Omar, de Hany Abu-Assad

Saltando muros y esquivando balas

Por: Oswaldo Osorio


En menos de dos semanas pude ver dos filmes con el mismo tema, incluso casi con el mismo protagonista, se trata de Omar, una producción entre Palestina y Emiratos Árabes,  y Bethlehem (Belén), película israelí dirigida por Yuval Adler. Ambas hablan del drama de los jóvenes que, en medio del conflicto árabe – israelí, se ven envueltos en peligrosos entramados de espionaje e intrigas que los convierte en piezas de usar y tirar para los bandos en oposición.

Y es por eso que, aunque la trama política siempre está de fondo determinándolo todo, son historias  que se centran en los conflictos y dramas personales , donde están en juego las lealtades y las relaciones con los demás, las cuales son puestas a prueba constantemente. Pgero la más de las veces estos jóvenes resultan acorralados por situaciones en que cualquiera de las opciones que tienen va en contra de su reputación o su integridad, o incluso de ambas.

En el caso de Omar, sus problemas se potencian porque la amistad y el amor se convierten en variables que complican más la toma de decisiones, de manera que al entramado político se le suma el entramado afectivo, lo cual pone a prueba con mayor intensidad la ética y el carácter de este personaje.

Porque esa es la gran diferencia entre Bethlehem y Omar, el carácter y la ética de sus protagonistas, pues mientras en la primera se trata de un joven desorientado, voluble y a veces taimado, Omar es de una integridad y generosidad sin titubeos, por eso resulta más atractivo como personaje, o al menos el espectador puede identificarse más fácilmente con él. Y tal vez en eso es lo único en que se ve la diferencia entre ambas películas de acuerdo con su nacionalidad, porque si bien la película israelí trata de abordar objetivamente la situación, con la construcción de su protagonista hace más difícil identificarse con su punto de vista.

El caso es que, sin importar si tiene ética y carácter o no, sin importar si la historia la contaron israelíes o árabes, igual son presentados como jóvenes signados por un futuro azaroso, lleno de violencia y con la sospecha siempre sobre ellos. Pero el verdadero drama es que esta sospecha viene de ambos bandos, porque pueden ser acusados por los israelíes de pertenecer a la resistencia o por los palestinos de ser un traidor, mientras estos jóvenes se debaten entre la lealtad a su pueblo y las fuertes presiones y chantajes de las agencias judías para convertirlos en informantes.

Si bien en Bethlehem está más presente la trama política y en Omar son los conflictos afectivos, las dos son películas parecen tener la misma honesta intención de cuestionar la situación social y humana que se vive en los territorios ocupados, una vida que no es vida, sino un estado de alerta permanente, cargado de miedos y suspicacias, que no permite vivir tranquilamente, que los obliga a que la guerra sea lo primero y lo último sobre lo que piensan cada día de sus vidas.

Aires de esperanza, de Jason Reitman

Una nueva vida

Por: Oswaldo Osorio

Hay películas que se lo ganan a uno de entrada, y desde el principio uno quiere que sea una buena película, una que se quede en la memoria. Claro, este deseo debería ocurrir con todas, pero solo aparece con aquellas que al mismo tiempo que sentimos una especial conexión con ellas, aparece el temor de que no lo van a lograr. Eso se empieza a sentir por detalles incómodos y pequeños gestos que luego tal vez se convertirán en decepciones o inconsistencias. Con esta película ocurre eso.

Y la verdad es que, revisando la corta pero exitosa filmografías de Jason Reitman, eso ocurre con casi todas sus películas: una sensación de que se trata de historias entrañables, pobladas de complejos y atractivos personajes que se embarcan en una singular odisea personal, pero que, mirándolas en retrospectiva, se antojan irregulares y hasta tramposas narrativa y emocionalmente. Eso sucede (también) en sus tres primeros filmes: desde la precoz adolescente embarazada en Juno (2007), pasando por -aunque en menor medida- el solitario hombre de Amor sin escalas (2009), hasta la confundida escritora de Jóvenes adultos (2011).

