Sueño de libertad, de Annemarie Jacir

Tal vez por esto, tal vez por aquello

Oswaldo Osorio


Justo en la semana de los bombardeos de Israel contra la Franja de Gaza, veo esta película que da cuenta del momento en que ese país impone con mayor fuerza su supremacía en la región, luego de la Guerra de los seis días en 1967. Los protagonistas de esta cinta son los refugiados de entonces en ese conflicto. Por eso resulta desalentador ver cómo la situación, en lugar de solucionarse, ha empeorado.

En esos años, tal vez podría interpretarse de la película, que muchos palestinos pensaban como el niño protagonista, Tarek: que aún tenían casa, que podrían regresar o que, probablemente, no faltaba mucho para que eso pasara.  Porque lo que mueve esta cinta es que Tarek está empecinado en regresar a su casa, encontrar a su padre y restablecer su familia.

Solo en eso se va todo el relato, por lo que resulta más bien simple y por momentos tedioso dada su inmovilidad. Es cierto que en medio ocurre la estadía de él y su madre en el campo de entrenamiento, pero también es más lo anecdótico que sucede allí que la contribución al conflicto central.

O bien, puede ser que la intención de esa estadía en el campo de entrenamiento era dar puntadas y contexto al conflicto político, con detalles como las prácticas de adiestramiento, la mentalidad de esos guerreros de la libertad y sus líderes, o la cotidianidad de aquellos soldados sin cuartel ni nación. Si es así, de todas formas no queda muy claro en el disperso relato.

Aún así, todo ese segmento del campo de entrenamiento, que es más de la mitad de la película, si bien por momentos resulta agradable y desenfadado, está desprovisto de toda intensidad argumental y dramática. Tal vez estaba pensado también para acrecentar el tiempo de espera ante el anhelado regreso, y con esto la ansiedad del niño, pero igual también queda la duda y por eso es desafortunado el efecto en las expectativas que se puedan tener de la historia.

El inesperado final, por su parte, es igual de irregular, puesto que resulta un poco forzado e inverosímil, pero al mismo tiempo, es una imagen poderosa y desconcertante, imponiéndose tal vez la segunda opción, por su fuerza poética y su significado como alegato político. De todas formas, por todos estos “tal vez” es una película que promete más de lo que termina entregando.

Jersey Boys, de Clint Eastwood

La familia lo es todo

Oswaldo Osorio


La buena música, las biografías y una narración clásica siempre van a ser elementos muy atractivos para el público y material para una sólida y entrañable película, sobre todo si detrás de ella está, como en este caso, la figura casi infalible de un director como Clint Eastwood. Y efectivamente, con estos tres elementos el veterano cineasta crea un filme convincente en su relato, emotivo en su historia y encantador para los melómanos.

La cinta está basada en un exitoso musical del mismo nombre sobre la vida y carrera de la popular agrupación de los años sesenta The Four Seasons, y en especial de su vocalista líder Frakie Valli. En ese sentido tiene toda la estructura convencional de cualquier biopic (biografía cinematográfica), que en este caso es la variante de ascenso – caída -renacimiento. Nada que no se haya visto en otras películas sobre otros músicos. Hay una especialmente bien lograda con una banda muy similar y del mismo periodo: The Five Heartbeats (Robert Townsend, 1991), una agrupación de música soul que, aunque ficticia, tomó como modelo a varias conocidas formaciones.

Y aunque la trama de Jersey Boys (2014) es conocida, en este filme la sumatoria de los elementos mencionados antes, más el oficio de Eastwood, hacen la diferencia. Por eso, a pesar del esquema recurrente, los lugares comunes y hasta ciertos personajes estereotipados, todo está concebido y unido orgánicamente con el pulso firme al que nos tiene acostumbrados este director, con la eficacia de las actuaciones, la contundencia en la puesta en escena y ese conocimiento de cómo debe ser la narración en cada pasaje de la película.

