Carancho, de Pablo Trapero

Vivir la vida entre colisiones

Por: Oswaldo Osorio

Un carancho es un ave carroñera, pero también con una particular belleza y hasta con cierto aire de dignidad. Estas características también describen al protagonista de esta historia, incluso a la película misma. Una potente y angustiante pieza hecha a partir del realismo en la puesta en escena, la adversidad, el dolor y unas vidas que buscan la redención.

Pablo Trapero es uno de los héroes del Nuevo Cine Argentino, ese movimiento de finales de los noventa que se presentó como la única renovación del cine latinoamericano en décadas. Películas suyas como Mundo grúa (1999), El bonaerense (2002) y Familia rodante (2004), dan cuenta de ese intimismo en la mirada y del retrato de la cotidianidad que definían este movimiento.

En sus siguientes películas, como es natural, hubo transformaciones, pero sin abandonar un universo ya identificable, esto es, historias de gente común que lucha con su existencia, casi siempre por malas decisiones, y contra un mundo, no tanto hostil, sino más bien que no los tiene en cuenta. Todo esto mirado con una vocación realista que simpatiza con la cotidianidad de sus personajes y que se toma su tiempo para recrearla.

En Carancho hay mucho de estos elementos, solo que, como en sus últimas películas (Nacido y criado, 2006; Leonera, 2008), la vida ya no es tan común y corriente. En este caso, si bien comienza como todas, se va tornando en una especie de thriller (con intriga, corrupción, crimen de por medio y toda la cosa), pero sin abandonar nunca ese tono de naturalidad, realismo y ritmo quedo.

El protagonista en cuestión es un hombre vencido de antemano (y en esto molesta un poco que sea interpretado por Ricardo Darín, quien ya no hace otro rol distinto a este), quien lucha por salir de una mala racha y -obviamente- encuentra a una mujer cuyo amor le ayudará a lograrlo. Y digo “obviamente” porque es casi inevitable que los relatos echen mano del recurso del amor para modificar el estado de las cosas, la cuestión es cómo lo hacen.

En este caso funciona de forma verosímil, pues el romance resulta tan problemático como la vida misma, pero aún así, este hombre, que se dedica a buscar accidentes de tránsito para cobrar a las aseguradoras, consigue que el amor se ponga de su parte y le ayude a salir a flote, eso muy a pesar del ambiente opresivo que siempre enfatiza las atmósferas de la película y del mal presagio de tragedia que atraviesa la historia.

Este relato íntimo y naturalista, a medida que pasa el tiempo, va cobrando intensidad, y casi inadvertidamente se le van sumando amores, dolores, corrupción y muerte, tanto que al final parece otra película, porque todo se ha transformado en un denso y tensionante thriller.

Pero la virtud de esta cinta está en que esa transformación de ninguna manera es abrupta o inconsistente con lo planteado, sino que, progresivamente, se hace más intensa, y justamente es esto lo que potencia a los personajes  (al perdedor herido y a la mujer con un secreto), quienes tienen tantas posibilidades de ir hacia la redención como hacia el precipicio, solo en el plano final se sabrá.

El vengador, de Scott Charles Stewart

Vampiros de verdad en un futuro retro

Por: Xtian Romero – cineparadummies.blogspot.com


Hay ocasiones en que sales odiando películas de las salas del cine. Hay, afortunadamente, esas otras ocasiones en que sales amándolas, pero hay unas cuantas, muy pocas la verdad, en que sales con sentimientos encontrados. Muy bueno esto, pero…, muy bueno aquello, pero… y te encuentras en una batalla interior destruyendo y rearmando la película en cuestión.

Priest ha provocado eso en mí. Pero empecemos por el principio y atentos a la sinopsis. En un mundo alternativo, diferente espacio-temporalmente al nuestro, los seres humanos llevan teniendo batallas de supervivencia contra los vampiros desde tiempos inmemoriales. La Iglesia Católica, entrena a los llamados “Sacerdotes”, unos hombres altamente capacitados para luchar con estos seres cuerpo a cuerpo y destruirlos. En el futuro ya lo lograron, la plaga vampírica ha sido exterminada, y las personas viven en ciudades gigantes casi que como complejos industriales, dándole una estética retro-futurista portentosa.

