Celda 211, de Daniel Monzón

El buen chico y Malamadre

Por: Oswaldo Osorio

Hay géneros cinematográficos que están determinados por el espacio en el que se desarrolla su historia. El western es el más claro ejemplo de ello. De acuerdo con esto, hay quienes hablan del género “carcelario”, que si bien resulta un poco exagerado llamarlo género (a lo sumo puede ser un subgénero), es cierto que el lugar y los personajes que forzosamente lo habitan pueden definir un esquema y unas características generales presentes en los relatos a los que se le aplica tal rótulo.

Esta cinta española, aunque en esencia es un thriller, contiene estos elementos del cine carcelario y, como ocurre con todos los filmes que apelan a un esquema, lo importante es cómo combinan tales elementos y aplican el esquema, lo cual aquí se hace de forma ingeniosa y precisa para conseguir un relato visceral y contundente a partir de un espacio y unos personajes harto conocidos.

El guardia que en su primer día de trabajo queda en medio de un motín y, para salvar su pellejo, se hace pasar por un preso nuevo, es una premisa que de entrada resulta original y prometedora, aunque hay que aclarar que su origen es la novela homónima del periodista Francisco Pérez Gandul. A partir de este planteamiento, lo que viene es una doble confrontación, un doble conflicto que le da el sabor adicional a esta película de “cárceles y motines”. Por un lado, el tire y afloje entre los internos y las autoridades carcelarias, una historia ya vista mil veces; pero por otro, el encuentro entre el recién llegado y el líder de la cárcel, Malamadre.

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Zona de miedo, de Kathryn Bigelow

El Jackass de la guerra

Por: Oswaldo Osorio

Parecía que este año la Academia de Hollywood, haciendo una excepción a la tradición, había decidido con buen criterio. Sus principales galardones fueron para una película de bajo presupuesto y con un tema serio, en lugar de dárselos a Avatar, la última y más perfecta encarnación del cine comercial y escapista.

Sin embargo, luego de conocer este filme  de Kathryn Bigelow, se pudo constatar que los Oscar siguen siendo unos premios a la popularidad, porque si bien bajo este criterio no era posible que la cinta más taquillera de la historia del cine fuera vencida por una modesta película, la sorpresa la hizo posible el tema y su tratamiento, que apelaron al patrioterismo de los estadounidenses, lo cual está siempre por encima de cualquier otro criterio.

Y no es caprichoso el uso del término patriotero, como el criterio aplicado para preferir esta película, en lugar del de patriota. Este último tiene que ver con el amor a la patria, mientras el primero es un alardeo excesivo de patriotismo. Porque eso es lo que se puede ver en Zona de miedo, un relato que únicamente alardea con lo duro que lo pasan los marines en Irak, lo valientes que son y cómo se sacrifican por, no sólo su país, sino por “el mundo libre”, como les gusta decir.

Pero lo que se ve es una historia protagonizada por el típico héroe descerebrado que actúa impulsado por una falsa noción de lo que es la valentía, la cual generalmente confunde con estupidez y arbitrariedad (hay que ver lo poco que le importa la opinión de su equipo). Es como los hombrecitos tontos del programa Jackass, que se someten a peligrosas pruebas que les causan heridas y dolor, sólo para diversión de la audiencia.

Así mismo es la mentalidad de este “héroe” que desarma bombas en Irak, pues no se da cuenta –tampoco el guionista ni la directora- que sin la consciencia y la actitud del heroísmo no puede existir tal cosa, pues solo queda el hombre-idiota o el hombre-máquina cumpliendo ciegamente la función para lo que fue adiestrado.

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Alicia en el País de las maravillas, de Tim Burton

O la historia de las dos Alicias

Por. Oswaldo Osorio


A pesar de todas las adaptaciones que se han hecho del clásico de Lewis Carroll, empezando por la magnífica cinta animada de Walt Disney (1951), es con esta nueva versión que se conjugan dos elementos que potencian su fuerza imaginativa y su fascinante universo fantástico: el director Tim Burton y el desarrollo de la imagen digital. Porque con el talento y la retorcida imaginación de Burton y las posibilidades visuales sin límites que brinda ahora la tecnología, el País de las maravillas y sus personajes se presentan ante el público de una manera nunca antes vista, y que además es complementada por el formato en tercera dimensión.

Lo primero que hay que aclarar es que la película está basada en la combinación de los dos libros que Carroll escribió sobre el personaje, esto es, Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865) y  A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871). Es por eso que el argumento y los personajes se hacen familiares en muchos pasajes, pero también sorprenden en otros. Fue una afortunada decisión que le permitió a Burton ser original con una de las historias más conocidas de la historia de la literatura.

