Lista negra de Hollywood: Trumbo, de Jay Roach

Solo contra el mundo

Oswaldo Osorio

trumbo

Esta es una de esas historias en la que un hombre está solo contra el mundo. Ese mundo en este caso es Hollywood durante la época de la llamada caza de brujas, cuando cualquiera en Estados Unidos que tuviera o hubiera tenido aun una mínima relación con el comunismo, era sospechoso de traición y excluido del sistema social y económico del país. En el mundo del espectáculo esto se dio con especial saña, y Dalton Trumbo fue la figura más visible contra la que se dio esta persecución.

Este filme es lo se conoce como un biopic, una biografía cinematográfica, un esquema para el que Hollywood tiene ya su sistema y convenciones. En tal sentido, este relato no se aleja mucho de la probada fórmula. De hecho, su director Jay Roach es conocido por comedias juveniles y de vacaciones como las sagas de Austin Powers o Los Fockers. De manera que no hay gran inventiva ni especiales virtudes en la construcción del relato ni en la representación de este personaje y su mundo viniéndosele abajo. Hace justo lo que dicta el manual.

No obstante, el personaje mismo, ese rutilante y traicionero mundillo en que le tocó vivir y las implicaciones éticas e ideológicas de la situación, ya de por sí tienen la suficiente fuerza, interés e intensidad para hacer de esta historia un relato potente y cargado de connotaciones. El talento de Roach está en saber aprovechar estos elementos, por lo que la película adquiere las características de estos componentes, logrando un certero retrato de la Meca del Cine en esa época, de aquella histeria ideológica que obnubiló la conciencia estadounidense y de un hombre inteligente y de convicciones sólidas que le dio una lección al mundo.

Porque lo que sobresale en esta historia es, por supuesto, la personalidad de Dalton Trumbo, un guionista de éxito en los años cuarenta que no hizo lo que casi todos en su país: ocultar y negar cobardemente sus convicciones ideológicas cuando  se polarizó la política luego de la Segunda Guerra. Bueno, él y otros nueve, quienes conformaron los Diez de Hollywood, personalidades de la industria que fueron incluidos en la lista negra creada por el Macarthismo, con la vergonzante complicidad de todos los grandes estudios.

Y si la médula de la historia es el personaje de Trumbo, el vehículo para que esto fuera posible fue la certera interpretación de Bryan Cranston, quien permite una permanente conexión y empatía con el protagonista, aunque también es cierto que no hay muchos matices diferentes que contradigan la versión heroica y apologética que el relato hace del célebre escritor y guionista. Pero eso pierde importancia frente al hecho de que uno siempre agradece a esos personajes de la vida, que luego el arte idealiza y que logran inspirarnos con su actitud y su posición ante el mundo.

 

Historia con sabor a haikú

Oswaldo Osorio

pasteleria

Hay historias que deciden juntar a excluidos de la sociedad para hablar tanto de ellos como de la sociedad misma. Se refieren a los primeros a través de la relación que van construyendo y a la segunda, generalmente, por contraste con ellos y en fuera de campo, criticando su naturaleza y funcionamiento, denunciando soterradamente su ignorancia e intolerancia. En este filme se unen tres de esos excluidos, un pastelero, una anciana y una adolescente, en una historia sosegada y sutil con lo que quiere decir.

Ver cine oriental siempre será una experiencia refrescante y diferente, porque maneja otros ritmos, otra sensibilidad con la imagen y otra lógica en su visión del mundo y de las relaciones. Todo eso está presente en esta película, en la que estos tres personajes se encuentran en una pastelería y terminan uniendo lazos afectivos por su carácter de excluidos: él tiene un oscuro pasado, la anciana una terrible enfermedad y la joven al parecer problemas económicos y familiares.

El relato está estructurado en dos partes bien definidas, en la primera, además de establecerse la conexión entre los personajes, se hace una bella y sensible mirada al amor y carisma con que se debe cocinar, en este caso un dulce de frijoles rojos. Así mismo, aflora esa siempre atractiva dinámica que se da entre el maestro y el aprendiz de un oficio al parecer minúsculo, pero que cobra significado si se afronta como un arte, casi como una filosofía de vida.