La iglesia controla todo los destinos de la humanidad, con pantallas en los edificios con un hombre diciendo, “Desafiar la Iglesia, es desafiar a Dios”, y con confesionarios electrónicos en cada esquina, clara influencia de 1984 y su Gran Hermano. Los sacerdotes ya han sido olvidados y viven en las calles en el anonimato. Pero uno de ellos recibe un mensaje, su hermano, un granjero, fue asesinado junto con su esposa por una horda de vampiros que han raptado a su sobrina. Él, desafiando la autoridad de la iglesia, se lanza a la cacería de estos seres, revelando en el camino un oscuro secreto y enfrentando viejas deudas con el destino.

Todo este mundo que crean y las reglas que ponen en el, son geniales, es lo más atrapante de la cinta. Una mezcla de cyberpunk, steampunk, horror, y hasta de western, crean una realidad impresionante, todo ayudado de una buena fotografía, unos increíbles diseños de locaciones y obviamente de la parafernalia efectista del 3D (que después de esta película creo no lo volveré a ver, me cansa demasiado).

Además ese tono distópico como en la película 1984, es un logro grandísimo, porque propone algo que nunca había visto en anteriores películas y novelas de esta temática, la Iglesia Católica es la que tiene el control. Y lo mejor, la reinvención de los vampiros, mostrando una nueva forma que se sale de los cánones tradicionales del género sin dejar de ser sangrientos, y pisoteando ese estilo infantil que está en boga hoy en día, como las ridiculeces de Crepúsculo.

Pero, lamentablemente, en el contenido se queda corta. Todo se desarrolla muy rápido, no hay tiempo de presentar y desarrollar bien los personajes, además de que hay un par de ellos que ya de por sí vienen muy mal creados. Hay muchas situaciones gratuitas y diálogos un poco clichesudos, además de unos romances injustificados, y lo peor, se queda floja en la crítica metafórica que pretende hacer a la Iglesia Católica, una verdadera lástima.

Todo se queda en que pudo haberse trabajado mucho más el guion. Muy seguramente un poco más de tiempo hubiese arrojado un guion portentoso que desperdició una premisa demasiado interesante. Tal vez hacer una película en 3D de 90 minutos sale más barato, o poner a dirigir a una persona que siempre ha estado enfocada en hacer efectos especiales tampoco sea buena idea, ¿Qué se yo? Pero el final es claramente abierto, lo que deja la esperanza, mínima claro está, de que en la próxima entrega se hará un trabajo más juicioso.

En conclusión, vayan a verla sin esperar mucho más que divertimento visual, y seguro disfrutarán igual que yo con el desborde imaginativo, y muy seguramente también, al igual que yo, lamentaran este gran desperdicio.

PD: Esta basada en el manga coreano del mismo nombre de Min-Woo Hyung, hay que leerla, me dejó demasiado antojado.

Locos, de Harold Trompetero

Historia de amor dedicada al amor

Por: Oswaldo Osorio


No importa que las historias más contadas por el cine sean las de amor, porque siempre habrá algo nuevo qué decir, variantes para agregar o puntos de vista qué explorar. Eso se hace evidente en esta cinta de Trompetero, quien casi siempre ha tenido al amor como tema central de su cine, o al menos así es en sus películas más personales, no tanto en las de encargo (Muertos de susto, El paseo) o en las que buscó –sin éxito- el beneplácito del público (Dios los junta y ellos se separan, El man).

En cambio, con la divertida Diástole y sístole, la bella y dolorosa Violeta de mil colores, la fábula adversa de Riverside y la sencilla y contundente Locos, este versátil director sí deja en claro que de lo que más le gusta hablar es del amor, y es justamente a partir de esas variantes y diversos puntos de vista, desde los cuales se aventura a decir algo nuevo, o al menos a buscarlo.