En Aires de esperanza (Labor Day, 2013) la confianza por el filme empieza por los actores que interpretan a la pareja protagónica, una Kate Winslet y un Josh Brolin que siempre escogen muy bien sus proyectos. Luego está ese relato del mundo de los adultos desde el punto de vista de un adolescente, lo cual suele ser atractivo y revelador. Además, con gran facilidad el relato da cuenta de su doble componente: de un lado, la historia intimista de un joven y su madre deprimida por una separación, y del otro, una trama en clave de thriller al momento en que se topan con un prófugo.

Es decir, todo está dado para una cinta envolvente en su argumento y llena de posibilidades en las emociones y sentimientos que pone en juego. Y efectivamente, el director logra construir unas atmósferas construidas a partir de sutilezas, unos momentos realmente bellos y emotivos y un tono en el relato que seduce al espectador. Con estos recursos consigue plantear y desarrollas ideas sólidas acerca del sentido de pérdida, de la esperanza de poder empezar una vida de nuevo, de la seguridad afectiva y existencial que puede traer consigo la certeza de tener una familia, incluso la posibilidad del renacimiento del amor aun en el paisaje emocional más yermo.

Sin embargo, todo esto también está acompañado de recursos tramposos e innecesarios, como la joven amiga del protagonista, que con una precocidad con unos tintes de inverosimilitud que nos recuerda a Juno, es puesta allí como un comodín para propiciar cosas que debían surgir más naturalmente; o las reiteradas y hasta gratuitas situaciones de suspenso hacia el final (en especial el viaje en patrulla del joven); o el mismo punto clave de todo el filme: el enamoramiento relámpago de los protagonistas.

Es una sensación muy contradictoria ver las películas de este señor, pues, salvo Amor sin escalas, esa tensión entre los singulares y atractivos personajes e historias que propone y algunos de los tramposos o condescendientes recursos narrativos y dramáticos con que los desarrolla, no permite un disfrute pleno de lo que siempre se presenta como películas muy prometedoras.

Ninfomanía, de Lars Von Trier

Sexo sin amor

Por: Oswaldo Osorio


El cine de Lars Von Trier siempre ha sido provocador, para bien o para mal. Ya sea por la honesta vocación de traspasar los límites que otros no se atreven o simplemente por escandalizar y, de paso, conseguir mucha publicidad, sus películas nunca son una más de entre todo lo que llega a la cartelera.

Ninfomanía (Nymphomaniac, 2013) es la primera parte de una película que completa su “Trilogía de la depresión”, compuesta además por El anticristo (2009) y Melancolía (2011). En ella -al menos por lo que va de este primer volumen, porque falta una segunda entrega- una mujer se confiesa como ninfómana y le relata a un desconocido sus aventuras e intimidades de cuando era joven.

Como era de esperar, el polémico director danés presenta un relato cargado de fuerza en las emociones que pone en juego e inquietante y sugestivo por las situaciones con que ilustra estas emociones. En esto sigue siendo un autor con gran sentido para crear dramatismo en el relato y turbación en el espectador, buceando y exponiendo oscuros sentimientos de la naturaleza humana, que necesariamente conducen a la fascinación y admiración por la mayor parte de su obra.

De otro lado, es también muy evidente su incapacidad para lograr esto sin tener que recurrir a temas, personajes y situaciones extremos. Ya sea una pobre mujer ciega que es engañada y luego llevada a la horca o el mismísimo fin del mundo, es inevitable percatarse de que esas emociones y sentimientos de los que habla Lars Von Trier son siempre producto de un gran artificio dramático y argumental que muchas veces se antoja forzado (un artificio que siempre está disimulado -que no contrarrestado- por una puesta en escena realista y sin afeites que fue llevada a su límite más básico en su etapa Dogma 95).