La segunda parte, tiene que ver con los prejuicios de la sociedad frente a los tres personajes, en especial por la enfermedad de la anciana, pero también por el pasado del pastelero y por la marginalidad de la joven. Y lo que en otro tipo de película podría parecer una falla, que este conflicto no se presente con demasiada fuerza ni intensidad, aquí se agradece que pase casi en fuera de campo, solo insinuado por las consecuencias, pues el tono del relato así lo demandaba. Hacer ruido con el conflicto era restarle fuerza a esa sosegada y entrañable relación que se tejía entre los personajes, así como entre estos y las cosas sencillas que los rodeaban.

Porque esas cosas sencillas están presentes en cada momento de la película. Sobresale especialmente la referencia permanente a los cerezos, a sus flores o a cómo el viento mueve sus hojas. La conexión con la naturaleza siempre está presente en el relato, una alusión emocional, estética y minimalista, justo como un haikú. Y ese espíritu se despliega en toda la concepción visual y narrativa del filme, propiciando un ritmo, más que lento, sereno, y unas imágenes sensibles y contemplativas, tanto con la naturaleza como con la cotidianidad de sus protagonistas.

Te amaré eternamente, de Giuseppe Tornatore

La correspondencia

Oswaldo Osorio

correspondencia

No importa qué tipo de historias o temas aborde Giuseppe Tornatore, todas sus películas están siempre atravesadas por ideas, sentimientos y personajes entrañables. Esto ocurre especialmente cuando habla de amor o desamor, que es el caso de este filme, un relato sobre una singular relación en la que el amor trasciende la misma muerte.

El director de Cinema Paraíso, El hombre de las estrellas y Malena propone su versión de una idea ya conocida en otros relatos (a partir de aquí el texto revela datos importantes de la trama), en la que un hombre, luego de su muerte, continúa en contacto a través de correspondencia con la mujer amada. Posdata: Te amo (John Powell, 2008) lo hizo sin ahorrase romanticismo y melosería, sin que necesariamente se trate de una cinta desafortunada, al contrario, es un buen ejemplar para quienes gustan del cine de romance. Tornatore pone al día la idea al utilizar el video y los celulares, pero además acompaña la historia de amor con una bella y potente metáfora sobre las estrellas y el cosmos.

Es cierto que puede ser difícil estar cómodos con esta historia, porque no cuadra esa rara mezcla de ella entre doble de acción y aventajada estudiante de astrofísica, porque por mucho tiempo el relato se anega en una misma y repetida situación y porque la idea misma de un muerto no querer abandonar a su amada se antoja egoísta y cruel. No obstante, es la idea de fondo la que prevalece, esa intensa y honesta historia de amor, el sentido de pérdida que se hace palpable en cada escena, el romanticismo puro ungido tanto de la cursilería del caso como del refinamiento propio de una pareja de intelectuales.

En La correspondencia, como original y más acertadamente se titula, casi todo el tiempo el relato está siguiendo a Amy (interpretada con entrega y ternura por una Olga Kurylenko que hasta ahora había estado desperdiciada en el cine de acción), quien constantemente se está relacionando con Ed a través de pantallas, cámaras y cartas. Esa interrelación entre los personajes por medios interpuestos es una singular forma de dramaturgia que tiene sus ventajas y desventajas. En el primer caso, resulta una interesante reflexión sobre la imagen y la memoria en los tiempos de la virtualidad y lo digital, además, tiene esa aura romántica y poética de la que siempre están cargadas las misivas de amor en papel (con sobres rojos); en el segundo caso, esta mediación, y con solo un personaje en escena todo el tiempo, resulta por momentos monótona y repetitiva.