La sencillez y economía de recursos es lo que más sobresale en esta película, la cual, como otras de este director, fue realizada con un sentido práctico en el sistema de producción, hecha a la medida de nuestra precaria industria. La propuesta de esta historia, por eso, sabe adaptarse a esa limitación de recursos y es capaz de usarla en su favor.

Gran parte del relato se desarrolla en solo dos locaciones y con un par de personajes únicamente, pero eso es suficiente para contar una historia con una eficacia narrativa que no necesita de muchos diálogos, y con una fuerza dramática que descansa en las habilidades de una pareja de actores que logran un buen acople entre sí y le otorgan verosimilitud a la historia.

La demencia en el cine suele dar lugar a la sobreactuación o a forzadas estilizaciones por parte de los actores, y de la trama misma, pero en esta cinta Trompetero y sus actores saben encontrar el punto de equilibrio, incluso evitando los facilismos de la comedia y concentrándose más en el drama y las posibilidades de reflexionar sobre el amor a partir de esta singular relación.

Porque de principio a fin es una historia de amor, la cual pasa por conocidas fases: el encuentro, el enamoramiento, la pasión, la ternura, la compañía, la crisis y el reencuentro. A pesar de este recurrente proceso, los espacios en el que se desarrolla y la naturaleza de los personajes, lo transforman por completo, haciéndola incluso imprevisible hasta el final.

Así mismo, el atractivo adicional de esta historia de amor es la marginalidad de los protagonistas, cada uno a su manera. Ella, una loca peligrosa con línea directa a Dios, y él, un hombrecito envejecido y pusilánime. Todo lo que los separa de los demás es, justamente, lo que los llega a unir, y en la naturaleza de sus marginalidades es que encuentran el romanticismo, tanto los personajes como el director.

De manera que Trompetero, de nuevo, hace una película que se muestra honesta en sus planteamientos, original en sus búsquedas dramáticas y estéticas, práctica en su materialización y lúcida e inteligente en lo que quiere decir sobre eterno el tema del amor.

Chloe, de Atom Egoyan

Personajes de cal y de arena

por: Oswaldo Osorio


Una de las principales virtudes del cine es su capacidad para hablar de las emociones y los sentimientos. Encarnados en sus personajes y reforzados por el realismo propio de la imagen cinematográfica, esas emociones y sentimientos son más vívidos y contundentes. Esta película, sin duda, logra todo eso, sin embargo, la forma en que lo hace es lo que resulta muy cuestionable. Es decir, logra un efecto en lo emocional, pero en lo intelectual uno se siente burlado.

Para argumentar tal planteamiento, esta es una de esas críticas en las que es necesario contar detalles de la trama (aquí es donde quien no la haya visto, y le gusta que el cine lo sorprenda, debe abandonar la lectura). Porque es en los detalles donde esta cinta se traiciona a sí misma, al querer ser profunda y consecuente en lo que quiere expresar, pero forzada e inconsistente en la forma en que lo hace.

La película abre con la descripción que hace una profesional del sexo acerca de lo buena que es en su oficio, sobre todo porque sabe transformarse y entregarse para satisfacción de sus clientes. Acto seguido, presenta a un hombre que, al parecer, engaña a su mujer. Y con esto ya está servido el triángulo, no tanto amoroso, sino uno un poco más complicado y retorcido.

Que la esposa contrate a la prostituta para tener la certeza de que su esposo es capaz de engañarla, es solo la excusa argumental para hablarnos de unos asuntos muy serios en torno a los celos, a las formas en que se manifiesta el deseo, al desgaste de las relaciones de larga duración y a la inseguridad de las mujeres que ven perder su lozanía frente a un compañero que se ve cada vez mejor con los años.

