Los últimos placeres de la bella época
La ética criminal de los de cuello blanco
Un circo renegado en la esquina
La mala televisión se toma el cine
El país que necesita una herencia
Por: Oswaldo Osorio
Esta película puede producir reacciones encontradas, incluso en un mismo espectador. Puede ser vista como una burda comedia populista o, por el contrario, como un picaresco retrato de la sociedad cubana actual y su prolongada crisis. Aunque, en realidad, no necesariamente tienen por qué reñir estas dos opciones, en esa medida, es una comedia ligera llena de concesiones al espectador, pero también se puede ver, si se lee atentamente entre líneas, una reflexión sobre la Cuba de hoy.
El tema y el tono de esta película prácticamente son la marca de fábrica del director Juan Carlos Tabío, presente desde su debut con Se permuta (1988), pasando por la celebrada Fresa y chocolate (codirigida con Tomás Gutiérrez Alea en 1993), hasta la reconfortante Lista de espera (2000). Es un cine comprometido con el humor y la revolución. Sin embargo, entre ese debut y esta última película se pueden hacer preocupantes lecturas sobre su cine y su país.
Lo preocupante es que el país de Fresa y chocolate y Lista de espera están totalmente desdibujados. El compromiso con la revolución por parte de los ciudadanos y el optimismo y armonía con que asumen su vida diaria y las relaciones con los demás, presentes en estas dos películas (también en la ensoñadora El elefante y la bicicleta, 1994), ya no están en este último filme, el cual está marcado por la desconfianza generalizada, la falta de solidaridad y el individualismo que busca sobrevivir en medio de la precariedad económica.
Una guerra se hace con mentiras
Por: Oswaldo Osorio
Los fanáticos del cine de acción tal vez salgan decepcionados de esta película. Y es que está siendo anunciada como una cinta de acción y, para ajustar, es protagonizada y dirigida por los mismos que hicieron la exitosa saga de Jason Bourne. Sin embargo, de acción tiene muy poco, prácticamente solo la secuencia del clímax. En lugar de eso, el espectador se encontrará con un intenso y contundente thriller de espionaje ambientado en la guerra de invasión a Irak y con un marcado tono de denuncia política.
El director inglés Paul Greengrass ya tenía un reconocimiento en el cine político con filmes de gran fuerza como Domingo sangriento (2002), Omagh (2004) y Vuelo 93 (2006). Las dos últimas entregas de la saga de Jason Bourne fueron una sorpresa para quienes lo conocían, porque no se le veía como un director de cine de acción, y aún así, supo hacer la diferencia y crear dos películas que tomaron distancia de las convenciones del género, sobre todo por la estética realista con la que fueron concebidas.
Esta nueva película, que es una adaptación del libro de un analista político y corresponsal del Washington Post en Bagdad, es la perfecta combinación de esas dos facetas del cine de Greengrass: la envolvente acción realista que se le vio con Jason Bourne combinada con la solidez y complejidad de su contenido político. Pero sobre todo, el tono de denuncia es el que se impone en la propuesta de esta cinta.
Los secretos insulsos
Por: Oswaldo Osorio
Cuando el jurado del Festival de Berlin le otorga el premio a Polanski por esta película, estaba pensado más en política que en cine. Y es que el Oso de Plata como mejor director evidentemente fue una declaración contra el arresto del cineasta en Suiza, a causa de un viejo proceso judicial en Estados Unidos. El problema aquí es que, para hablar de una película, se empiece con consideraciones extra cinematográficas, lo cual despierta suspicacias sobre los verdaderos valores del filme y su director.
Los valores del cineasta nadie los ponía en duda hace tres décadas (¡Tres décadas!), cuando se había labrado un prestigio con sugestivas y trasgresoras obras como Cuchillo en el agua, El bebé de Rosemary, Repulsión, Chinatown, El inquilino, entre otras. Pero luego viene una seguidilla de obras menores (Lunas de hiel, Oliver Twist), comunes películas de género (Piratas, La novena puerta), filmes que parecen haber sido hechos por encargo (Frantic) y hasta películas a las que se les nota el esfuerzo por querer competir en la carrera de los premios Oscar (El pianista), con la cual el otrora sugestivo y trasgresor –adjetivos que no son muy apreciados por la Academia- director obtuvo siete nominaciones y tres estatuillas.