Otro protagonista de esta obra es Ennio Morricone, habitual compositor de las películas de Tornatore. Sorprende su capacidad para continuar creado piezas novedosas y precisas para contribuir a las atmósferas del relato, aunque también es cierto que en otras tantas se repite. Pero en buena medida de eso se trata cuando se habla de la obra de unos autores, ya sea el músico o el director, quienes se muestran recurrentes con unos temas, tonos y universos. Le dan vueltas a las mismas ideas y, aún así, siempre dicen cosas nuevas o desde una distinta y reveladora mirada.

 

Taxi Teherán, de Jafar Panahi

¿Realismo sórdido?

Oswaldo Osorio

taxi

Hay películas en las que el contexto y condiciones de su realización son más intensos e interesantes que su propuesta misma. El arresto domiciliario (no salir del país) y la prohibición de no hacer cine por veinte años proferidos contra el famoso cineasta iraní Jafar Panahi, así como su sistemática burla a esta última imposición, son ya circunstancias bien extremas y llenas de connotaciones que superan lo simple y un poco obvio que es su último filme.

El director de El globo blanco (1995) y El círculo (2001) ha fundado su obra en historias que describen con elocuencia la sociedad iraní y no dudan en cuestionar las injusticias del régimen y las tradiciones mismas de su país. A pesar de su condena en 2010, ya ha hecho dos películas co-dirigidas con colegas, una de ellas sobre su propio proceso judicial titulada Esto no es una película (2011).

En esta tercera desafía más abiertamente la prohibición, pues la dirige solo, e incluso la protagoniza. El ardid usado resulta ciertamente ingenioso. Trabaja como taxista y graba a los pasajeros que se suben al vehículo. Con esto se ahorra las locaciones y todo el equipo de producción, reducido a las cámaras dispuestas en el taxi. El carácter del material registrado ya es un poco más complejo, pues la relación entre realidad y ficción, así como entre personajes y personas se mezcla de forma intrigante.

Lo intrigante está en que no se sabe si lo que se está viendo es un documental o una calculada puesta en escena. La naturalidad con que van subiendo e interactuando los pasajeros (al parecer la usanza es compartir el taxi), así como la ilación de los diferentes temas sobre la cotidianidad de la ciudad o las restricciones del régimen, permite una fluidez y continuidad que hacen de la película un relato siempre atractivo y envolvente.

No obstante, cuando se van sumando temas como las reglas impuestas para hacer una película, la discusión sobre la pena de muerte, la falta de libertades, la represiva justicia estatal, entre otros, se hace evidente que todo está en función de una agenda política e ideológica definida por el cineasta y consecuente con la posición crítica que ha tomado en toda su obra. Los diálogos y personajes, entonces, empiezan a verse claramente planificados e, incluso, molesta un poco la obviedad y reiteración de los tópicos y críticas.

Es por eso que, finalmente, la película no tiene nada de sugerente. Lo que empezó como un ingenioso recurso para burlar la prohibición de hacer cine, terminó siendo un tinglado, montado con economía de elementos, para de nuevo retratar esta sociedad y al régimen, pero esta vez sin sutilezas ni la poética propia del cine.

También es cierto que es una película que debe juzgarse a partir de sus limitaciones, las cuales la hacen una obra tremendamente valiente que insiste en la denuncia y el amor por el cine. Eso fue lo que le premió el Festival de Cine de Berlín.  Y eso es lo que, en últimas, quedará cuando la película y las circunstancias de su creación terminen, con el tiempo, siendo una sola cosa.

El padre, de Fatih Akin

Por la familia

Oswaldo Osorio

elpadre

La guerra, la familia y el desarraigo son los grandes temas que obligaron a los realizadores de este filme a elaborar un relato monumental, un relato de larga duración, que atraviesa medio mundo y deja regados en el tiempo y el espacio a numerosos personajes e intensos pasajes que se cruzan por la vida de su único protagonista, Nazaret, un hombre que es víctima del genocidio armenio de principios del siglo XX por parte del Imperio Otomano en Turquía.

Fatih Akin, director alemán de ascendencia turca, desde hace mucho tiene un lugar en el cine contemporáneo, esto gracias a películas como En julio (2000), Contra la pared (2004) y Al otro lado (2007). Su cine siempre ha sido trashumante y reflexivo en relación con el desarraigo producto de los movimientos migratorios (por lo general forzados), así como de sus consecuencias sociales e ideológicas.