El asunto fundamental aquí, entonces, es el encuentro de este singular director con la popular obra. El relato de Carroll le proporciona un universo justo como los que le son afines a Tim Burton. La particular visión del cineasta se caracteriza por combinar lo fantástico con lo macabro, también por su gusto por los mundos puestos de cabeza, la locura inofensiva y los personajes y criaturas nobles e inocentes, que no ingenuos, pero sí con un aspecto y comportamientos bizarros e inquietantes. Todas estas propiedades coinciden con la obra, por eso la alquimia de este material es evidente, y el espectador asistente a un espectáculo visual llamativo y fascinante, a un vuelo de la imaginación  estimulante y sugestivo.

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Nine, una vida de pasión, de Rob Marshall

Un musical para Fellini

Por: Oswaldo Osorio

Los homenajes pueden terminar siendo emotivos gestos o pretensiosos remedos. Y es que ésta no es una película solamente, sino que también es un clásico del cine como referente, más la obra de un maestro de sueños y delirios de celuloide. Es por eso que esta cinta, dependiendo de cada espectador, inevitablemente se verá de dos formas distintas. Quienes conozcan la obra de Federico Fellini y su filme más celebrado por la crítica (Ocho y medio, 1963), podrán ver una cinta cargada de referencias y sentido cinéfilo; de otra parte, quienes no, verán un musical con un argumento tal vez un poco extraño, pero finalmente con el espíritu del espectáculo y hasta el optimismo propio de los musicales clásicos.

Aunque esta película no es exactamente un remake de aquel clásico, pero sólo por un tecnicismo, y es que está basada es en un exitoso musical que sí se inspiró en la película de Fellini. El musical fue creado por Arthur Kopit y Maury Yeston y se estrenó en 1982 con la aprobación del director italiano. Pero es improbable pensar que el director Rob Marshall no tuvo siempre presente el filme y la personalidad de Fellini al momento de hacer esta película, y eso es una de las cosas que inmediatamente se da cuenta quien conoce dichos referentes.

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Amor sin escalas, de Jason Reitman

La vida sentimental de un viajante

Por: Oswaldo Osorio

A despecho del mal título que, como casi siempre ocurre, le pusieron en español, esta película poco tiene que ver con el amor. Más bien el desamor y sus sustitutos son los asuntos que jalonan esta historia, la cual en el fondo está hablando de las relaciones personales en la sociedad moderna y, específicamente, con referencia al mundo laboral. Estos asuntos complicados y profundos, sin embargo, son abordados sin ostentación ni estruendosos dramas, todo lo contrario, el desenfado y la sutileza son las armas usadas por este joven director que, gracias a esto, ya se ha forjado una buena reputación.

Lo primero que se puede decir de Jason Reitman (aparte de que seguramente le fue más fácil entrar al negocio gracias a su padre, Iván Reitman, director y productor de una veintena de taquillazos de Hollywood) es que gusta de historias y personajes poco convencionales. Eso se pudo ver en sus tres primeros filmes: Gracias por fumar (2005), Juno (2007) y Bonzai Shadowhands (2008). Podría decirse que son historias políticamente incorrectas que tienen a antihéroes como personajes, pero eso sería llevarlas a un extremo que no es exacto, porque al abogado que defiende las tabacaleras, a la adolescente que quiere abortar, al maestro ninja en decadencia y a las respectivas historias que protagonizan, les falta la carga de “veneno” y trasgresión que exigen estos conceptos.

Igual ocurre con su última película. Está revestida con el tufillo de simpleza e irreverencia que caracteriza al cine independiente (su protagonista también es una suerte de antihéroe no romántico), pero nunca excede lo límites de velocidad y maledicencia impuestos por el cine de Hollywood. Pero aún así, no se puede tampoco acusar a este director de hacer los productos típicos de la más grande industria de cine. Sus películas realmente quieren hacer la diferencia y con esta última esa intención se evidencia todavía más.

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Sherlock Holmes, de Guy Ritchie

Una película nada elemental

Por: Oswaldo Osorio

El cine de Guy Ritchie siempre ha sido chicle mental y narrativo. Sólo se disfruta mientras se saborea, mientras está en la pantalla. Pero su falta de profundidad y seriedad la compensa con un gran talento narrativo, una ingeniosa concepción visual y una cínica y divertida manera de crear personajes e historias. En otras palabras, se trata de un cine que ofrece entretenimiento de calidad, con un refinado manejo del lenguaje del cine –muy efectista, eso sí- y con un estilo propio e inconfundible.

Del personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle se han realizado un centenar de versiones, entre seriales y películas, tanto para cine como para televisión. Pero ciertamente Sherlock Holmes es un personaje sólo para fanáticos fieles, porque ya él por sí solo es una fórmula repetida hasta el cansancio y gastada desde hace décadas. Por eso una nueva versión necesitaba ser una puesta al día y con un enfoque diferente. Y efectivamente, Guy Ritchie hizo lo necesario para conseguirlo.

