacan provecho con su poder económico o, en el peor de los casos, se declaran en bancarrota y quedan libres de deudas.

Esta situación no sólo crea un gran resentimiento popular, como se puede ver en el libro de Steinbeck y la película de Ford, sino que propicia la proliferación de la delincuencia, en este caso también la delincuencia más cinematográfica de todos los tiempos. Por eso ésta no es la primera película sobre John Dillinger, hay ya muchas, y eso es porque es un personaje de vida extrema que realmente existió, porque su historia da un gran gusto contarla y porque era un héroe popular.

Así que buena parte del atractivo de esta cinta descansa sobre esa figura legendaria del ladrón de bancos que, indirectamente, castigaba a los poderosos y se vengaba de ellos en nombre de un pueblo llevado a la miseria. Pero además, aquí es redefinido con un aire y una actitud que llevan su perfil casi al punto de un romanticismo rebelde e idealista, lo cual potencia ese atractivo. Y esto se puede ver en su desprecio por las reglas y el sistema, su desdén por la vida normal y el futuro planificado, la libertad para vivir y su actitud siempre temeraria, así como su romántica y entregada forma de amar. Y para ajustar, es encarnado por Johnny Depp.

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La vida es dulce, de Mike Leigh

Una optimista bien informada

Por: Oswaldo Osorio

El título de esta película parece una ironía, al menos así es para quienes conocen la filmografía de este director, porque sus historias y personajes casi siempre están cargando con el peso de la vida y sus adversidades.

Mike Leigh es para muchos el mejor director inglés de los últimos tiempos, desde que con su inquietante y reveladora  Naked (1993) ganara la Palma de Oro en Cannes. Y en adelante, con títulos como Secretos y mentiras, Chicas de carrera, todo o nada y Vera Drake, descargó sobre el público algunos de los más intensos dramas que se hayan visto en el cine reciente, todos ellos afincados en un realismo que tiene como protagonistas a personas comunes y corrientes en medio de su cotidianidad. Por eso esta nueva película sorprende tanto, porque el personaje y la visión del mundo que nos propone está en las antípodas de sus devastadores y, al mismo tiempo, entrañables dramas.

La vida es dulce (los genios que rebautizan las películas en español no se enteraron que ya en 1990 Leigh hizo un filme con este mismo nombre) tiene como título original Happy-go-Luky, una expresión que hace referencia a una persona que ve la vida con optimismo y siempre está feliz y tranquila. No podría haber una mejor forma de describir a Poppy, la protagonista de esta cinta, una maestra de escuela a quien le debe doler la cara cuando no está sonriendo y que va por el mundo tan contenta como es posible serlo.

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Río helado, de Courtney Hunt

La marginalidad congelada

Por: Oswaldo Osorio

Desde el mismo título esta película se conjura contra el estado de ánimo y la felicidad de sus personajes. El título es sólo un indicio de ese paisaje físico que rodea y condiciona el otro paisaje, el emocional, que se percibe tan bajo como la temperatura de aquella zona fronteriza en que viven, una zona marginada por el clima y la distancia. Es en estas circunstancias que se desarrolla esta historia, modesta pero con una fuerza conmovedora, una historia sobre la marginalidad a todos sus niveles: geográfica, económica, racial, sentimental y hasta de género.

Porque ésta es una historia de mujeres, que además son pobres y abandonadas, y para ajustar, cargando con el peso, también material y emocional, de la descendencia. De un lado está Ray, una mujer con dos hijos y abandonada por un esposo jugador que se llevó el dinero de la casa de sus sueños, y del otro está Lila Littlewolf, una joven de origen mohawk sin futuro que vive dándose tumbos contra el mundo.

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La clase, de Laurent Cantet

El crisol de la sociedad

Por: Oswaldo Osorio

“Me da lástima Francia dentro de diez años”, les decía el profesor a sus alumnos de Los 400 Golpes hace exactamente medio siglo. Entre estos muchachos estaba Antoine Doinel, quien realmente era un rufián en clase, y sin embargo, como la entrañable película de Francois Truffaut sigue a este muchacho fuera de los muros del colegio, entonces el espectador puede ver que no es tan bellaco como parece, todo lo contrario, es inteligente e inquieto con la vida, sólo que termina siendo un incomprendido.

Aquel clásico de la Nueva Ola Francesa es un referente obligado a la hora de mirar esta película de Laurent Cantet, o al menos un punto de referencia que puede ayudar a potenciar su sentido. Y es que esta cinta, que se llevó la Palma De Oro en Cannes el año pasado, no sale del instituto educativo donde se desarrolla (el título original es Entre los muros) y se concentra casi por completo en la clase del profesor Francois.

Allí el espectador que no esté familiarizado con el ambiente cotidiano de la educación media, no puede quedar menos que sorprendido y contrariado por el pesado e irritante panorama de tensión y lucha entre maestro y estudiantes, así como por la insolencia y desidia de los muchachos.