En esta película hay mucho de eso, aunque desplaza la reflexión y cuestionamientos sociales de siempre a los históricos, los cuales, de todas formas, son las causas de muchos de los conflictos de los que se ocupa en sus películas desarrolladas en este tiempo. Todo empieza con la intolerancia étnica y religiosa, pasada por la violencia y represiones de la guerra, para dejar como consecuencia la que tal vez sea la mayor tragedia para un hombre: la separación de su familia.

Entonces muy pronto en el relato se sabe esto, y se hace evidente que lo que vendrá de allí en adelante es ese deseo por el retorno al hogar y la búsqueda de la familia, en el caso de Nazaret, su mujer y dos hijas. Son unos conflictos capitales, ciertamente, pero al mismo tiempo demasiado básicos y predecibles en su desarrollo. Por eso el gran problema de la película es que siempre se sabe para dónde va y escasamente sorprende.

El esquema del héroe que hace una gran travesía en busca de algo y en el que, alternadamente, se topa con gente que lo ataca o lo ayuda, en este relato se aplica de forma casi automática, despojándolo de la progresión e intensidad que una buena narración requiere. Y no ayuda en nada a esto el hecho de que el protagonista, muy temprano en la historia, se queda mudo, por lo cual el espectador tiene menos elementos para lograr una empatía con él, quien termina reducido a un monigote del destino, que solo en ocasiones nos dice algo de su ser más profundo con algunas acciones.

Si bien los temas recurrentes de este director se repiten aquí, pero desde la perspectiva histórica, no alcanza a tener la complejidad e intensidad que se le conoce en sus anteriores filmes. La grandilocuencia de una historia que se explaya en el tiempo y la geografía se ve reducida por la elementalidad y reiteración con la que aplica un esquema narrativo predecible y con un héroe limitado en su comunicación, tanto con los otros personajes como con el espectador.

Incomprendida, de Asia Argento

Una balada punkera

Oswaldo Osorio

incomprendida

La infancia es una patria sostenida por dos pilares, un padre y una madre; protegida por un entorno seguro, el hogar; y de ser posible, confortada y apoyada por amigos y hermanos. Cuando alguna de estas cosas falla, puede que la tristeza y la desesperación terminen por arruinarle el resto de la vida a cualquiera. En esta historia una niña, aparentemente, tiene todo esto, pero no en las mejores condiciones ni proporciones, por lo que es un desolador relato que, sin embargo, resulta muy emotivo y, por momentos, divertido.

La actriz Asia Argento, hija del reconocido director italiano Mario Argento, aunque afirma que no es una obra autobiográfica, lo cierto es que varios elementos de la historia de Aria, su protagonista, coinciden con la suya. Aunque lo importante es que la directora mantiene su estilo luego de tres películas y las cualidades de su cine van en aumento.

La pobre Aria está en medio de la separación de su padres, expulsada alternadamente de sus dos casas, padeciendo el favoritismo que tienen sus otras hermanas y con la relación con su mejor amiga siempre en riesgo. Parece una retahíla de adversidades, pero de ninguna manera se trata de un drama lloricón y sensiblero, al contrario, el relato y su protagonista exudan desenfado, vitalidad e inspiración.

Y no se trata tampoco de esas niñas de cine cuya precocidad proviene de un guionista sin sentido de las proporciones, sino que realmente se puede ver a una niña con su universo interior, uno muy particular por el entorno del que es producto, pero la directora sabe conferirle la ingenuidad e inocencia necesarias para que su actitud irreverente y original parezcan naturales.

La película también es el retrato de una época, mediados de la década del ochenta en Roma, con su extravagante mal gusto en la moda, el tufo de la resaca punkera y un liberalismo de farándula bohemia que raya en decadencia. En medio de este ambiente, a Aria solo le queda apelar a su imaginación y a figuras que reemplacen las carencias que tiene. Un gato y la idea de un ángel de la guarda le proporcionan un refugio afectivo y pasado por las palabras, porque su voz siempre está poniendo al tanto al espectador de lo que siente y la forma como asume el mundo.

