Un camino a casa, de Garth Davis

Un origen y dos vidas

Oswaldo Osorio

lion

Nada más descorazonador que un niño perdido en una ciudad con millones de habitantes y a miles de kilómetros de su casa. Con este planteamiento argumental, a prueba de estoicos emocionales, arranca una historia que, además, está refrendada por la advertencia inicial de “Basada en hechos Reales”. Así que no hay pérdida, tanto para ser varias veces nominada a los premios Oscar como para no dejar un ojo seco en cada sala de cine donde se presente y, de paso, recoger buenos réditos en la taquilla.

Este parece un encabezado burlón y despectivo ante un relato manipulador y sensiblero, pero si bien en parte ese es el objetivo, pues algo de eso tiene el filme, tampoco hay que despreciar de tajo una historia porque está hecha de un material cargado de emociones, así como de situaciones en las que es difícil no identificarse con su protagonista y hacer fuerza de principio a fin por su destino.

El caso es que se trata de un épico viaje emocional contado en dos actos, el primero, da cuenta de la desgracia del pequeño Saroo, quien tiene que lidiar con un insondable y abusivo mundo con tan solo cinco años. Es una parte realizada con eficacia narrativa, belleza en las imágenes y un equilibrado manejo de lo emocional sin acercarse mucho al tono de pornomiseria. El único problema es que parece un deja vu con ¿Quién quiere ser millonario? (Danny Boyle 2008), y más lo es cuando en el segundo acto aparece el mismo actor, Dev Patel, haciendo también de joven redimido y salvado del mundo de las calles.

El segundo acto es, entonces, ya el joven Saroo viviendo en Australia con su familia adoptiva. Paradójicamente, aunque es menos intensa emocionalmente y casi nada atractiva en su argumento, esta parte resulta de mayor hondura y complejidad en la construcción de los personajes y en las implicaciones de sus cuestionamientos sentimentales y sicológicos.

Se trata de una pregunta eterna y universal, connatural del ser humano, y es sobre conocer sus orígenes como condición para definir la identidad propia. Por eso, independientemente de lo equilibrado, feliz y realizado que parecía estar Saroo, ese componente esencial le faltaba a su existencia, lo cual lo lleva a una espiral de frustración, angustia y desesperación que prácticamente lo convierte en otra persona.

Es como si hubiera empezado otra película, porque todo en ella cambia, lo cual, visto en perspectiva, es un contraste que la enriquece y amplifica esa historia de vida que allí se está contando. Y aunque el título en español torpemente sugiere el final (el original es Lion), de todas formas es una de esas películas en las que, aunque es fácil de predecir casi todo lo que va a ocurrir, lo importante es el viaje, el emocional, el geográfico y el que hace la narración.

Publicado el 19 de febrero de 2017 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

Toni Erdmann, de Maren Ade

El padre absurdo

Oswaldo Osorio

toni

Una forma tan eficaz como pasmosa para desarmar la racionalidad, la automatización y el culto a la productividad de la sociedad actual bien puede ser combinar el absurdo, el ridículo y el humor. Winfried lo sabe, y lo aplica como antídoto contra la infelicidad en medio de la cual parece vivir su hija. Mientras lleva a cabo su cometido, conduce al espectador por un relato   desconcertante en su propuesta dramatúrgica y en la relación entre los personajes, así como impredecible en su argumento.

Inés trabaja como ejecutiva de una corporación, parece llevar una buena vida, hasta que su padre la visita por sorpresa y empieza una suerte de asedio contra la normalidad y la rutinaria vida de su hija. En un principio, es difícil leer el tono del relato, pues parece un incómodo drama sobre esta relación filial. Pero paulatinamente, esas situaciones incómodas y absurdas que protagoniza Winfried, ahora transmutado en Toni, se empiezan a tornar divertidas y hasta hilarantes.

No hay una trama convencional, solo esa sucesión de situaciones en la que Toni irrumpe en el mundo de Inés de forma cada vez más insólita, con actos absurdos, insuflados por una gran personalidad y que alcanzan a sorprender y divertir a todos, salvo a su hija. Es como una terapia de choque contra una vida que no se disfruta en esa vertiginosa carrera de los compromisos corporativos.

Sin embargo, el vacío parece ser compartido por ambos. Pero si bien la hija se descifra fácil a partir de esa alienación por la competitividad capitalista, con la cual fácilmente se pierde el verdadero sentido de la vida; en el caso de Toni todo es incertidumbre y ambigüedad, no se sabe bien si es un transgresor social o un viejo desorientado y en crisis por la muerte de su perro y la distancia con su hija.