La que carga con el peso del drama es la esposa, y no es gratuito que este personaje sea interpretado por Julianne Moore, una actriz que sabe identificar el potencial de los papeles que amplían los límites de las emociones. Es el único personaje verdadero y revelador de este filme. Sus miedos y dilemas morales frente a su relación y a lo que puede llegar a hacer por salvarla son tan intensos como inquietantes, incluso perturbadores. Es por este personaje y su viaje emocional por lo que vale la pena ver esta película.

Por otro lado, está el personaje de la prostituta, el cual es planteado en términos narrativos y dramatúrgicos justamente de manera contraria al de la esposa. Es decir, si en la esposa vemos a un personaje sólido, honesto y revelador, el de la prostituta es gratuito, forzado y efectista. La declaración inicial de la perfecta profesional, luego es contrariada por las acciones de una mujer caprichosa y voluble, que se involucra emocionalmente con sus clientes y asume actitudes casi de sicópata. Y así, el íntimo retrato de la naturaleza femenina creado a partir de lo que le ocurre a la esposa, se convierte en una burda acumulación de arquetipos en el personaje de la prostituta.

Es en ese giro sorpresivo -y del todo inconsecuente con lo planteado- de este personaje, con lo que el director evidencia su afán de impactar con facilismos. Incluso recurre al peor cliché de los thrillers de Hollywood: la acosadora que seduce al hijo. Así mismo su final, que se antoja absurdo e incoherente, todo al parecer para rematar el relato de forma dramática e impactante. Por eso, a estas alturas ya el espectador ha olvidado las virtudes de la historia y se queda solo con el desconcierto de una trama embaucadora.

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Los realizadores, de Barry Levinson

Hollywood contra Hollywood

Por: Oswaldo Osorio

“Le dañan a uno las historias, le masacran las ideas, prostituyen tu arte, pisotean tu orgullo, ¿Y qué recibes a cambio? Una fortuna.” -Guionista anónimo-


Nadie quiere morder la mano que le da de comer, y menos en Hollywood, pero el director Barry Levinson sí lo hace con esta película. La Meca del Cine no es muy dada a la autocrítica, solo algunos han podido forjar una carrera lo suficientemente sólida para volverse intocables y, además, han tenido la inteligencia y determinación para hacerlo, como Marlon Brando, por ejemplo.

Porque de eso se trata esta película, de la gente de Hollywood criticando a Hollywood. La larga carrera de Barry Levinson también le ha permitido hacer esto sin el temor de que “lo saquen de la foto”. Algunos éxitos como Rain Man, Buenos días Vietnam, Bugsy o Los hijos de la calle le dejan hablar fuerte en contra de la industria. Aunque precisamente lo hace porque la industria misma, en otras ocasiones, lo ha pisoteado y despreciado.

Esta cinta surge sin duda de sus agridulces experiencias como director y productor. El personaje interpretado por Robert De Niro tiene mucho de la vida de Levinson en treinta años de carrera. Por eso propone un doble conflicto que articula esta historia. De un lado, están los problemas personales de este productor, y del otro, sus problemas con la industria. Y, naturalmente, ambos están conectados.

En lo personal, su vida está llena de las tensiones y presiones del día a día, donde en cada decisión se juega el futuro de asuntos muy importantes. Su taimada y absorbente labor como productor lo ha conducido a la indolencia, a la hipocresía y al esnobismo. Es un trabajo y un medio que lo han hecho olvidar lo importante de la vida (el amor, la familia, los amigos) para dejar solo lo externo y mundano: la apariencia de las cosas, el qué dirán y el dinero.

El conflicto con la industria, por su parte, es la misma historia de siempre, el forcejeo entre la libertad creativa y los intereses económicos, pero estos últimos, en un medio como Hollywood, casi siempre se imponen a sangre y fuego. Pegarle o no un tiro a un perro al final de una película puede decidir su futuro comercial y la suerte de todos los que están involucrados en ella. Saborear el éxito o caer en desgracia depende de una imagen, de una actitud de sumisión o desafío al sistema.

