Dos hermanos, de Daniel Burman

La familia no se escoge

Por: Oswaldo Osorio

Un hermano puede ser un extraño íntimo. Porque los hermanos pasan buena parte de sus vidas juntos y, por lo general, la vida entera en contacto permanente, pero de todas formas, en lo profundo, pueden ser unos desconocidos entre sí o, incluso, es posible que cada cual diga que, de no ser hermanos, nunca aceptaría al otro como amigo. En esta película ocurre algo parecido. Dos personalidades contrarias, unidas por la sangre y por la soledad de la cuasi vejez, que al mismo tiempo conviven y se enfrentan, se deprecian y se aman.

Pero esta cinta va más allá de lo tediosa que parece su historia por la descripción inicial de sus componentes. Es cierto que está hecha de la pura cotidianidad de unos personajes en general ordinarios, quienes además protagonizan una historia en la que tampoco nada extraordinario ocurre, pero es en la mirada del director y lo que, a la larga, termina mostrándonos de ellos y de su relación lo que puede hacer la diferencia.

Daniel Burman, su director, fue uno de los protagonistas del Nuevo Cine Argentino, el cual se dio desde mediados de los años noventa y se constituye en el único movimiento de renovación en el cine latinoamericano en cuarenta años. Es un dato significativo, porque da indicios de que estamos ante un cineasta con carácter y experiencia. Tal vez sea quien más éxito ha tenido de su generación y de ese nuevo movimiento, que aún no se ha hecho viejo. Sus películas tienen unas temáticas y un tono muy similar a ésta, son historias que denotan casi una obsesión del director por las relaciones familiares, con todo lo que ello implica: los afectos, la variedad de personajes, la emotividad, la identidad o la falta de ella, entre otras cosas.

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Mentiras tecnológicas en el cine de acción

Por: Oswaldo Osorio

El cine es ilusión, esa es su esencia en todo sentido: son imágenes fijas que percibimos con la ilusión de movimiento, son luces y sombras proyectadas en una pantalla que crean la ilusión de realidad, y pueden ser lugares y personajes inexistentes y fantásticos que materializan universos ilusorios. Esta gran ilusión es posible gracias a los medios tecnológicos que, desde hace 115 años, ha ido desarrollando el séptimo arte. No obstante, si bien ahora todo está permitido para ser creado, solo existe una condición: la verosimilitud, y eso es justamente lo que está perdiendo el actual cine de acción.

Si bien esta reflexión surge a propósito de la última película de Tom Cruise y Cameron Díaz, Encuentro explosivo (James Mangold, 2010), se trata de una tendencia del cine de acción de los últimos años. Por ejemplo, que el petiso pero fornido señor Cruise, apenas con un leve giro, salte del techo de un automóvil, a través de la estrecha ventanilla, al asiento delantero, o que en una moto a gran velocidad tome a su pasajera y, con un movimiento tan veloz como un parpadeo, la siente en frente suyo, son dos acciones que, efectivamente, ocurren ante los ojos del espectador, pero que también todos, de inmediato, tienen la certeza de que tales cosas son físicamente imposibles, que sutileza o credibilidad de la ilusión se ha convertido en una descarada mentira.

Decía André Bazin que lo que gusta al público del cine fantástico es su realismo, es decir, la contradicción entre la objetividad de la imagen y el carácter increíble del suceso. Pero esto sólo aplica para el cine fantástico (ciencia ficción, fantasía y horror), en el que el espectador debe aceptar que un hombre vuele, desaparezca o se mueva tan rápido que el tiempo se detiene. La razón de ser de otros géneros, en cambio, entre ellos el cine de acción, es el realismo respaldado por la verosimilitud, es decir, que sea creíble todo lo que ve.

El punto de quiebre que en este sentido el cine actual está experimentando, es a causa de los actuales avances tecnológicos, en especial las nuevas posibilidades ofrecidas por la imagen digital, es decir, aquella que no es producto de lo registrado por una cámara, sino que puede ser creada o manipulada por computador. Entonces películas como Encuentro explosivo, Agente Salt, Crank o Los ángeles de Charlie, por ejemplo, lo que han hecho es forzar las leyes de la física y la lógica del mundo real que pretenden recrear, para llevar al extremo la espectacularidad de las acciones y las destrezas de sus héroes. Y lo más irónico es que ya no necesitan dobles, porque la pantalla verde y la imagen digital lo pueden todo en la comodidad y seguridad de un set de grabación.