Es un personaje complejo e impredecible, y sin duda la razón por la que esta producción entre Alemania y Austria sea una pieza original y estimulante, que sostiene permanentemente la atención y la curiosidad por el futuro de sus protagonistas, eso a pesar de sus casi tres horas de duración.

Luego queda claro que todos estos encuentros y desencuentros entre padre e hija, toda esta sarta de situaciones insólitas, ridículas, embarazosas y graciosas, es un viaje emocional que experimentan ambos personajes, tanto individualmente como en su relación. Todo tal vez para aventurar una definición de lo que es la felicidad y cuál es el sentido de la vida, o incluso para evidenciar que esa triste y racional mujer no es tan distinta de su díscolo e irreverente padre.

Talentos ocultos, de Theodore Melfi

Un triunfo sin sobresaltos

Oswaldo Osorio

talentosocultos

El cine siempre será un poderoso instrumento para guardar la memoria, para revisitar la historia cada que sea necesario y, con ello, recordar luchas o valores de la humanidad que no debería perder de vista el presente. Esta película, en buena medida, parece haber sido hecha con esas intenciones, y su objetivo esencial lo consigue con claridad y eficacia, sin embargo, como relato, aproximación al tema y propuesta dramatúrgica, resulta de una elementalidad apenas soportable.

Cuenta la historia de tres mujeres negras que, a principios de la década del sesenta, hicieron parte del equipo que apoyaba a la NASA con los cálculos matemáticos para mandar a los primeros hombres al espacio. Desde la escena inicial, cuando un policía trata de intimidarlas pero termina escoltándolas a su trabajo, ya se sabe cómo será el resto de la película: una tibia demostración de la adversa situación de la gente de color a causa de la segregación racial, seguida de pequeñas victorias morales gracias a su talento y representadas de forma harto complaciente, cuando no condescendiente.

Es cierto que, como se sugirió con la reflexión inicial sobre la memoria, puede ser un efectivo vehículo para dar a conocer, sobre todo a las nuevas generaciones, una situación que se vivió hace apenas medio siglo y que ahora es impensable. No obstante, eso acaso la deja como una película con un cierto valor didáctico y aleccionante, lo cual no es nada despreciable, pues si el cine es útil para enseñar algo valioso y si alcanza a emocionar y ser edificante con sobresalientes historias de vida, pues ya estaría salvado por su “valor de uso”.

Pero el cine también es un arte y una compleja forma de representación, llena de recursos y posibilidades (que es lo que se supone premian todos estos certámenes, con los Oscar a la cabeza, que ha ganado o en los que ha sido nominada esta película). En ese sentido, resulta una cinta tremendamente predecible, y no tanto en su gran final, que igual ya por la historia o al menos por el trailer todos conocen, sino en sus recursos narrativos y dramatúrgicos: cada giro y cada situación están trazados con aburridora claridad por esa agenda aleccionadora con que fue concebido todo el filme. Es que ni siquiera la historia de amor le falta a este calculado relato.

En el contexto histórico de la guerra fría, de la carrera espacial y de la lucha por los derechos civiles y de las mujeres, esta película lo reduce todo a unas cuantas anécdotas y al sentimentalismo de unas situaciones de las que las tres heroínas salen fácilmente victoriosas y enaltecidas. Es decir, todo un rico y poderoso material histórico e ideológico desperdiciado para solo capitalizar su componente anecdótico y sensiblero.

Publicado el 5 de febrero de 2017 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

Vivir de noche, de Ben Affleck

El criminal de las buenas maneras

Oswaldo Osorio

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El cine de gánsters se asienta sobre una paradoja en relación con su público: a pesar de las acciones moralmente reprochables de sus personajes, el espectador suele sentirse identificado con los protagonistas y secretamente espera que se salga con la suya. En esta película esa paradoja se ve acentuada con las características del personaje central, pues se trata de un hombre aplomado, sensible, libertario y hasta romántico.

Es la cuarta película como director del actor Ben Afleck, y en ninguna ha decepcionado. Tal vez en esta última (Live by night, 2016) sorprende menos por tratarse de una variación de otro proyecto suyo: Atracción peligrosa (The Town, 2010), pues ambos son thrillers protagonizados por criminales, ladrones de banco en una y gángsters en la otra, con una historia de amor de por medio y la singular personalidad del protagonista, algo así como un malo bueno.

Joe Coughlin es un criminal irlandés de Boston que es reclutado por la mafia italiana para dirigir, en plena época de la Prohibición, las operaciones en un pueblo de Florida. En términos argumentales, el filme sigue la estructura propia del género, esto es, la lucha criminal por hacerse al poder y mantener el control de los negocios ilegales sobre otras facciones, criminales o institucionales. Pero la historia cuenta con las variaciones necesarias que toda película de género requiere para hacer alguna diferencia con las demás.