Hay que destacar también de este filme sus componentes formales y de puesta en escena. La joven  Giulia Salerno y la siempre sólida Charlotte Gainsbour, con sus interpretaciones, le dan fuerza y credibilidad al relato. La música de la época es protagonista en tanto está creando ambientes y marcando el ritmo de una narración que nunca decae. Visualmente siempre hay un cuidado en las atmósferas, unas poéticas, también las hay realistas y otras enfatizando el caos que circunda a la niña.

Se trata de un filme sensible y demoledor al mismo tiempo. Una fábula dulce y amarga sobre la infancia, contada con un equilibrado sentido en relación con esas contrastadas situaciones que condicionan la vida de Aria. Una balada punk al desamparo, con un final tan emotivo como desolador.

 

Anomalisa, de Duke Johnson, Charlie Kaufman

Una voz entre el sinsentido

Oswaldo Osorio

Anomalisa (1)

No es frecuente que en la industria del cine el guionista sea la estrella. Es lo que ocurre con Charlie Kaufman desde que concibió historias como ¿Quieres ser John Malkovick? (1999), El ladrón de Orquídeas (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Desde entonces, solo ha hecho para el cine dos películas más, que él mismo dirigió: Sinécdoque en Nueva York (2008) y esta nueva película que, por ser animada en stop motion, ha pedido ayuda en la dirección.

A pesar de esta obra relativamente corta, su celebridad se debe a una singular combinación entre originalidad, rarezas argumentales y éxito de crítica y público. El suyo es un universo generalmente dislocado, transformado por realidades fantásticas o paralelas, las cuales usa como recurso para reflexionar sobre la identidad personal y el sentido de la vida, dos grandes temas que le han dado para abordar otros igualmente esenciales, como el amor, la muerte, el acto de crear y las relaciones del individuo con la sociedad.

Anomalisa (2015) tiene también estas características. Es la historia de Michael Stone, un experto en servicio al cliente que va a Cincinnati a dictar una conferencia. En el hotel conoce a Lisa y al parecer su mundo cambia. Y es que su mundo es como el de la mayoría de sus personajes, en eso sí no hay mucha novedad: son seres grises, insatisfechos con sus vidas, inseguros y con problemas para relacionarse con la gente.

La novedad en esta propuesta de Kaufman no está tanto en que recreó su relato a partir de la técnica del stop motion, la cual resulta atractiva estéticamente por el particular acabado “realista” de sus marionetas, escenarios y decorados, sino que la originalidad deviene de un recurso que fue posible usar, justamente, porque se trataba de una película animada: el doblaje de las voces. Con este elemento pudo transmitir, con ingenio y contundencia, la forma en que el protagonista percibía el mundo y lo que cambió cuando conoció a Lisa.

La historia se desarrolla en día y medio, pero con eso es suficiente para dar cuenta de una vida de frustraciones e insatisfacciones. Desde el primer momento, cuando un hombre le toma la mano en el avión y con la cháchara del taxista que lo lleva al hotel, todo es para Michael Stone una serie de eventos incómodos y desagradables. Pero ese poco tiempo y esas situaciones, incluyendo la promesa de un feliz cambio, son suficientes para hacer un breve aunque elocuente tratado sobre el sinsentido existencial, y no solo el que soporta este hombre, sino el que puede acechar a millones de personas en el mundo contemporáneo.

Es una película ingeniosa en sus recursos argumentales y metafóricos, un alegato contra el conformismo de la vida diaria, que termina resignándose apenas al triste lamento de una vida sin lustre. Por eso es un relato tan estimulante como incómodo, que deja un buen sabor por el cine y un mal sabor por la vida.