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Avatar, de James Cameron

Una aventura corriente en un ambiente poco corriente

Por: Oswaldo Osorio

No ha pasado un mes desde que escribí sobre la relación cine-tecnología a propósito de Los fantasmas de Scrooge (Zemeckis). Con esta nueva película de James Cameron, igualmente, es imposible no anteponer el aspecto tecnológico al momento de referirse a ella. Y no es un buen augurio cuando se tiene que hablar primero de “aparatos” antes que de cualquier otra consideración cinematográfica. Y por lo visto, eso está sucediendo con mucha frecuencia en estos tiempos. Si bien el cine, por ser un arte nacido de una invención técnica, tiene como parte de su esencia el componente tecnológico, éste ha sido siempre un medio y no un fin en sí mismo. El fin debe ser el lenguaje cinematográfico y lo que con él se pueda decir.

Es cierto que las innovaciones tecnológicas pueden hacer avanzar al cine como lenguaje y también es cierto que el entretenimiento hace parte de la industria del cine, pero tampoco son aspectos suficientes, por sí solos, para hacer una definición completa del séptimo arte. El hecho de haber esperado más de una década para hacer esta película -porque, según Cameron, antes no existía la tecnología adecuada- evidencia la forma en que este director privilegió el aspecto formal y de efectos especiales a la hora de concebir el proyecto. Esto salta a la vista (literalmente, pero siempre y cuando se vea en el sistema de tercera dimensión) y realmente resulta una exuberante experiencia para los sentidos.

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La decisión más difícil, de Nick Cassavetes

Amor filial y muerte

Por: Oswaldo Osorio

Las películas con enfermos de cáncer en su argumento inevitablemente despiertan sospechas. No se puede negar que el tema casi siempre se ha prestado para sensiblerías, cargados melodramas y golpes de efecto argumentales.  Pero ocurre que el director de esta película tiene un apellido con abolengo, que si bien esto no siempre es garantía de calidad, con frecuencia tiene algún significado, sobre todo si se trata del hijo de la principal figura de la historia del cine independiente norteamericano: John Cassavetes.

Sin embargo, Nick no sólo tiene apellido, si bien su obra está muy lejos del gran legado que su padre dejó al cine, ha sido realizada con entereza, aún bajo las reglas de Hollywood, y es dueño, al menos, de una pequeña joya de cine: She’s so lovely (1997). Esta nueva cinta parecía otra más de las que ha hecho adscritas a un género, en este caso al subgénero court room movie, o película de estrados judiciales: La niña que demanda a sus padres y todas las discusiones éticas y emocionales que este planteamiento y su esquema conllevan.

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Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino

5 en gramática y 0 en historia

Por: Oswaldo Osorio

Cada película de Quentin Tarantino es un acontecimiento. Toda la cinefilia mundial lo espera, aun para odiarlo o despreciarlo. Porque es un cineasta de excesos, genialidades, caprichos adolescentes y de un impecable dominio del oficio de contar historias con imágenes en movimiento. Esta nueva película puede que irrite a los historiadores, que mate del tedio con sus interminables diálogos al espectador común, que cause escozor hasta al último sádico del cine gore, que excite al cinéfilo que gusta de cazar citas o que maraville al estudioso del lenguaje del cine, el caso es que nunca podrá ser posible que sea vista como una cinta cualquiera.

Lo primero que hay siempre que tener en cuenta para ver ésta y casi todas las cintas de QT es que el referente del que parte para crear sus universos, historias y personajes no es la realidad sino el cine (y a veces la televisión), con toda su iconografía, historia y mitología. Los homenajes y variaciones al cine de explotación de los setenta son sus preferidos: las artes marciales en el díptico de Kill Bill, blackxplotation en Jackie Brown o películas de autos, carreras y choques en Death proof. Con su nuevo filme hace referencia al cine de explotación de guerra, tipo Los doce del patíbulo (Aldrich, 67), o incluso al llamado macaroni combat, que es la versión italiana de este cine, así como el espagueti western lo fuera a las películas del oeste.

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El extraño mundo de Jack (3D), de Henry Selick

Navidad Vs. Halloween

Por: Oswaldo Osorio

Lo primero que define a una película de culto como tal es que puede ser vista una y otra vez sin perder su fuerza y encanto. Además de todas las veces que los fanáticos habrán podido ver esta cinta, ahora tienen una excusa más para repetir la experiencia y hacerla aún más profunda, literalmente, pues su re-estreno en 3D es precisamente eso, la posibilidad de volver a visitar lo ya conocido pero como si fuera una nueva experiencia.

En estos tiempos del imperio y la moda del sintetismo de las imágenes, es necesario hacer unas aclaraciones de orden técnico con respecto a esta cinta. Lo primero es que se trata de la última gran película en stop motion (creación de movimiento fotografiando cuadro a cuadro las figuras en un escenario a escala) antes del éxito comercial de la animación en 3D con la película Toy Story dos años después (1995).

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