El retrato que hace Levinson de este productor y de la industria está desprovisto de todo el brillo y el prestigio que por lo general los cubre. El peso aplastante del dinero y los juegos de poder en torno a él solo dejan ver la mezquindad de la gente y al genio creador mancillado. El componente artístico del cine sucumbe al industrial, esa parece ser la ley en Hollywood. Y cuando se trata de revertir esto, alguien termina pasando un mal rato.

Es por todo esto que, al final, esta película deja un malestar y una incomodidad, porque permite ver las entrañas de la industria y las grandes y pequeñas miserias de quienes hacen parte de ella. Es un milagro que de todo ese fango ético y moral salgan esas bellas y sublimes historias que Hollywood de cuando en cuando nos regala.

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Crimen de autor, de Claude Lelouch

El juego de la ficción habla del amor

Por: Oswaldo Osorio


Cualquier lugar es mejor que el lugar en el que estamos, decía alguien en una ya lejana película alemana. Y en esta francesa hay una idea similar, cuando un policía afirma que son incontables las personas que quieren irse, de un día para otro, y dejarlo todo tirado. Esta idea le confiere un fondo de hastío existencial y desesperación a esta película, y aún así no es una historia triste, pues algo de humor y amor hay en ella; ni tampoco muy trascendental y tediosa, porque está sobre la estructura del thriller, que la hace muy entretenida.

Claude Lelouch realiza películas desde hace medio siglo, pero muchos lo han desdeñado luego del enorme éxito que tuvo con Un hombre y una mujer (1966), un melodrama romántico ganador de Cannes y el Oscar a la mejor cinta extranjera. Y es cierto que este director es proclive a los cuentos ligeros y a las historias de amor, así como al cine popular y de gran presupuesto, pero al tiempo puede hacer un cine más personal, modesto y profundo.

Esta película es un ejemplo de esa versatilidad, porque puede ser vista como un inquietante relato de misterio (a la manera francesa, por supuesto, es decir, con sutileza y sin los efectismos de Hollywood para este tipo de historias) y, al mismo tiempo, como un juego intelectual con el concepto de ficción, así como una reflexión sobre la búsqueda de la identidad y del amor.

Parecen muchas cosas y muy disímiles para estar juntas, pero esa es la principal virtud de esta cinta, que esos tres grandes aspectos no sólo se identifican con claridad sino que tienen unidad, esto es, que una misma escena puede representar el misterio, la reflexión y el juego con la ficción, porque aquí lo uno siempre tiene que ver con lo otro.

Así, por ejemplo, la famosa escritora, quien a su vez tiene un escritor fantasma (aquel que escribe por ella), quien a su vez parece estar protagonizando la trama de la novela que está escribiendo, representan una multiplicidad de posibilidades en la relación entre realidad y ficción, o lo que es lo mismo, en la ficción dentro de la ficción.

Parece confuso enunciándolo, pero en la película funciona perfectamente para crear la intriga y, sobre todo, para esa ambigua construcción de los personajes, que es el recurso más importante de la trama, pues casi todo el sentido de la historia está en el juicio que el espectador hace de un personaje por lo que la película le hizo creer que es.

Pero en el fondo de esta intriga y juego con la ficción, está siempre la reflexión sobre asuntos fundamentales, como el amor, la identidad y lo que cada quien puede hacer con su vida. Algunos de esos personajes no quieren estar en el lugar donde están, a causa de lo que son y lo que quisieran ser, o del hastío con su propia identidad, o simplemente por el deseo de buscar el amor, que siempre es tan esquivo.

Este filme puede ser, entonces, la expectativa por saber quién es el asesino, o también el divertimento de ver una historia dentro de otra, o mejor, la historia de un fantasma que conoció a una mujer y quiso volver a la vida.

Los Agentes del destino, de George Nolfi

El amor se rebela contra el Plan Maestro

Por: Oswaldo Osorio


Esta película es una rara mezcla entre historia de amor, cine fantástico y con elementos del thriller. Pero en la medida en que estos componentes están repartidos equilibradamente, el relato mantiene su unidad y coherencia, aunque al final, como debería ser siempre, es la historia de amor la que se impone.