El problema con esto es que el atractivo de los héroes de acción y sus hazañas depende, en buena medida, de que el espectador crea que eso es posible por las habilidades mismas del héroe, no por los trucos tecnológicos del cine. Es por eso que la saga de Jason Bourne o las últimas dos entregas de James Bond han resultado mucho más populares y exitosas que tantas cintas de súper héroes que últimamente se han hecho. Porque en estas película los personajes ejecutan sorprendentes acciones, pero posibles, registradas con la cámara como si realmente hubieran ocurrido con la verosimilitud necesartia. Y si hay efectos, estos se mantienen en los límites de la ilusión, y no del burdo artificio que se aprovecha de la perfección técnica y visual para impactar de manera facilista e incluso gratuita.

Entonces, si el cine de acción no es verosímil, si el espectador, a pesar del realismo de la imagen, que ya todo lo puede hacer, “no se la cree”, entonces se pierde la esencia de este género, que no es otra que crear la ilusión de que estos héroes y sus hazañas son posibles. Y en definitiva, todo este asunto se reduce al eterno problema de la relación del cine con la tecnología, que hay realizadores que usan esa tecnología como un recurso más del lenguaje del cine para contar una historia o desarrollar unas ideas, mientras que otros son apenas hábiles artesanos con los efectos especiales que, en su desconocimiento de la esencia del cine o como concesión a la taquilla, los usan como un fin y no como un medio, como la luz que resplandece y no que ilumina.

El che 1 y 2, de Steven Soderbergh

El hombre detrás de la calcomanía

Por: Oswaldo Osorio

Al cine muy pocas veces se le da bien contar historias sobre héroes o íconos de la historia, más aún si hay un gran presupuesto y un director de Hollywood de por medio. Por lo general se cae en reduccionismos idealistas o lo resuelven todo con una serie de anécdotas. Pero esta película es una afortunada excepción. La historia de Ernesto “Che” Guevara (desde la noche que conoció a Fidel Castro hasta el día de su muerte) es tratada por Steven Soderbergh con honestidad y audacia. La honestidad está en su aproximación sin artificios a esta figura histórica, y la audacia en plantear un relato sin concesiones comerciales, estar hablada en español y su larga duración son las principales pruebas de ello.

A pesar de sus prometedores inicios, Steven Soderbergh parecía que se había acomodado en la última década haciendo complacientes piezas llenas de estrellas y vacías de sentido, como la saga de La gran estafa, por ejemplo. Sin embargo, sorprende la temeridad y seriedad con que planteó este proyecto de largo aliento: Una película de casi cuatro horas y media que se vio obligado a dividir en dos para su distribución: Che, el argentino y La muerte del Che.

Soderbergh, quien escribió el guión basado en las memorias del Che, se concentra en hacer un retrato mesurado y sugerente. Por eso, más que de sus hazañas, como lo han hecho otras tantas películas que han contado su historia, esta cinta da cuenta de su actitud ante ellas, del carácter sereno de este hombre y sus lúcidos fundamentos ideológicos. De ahí que lo más sobresaliente del filme es que no sucumbe a idealizar al héroe, tampoco a hacer apologías ingenuas y mucho menos a reducirlo todo a anécdotas ni a explotar las posibilidades que dicha historia tenía como cine de acción.

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La mujer del anarquista, de Peter Sehr y Marie Noëlle

Sobre héroes y vencidos

Por: Oswaldo Osorio

Otra película sobre la guerra civil española. Son tantas que se pierde la cuenta, y eso que al país solo ha llegado una pequeña muestra. Esta insistencia en el tema por parte del cine español, como ocurre con todas las cinematografías nacionales, se debe a esa función del cine de reflejar y reflexionar sobre la realidad, así como a la necesidad que tiene una sociedad de exorcizar los demonios de su historia para conocerse mejor. La cuestión aquí es si a partir de una historia mil veces contada se dice algo nuevo, en esta cinta la respuesta es afirmativa solo parcialmente.

Lo primero que llama la atención es la forma en que está estructurada esta historia. Normalmente el cine plantea una trama central y un protagonista principal, pero aquí lo que se ve es algo sí como tres capítulos, cada uno con una trama distinta y con cambio de protagonistas. Esto trae unas consecuencias negativas para el desarrollo argumental y dramático del relato, pues se antoja equívoco e inconsistente, y por eso por momentos es difícil identificarse con los cambiantes protagonistas y mantener el interés en la fragmentada trama.

La primera y segunda parte son las menos interesantes, porque están construidas con los mismos elementos vistos en tantas películas sin que haya variaciones significativas, sin que contenga esos nuevos aspectos o un punto de vista distinto que la diferencie del montón de buenas y malas películas que han recurrido a este tópico.