Brooklyn, de John Crowley

Enferma de hogar

Oswaldo Osorio


Una de las formas en que el idioma inglés se refiere a la melancolía es, traduciendo, enfermo de hogar. Así es como se siente Eilis, la bella e introvertida protagonista de esta película. Cruzó el Atlántico desde su natal Irlanda para buscar un futuro en Estados Unidos, pero hacerse a una nueva vida no será fácil. Y de esto es de lo que se ocupa este sosegado y emotivo relato, de acompañar a esta joven en su viaje físico y emocional camino a redefinir su vida en la llamada tierra de las oportunidades.

Para 1951 el país americano todavía era el Nuevo mundo frente a las condiciones y posibilidades que había en algunos europeos, como Irlanda. Era el lugar perfecto para para que cualquiera pudiera reinventarse, más aún si se contaba con juventud. Pero antes habría que pasar la dura prueba de la “enfermedad de hogar”, de la soledad y el anhelo de estar junto a los seres queridos.

Pero para Eilis tal vez fue menos traumático porque, aun en su timidez y recato, tiene un don de gentes que le permite caerle bien a todo el mundo, lo cual le facilita la vida. De hecho, una de las particularidades de esta historia es que durante casi todo el relato no hay un conflicto fuerte que ponga a prueba a la protagonista (y con ella al espectador), todo lo contrario, cada vez parece irle mejor. No obstante, la sensibilidad y sutileza con que está construido el relato y la relación entre los personajes, permite deslizar agradablemente la atención e interés en lo que le depara la vida a esta joven.

El gran conflicto aparece muy avanzada la historia y, sin necesidad de revelar importantes detalles de la trama, tiene que ver con el dilema que representa para Eilis tener su corazón dividido entre esos dos mundos separados por la inmensidad del Atlántico. El amor, la amistad y el trabajo son esas anclas que atan a las personas a un lugar. Pero tenerlo todo también puede ser un problema, porque el exceso puede ser tan abrumador como la carencia. Entonces aquí la heroína se enfrenta a un problema que parece insoluble.

Independientemente de cuál sea la decisión de esta joven, lo esencial de esta cinta es que hace posible viajar por un amplio rango de sensaciones y sentimientos con los que el espectador se identifica. En especial porque son planteados de forma sensible e inteligente a través de una historia narrada con sutileza y buen gusto, eso sin contar las posibilidades estéticas que ofrece su ambientación en los estilizados años cincuenta. Una historia que hace más énfasis en sus personajes que en una elaborada trama, así como en sus estados de ánimo, las implicaciones de sus decisiones y la relación entre personas.

Theeb, de Naji Abu Nowar

La ley del más fuerte

Oswaldo Osorio


Entre la simpleza de su argumento y las implicaciones del doble conflicto que plantea, esta película desarrolla un hipnótico relato que revela un universo casi inédito. Ese universo es la vida de los beduinos en el desierto de Jordania durante la coyuntura histórica de la Primera guerra mundial. Con estos elementos el debutante Naji Abu Nowar consigue contar una historia cargada de tensión narrativa y fuerza dramática con gran economía de recursos.

Su argumento, entonces, se reduce a la necesidad de sobrevivir a los peligros de una travesía por el desierto; mientras que el conflicto de contexto es la confrontación entre revolucionarios y la inferencia de los ingleses en su país, y el conflicto íntimo es el de Theeb, un niño que, por vez primera, sale al mundo y debe sortear riesgos y tomar decisiones cruciales por sí solo como nunca antes lo había hecho.

De manera que se trata de una película construida a partir del esquema de cine de aventuras y articulado sobre el concepto de la pérdida de la inocencia. Reduciéndola racionalmente así, a sus códigos y elementos, la verdad es que resulta una cinta realmente simple, no obstante, la combinación de esos elementos básicos converge en una historia potente y una narración envolvente, esto porque remite a unos instintos esenciales, incluso contradictorios, de la naturaleza humana, como el sentido de supervivencia, la fraternidad y el deseo de venganza.