Más interesante y compleja resulta esa contradicción entre la personalidad del protagonista y las acciones que acomete por su oficio. Es el dilema de un hombre que, en esencia, es noble, pero que inevitablemente tiene que recurrir a la crueldad para desempeñar el rol que decidió para su vida. Todas sus buenas maneras, su ecuanimidad y lo amoroso que es con sus parejas terminan siendo cuestionadas por la sucesión de crímenes y bajezas, porque matar a un hombre siempre será matar a un hombre. Pero Coughlin dice que es tan fácil como apretar un gatillo.

Aun así, sentados en la butaca, queremos que le vaya bien a este criminal, ya por la paradoja mencionada al principio, por el particular carácter de este gánster o porque tal vez nunca nos había caído tan bien Ben Affleck en un papel. Faltaría ver si Hollywood, donde pocas veces el crimen paga, le perdonará a este “buen hombre” sus acciones.

El relato sabe equilibrar muy bien la trama de acción de una película de gánsters con esta ambigüedad moral de su protagonista, que le da mayor profundidad y textura a las situaciones y a  la relación entre los personajes. Incluso, de fondo, la historia también tiene un discurso que alega contra los prejuicios raciales, culturales y sociales, lo cual contribuye a que no sea solo una cinta de mafiosos matándose entre sí, sino una película con todo el atractivo del cine de género, pero con algo de hondura y seso como para no sentir que apenas se está a merced del vaivén de una trama.

Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan

El hombre con el corazón roto

Oswaldo Osorio

manchester

El sufrimiento y las adversidades emocionales son en buena medida la materia prima de los relatos de ficción. Con tal material se crean dramas o melodramas de intensidad variable y argumentos que lo aprovechan para construir sus giros, progresiones narrativas y sorpresas. Aunque el argumento de esta película es un material recurrente en muchas historias de este tipo, propone sustanciales diferencias en la forma en que construye su relato y en el tono de la dramaturgia que elige para su puesta en escena.

Durante los primeros minutos, el relato se concentra en presentar y describir a su protagonista, Lee, un conserje lacónico y ensimismado, que puede estallar con violencia en cualquier momento, un hombre un poco patético que da la idea de tener algo quebrado por dentro. Cuando recibe la noticia de la muerte de su hermano, suceso que parece el conflicto central del filme, paulatinamente entendemos que en el fondo al director le interesa más contar la historia de Lee y explicar las razones de su peculiar estado de ánimo.

Para lograr esto, resulta fundamental el sistemático uso del flashback, que reconfigura la estructura narrativa alternado el presente con el pasado, donde el presente es el drama de la muerte del hermano y el pasado es todo ese iceberg de emociones que subyace en la trágica vida de Lee. Además, una parte esencial del conflicto del presente es la relación entre Lee y su sobrino, así como las decisiones sobre el futuro de este.

Pero como en toda historia bien construida, esos aspectos necesariamente están relacionados. En este caso, ese pasado, el drama del presente y el conflicto acerca del futuro del sobrino están estrechamente ligados de dos distintas y complementarias maneras: una externa, en la mayoría de las acciones que conforman la trama, a través de todo lo que ocurre en torno a la enfermedad y muerte del hermano; y otra interna, en el tono del relato y la permanente pesadumbre que define las atmósferas, que son determinadas por el personaje de Lee y su afligido espíritu.

La marca fundamental de este relato, en lo que hace la mencionada diferencia, es que, a pesar de los eventuales sucesos de intensidad o giros dramáticos, casi siempre se mantiene sin sobresaltos ni efectismos dramatúrgicos. Puede que a algunos espectadores esto se les traduzca en un tedio narrativo, pero ese tono es el que define la esencia del protagonista y lo que, si bien hay un par de sucesos extraordinarios empujados por la muerte, hace a esta película tan cercana a la vida, a una cotidianidad determinada por la fricción de los altibajos emocionales y las complejas relaciones interpersonales.

Vista en perspectiva, podría antojarse como una colección de golpes de efecto dramáticos en lo que respecta a su argumento, pero el relato y la puesta en escena parecen decir otra cosa, concentrándose en ese universo emocional del protagonista, creando con ello una pieza reflexiva y conmovedora, el callado lamento de un hombre con el corazón roto.

Neruda, de Pablo Larraín

El policía y el poeta

Oswaldo Osorio

neruda

La persecución política contra el poeta Pablo Neruda es una excusa para que, de nuevo, el cineasta Pablo Larraín hable de la historia de Chile y la comente de forma reflexiva e inteligente. Se trata de una película muy distinta a esas obras por las que se dio a conocer, pues le apuesta, con la ayuda del dramaturgo Guillermo Calderón, más a un relato poético, consciente de sí mismo y con mayores recursos estéticos y narrativos.