Aunque parezca que en primer plano está ese conflicto propio del esquema, esto es, el contrapunto entre el éxito y los problemas del mundo del espectáculo y la vida personal, el relato pone su énfasis en la personalidad de Frankie Valli y lo determinante de la procedencia de la banda. De manera que ese contrapunto siempre está condicionado por la nobleza (y hasta ingenuidad) del protagonista, así como por la idiosincrasia de unos hombres de procedencia italiana que viven en New Jersey y tienen alguna relación con la mafia. Resulta especialmente divertido al principio, y luego decisivo, esa facilidad con que pasan del mundo de la delincuencia al del espectáculo.

Entonces la familia está siempre primero (la de sangre y la del barrio). Es por eso una historia de camaradería y estrechos lazos entre los personajes, quienes pasan del barrio a los más populares programas de la televisión nacional. Y el relato se cuida de no ser complaciente con este sueño americano, el cual deja en un segundo plano para concentrarse en los dramas éticos y afectivos de los personajes.

Para sostener este énfasis en los personajes y sus puntos de vista, Eastwood echa mano de un recurso que ya estaba sugerido por el musical del que proviene el filme, y es darle un toque documental o testimonial al relato, por medio del cual cada personaje comenta frente a la cámara su posición acerca de lo que sucede, enriqueciendo así la historia con otros hechos y observaciones.

Si bien parece una película de encargo, porque no tiene ese universo y los temas que han definido el mejor cine de este director imprescindible, definitivamente es su estilo sólido, seguro y reposado el que marca la diferencia en una película que pudo haber sido como cualquier otra biografía musical. Se trata de una clase de cine clásico, como todos los filmes de Clint Eastwood, pero también un regalo para los fanáticos de esta banda fundamental de la historia del pop.

Encerrada, de Víctor García

La niña en la caja

Oswaldo Osorio


Es difícil decir algo diferente cuando una película no dice nada nuevo. Eso ocurre muy frecuentemente con el cine que apela a los géneros cinematográficos, más aún cuando se trata de uno de los géneros más recurrentes y esquemáticos como es el horror, un género que, además, tiene una particularidad que lo diferencia de los demás, y es que es el que más fácilmente se desgasta de cara al público.

Este desgaste significa que cuando es usado un esquema o un recurso en muchas películas, estos pierden eficacia frente al público, algo muy problemático si se tiene en cuenta que lo que define a este género es que su construcción está pensada en función de los efectos constantes que debe producir en los espectadores, de manera que si el esquema y los recursos son ya muy conocidos, esos efectos disminuirán considerablemente.

Esta película cuenta la historia de una familia que viaja de Bogotá a Medellín (por una trocha, como siempre ve el cine de afuera las vías colombianas) y, luego de un accidente, se refugian en medio de una tormenta en un hotel que fuera clausurado hace décadas, el cual guarda un secreto que los afectará a todo ellos.

Sin adelantar mucho más en la trama, y para poder avanzar en este texto, es necesario decir que a los dos esquemas a los que recurre este filme es el la casa encantada y la posesión demoniaca. De ahí en adelante todo el relato es una sucesión de reconocidos recursos que hacen parte de estos esquemas: creación de ambientes sombríos y derruidos, el dueño misterioso que guarda un secreto, sobresaltos, ancestrales maldiciones y muertes diseminadas a lo largo del metraje.

La película, a pesar de ser rodada en Colombia y con algunos actores secundarios en el reparto, es una producción de Estados Unidos con actores de Hollywood y realizada por un director español con un gran recorrido en el cine internacional, especialmente con películas de este género. Es por esto mismo que la película tiene todas las características del cine de horror de Hollywood, un cine de muy buena factura, afinados efectos y una narrativa calculada y precisa para conseguir los efectos buscados en el espectador.

No obstante, lo conocidos y transitados de estos dos esquemas le quita mucha de la fuerza que podría tener la película, a lo cual se le suma el hecho de que lo que más causa efecto en este género es la naturaleza sobrenatural o inexplicable de la amenaza, sin embargo, en esta historia, por vía de la posesión demoniaca, esa amenaza se traslada a los personajes, con todas sus limitaciones físicas, disminuyendo dicha amenaza y con esto la intensidad del conflicto, así como el consecuente miedo que debería producir.