Así que la vida de película de este cineasta, con sus escándalos y problemas legales, así como con su viejo prestigio de maestro del cine, tal vez sea lo que ha recargado la balanza para la avalancha de reseñas positivas para su última cinta, a pesar de tratarse de un thriller político de lo más convencional, colmado de lugares comunes y con muy pocos elementos que lo diferencien de otras de las tantas cintas que hay del género.
Un hombre simple en un mundo podrido
Por: Oswaldo Osorio
La diferencia esencial entre el cine de género y el cine de autor es que el primero apela a un esquema, además siempre tiene unos elementos conocidos, mientras que el segundo pretende ser más libre en su expresión y busca ahondar en las ideas, los ambientes y sus personajes. Por lo general, tienden a ser dos tipos de cine que se excluyen entre sí, pero también es posible lograr una combinación, un equilibrio incluso, como ocurre en esta película.
El relato empieza sin los esquemas del caso, más bien con un tono en la narración y construcción de personajes que se está haciendo muy frecuente en el cine contemporáneo, en el cine de autor para ser preciso, que es definido por una suerte de naturalismo cotidiano en la puesta en escena y un ritmo pausado que es el propio de personajes comunes que llevan vidas igual de corrientes. Así, lentamente y con tranquilidad, con una velocidad que es más la de la vida que la del cine, se va develando la personalidad de García, ya en su casa, en su trabajo o en la relación con su mujerm y esa personalidad es la de un hombre simple, introvertido y nada ambicioso.
Sin embargo, este personaje común tendrá que chocar contra un mundo que quiere otras cosas, un mundo que trasgrede esa ética básica que García tiene y que, incluso, se mueve más rápido que él. Por eso, como ocurre con muchas de las historias de la ficción, ésta se trata de algo extraordinario que le sucede a alguien ordinario, y justo ahí es cuando entra en acción el cine de género, el thriller en este caso. (Es necesario revelar sorpresas del argumento de aquí en adelante).
La realidad por capas
Por: Oswaldo Osorio
El mundo de los sueños es uno de los temas más viejos del cine. La realidad onírica es la que más fácil se le da a los medios del séptimo arte y a la que, junto con la fantástica, mejor provecho le ha sacado. Por eso, de tan recurrente que ha sido en las pantallas, es necesario que cada director que lo retome haga la diferencia, como ocurre en este filme. Porque no se trata de una cinta más sobre el tema, sino una de las más complejas y sofisticadas historias que se haya hecho, un verdadero viaje a las posibilidades del subconsciente y a su aprovechamiento argumental y narrativo.
Es difícil pensar en otro director de la industria que, en la última década, haya logrado combinar la originalidad, el talento y el éxito comercial como lo ha hecho Christopher Nolan. Está claro que lo suyo son los thrillers sicológicos. Pero no los limita simplemente al loquito sofisticado que asesina gente, tipo Hannibal Lecter, sino que su inmersión en la desequilibrada sicología de sus personajes siempre es más sólida y compleja que los clichés del género. Memento, Insomnia y hasta las dos últimas entregas de Batman tienen esta marca, la de no solo ser perfectos thrillers, sino también una inmersión en las profundidades de la sicología de sus personajes.
Al principio, esta película puede parecer una de tantas que recurren al esquema de hacer que la acción pase de una realidad a otra, un esquema que ha sido muy explotado, sobre todo en estos tiempos de realidades virtuales. Sin embargo, rápidamente se puede ver que no solo es un Matrix onírico, sino que tiene la capacidad de trascender esa simple y vieja idea de Alicia atravesando el espejo, para darle una vuelta de tuerca planteando una lógica similar a la de las muñecas rusas, las matriuskas, en la que una realidad es sólo una capa que recubre otra realidad y ésta, a su vez, encierra otra.