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Toy story 3, de Lee Unkrich

Los juguetes también son para los adultos

Por: Oswaldo Osorio

De muy pocas películas se puede decir que han significado una revolución en la historia del cine. Toy Story (John Lasseter, 1995) es una de ellas, por ser la primera hecha enteramente con imagen digital, es decir, generada por computador y sin usar cámaras. Pero este hito técnico únicamente representa la mitad de su importancia, porque pudo ser solo una primera pero olvidable película hecha en computador, sin embargo, ella también inauguró una nueva era de un cine infantil que fue creado con la inteligencia y la complejidad necesaria para cautivar también al público adulto.

Y si bien desde entonces esa técnica y tipo de historias fue lo que se impuso como el estándar  del cine infantil (confinando la animación en dos dimensiones y los relatos simples e inocentes a la televisión), lo que ha conseguido esta película pionera, primero con su continuación, en 1999, y ahora con esta tercera entrega, no ha sido igualado por ninguna de su tipo. Sobre todo esta última se ve beneficiada por el completo conocimiento que el espectador tenía de los personajes, el universo y la lógica de la saga. Por eso, con ese terreno ya avanzado, Toy story 3 pudo ocuparse de profundizar más en el sentido de la trama y en sus personajes.

Ante este panorama, por lo difícil que sería escoger cuál de las tres entregas es mejor, es preferible hablar de ella como una sola, por la continuidad que le han dado a sus componentes, por su grado de elaboración en aumento y por el tono y el nivel que se sostiene a lo largo de las tres. No obstante, de acuerdo con esta lógica, la tercera parte sería la de mayor intensidad y en la que mejor conocemos a los personajes y, por ello, sus acciones y las relaciones que tienen entre sí son más significativas.

Por eso en esta última película su eterno conflicto, que ya de por sí trascendía hacia lo existencial, se hace aún más duro y complejo, pues a la dificultad de llevar la vida aceptando su naturaleza de juguetes, se le suma el hecho de que son los juguetes de alguien que ya no es un niño. Y para ajustar, se sienten despreciados y van a dar a algo muy parecido al infierno de los juguetes. Pero los conflictos que tienen que enfrentar no sólo son existenciales y emocionales, sino también los propios de un relato de acción y aventuras, por los villanos a los que tienen que vencer y los casi infranqueables obstáculos que deben sortear.

Saberse caducos y abandonados por su dueño dispara los sentimientos de cada uno de los juguetes, entonces afloran las crisis emocionales y las dudas existenciales. Incluso llega el momento en que pierden su identidad, no sólo como juguetes de Andy, sino en general, cuando son torturados en aquella guardería. Entonces se dan cuenta de que lo único que tienen en la vida es a ellos mismos, a esa amistad de fuertes lazos que los ha convertido en una familia, y ese es el sentimiento que cruza todo el relato y la sólida construcción de los personajes.

A este conflicto interno se le suma el externo, representado por la aparición, por vez primera en la saga, de un villano propiamente dicho, el oso Lotso (que huele a frutas), que además tiene un “brazo armado”, el bebé gigante. Como siempre, ese conflicto externo tiene que ver con desplazarse de un lugar a otro, juntos y sin que los humanos los vean cobrar vida, y con estos dos maléficos personajes el problema se potencia. Pero lo que hay que resaltar aquí es que incluso estos villanos, que generalmente el cine tiende a construirlos esquemáticamente, son tratados con sustancia y solidez, creándoles una historia y una dimensión sicológica. En especial llama la atención cómo consiguen hacer del bebé gigante a un personaje ambiguamente perturbador.

Estamos, pues, ante una pieza de gran valor cinematográfico y tremendamente divertida y entretenida, no sólo para el público infantil sino también para el adulto, que incluso la puede disfrutar más. Es decir, un filme que sabe combinar arte e industria, así como elementos para satisfacer a todos los públicos, lo cual es un logro alcanzado por muy pocos.

Posdata: El corto que siempre precede las películas de Pixar, esta vez uno titulado Día y noche, tal vez también es el mejor que se ha hecho, pues de forma insólita combina animación en 2D y en 3D, con un derroche de ingenio y humor desarrollando una idea de peso.

Publicado el 27 de junio  de 2010 en el periódico El Colombiano de Medellín.