De manera que que no solo se trata de otra película más de horror como tantas se han hecho, sino una que no solo calza unos esquemas conocidos, sino que no les adicionada nada para marcar la diferencia, además, por la manera como concibieron la historia, parece más un thriller que una película de horror, y se sabe que el thriller llega solo a la tensión y al suspenso, pero el espectador del horror lo que quiere es sentir miedo, o cuando menos, algunos sustos.

La religiosa, de Guillaume Nicloux

No al matrimonio con Dios

Por: Oswaldo Osorio


Basada en una obra de Diderot, con el atractivo de la ambientación de época y un seductor personaje que afronta un conflicto fuerte y envolvente ¿Qué podría salir mal en esta película?, pues su desarrollo, la concepción de personajes y un fallido recurso narrativo. Estos problemas terminan por echar a perder una cinta prometedora en sus componentes, tornándola en un filme predecible, tedioso durante largos segmentos y siempre escudado en su vestuario, ambientación y locaciones.

A mediados del siglo XVIII una joven, en contra de su voluntad, es enviada por su familia a un convento. Durante todo el relato ella hará lo posible por salir de esa adversa y, al parecer, insalvable situación. Es un conflicto con gran fuerza, sin duda, no obstante, la película empieza por el final, adelantándole al espectador que ella se encuentra a salvo y cómodamente en el mejor lugar donde nunca podría haber estado.

Es decir, con este recurso narrativo se echa a perder toda la fuerza del conflicto y desestima un poco la empatía que se tiene por la protagonista, arrebatándole a la historia desde el principio la tensión propia de todo conflicto, eso por no hablar de la expectativa por el destino de la heroína. Es difícil adivinar las razones por las que este y otros directores apelan tan frecuentemente a este recurso. Tal vez en algunas películas tenga alguna utilidad, pero en esta las consecuencias son del todo adversas.

La historia está claramente dividida en tres grandes momentos, que corresponden a tres diferentes estancias de Suzanne en los conventos, las cuales, haciendo una asociación más o menos simple, podría decirse que son el purgatorio, el infierno y el cielo, esto de acuerdo con el grado de padecimiento o confort que experimentó ella en aquellos claustros, lo cual, consecuentemente, se refleja en el grado de intensidad del conflicto, que naturalmente varía en cada caso.

Pero precisamente en ese conflicto y la facilidad con que generalmente se resuelve todo es donde está el principal problema de esta cinta, pues además del avance que hacen del destino último de la protagonista, aun en su peor momento, cuando se encuentra en el “infierno” de su segunda estancia. en aquel convento en que la someten a todo tipo de vejámenes, la poca intensidad dramática de tal situación adversa y la forma sencilla y sin traumatismos como se soluciona su problema resultan tan simplonas y como decepcionantes.

Por otro lado, los personajes son construidos con un facilismo desalentador, solo hay que ver a las tres superioras, monumentos al estereotipo: la bondadosa anciana, la mala de telenovela y la loca intensa. Aunque el personaje central es un poco más interesante, por sus dudas, sus problemas en relación con su entorno y en general su desorientación, pero justamente esa desorientación y sus cambios repentinos de carácter y de decisiones, hacen inconsistente y tedioso el desarrollo de la historia, pues termina reduciéndose a las idas y venidas de esta joven con ese conflicto puesto en el papel pero pobremente materializado en la pantalla.

Al filo del mañana, de Doug Liman

Siempre el mismo día

Oswaldo Osorio

El loop temporal es una variante argumental del esquema de viajes en el tiempo que tiene la particularidad de reiniciar el tiempo una y otra vez, de distintas formas, ya sea repitiendo una rutina, al despertar cada día o con la muerte. Es una trama recurrente desde hace décadas en la literatura de ciencia ficción, pues permite no solo crear envolventes historias, sino también reflexionar sobre asuntos serios, como las consecuencias de las acciones, el futuro, el destino y hasta el sentido de la vida.