Esta película no es la excepción. Para hablar de asuntos como sexo, amor, autoaceptación o los juicios morales que se pueden hacer frente a estos temas, el autor recurrió a una ninfómana y al relato que de su vida hace a un extraño. En este sentido también  hay algo de forzado en la película, no solo por la gratuidad de esta meticulosa confesión a un hombre que acaba de conocer, sino también porque toda la narración se sustenta en el relato y la voz en off de la protagonista, haciendo de la historia una sucesión de episodios -de irregular interés y calidad- en los que se dice más con el texto que con las imágenes y las acciones, lo cual no deja de ser cuestionable cuando de una pieza de cine se trata.

Con estos personajes y temas extremos y el tipo de narración que propone, la película se muestra, como casi toda la obra del director, al mismo tiempo compleja y pretensiosa. Compleja porque realmente hay toda una intensión de querer desentrañar el origen y funcionamiento de ciertas conductas humanas, entre más oscuras y retorcidas mejor; y pretensiosa porque para hacerlo recurre a unos recursos cargados de referencias intelectuales, por no decir muy reforzados, como en este caso ocurre cuando se hace un paralelismo entre el comportamiento de Joe y asuntos tan ajenos como la pesca o la música polifónica o una progresión aritmética. De hecho, por momentos se antoja torpe esa insistente necesidad de estar comentando e interpretando, por vía de los comentarios del hombre, las opiniones y aventuras eróticas de la mujer.

Pero a despecho de estos reparos sobre los artificios del tema y argumento, el facilismo de su la narración o lo forzado de los paralelismos para ayudar a entender al personaje, se trata de una cinta por la que no se puede pasar incólume, porque este director tiene la virtud de siempre estar cuestionando, hablando de lo que otros no hablan y sacudiendo al espectador al revelarle universos internos por los que muy pocas personas se preguntan.

Acercamiento a El vuelco del cangrejo

Por: Mauricio Sarmiento

“al final de esta alquimia inevitable y necesaria, la realidad iniciada ha sido sustituida por una ilusión de realidad hecha de un complejo de abstracción, de convenciones y de realismo auténtico” André Bazin

De lo indiscernible entre ficción y documental parte esta ópera prima de Óscar Ruiz Navia. ¿Cómo extraer de un lugar su esencia?, estoy seguro de que ese fue el primer cuestionamiento que se planteó el director. Es clave para poder saber cómo y hacia donde partir en ese viaje azaroso (como diría Miguel Malchaski) que es la escritura/realización de un film.

El corto llamado En la barra hay un cerebro, filmado alrededor del 2005, muestra su primer acercamiento a esa comunidad. En un marco claramente documental y con una pequeña excusa válida, muestra a Cerebro cocinar unas galletas, pero lo importante es la fuerza de su alrededor. La crisis de pescado que ronda todo el film es hablada en este primer acercamiento como una clara crisis de La barra.

De esos fenómenos vividos, más las pertinentes investigaciones nace El vuelco del cangrejo, un nombre que funciona como una alegoría al personaje principal, Daniel. No sabemos qué acontece en su vida ni cuáles son sus motivos para alejarse del país. Con pequeños datos brindados sutilmente nos vamos dando cuenta de que era un actor de teatro, que es de Cali y que tenía una mujer muy importante en su vida. No sabemos exactamente qué paso en esa relación, pero hay veces que es mucho mejor no contar todo. La duda no entorpece el guión, de hecho, lo agranda y con una gran escena en el mar basta; Daniel la ve jugar con una mujer y un bebé de la región, entre olas e incertidumbre la mujer se queda mirando a cámara, (¡Un verano con Mónica de Bergman!), ¿nos mira a nosotros?, ¿somos Daniel? Un terreno frágil, como toda relación, con una decisión frágil, como una mirada a cámara que funciona perfectamente.

Ciertas imágenes son claras muestras de documental, como los pequeños planos que van marcando esa indiscernibilidad ya mencionada. Como ejemplo, el cangrejo atrapado por la pequeña Lucía, o los planos de la comunidad. El más claro en todo caso vendría a ser cuando están jugando fútbol los adolescentes del lugar. Hay cinco o seis primeros planos de las caras de estos jugadores mirando o riendo a cámara. Una decisión muy jugada pero de nuevo vuelve acertar en la forma.