Pero esa unidad y coherencia, más que del guionista y novel director George Nolfi, proviene de un cuento del célebre escritor estadounidense Philip K. Dick, un autor que supo crear unos magníficos relatos de ciencia ficción (Blade Runner, Minority report, Una mirada en la oscuridad), que además de ser imaginativos y envolventes, también están siempre provistos de un trasfondo de reflexión sobre la sociedad y la naturaleza humana.

La premisa de la que parte esta cinta dice que existe un Plan Maestro al que los hombres obedecen, quiéranlo o no. Entonces la cuestión fundamental de que haya un destino es que su existencia contradice el derecho del libre albedrío. ¿Porque si todo ya está escrito, entonces para qué decidimos?  Y, como se sabe, las decisiones que tomamos es lo que nos define por encima de cualquier cosa. En esta película, entonces, se enfrentan esas dos fuerzas, el Plan Maestro y el libre albedrío. El tamaño de lo que representan (y lo que está en juego) pone en evidencia la fuerza del conflicto en esta cinta.

David y Elise no están destinados a enamorarse, pero el azar, esa némesis del destino, los une un par de veces y el Plan se empieza a contrariar. De manera que la trama plantea la tensión entre el destino que los rige y las decisiones que quieren tomar. El problema es que las decisiones no siempre son fáciles, porque no todo está en blanco y negro, generalmente hay matices y variantes.

Pero si bien toda cuestión se podría solucionar haciendo un inventario de ventajas y perjuicios, y por lógica tiende a imponerse lo razonable y lo correcto,  también es cierto que esta lógica puede ser vencida por fuerza mayores, el amor, por ejemplo, aunque también el odio o el deseo, y tantas otras incontrolables pasiones propias de la condición humana.

Y aunque estas cuestiones siempre están de fondo y son lo que motivan la construcción de los personajes y sus acciones, también tiene un gran protagonismo la forma en que está presentado el relato. El componente fantástico, por un lado, el de esos seres que manipulan el destino de los humanos, impone un tono de misterio y expectación que hace de éste un relato atractivo e imprevisible. Y el componente de thriller, por su parte, permite que la narración esté construida de forma precisa y acompasada, jugando con el suspenso y los giros inesperados.

De manera que si bien es un filme que propone una reflexión sobre asuntos como el destino y el libre albedrio, con el amor en medio de esa confrontación, está empaquetado como un eficaz producto de Hollywood, entretenido, envolvente, con un par de bellas estrellas como protagonistas y complaciente con el público. En otras palabras, es un cine inteligente y al mismo tiempo muy comercial.


Un año más, de Mike Leigh

Una mirada extraordinaria a personas ordinarias

Por: Oswaldo Osorio

Esta es una película donde no pasa nada, solo la vida, que ya es bastante. Pero ese “no pasa nada” es desde la perspectiva de la narrativa clásica de Hollywood, la cual exige que un relato tenga imprevistos puntos de giro que hagan atractiva la historia, así como personajes a los que les sucede algo fuera de lo común o enfrentan a duros problemas. Pero esta cinta habla de personas corrientes que lidian con situaciones corrientes, y aún así, resulta una significativa historia con personajes muy interesantes.

Hacer una buena película sobre lo ordinario de la vida solo es posible cuando detrás de ello está el talento y lucidez de un director como Mike Leigh. Principalmente desde Naked (1994) y Secretos y mentiras (1995), este autor inglés nos ha mostrado su capacidad para hablarnos de la complejidad de la vida cotidiana y los personajes corrientes. Sus dos principales herramientas son lo que logra con sus magníficos actores y el realismo en la puesta en escena.

Esta película también está construida a partir de estos elementos. Se trata de la historia de una pareja que vive una existencia simple y armónica, pero también es la historia de las personas que los rodean, entre familiares y amigos, para quienes la vida cotidiana está ambientada con un sonido de fondo de tristeza e insatisfacción. No tienen grandes problemas (como los que siempre buscan los guionistas para introducir un conflicto fuerte), aunque si se sabe mirar, como lo hace Leigh, la soledad ya es bastante, o la edad, o simplemente que no pase nada extraordinario en sus vidas.