El más célebre ejemplo es El día de la marmota (1993), que ya ha alcanzado el estatus de película de culto. Esta cinta protagonizada por Bill Murray ilustra muy bien la forma en que el loop temporal es la perfecta excusa para abordar cualquier reflexión existencial. En especial funciona eficazmente para sintetizar y acelerar la transformación de un personaje por vía de la experiencia. En este caso esa experiencia, que no tarda años sino numerosos bucles de ese loop, da cuenta de esa transformación en razón de la purificación del espíritu, el conocimiento y la redención.

Hay otras películas como El efecto mariposa ( 2004), un thriller sicológico cargado de dilemas éticos y traumas emocionales; 8 minutos antes de morir (2011), un thriller de acción que además pone en juego asuntos ideológicos y existenciales; y Una cuestión de tiempo (2013), una bella comedia romántica en la que se reflexiona sobre el amor, la familia, la experiencia y el destino.

Sin embargo, Al filo del mañana (2014), que está basada en una novela de manga de Hiroshi Sakurazaka, infortunadamente no tiene los alcances de estas películas citadas en relación con las ideas y los temas que supieron derivar del esquema. En esta no hay tal reflexión sobre el amor, la muerte, el futuro o la vida, como bien lo pudo haber hecho según los ejemplos citados y la historia que desarrolla. Tal vez sea la vertiginosidad con que fue concebido el relato, que no le da tiempo de detenerse más que a explicar y hacer avanzar la trama, todo lo demás es puro cine de acción.

Es buen cine de acción, claro, como casi todo proyecto en el que está involucrado Tom Cruise, y con el atractivo adicional propio del cine de ciencia ficción, pero en últimas es solo una “película de trámite”, es decir, un título más en la carrera de esta estrella de Hollywood, un producto de consumo más de la uniforme cartelera y dos horas más de entretenimiento para el espectador que luego pronto se olvidarán, pues fue una película que no supo aprovechar las mencionadas posibilidades que brinda el esquema y solo deja una molesta sensación de deja vu, donde creemos recordar que fue mejor cuando sucedió las otras veces que la hemos visto.

X-Men: Días del futuro pasado, de Bryan Singer

X-Men: Días del futuro pasado, de Bryan Singer

Más que una película de acción

Por: Oswaldo Osorio


Las sagas de súper héroes son las gallinas de los huevos de oro de la actual industria del cine. Incluso con prácticas absurdas que no respetan tiempos y continuidades (como ocurrió, por ejemplo, con el Hombre araña), solo se preocupan por sacar una película tras otra sin mucho que las diferencie, salvo el aumento en publicidad y en productos de merchandise.

Batman y los X-Men son las franquicias más explotadas en términos de secuelas, precuelas y capítulos nuevos que a veces no tienen mucha relación con los demás. No obstante, esta nueva entrega de los X-Men hace su mejor esfuerzo por conectar las películas originales (las tres como grupo y las dos de Wolverine) con la última estrenada (X-Men: primera generación, 2011), entre las cuales había una diferencia de décadas, a pesar de tratarse de los mismos personajes. Incluso se preocupa por corregir contradicciones argumentales que había entre las unas y la otra.

La posibilidad de un viaje en el tiempo de la consciencia de Logan es el pasadizo que une el relato ubicado en 1973 con el oscuro y amenazante futuro en el que sobreviven los X-Men adultos. Con esta excusa argumental es posible no solo crear un complejo y entretenido argumento, sino también ahondar en las relaciones que hay entre los tres personajes más fuertes: Magneto, Charles Xavier y Mystique.

Estas relaciones van más allá de simples discrepancias de caracteres, pues el origen de sus diferencias es nada menos que la definición misma de lo que debería ser la ética de los X-Men y su actitud frente al mundo. Optar por la paz o la guerra sin cuartel entre humanos y mutantes, usar la fuerza y la venganza o procurar por la tolerancia y convivencia pacífica entre las dos especies, esas son las dos grandes opciones que dividen a los protagonistas y con ellos a todos los mutantes que toman uno u otro partido.