El vuelco del cangrejo no es más que una clara metáfora de la situación del país y del progreso como tal. ¿Qué ofrece el hombre blanco a una raza que ha estado toda la vida en una zona? ¡cemento! Pero si ellos los negros nunca han necesitado de ese cemento, ¿por qué ahora si? ¿No será más bien la falta de comunicación con la zona el gran problema? No será que ese ruido fuerte de los parlantes marca esa crisis de la comunicación del hombre con el hombre, o cuando Cerebro le dice a Daniel “si se queda callado cinco minutos en este lugar se vuelve loco”, haciendo alusión a los ruidos de la húmeda y densa selva. El paisa es la típica encarnación de ese mal que azota la región (un retrato a menor escala del problema del país). Qué trae el progreso, cemento, alcohol, vicio, pescado, ese alimento que durante tantos años estuvo en la zona y que ha desaparecido por la pesca indiscriminada en la región y la problemática más grave: las escrituras de la zona. ¿Y qué van a saber esos negros de escrituras si nunca se han tenido que enfrentar un problema de esa índole, si nunca han salido en un mapa? Bueno, les llegó el progreso y si no se adaptan al él, es probable que terminen fuera del sitio.

Otro elemento a destacar es la aparición de la guerra que azota la zona de una manera muy sutil, pero que no puede escapar de cualquier película que se haga en el país, pues su ausencia sería darle la espalda al mismo. La guerra aparece por medio de radios y televisores, en un fuera de campo no muy lejano. La comunidad sabe que el país está en guerra, que el presidente del momento: Uribe, tiene un fuerte conflicto de tierras con los indígenas, (el paisa y los negros). Luego otra situación de las cuales no es necesaria una explicación es la aparición de los militares caminando por la playa. Pequeña y contundente.

Esta belleza bucólica capturada por un reducido y medido equipo técnico logra explorar esos encantos de la zona sin embelesarlo, sin endulzarlo. Es clara la intención de la dirección de arte en conjunto con la fotografía. ¡Gran acierto! pues la composición de los encuadres nunca deja de ser armoniosa. Los colores usados son bellísimos y lo mejor es que es sutil como la entrada de la cámara a la zona. Son los actores naturales más esos espacios, los que se van hilvanando hasta lograr extraer toda la vastísima poesía del lugar. La ceremonia que realizan para la buena suerte de los pescadores. Ese fuera de campo que está todo el tiempo presente -¿Qué comemos hoy? –arroz… El plano de esa cosmogonía, de ese universo basto del que somos parte. Es que no deja de ser impresionante el lugar, la tierra. Nuestra tierra que con el progreso que le hemos dado claramente no va a durar lo que se supone que dure.

Por último, quisiera poner unas líneas del poema Ante el mar, del gran poeta caleño Isaías Gamboa, que de alguna forma recuerda el estado del alma de Daniel en ese vasto plano de la lancha y él en el mar.

“ leve el barco! Si está escrito

que perezca lejos, solo y olvidado, oh infinito

mar, recíbeme y sepúltame en el fondo de tus lóbregas entrañas, lo más hondo, lo más hondo, tal que nadie pueda hallarme ni turbarme

nunca más!”

Una película que seguramente tendrá que ser referencia obligatoria del cine nacional, no solo por su exitoso paso por festivales, sino por su acercamiento a las comunidades afro del pacifico. Ese pueblo que fue completamente marginado de la cinematografía. ese último plano muestra que están ahí para luchar por su espacio. No sé si es el mejor final pero por lo menos es lo más próximo a la verdadera condición de la zona.

La gran aventura Lego, de Phil Lord y Christopher Miller

¡Todo es increible!

Por: Oswaldo Osorio


Aunque todo pareciera indicarlo, no necesariamente esta es una película infantil, al contrario, es probable que la disfrute más el público joven y adulto, no solo por los alcances de su historia y el particular tono de humor que maneja, sino porque en parte parece haber sido pensada para alimentar la nostalgia del popular juguete y sus ya icónicas piezas y figuras. Además, es una de esas películas que, sin ninguna inhibición y con mucho ingenio, también es un gran anuncio publicitario de la conocida marca y producto.