De manera que el relato presenta un doble registro, por un lado, la felicidad de la pareja protagónica, y por otro, la infelicidad de los demás. Y es que Mike Leigh no tiene una opinión muy optimista de la vida, la cual considera que está poblada por gente triste e insatisfecha, sobre todo las personas mayores. Así lo ha recalcado en las dos películas ya citadas o en otras como Chicas de carrera (1997), Todo o nada (2002) y Vera Drake (2004). Aunque también es cierto que su anterior filme, Happy-go-lucky (2008), es una de las películas más optimistas que jamás se hayan hecho en el cine.

Pero la variable en esta cinta es esa pareja feliz, que es la que en cierta forma ayuda a los demás a sobrellevar sus amargadas existencias. El contraste se hace tan evidente que todo parece conducir a una conclusión muy simple, algo que se ha repetido desde Jesucristo hasta The Beatles: la clave de la felicidad es el amor. Y eso se puede constatar cuando el hijo de la pareja pasa del bando de los insatisfechos al de los felices, justamente, en el momento en que consigue novia.

Pero en realidad, lo que menos importa de esta película es la moraleja, y menos una que es tan obvia como profunda, lo que importa es el detalle, el realismo y la sensibilidad con que el director nos revela ese universo cotidiano y sus pequeños y grandes dramas, así como los sentimientos llenos de matices que vemos en sus personajes. Todo esto logrado solo a partir del devenir de la vida, de las cosas simples y de una búsqueda del sentido de la felicidad. Un devenir que se repite año tras año, para bien o para mal.

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Los niños están bien, de Lisa Cholodenko

Un intruso en la familia

Por: Oswaldo Osorio

Solo en esta época de inclusión social y reivindicación de minorías, esta pequeña y modesta película podía hacerse visible. El matrimonio de lesbianas con dos hijos adolescentes que quieren conocer a su padre biológico, es un planteamiento bien atractivo y con enormes posibilidades dramáticas que pudo ser explotado de forma sensacionalista o sensiblera, pero que encuentra en Lisa Cholodenko una mano mesurada que, en general, asumió con honestidad y entereza el relato.

Desde el título, la película hace su declaración de principios, anteponiéndose a cualquier opinión que el sector conservador pueda hacer de este tipo de familias. Porque en ésta todo es amor y armonía, funcionando incluso mejor que una familia convencional, lo cual, también es cierto, no deja de ser sesgado y tendencioso. Tiene las naturales explosiones de  rebeldía y sus fricciones, pero nada grave, sobre todo con los hijos.

Planteado este universo, la propuesta dramática apela al esquema del “intruso”, del elemento extraño que ingresa a un ambiente y lo desestabiliza. Esta situación, continuando con la defensa de la premisa que hace la directora, es la prueba última que necesita esta familia en un momento coyuntural, esto es, cuando los hijos están a punto de pasar a la adultez y cuando este matrimonio entre dos mujeres acusa el desgaste de veinte años.

De esta forma, cuando el padre biológico entra en sus vidas, salen a flote los problemas latentes y cada quien se cuestiona a sí mismo y a los demás. La necesidad de liberación de los hijos, el deseo de una figura masculina, las relaciones de poder en la familia, los inconformismos silenciados, en fin, una serie de miedos, resquemores, pequeñas y grandes batallas, que propician que los personajes -y el público- se confronten y reflexionen sobre muchas de las variables que componen la vida familiar.

La construcción del relato opta por un tono coral, en el que todos los personajes tienen más o menos la misma importancia. Y si bien el conflicto del intruso es el principal, éste propicia otra serie de conflictos adicionales y distintos puntos de vista, según cada personaje. Estos dos aspectos hacen que el relato sea dinámico en su narración y completo en la forma como aborda la historia.