Y es que hay que recordar que, de fondo, el universo de ficción de los X-Men sostiene la alegoría de la tolerancia o intolerancia a los que son diferentes como la base de un mundo en paz o en conflicto. Además, a estas discrepancias éticas y existenciales se suman los matices de las emociones y sentimientos más propios de su parte humana, entonces la confrontación entre ellos alcanza unos niveles de complejidad que sobrepasan la simple lucha entre el bien y el mal o entre la fuerza y la tolerancia. Es por eso que aquí las secuencias de diálogos y de desarrollo de la trama, a diferencia de casi todas las demás películas de súper héroes, no pierden interés e intensidad en comparación con las secuencias de acción.

En cuanto a estas secuencias de acción,  bueno, en realidad es una película que no tiene ni más ni menos de lo que tienen las demás cintas de su tipo. Estamos en un momento en que la tecnología digital permite hacer absolutamente todo lo imaginable, es por eso que ya la diferencia, aun con estas películas, la debe hacer es la originalidad de la historia, la construcción de personajes y las ideas que de fondo pongan en juego, y se puede decir que esta película tiene todo eso.

Walesa: La esperanza de un pueblo, de Andrzej Wajda

Un retrato generoso

Por: Oswaldo Osorio


Antes de que la célebre periodista Oriana Fallaci, con sus aires de diva, empezara su entrevista a Lech Walesa, este le preguntó: ¿En esta entrevista yo gano o pierdo? Ella respondió que no sabía, que todo dependía de sus respuestas. Por otro lado, con esta película no ocurrió lo mismo. De entrada, su director ya tenía todos los datos para decidir cuál iba a ser el rol de este importante personaje de la política y la historia polacas: Walesa definitivamente gana en esta película.

El líder del Movimiento Solidaridad, que desde su humilde posición de electricista y sindicalista contribuyó significativamente a la caída del bloque socialista a finales del siglo XX, es retratado aquí con generosidad por quien es el cineasta más importante de la historia del cine polaco: Andrzej Wajda. El director de Cenizas y diamantes (1958), Danton (1983) y Katyn (2007) pone en esta película todo su prestigio de cineasta político al servicio de la buena imagen de este líder sindical.

El relato cubre los veinte años clave de la lucha de Walesa por conseguir reivindicaciones para los trabajadores y como opositor del gobierno comunista de su país, es decir, las décadas del setenta y ochenta. Y este es el primer reto del director, pues concentrar dos décadas en dos horas, teniendo en cuenta la gran cantidad de sucesos comprendidos en este tiempo, era un reto narrativo y el riesgo de hacer una biografía episódica y sin continuidad.

Sin duda el relato tiene un carácter episódico, pero no sin continuidad, pues Wajda se asegura de que esto no suceda recurriendo a una serie de recursos que le funcionan eficazmente. El primero de ellos es apenas obvio: centrar toda la atención en la fuerte y carismática personalidad de su personaje, así como en la convincente interpretación de quien lo encarnó, el actor Robert Wieckiewicz. No hay una sola secuencia sin su presencia y, además, está construido de forma hipnótica, esto es, que el espectador nunca pueda desprender su retina del constante accionar de Walesa y su voz segura con palabras llenas de sentido común.

Otro recurso es la entrevista de la Fallaci, con la que amarra el relato buena parte del metraje, dándole así sentido y cohesión narrativa, pero también haciendo las veces de comentario en off, poniendo en contexto la situación política o el pensamiento de este líder. Así mismo, la estructura episódica es unida más finamente con otro par de elementos formales: el uso de imágenes de archivo, que imperceptiblemente tenían continuidad en la reconstrucción de ficción; y la música, que servía como fondo de unas transiciones visuales, casi a manera de video clip, lo cual era reforzado por el hecho de ser todas tonadas de punk o post punk, muy sintonizadas en su actitud con el espíritu de aquellos sucesos.

A pesar del personaje y su director, es una película que puede tener las limitaciones propias de un relato biográfico y político, sin embargo, el retrato del hombre y el periodo histórico que aquí se desarrollan, resulta convincente y envolvente en lo narrativo, además de revelador en lo que es esa relación del líder con todas las esferas en que se mueve: la política, la familiar y la pública.