Y es que hay muchos e interesantes títulos que apelan a la estética y procedimientos de las películas infantiles animadas para manejar contenidos y narrativas para adultos. El gato Fritz (1972), Heavy Metal (1981), Beavis and Butt-Head do America (1996), South Park, la película (1997) o Team America: La policía del mundo (2004) son algunos buenos ejemplos, por no mencionar lo que se ha hecho desde el anime que es todo un universo aparte.

La gran aventura Lego (The LEGO Movie, 2014) parte de un esquema argumental muy conocido. La profecía de que un hombre ordinario se convertirá en el elegido que salvará al mundo se ha visto desde la Biblia hasta Matrix, pero esto no evita que se vea como un atractivo y original relato por la forma en que está contado, pues la historia se mueve dentro de los parámetros de la comedia de acción y, hacia el final, presenta un significativo giro argumental que hace olvidar el esquema inicial y le da peso y hondura a la idea central que propone el filme.

Esta idea se refiere al conflicto entre la imperativa directriz de seguir las reglas para mantener el mundo en orden y la posibilidad de salirse del molde y renegar de la uniformidad a la que está sometida la vida cotidiana y la sociedad, con lo cual se le abre espacio a la libertad, la creatividad y la identidad individual. Se trata de un potente concepto que es disimulado por tratarse de figuritas Lego y por la constante presencia de chistes visuales y verbales, sin que necesariamente le quite su fuerza de fondo, la cual es potenciada al final cuando, de forma inteligente, enfatizan la premisa con el mencionado y sorpresivo giro.

Si el espectador no sucumbe a la innecesaria indignación a causa de lo que podría verse como el gigante anuncio publicitario del producto de una gran corporación, podrá disfrutar de una película inteligente en su planteamiento y original en su concepción visual, que le exigirá estar alerta a todos los referentes de la cultura popular que usa para crear su humor (los relacionados con Batman son los mejores), e incluso para cuestionar la sociedad actual, como la cancioncita pop que todo el mundo canta o el programa televisivo que nadie se pierde aunque siempre sea igual.

De manera que estamos ante una película que parece para niños menores de siete años, por su tema y afiche, pero que en realidad se trata de un elaborado relato que se vale de unos referentes culturales y un humor agudo e ingenioso para desarrollar una historia divertida y entretenida, pero que de fondo también puede decir algo significativo a todo tipo de público.

El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese

Los excesos sin sustancia

Por: Oswaldo Osorio


Esta última película del tándem Scorsese-DiCaprio es un proyecto monumental y muy llamativo, sin duda, no obstante, si se miran más detenidamente sus componentes, esa grandeza parece conseguida más por acumulación de elementos que por la sólida construcción de un trabajo de las grandes proporciones que parece.

Lo primero que hay que separar para definir mejor este filme es esa colaboración entre el director y el actor. Es su quinto trabajo juntos, pero es posible identificar cuál proyecto es de quién, y eso lo determina todo. Por ejemplo, Pandillas de Nueva York (2002) es de Scorsese (se puede inferir por el universo que construye, la violencia y sus implicaciones morales), mientras que El aviador (2004) es una proyecto de DiCaprio, porque es una historia ajena al estilo del director y hecha para el lucimiento del protagonista. Las películas del actor buscan más el atractivo general de la historia y el cine de género.

El lobo de Wal Street (The Wolf of Wall Street, 2013) es una película de Leonardo DiCaprio, quien al parecer tuvo que convencer al director para que la hiciera, y es comprensible las reservas de Scorsese con este proyecto, porque se trataba de una historia muy parecida a dos de sus películas más conocidas (Casino, 1995, pero sobre todo Buenos muchachos, 1990), con lo cual parecería estarse repitiendo.