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Terminador 4: La salvación, de McG

Cine de acción con abolengo

Por: Oswaldo Osorio

Hace un cuarto de siglo no existía el cine de acción. Lo que el suspenso es para el thriller, la acción era para el western, el cine de aventuras o la ciencia ficción, es decir, sólo un componente de un aparataje argumental y dramático mayor. Pero en los años ochenta aparecen tres películas, con sus respectivos actores y personajes, que establecen las pautas de lo que sería ese nuevo género cinematográfico que ahora es el más explotado por la industria del cine.

Esas tres películas son Rambo (1982), Terminador (1984) y Duro de matar (1988). Hubo más de este cine en aquella década, pero son estas películas (y sus secuelas) las que, por sus características y su éxito de taquilla definieron el esquema general: un protagonista masculino que todo lo sabe y lo puede, quien además es justo, noble, políticamente correcto y patriota; como antagonista, un enemigo absoluto del mundo occidental (es decir, de USA): comunistas, narcotraficantes o terroristas, según la época; y la acción (persecuciones, explosiones, tiroteos y peleas) con un protagonismo que, en la mayoría de estos filmes, termina siendo un fin y no un medio.

De las tres películas, que cada una cuenta ya con cuatro entregas, sin duda la saga más interesante es la de Terminador, que además tiene serie televisiva (Terminator: The Sarah Connor Chronicles, 2008). Es la única que no aplica esta última característica de modo contraproducente, esto es, que la acción sea un fin y no un medio, sino que, adicional al fuerte protagonismo de la acción, de fondo hay una historia y unas ideas con fuerza y relevancia. Son películas que, en mayor o menor medida, según la entrega, reflexionan sobre la confrontación hombre-máquinas, el miedo apocalíptico, la hecatombe nuclear, la ética en relación con la creación de vida artificial y la distinción entre la esencia humana y la insensibilidad de las máquinas.

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Revólver, de Guy Ritchie

¿Dónde está la bolita?

Por: Oswaldo Osorio

Hay personajes, imágenes y situaciones del cine de Guy Ritchie que uno nunca olvidará. Y no tanto porque sean profundas lecciones de vida o verdades reveladas, sino más bien por lo impactantes e ingeniosas, además por su capacidad de jugar y hacer extravagantes o divertidas variaciones con los estereotipos de cine de gangters.

Planteado así esto parece una virtud, que ciertamente lo es y representa la esencia de su cine, pero de esto se desprende también su principal carencia, y es que todas sus películas no trascienden lo límites de los juegos y malabares narrativos, visuales y argumentales. 

Su rutilante entrada al cine fue con Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y luego, con Cerdos y diamantes (Snatch, 2000), le da una vuelta de tuerca a su particular universo gangsteril y su narrativa rauda y copartimentada. En su momento fue inevitable asociar ese universo y narrativa con el cine de Quentin Tarantino, aunque en el caso de Ritchie se trata de una versión más ligera y efectista. 

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Milk, de Gus Van Sant

Película para un actor

Por: Oswaldo Osorio

Ésta película es de Sean Penn. No por el Oscar, pues si ese premio realmente hiciera justicia, ya hace mucho y un par de veces que se lo habría ganado. De ahí que quienes eventualmente se la vean doblada se perderán lo más importante. Así mismo, quienes conozcan la filmografía del actor seguramente la disfrutarán más. Por ejemplo, aquellos que vieron Río místico o Todos los hombres del rey, no podrán más que complacerse con el personaje que en esta nueva película hizo el mismo actor. 

Así que es una cinta más de actor que de director. Eso a pesar de estar dirigida por un cineasta de respeto que ha realizado un puñado de joyas, como Cowboy junkies, Perdidos en la noche, Todo por un sueño o Elephant. Pero también es el mismo que ha dirigido infortunadas y complacientes cintas como Good Hill Hunting y Encontrando a Forrester, y qué decir del innecesario gesto de repetir (no de hacer su propia versión) nada menos que Sicosis.

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Frost/Nixon: La entrevista del escándalo, de Ron Howard

La Televisión como un campo de batalla

Por: Oswaldo Osorio

Difícilmente alguien pensaría que una entrevista es una buena historia para hacer un filme. Sin embargo, así lo creyó un director de Hollywood, tal vez el más inesperado de todos, Ron Howard, el mismo que acaba de adaptar los best sellers de Dan Brown (El código Da Vinci, Ángeles y demonios) y el mismo que hace parte de la élite taquillera  y “oscarizada” de la Meca del cine con películas como Un horizonte lejano, Apollo 13 o Una mente brillante.

Cuando un estudiante universitario (por poner un ejemplo reciente que conocí) cree que la Segunda Guerra Mundial la ganaron los alemanes y que terminó en 1955, la palabra Watergate o el nombre de Richard Nixon nada le dicen. Incluso en Estados Unidos los jóvenes reconocen más fácil al payaso de McDonalds que la foto de uno de sus presidentes.

Y menciono esto porque la historia de esta cinta (una entrevista) y su tema (Nixon y su dimisión), podría verse como un material demasiado árido y codificado, además sin posibilidades dramáticas y narrativas, un material con el que nadie de Hollywood vería posibilidades.

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