Casi un gigoló, de John Turturro

El hombre que le gustaba a las mujeres

Por. Oswaldo Osorio


Esta película está a mitad de camino entre Gigoló americano (Paul Schraeder, 1980) y Un  gigoló por accidente (Mike Mitchell, 1999), es decir, entre la sugerente reflexión sobre este oficio y su más burda explotación por vía de la comedia. Y es que en ella se evidencia la intención de darle un tratamiento serio al tema, incluso con un aura de misticismo, pero al mismo tiempo de tomárselo a la ligera y aprovecharlo para hacer algunos chistes y proponer situaciones jocosas.

Pero independientemente de sus más y sus menos, solo por ver actuando a Woody Allen vale la pena ver esta película. Aunque es dirigida (también escrita y protagonizada) por el reconocido actor John Turturro, sin duda el personaje de Woody Allen, quien es ya un arquetipo de sí mismo, fue pensado para él: judío, neurótico, siempre descontento con algunas prácticas sociales, cobarde y, por supuesto, divertido.

John Turturro crea e interpreta con dignidad a su personaje de gigoló: no es muy atractivo, pero es caballeroso, con mística y misterio. A partir de este personaje, como es natural, se habla fundamentalmente del amor, el sexo y las mujeres. El amor siempre en estos casos es un convidado de piedra, pero aun así presente; el sexo aquí, particularmente, tampoco es muy visible, aunque lo está, sugerido de distintas formas, desde las perversas hasta las espirituales; mientras que las mujeres son mostradas de tres formas: la reprimida misteriosa, la libertina sofisticada y el sensual animal sexual (interpretado por Sofía Vergara, por supuesto, razón por la cual  alcanzó a llegar esta película a nuestra cartelera).

A lo reflexivo y cómico del tratamiento se suma un cierto tono emotivo y entrañable, esto por vía de la relación de amistad (disfrazada de negocio) entre los personajes interpretados por Woody Allen y John Turturro. Sus encuentros y diálogos tal vez son lo más original y atractivo de todo el filme, así como Fioravante, el personaje que crean entre los dos, es decir, el gigoló, que por la forma atípica como es concebido, resulta interesante como personaje y realmente seductor en la lógica argumental que propone.

Entre ligera y juguetona o entrañable y reflexiva, Casi un gigoló (Fading Gigolo, 2014) se puede ver con el desprendimiento de quien gusta tener las comisuras arqueadas durante toda una película, sin comprometer mucho su intelecto pero tampoco su mal gusto.

Wakolda, de Lucía Puenzo

Un thriller sin suspenso

Por: Oswaldo Osorio


Las tres características más inmediatas de un thriller son el suspenso, la intriga y la tensión. Claro, otra de las características es que se trata de uno de los géneros cinematográficos más medidos y calculados en su construcción, todo en función de los efectos que producirá en el espectador, en especial a partir de los tres efectos ya mencionados. Esta película es un thriller que, extrañamente, carece de esas cuatro características, lo cual podría ser muy interesante si se explotara bien ese carácter atípico, pero también puede resultar bastante contraproducente, como a la postre ocurrió con este relato.

Y es que este filme de la directora argentina Lucía Puenzo (XXY, El niño pez), es un thriller en sus componentes, pero en su narración desatiende las reglas y elaboración propias del género. Es por eso que se trata de un thriller sin suspenso ni tensión y con la intriga apenas insinuada por la presencia de un (no del todo) enigmático personaje y unas leves pistas de que algo fuera de lo común ocurre en la población de Bariloche y con algunos de sus habitantes.

De frente a este personaje y en medio de lo que se pueda estar urdiendo en aquel pueblo, hay una familia desde cuyo punto de vista se cuenta la historia, así como una niña, la hija del medio, que funge como narradora. (A partir de aquí se cuentan datos reveladores del argumento). De manera que la trama se empieza a desperdigar por las distintas relaciones que tiene el personaje en cuestión, un médico alemán, ya con la familia, con la niña o con los otros alemanes del pueblo.