De hecho, mientras avanza esta historia sobre un corredor de bolsa que fraudulenta y meteóricamente se hace millonario, es inevitable pensar en los dos gangsters que protagonizaron las películas de Scorsese y el necesario esquema de ascenso y caída que definía sus vidas y esos relatos. Claro, se podría decir que no es necesario conocer las dos anteriores para disfrutar la tercera, y eso en parte es cierto, porque se trata de un filme visceral y muy entretenido, pero también es verdad que conociendo las dos de Scorsese se puede identificar lo que le falta a esta.

Y lo que le falta es sustancia, es decir, ese peso que tiene la historia y sus personajes debido a la carga moral y hasta espiritual -incluso al componente de violencia- que tienen las películas de este director. Aún así, no se puede negar el ímpetu y magistral pulso con que está contada esta película. Son tres horas de un relato taquicardia en que son usados esos enfáticos recursos visuales y narrativos que se le conocen a Scorsese, pero que incluso aquí están más afinados y son más sofisticados.

Sin embargo, este despliegue visual y narrativo, esa eficacia en la puesta en escena que tiene siempre en el centro al eficaz trabajo de Leonardo DiCaprio, lo cual está en función de hacer un retrato de esa Sodoma moderna, amoral y llena de excesos, todo eso se queda en la simple anécdota y en el lucimiento cinematográfico cuando se trata de buscar en ella algo de fondo, ya sea en una mayor hondura y complejidad en los personajes o en las reflexiones o cuestionamientos que pudo haber hecho sobre el estilo de vida, la visión del mundo o los conflictos internos de estos hombres.

El juego de Ender, de Gavin Hood

El niño comandante

Por: Íñigo Montoya


Parece otra película de ciencia ficción bajo el esquema de la guerra de los mundos, es decir, la tierra luchando por su supervivencia contra alienígenas que se quieren apoderar del planeta y destruir la raza humana. Y bueno, en esencia este es su planteamiento argumental, pero se trata de una historia que intenta proponer mucho más que eso al poner el énfasis de su conflicto en las dudas y problemas de su protagonista.

Basada en un libro de Orson Scott Card, esta cinta propone como base e hilo conductor de todo el relato la construcción y evolución del personaje de Ender Wiggin, un adolescente que es reclutado por el ejército, dadas sus aptitudes y personalidad, como su gran esperanza para combatir la invasión alienígena.

De manera que las confrontaciones a lo largo de la película no son contra los extraterrestres (ni siquiera la final), sino contra los adversarios de Ender durante su entrenamiento y, más aún, contra los propios problemas de carácter e identidad que se le puedan presentar a este joven que es tratado como adulto.

Por esta razón, todo el relato divaga mucho por las casi melodramáticas situaciones que el protagonista tiene que afrontar contra sí mismo y contra su entorno, haciendo de la historia un asunto un tanto tedioso, porque esos conflictos no alcanzan a conectar mucho con el espectador, entre otras cosas, porque no es fácil identificarse con el protagonista.

Se trata de una película con una propuesta visual y reparto muy atractivos, y todo parece estar dado para hacer de ella una entretenida cinta de acción, aventura y ciencia ficción, pero al decidirse por los conflictos internos del protagonista, el contraste se hace evidente: todo ese escenario y situación dispuestos para la acción, se ven enfrentados a un drama adolescente expresado casi siempre con diálogos.

Y no es que esté pidiendo que todas las películas de ciencia ficción e invasiones alienígenas sean una explosión de acción y efectos especiales, pero sí que ese drama interno que proponían fuera más interesante para el espectador, o que por lo menos hubiera un mejor equilibrio entre la acción y la no acción.

La increíble vida de Walter Mitty, de Ben Stiller

La transformación de un hombre gris

Por: Oswaldo Osorio


Otra película con Ben Stiller haciendo de tonto pusilánime que se supera a sí mismo al final de la historia. Esta es una afirmación cierta, pero solo si se quiere mirar y despachar esta producción con el facilismo de los prejuicios ante el cine comercial y aleccionador. Es verdad que se trata de una película que, en general, tiene estas características, pero también es cierto que esto lo consiguen con algo de ingenio, encanto y un acertado manejo de los recursos cinematográficos.