Los amantes, de James Gray

El amor duele

Por: Oswaldo Osorio

Se dice que es mejor ser amado, aún sin ser correspondido, que nunca haber amado. Y es que el amor es el sentimiento definitivo, para bien o para mal. Leonard, el protagonista de esta película, es víctima del amor, y consecuentemente de la vida. El amor para él es una debilidad, por lo serio que se lo toma, por lo hondo que lo afecta, y en esta historia, a falta de uno, tiene dos amores, cada uno con sus razones y sus adversidades, lo cual es una penosa situación para alguien que es tan vulnerable ante este sentimiento y ante la vida misma.

Pero antes de seguir hablando de este atribulado personaje, es necesario hacer un paréntesis para referirse quien lo interpreta, un sólido Joaquin Phoenix que lleva sobre sí todo el peso dramático del relato y que lo hace con la consistencia que siempre se le ha conocido y que lo han convertido en uno de los actores más interesantes de Hollywood. Esto cobra aún más significado porque se supone que esta es su última película, después de la cual ha decidido dedicarse a la música. De manera que supo despedirse con una interpretación que culminó con contundencia su gran carrera.

Así que en esta cinta se le ve como un hombre con una vida opacada, definida por una angustia de fondo como consecuencia de una vieja herida de amor. De ahí que la principal virtud de esta película es lo que, tanto el director como el actor (en su tercera colaboración juntos), consiguen a la hora de transmitir unos sentimientos y un estado de ánimo. Es un ese ambiente emocional denso y casi desequilibrado, que amenaza con que en cualquier momento algo terrible ocurrirá, en el que la película pone su énfasis. Por eso tal vez no es un filme fácil de ver, porque le exige al espectador concentrarse en el sentido de esas emociones y sentimientos que hay en juego.

Se trata, entonces, del viaje emocional de un hombre a partir de un relato que ahonda en su confusión y en su dolor, un triángulo amoroso en el que, como siempre, el que ama dos veces la tiene más difícil. Porque nunca será fácil decidir entre el amor apasionado e inconsecuente y el seguro y conveniente. No es una decisión obvia, porque depende de las condiciones de cada cual, ni siquiera de lo que realmente se desea.

La decisión que finalmente toma Leonard, no es tan evidente como parece, por eso el espectador se ve obligado a reflexionar sobre todo lo que le pasa por la cabeza a este hombre cuando está a la orilla del mar, en ese clímax desprovisto de todo drama. El caso es que este personaje y su historia dejan un extraño sabor, una incomodidad que es propia del cine que busca en el espectador a un cómplice y a un interlocutor, aún después de que termine la película.

Publicado el 20 de junio de 2010 en el periódico El Colombiano de Medellín.

FICHA TÉCNICA

Título original: Two lovers

Dirección: James Gray

Guión: James Gray y Richard Menello

Producción: Donna Gigliotti, James Gray y Anthony Katagas.

Fotografía: Joaquin Baca-Asay

Montaje: John Axelrad

Reparto: Joaquin Phoenix, Gwyneth Paltrow, Vinessa Shaw, Isabella Rossellini, Elias Koteas.

USA – 2008 – 110 min.

El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella

Del amor y el tiempo

Por: Oswaldo Osorio

Las historias de amor en el cine no suelen durar tanto tiempo. Aunque la estructura general de este relato es la de un thriller policíaco, en el fondo se  trata de dos conmovedoras historias de amor que se prolongan por veinticinco años. Y así, entre la eterna pregunta de los thrillers por la identidad del asesino y el profundo sentimiento que un par de hombres sienten por sus respectivos amores, avanza esta película cargada de intriga y gran emotividad.

Los amores conmovedores y un tanto tortuosos son la especialidad de este director, como se puede constatar en El mismo amor, la misma lluvia (1999) y El hijo de la novia (2001), dos películas suyas que tienen características similares a esta nueva cinta, es decir, historias contadas con solidez, envolventes narrativamente, personajes entrañables y la perfecta factura que aprendió de su experiencia trabajando en la televisión de Estado Unidos.

El relato tiene como hilo conductor la investigación sobre el asesinato de una joven mujer. La pesquisa del asesino y sus posibles escapes es lo que le da forma a una trama que no está limitada a la simple intriga policíaca. De fondo se desarrolla una contenida y sutil historia de amor entre uno de los investigadores y su jefa. Más que sus cualidades y acciones profesionales, es la errática y muchas veces fallida relación entre ellos lo que consigue construir a unos personajes bien dimensionados que terminan por ganarse al público.