Solo paulatina y tímidamente se le va develando al espectador la conexión del pueblo con los nazis y la posibilidad de que aquel personaje sea el mismísimo Josef Mengele, el llamado Ángel de la muerte, tristemente célebre por sus experimentos con prisioneros en busca de un mejoramiento de la raza. Ante este panorama, en lugar de presenciar una tensionante historia sobre nazis en la clandestinidad, experimentos mortales, cazadores de nazis y la vulnerabilidad de una familia en medio de este escenario, la directora se decide por un tibio thriller que no hace ningún tipo de énfasis, ni en sus temas ni en sus personajes ni en su narración.

Desde el mismo título de la película (Wakolda, el nombre de una muñeca que tiene la niña), la directora (quien también escribió la novela sobre la que se basa el filme) elude los mencionados énfasis, confiando en que la situación por sí sola tendría el interés suficiente para enganchar al espectador. Pero la verdad es que, aun siendo una película cuidada y con todos los elementos necesarios para ser un buen relato, en últimas termina siendo una historia con mucho potencial pero desaprovechada en casi todos sus aspectos.

Noé, de Darren Aronofsky

La parábola que se hunde

Por: Oswaldo Osorio


Como se sabe, la mayoría de relatos bíblicos nunca sucedieron o apenas si tienen una base real y fueron inventados a manera de parábolas, esto es, para que a partir del hecho narrado se deduzca una verdad o enseñanza moral. El problema es que con la historia de Noé y el diluvio universal, solo se busca el miedo al castigo divino, es un borrón y cuenta nueva que, para efectos narrativos, resulta harto simple en su conflicto y argumento.

Noé tiene que construir un arca para salvar a todas las especies animales del diluvio y repoblar el mundo con su familia (uno de los tantos relatos bíblicos que trasgrede la ley universal contra el incesto). Esto en términos narrativos y de la definición del conflicto resulta relativamente simple. Y por eso, para elaborar un relato cinematográfico de mayor complejidad y más atractivo, hubo que forzar la aparición de conflictos que nada tienen que ver con la parábola original, y con esto se empieza a hundir la historia reinventada por Aronofsky.

La parábola ya de por sí es un poco burda, pero con los nuevos conflictos que propone el filme va de mal en peor, por su gratuidad y elementalidad. El primero fue simplemente crear un villano con su ejército(!) que sirviera como un conflicto más concreto e interesante que el de armar un barco y, de paso, que ayudara a insertar algunas secuencias de acción para que el público no se muriera de tedio.

El segundo es todavía más ilógico e inapropiado en relación con la parábola inicial, pues se trata de un drama familiar surgido de una suerte de locura mística que le da a Noé (al de la película, no al de la Biblia), quien de buenas a primeras decide contrariar la misión que le fue encomendada y dar por terminada la presencia de la especie humana en la tierra. Una solución argumental que no solo pierde toda lógica con la esencia de la historia sino que, además, transforma el relato en un dramón alargado y sin interés.

Y así, una a una de las decisiones para tratar de hacer de esta historia un material con características de súper producción terminan siendo forzadas o desacertadas, como la inclusión de los hombres de piedra, criaturas que parecen pertenecer a una película muy distinta,  o el polizón que se cuela en el arca, con el que se ve groseramente la mano de los guionistas (Aronofsky y Ari Handel) para poder llevar hasta el final el conflicto de acción.

Casi por donde se le mire, se trata de un filme donde nada parece estar bien puesto o concebido sin inconsistencias. Una película que nunca se decide bien por el tono en que está planteada: Relato épico, drama familiar, parábola bíblica, cuento fantástico o historia de acción. Lo que termina es mezclando todo esto sin mucha coherencia y unidad, por lo que las únicas sensaciones claras durante toda la película son el desconcierto y el aburrimiento.

POSDATA: Lo único que sorprende de este filme es la audacia de combinar la teoría creacionista y evolucionista al momento de hablar del origen de la vida, dándole primero los créditos al Creador y luego al señor Darwin.