Walter Mitty es como “un papel gris” que luego se transforma en alguien como si “Indiana Jones fuera vocalista de The Strokes”. Es una gran transformación, y esto es el asunto central de toda la película. Además, justo en eso está lo aleccionador de la historia, tanto que, si se mira a la ligera, podría verse como uno de tantos cuentos de auto superación.

Pero no es solo un cuento de superación, porque si bien es un personaje y una historia bastante digeribles y complacientes para el gran público, no consiguen esto de forma facilista, pues todo está sostenido en un guion bien armado que respalda la verosimilitud de la historia, lo cual en este caso es una condición fundamental, tanto por el juego entre la realidad y la fantasía que en principio propone la trama como por la “increíble” transformación del personaje central.

Esta transformación y verosimilitud se le presenta al espectador con un gran sentido narrativo y apoyado en diversos recursos: la música, los efectos especiales, la relación entre la realidad y el mundo soñado por el protagonista y los detalles que van encajando poco a poco a lo largo de la historia. La secuencia del gris oficinista que salta a un helicóptero conducido por un piloto ebrio mientras suena Space Odity, de David Bowie, es el mejor ejemplo de esto. Incluso gracias a esta conjunción de elementos consigue superar en muchos sentidos la versión original, dirigida por Norman Z. McLeod en 19447.

De fondo hay dos asuntos universales que mueven a la historia y al personaje: primero que todo, el amor como el motor esencial de las decisiones y la transformación de este hombre, y por otro lado, la contraposición entre el opresivo mundo laboral y corporativo y la liberadora idea de atreverse a vivir la vida y conocer el mudo. El primer asunto es el que resulta más emotivo y convincente de toda la historia y el segundo es el que le da ese matiz aleccionador y de auto superación.

En todo caso, si bien estamos ante una película edificante y algo complaciente, esto está planteado de forma honesta, algo simple y predecible, pero también en esencia resulta emotiva, divertida e ingeniosa.

El sueño de Wadjda, de Haifaa Al-Mansour

Las bicicletas no son para las niñas

Por: Oswaldo Osorio


Después de conocer y ver triunfar esas magníficas películas iraníes como ¿Dónde está la casa de mi amigo? (Abbas Kiarostami, 1987), El globo blanco (Jafar Panahi, 1995) o Los niños del cielo (Majid Majidi, 1997), en las que el empeño de un niño por conseguir algo sirve de excusa para hacer un retrato de su cultura, no es muy injusto decir que se convirtió en un manoseado esquema del cine del medio oriente que encuentra con gran facilidad ser producido por países occidentales y aplaudido por sus audiencias.

Esta película de Arabia Saudita, coproducida con Alemania, tiene estas características. Wadjda es una niña casi obsesionada por una bicicleta verde, todo lo que hace está en función de ahorrar y comprársela, y en medio de esto el espectador es testigo de la situación en que viven las mujeres en su cultura, esas estrictas leyes morales a las que están sometidas -impuestas por la religión, claro- y el, más que simple machismo, sofocante y casi humillante grado de dominación que ejercen los hombres sobre ellas.

Para evidenciar esta situación y hacerlo con un marcado sesgo de denuncia, el relato recurre, como es apenas obvio, a un personaje que se quiere salir de ese molde y con la pizca de rebeldía apenas justa para servir de vehículo para exponer la situación, pero que tampoco alcance a ser condenada como pecaminosa, porque está claro que su directora (la primera de ese país) no quiere hacer un pesado drama sino un desenfadado y tierno relato que probablemente llegue a una audiencia mucho más amplia.