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Hombres dementes, de Grant Heslov

Comando Hippie

Por: Oswaldo Osorio

Fue Groucho Marx quien dijo que “inteligencia militar” era una contradicción de términos. Ahora, encontrar militares con poderes extrasensoriales, puede ser  aún más insólito y contradictorio. Pero esa es, justamente, la premisa de este filme, la cual da como resultado una original y mordaz comedia que pone en juego una serie de ideas que contrastan con la mentalidad castrense, aunque es una comedia que empieza con el ímpetu de una carcajada burlona, pero termina conformándose con ser solo una sonrisa cómplice.

Lo primero que llama la atención de esta comedia es el particular tono de farsa en que está planteada. El cine de Hollywood no se ha caracterizado por crear comedias muy sofisticadas, más bien la vulgaridad y elementalidad son sus rasgos distintivos, sin que esto quiera decir que no son eficaces, sólo habría que recordar algunas de las comedias de los hermanos Farrelli (Loco por Mary, Irene y yo y mi otro yo…), solo por mencionar los últimos directores cómicos exitosos de Hollywood.

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Celda 211, de Daniel Monzón

El buen chico y Malamadre

Por: Oswaldo Osorio

Hay géneros cinematográficos que están determinados por el espacio en el que se desarrolla su historia. El western es el más claro ejemplo de ello. De acuerdo con esto, hay quienes hablan del género “carcelario”, que si bien resulta un poco exagerado llamarlo género (a lo sumo puede ser un subgénero), es cierto que el lugar y los personajes que forzosamente lo habitan pueden definir un esquema y unas características generales presentes en los relatos a los que se le aplica tal rótulo.

Esta cinta española, aunque en esencia es un thriller, contiene estos elementos del cine carcelario y, como ocurre con todos los filmes que apelan a un esquema, lo importante es cómo combinan tales elementos y aplican el esquema, lo cual aquí se hace de forma ingeniosa y precisa para conseguir un relato visceral y contundente a partir de un espacio y unos personajes harto conocidos.

El guardia que en su primer día de trabajo queda en medio de un motín y, para salvar su pellejo, se hace pasar por un preso nuevo, es una premisa que de entrada resulta original y prometedora, aunque hay que aclarar que su origen es la novela homónima del periodista Francisco Pérez Gandul. A partir de este planteamiento, lo que viene es una doble confrontación, un doble conflicto que le da el sabor adicional a esta película de “cárceles y motines”. Por un lado, el tire y afloje entre los internos y las autoridades carcelarias, una historia ya vista mil veces; pero por otro, el encuentro entre el recién llegado y el líder de la cárcel, Malamadre.

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Zona de miedo, de Kathryn Bigelow

El Jackass de la guerra

Por: Oswaldo Osorio

Parecía que este año la Academia de Hollywood, haciendo una excepción a la tradición, había decidido con buen criterio. Sus principales galardones fueron para una película de bajo presupuesto y con un tema serio, en lugar de dárselos a Avatar, la última y más perfecta encarnación del cine comercial y escapista.

Sin embargo, luego de conocer este filme  de Kathryn Bigelow, se pudo constatar que los Oscar siguen siendo unos premios a la popularidad, porque si bien bajo este criterio no era posible que la cinta más taquillera de la historia del cine fuera vencida por una modesta película, la sorpresa la hizo posible el tema y su tratamiento, que apelaron al patrioterismo de los estadounidenses, lo cual está siempre por encima de cualquier otro criterio.

Y no es caprichoso el uso del término patriotero, como el criterio aplicado para preferir esta película, en lugar del de patriota. Este último tiene que ver con el amor a la patria, mientras el primero es un alardeo excesivo de patriotismo. Porque eso es lo que se puede ver en Zona de miedo, un relato que únicamente alardea con lo duro que lo pasan los marines en Irak, lo valientes que son y cómo se sacrifican por, no sólo su país, sino por “el mundo libre”, como les gusta decir.

Pero lo que se ve es una historia protagonizada por el típico héroe descerebrado que actúa impulsado por una falsa noción de lo que es la valentía, la cual generalmente confunde con estupidez y arbitrariedad (hay que ver lo poco que le importa la opinión de su equipo). Es como los hombrecitos tontos del programa Jackass, que se someten a peligrosas pruebas que les causan heridas y dolor, sólo para diversión de la audiencia.

Así mismo es la mentalidad de este “héroe” que desarma bombas en Irak, pues no se da cuenta –tampoco el guionista ni la directora- que sin la consciencia y la actitud del heroísmo no puede existir tal cosa, pues solo queda el hombre-idiota o el hombre-máquina cumpliendo ciegamente la función para lo que fue adiestrado.

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