La cámara casi nunca se desprende de Theeb y lo acompaña en esa transición en que su mundo se agiganta y con él su percepción de la vida y el rango de sus sentimientos. Entonces el niño pasa del limitado círculo de su tribu al insondable espacio del desierto, un mundo exterior que, además, está experimentando importantes cambios políticos, lo cual intensifica el conflicto del protagonista. Y aunque su edad y el primitivo entorno del que proviene apenas si le permiten establecer comunicación con ese nuevo mundo que le llena los ojos, son las decisiones que toma lo que da cuenta de su transformación, de su inocencia perdida.

La sencillez de sus esquemas argumentales y narrativos también está presente en su concepción visual, la cual solo es eficaz y funcional para lo que requiere la historia. Sin embargo, es el paisaje del desierto el que asume el protagonismo y la posible belleza de la imagen, con su apabullante claridad, esa inmensidad que reduce la figura humana y la sinuosidad de las dunas y las escarpadas formaciones rocosas.

El descubrimiento del mundo cruel y disfuncional de los adultos desde la mirada de un niño casi siempre propicia relatos  atractivos y refrescantes. En esta película se puede ver eso, y aderezado con el exotismo de un paisaje y una cultura muy singulares, resulta aún más atractivo. Además, está protagonizado por un personaje con el que hay una inmediata empatía, lo cual asegura la conexión emocional con la historia y el compromiso de seguir sus aventuras hasta el final.

Deadpool, de Tim Miller

De súper héroes antihéroes

Oswaldo Osorio


Con un cine plagado de súper héroes como nunca antes en la historia, la sensación de estar viendo al mismo personaje y la misma película es cada vez más frecuente, lo cual se intensifica con el sistema de franquicias, que es cuando se producen varias entregas de la misma saga, siendo Marvel y los X-Men los que están a la cabeza de esta práctica.

Deadpool, de hecho, es otro X-Men más, pero uno muy particular, pues si bien en el Universo Marvel hay muchos súper héroes con el carácter de antihéroes, como The Punisher o Wolverine, con este mutante malhablado llevan el concepto a territorios más indecorosos y rastreros. Las alusiones sexuales, la irreverencia y la ambigüedad ética de este súper héroe son su marca de distinción frente a sus estirados y prestigiosos colegas.

Luego de ser creado en 1998 y después de veinte años como un personaje secundario de Marvel, este súper héroe mercenario es relanzado en 2008, haciendo énfasis en su incorrección política y violencia extrema. Desde entonces, comienza a ser una historieta de culto que justo llega a este estatus en la época de esplendor de los cómics en el cine. Hacer la película solo era el siguiente paso obligado, pero tampoco había mucha fe en él como para que fuera una súper producción.

Sorprendentemente, y a pesar de ser clasificada para adultos, se convirtió en un éxito de taquilla. La razón más probable de esto es, justamente, que con esta película no se da esa repetición de la que me quejaba al inicio del texto. Aunque sea por vía del mal gusto, el exceso de violencia o la chabacanería, decididamente es una propuesta diferente. Pero también lo es por otros aspectos más estimulantes, como la ruptura de la cuarta pared (le habla al público), las constantes alusiones a la cultura popular, el ingenioso humor negro y la auto reflexividad acerca del Universo Marvel y de su propia naturaleza de súper héroe.

Deadpool es mitad The Punisher mitad Bugs Bunny, dijo el editor en jefe de Marvel. Por eso el relato se mueve pendularmente entre las secuencias con momentos de violencia que rayan con el gore  y situaciones o diálogos dislocados y graciosos. Su cruzada para atrapar a Ajax, su némesis, es solo una excusa argumental para desplegar la pirotécnica personalidad de este atípico súper héroe. Con este material, finalmente resulta una película entretenida y atractiva por sus variaciones en relación a este tipo de cine.

Sobre la monotonía de sagas como Iron Man, Spider Man, X-Men o Avengers, para un espectador menos conformista se imponen estos súper héroes disfuncionales, como lo fue en su momento Kick-Ass, como ocurre ahora con Deadpool y esperemos que en algún momento les dé por producir una película sobre un personaje como Rorschach. Con este tipo de súper héroes aumentan las posibilidades de hacer filmes menos predecibles, más ingeniosos argumentalmente y menos uniformados en sus planteamiento éticos.