Tal vez lo que más molesta de este filme es todo lo que se esfuerza por hacer el inventario de reglas, limitaciones y condicionamientos morales al que están sometidas las mujeres. Incluso sucumbe a crear una antagonista tan maniquea y elemental como los villanos del cine occidental. La directora de la escuela es todo lo opuesto a Wadjda. Si la una representa la posibilidad de  pensar diferente y el deseo de liberación de ese sistema social y moral, la otra es el iracundo Corán y la inflexible regla. En esta película parece no haber lugar para matices y sutilezas.

Pero posiblemente lo más cuestionable de todo es ese plano final (aunque sin echar a perder una gran sorpresa, de todas formas desde aquí se revela información para quien no la haya visto), el cual parece hecho para ratificar la “victoria” de la protagonista y para que el público experimente cierta complacencia por ella. No obstante, esa victoria es pírrica y tremendamente postiza al lado de lo que acaba de ocurrir con el concurso y con su madre. Es decir, lo que hay aquí es solo una denuncia de postal, que al final se conforma con poco y cubre con una imagen final, ligera y emotiva, toda esa adversidad y arbitrariedad que en principio quiso desvelar.

La Huésped, de Andrew Niccol

Otra en mí

Por: Oswaldo Osorio


Esta historia es Los invasores de cuerpos pero si los alienígenas hubieran triunfado. Así despacha Stephenie Meyer el enunciado general de la novela de su autoría en que se basa esta película. De tal premisa puede resultar algo interesante o un despropósito, y tal vez hay un poco de cada cosa, al menos en la película. El problema es que este filme carga con el lastre de ser adaptada de una obra de la misma escritora de la saga de Crepúsculo y el prejuicio con que ha sido vista es implacable.

Es cierto que, en sus líneas gruesas, la historia parece el mismo soso triángulo amoroso pero esta vez con alienígenas, no obstante, se podría tratar de equilibrar las cosas destacando el nombre de su guionista y director, el neozelandés Andrew Niccol, a quien le debemos la escritura de la incomparable The Truman Show, así como la escritura y dirección de películas como Gattaca, Simone e In Time. En todas ellas, a partir de la especulación sobre un posible futuro o sociedad, pone en evidencia serios asuntos acerca del mundo moderno, la naturaleza humana  y su ética.

En La Huésped (The Host, 2013), si se soportan algunos pasajes de romanticismo juvenil hechos con la misma materia de la saga aquella de lobos y vampiros, se puede identificar como planteamiento (que no es nuevo pero sigue siendo muy eficaz como punto de partida) la idea de lo indómito del espíritu humano y la intangible fuerza de sus sentimientos y emociones, al menos en algunas personas. Y de esto surge la premisa más interesante de toda la historia, esto es, la posibilidad de que en un cuerpo cohabiten dos conciencias, la original y la invasora.

Esta situación da origen a una confrontación interna que resulta con mucha más fuerza que el conflicto externo (el acecho a los humanos por parte de los rastreadores alienígenas) y por eso se convierte en el principal motor del relato. Es una confrontación que empieza con la natural hostilidad del caso, pero que va evolucionando hacia un conocimiento y conciliación con la otra, no antes sin pasar por todo lo que implica esta doble conciencia: deseos y personalidades diferentes tratando de gobernar una sola materia, sospechas hacia la otra y dudas de sí misma, confusión emocional y rechazo o empatía con la perspectiva opuesta.

Es importante mencionar lo que el diseño de producción propone para dar vida a esta nueva Tierra, la cual ahora es armónica y perfecta pero habitada por extraterrestres en cuerpos humanos. Es un mundo limpio, ordenado y prístino, aunque conseguido sobre el dominio y exterminio de los humanos. Incluso esas mismas características se repiten en el espacio en el que se encuentran los humanos, pero allí las cosas ya no están hechas de tecnología, sino de su contrario, la naturaleza.

No es la mejor película de Andrew Niccol, ni tampoco desaparecen por completo los rastros de los best seller de vampiros de la Meyer, pero no es la denostable película que muchos quieren ver, sino que se trata de un relato con una atractiva concepción visual que propone una historia con una premisa interesante, a partir de la cual se desarrollan unas ideas que pueden pesar más que el simplismo de verla solo como una banal anécdota romántica.