Por eso mismo, este sencillo relato, que insinúa unas implicaciones sociales, culturales y emocionales, se presenta como una entretenida historia, que habla de asuntos serios de manera reflexiva, pero sin estar exenta de humor y desenfado. Así mismo, lo hace con ese tono propio del cine independiente (que, valga decirlo, también se convirtió en una fórmula) en el que la narrativa clásica es llevada al extremo de la simpleza, dejándole todo el protagonismo a lo importante, es decir, la historia, los personajes y las ideas.

En síntesis, se trata de una bonita y emotiva película, construida con sencillez y elocuencia, que si bien deja en claro cuál es su posición sobre este –para muchos- delicado tema, también abre el debate a partir de la forma como asume a sus personajes y sus distintos puntos de vista.


Los colores de la montaña, de Carlos César Arbeláez

Los paisajes de la guerra

Por: Oswaldo Osorio


Lo más atroz que tiene el mundo es la guerra y lo más puro y honesto es la infancia. Cuando el cine reúne estos dos extremos, por lo general expresa con gran elocuencia la crueldad de la primera y la transparencia de la segunda. Y efectivamente, eso ocurre en esta entrañable película, la cual habla del conflicto colombiano con sutil contundencia, sin gritos ni sensacionalismo, así como de la naturaleza de los niños, sin empalagos ni sensiblerías.

Es la ópera prima de Carlos César Arbeláez, un juicioso e intuitivo director que tiene un valioso recorrido en el documental (con poderosas obras, entre muchas otras, como Negro profundo: historias de mineros y Cómo llegar al cielo) y en el cortometraje, con La edad del hielo (1999) y La serenata (2007), dos títulos que ya dejan entrever un estilo propio y un universo: el eficaz trabajo con actores naturales, un talento para retratar la cotidianidad y el color local, y una propensión a mirar con gracia y naturalidad las situaciones adversas.

En este país no se dejarán de hacer películas sobre el conflicto, es necesario e inevitable. Las mejores cintas colombianas generalmente son las que abordan este tema. Pero ante el riesgo de la reiteración y el lugar común, es la novedad del punto de vista y el tono en el tratamiento lo que puede hacer la diferencia, lo que dirá algo nuevo ante lo ya dicho muchas veces.

Esta película propone esa diferencia con su tono y punto de vista. La mirada desde los niños reconfigura y le da otro matiz a la visión que se tiene del conflicto armado en Colombia, a la forma y el proceso como es vivido por la gente del campo. Esto lo hace con la sólida construcción de una atmósfera de cotidianidad y desenfado que se va quebrando y donde, progresivamente, impone un ambiente desequilibrado.

Este proceso es presentado casi sin asomo alguno de violencia explícita o estruendosa, aunque sin quitarle la gravedad al asunto. Porque, en principio, no es un relato sobre la guerra en sí, ni sobre el desplazamiento forzado, sino sobre los momentos previos a todo ello, sobre la pérdida de la inocencia, en este caso representada en la pacífica vida campirana y enfatizada con la mirada y la amistad de unos niños.

Aunque la película da cuenta del momento coyuntural de la irrupción de la guerra, también se puede ver que hay cierta familiaridad con ella: un hermano en la guerrilla, la colección de balas, los grafitis, los tipos que van y vienen, en fin, una serie de elementos que hacen parte del paisaje, pero que solo son tomados en cuenta cuando empiezan a perturbar sus vidas, o cuando, muy elocuentemente, un salón de clase se empieza despoblar.

La lucidez y contundencia de esta historia es transmitida al espectador por medio de un relato sólido y sutil, pues sabe crear una progresión dramática que gana en intensidad y se muestra sugerente y contenido en las reflexiones que propone sobre el conflicto y su efecto en el campo y en los niños. Además, tiene la medida precisa para combinar esto con momentos de cotidianidad y jocosidad, por lo que resulta ser un filme duro y comprometido, pero también entretenido y encantador.

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