En títulos como Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y El club (2016), Larraín apeló al realismo, la economía de recursos y la crudeza de sus historias para construir unos complejos personajes que comentaban el contexto histórico de su país. En No (2012) cambia un poco de registro y se concentra más en una trama que tiene unas importantes repercusiones en ese contexto. Su voz como cineasta ha sido siempre clara y potente, sabiendo articular personajes, historias y temas en relatos de gran impacto dramático, con su propio carácter estético y con fuerza en sus planteamientos éticos e ideológicos.

Neruda es un falso biopic, elaborado a partir de una serie de hechos ocurridos en 1948, cuando el poeta fue perseguido por el gobierno a causa de su militancia en el Partido comunista. Es decir, partiendo de algunos hechos y personajes reales, guionista y cineasta inventan otras situaciones y personas, la principal de ellas es el inspector de policía que tiene a su cargo capturar al nobel cuando pasa a la clandestinidad.

De manera que no es una película solo sobre Neruda, sino también sobre este policía, quien en su labor detectivesca y de persecución, así como en la creciente obsesión por todo lo que tenga que ver con su prófugo, proporciona otro punto de vista acerca del célebre poeta, de su obra y su personalidad. Además, puede ser lo más interesante de la película y lo que marca la diferencia para que esta película no sea otra biografía cinematográfica ensamblada sobre el mismo esquema como tantas otras.

Este personaje y su visión le permite al relato convertirse en un thriller, en un policiaco con visos de cine negro, que hace del protagonista y sus circunstancias un material más atractivo y dinámico en términos dramáticos y narrativos. Así mismo, le confiere a la película una autoreflexividad en la que se contrastan la realidad y la ficción, e incluso la ficción misma reflexiona poéticamente sobre sí.

Ahora, la mirada que la película hace del poeta no es nada idealista ni generosa, sino que más bien se decide por recrearlo desde distintas facetas: el poeta célebre y ególatra, el militante entre comprometido y farsante, y el hombre sensible aunque hedonista y aburguesado. De poesía se habla poco, porque al parecer interesaba más el complejo retrato de este hombre y el contexto político del Chile de aquel entonces.

No es el cine de Larraín que conocemos, y aun así mantuvo ese nivel en sus personajes, historia y temas. Creó una película original en su tratamiento y rica en recursos visuales, narrativos y poéticos. Contó una historia a medias sobre Neruda, pero con mucho más valor en sus connotaciones y expresividad a que si hubiera simplemente recorrido cronológicamente su biografía.

 

Kiki, El amor se hace, de Paco León

El placer como enfermedad

Oswaldo Osorio

kiki

Es bien sabido que el placer sexual va más allá del simple contacto físico. Una mirada puede ser más estimulante que un desnudo frontal, y tal principio se potencia cuando se trata de gustos particulares, perversiones y filias sexuales. Este filme propone una pequeña colección de esas filias y con ellas hace una película coral, con un humor divertido e ingenioso, y hasta propone algunas reflexiones sobre el tema.

Dacrifilia, herbofilia o elifilia, esto es, excitarse con el llanto, las plantas o ciertos tejidos. Estas son algunas de esas particularidades en las preferencias sexuales que tienen los protagonistas de esta película, en la que cinco personas, con sus respectivas parejas, lidian, para bien o para mal, con estos singulares y a veces extravagantes gustos, que si bien suelen implicar un problema, también pueden ser fuente de gran placer.

La historia protagonizada por Candela Peña, por ejemplo, ilustra el amplio rango dramático que puede generar este tema, desde una mirada a lo sombrío que puede ser el matrimonio cuando falta el picante sexual o cuando uno de los dos se comporta de manera egoísta, hasta las hilarantes situaciones que desencadenan las mentiras de una mujer por hacer llorar a su esposo y con ello conseguir placer sexual.

Con una estructura narrativa que alterna cinco historias que solo tienen conexión entre sí por el tema, la película mantiene el buen ritmo de una lúcida e ingeniosa comedia, atemperada por momentos dramáticos que le dan el contrapeso reflexivo a las distintas tramas. Entonces sus historias pueden hablar de las dudas y la timidez de una pareja por aventurarse a nuevas experiencias, de la soledad de alguien que tiene un gusto demasiado específico para resolver sus necesidades afectivas y sexuales, o de los cuestionamientos éticos en el comportamiento de alguien que puede tener ciertos derechos con su pareja.

Parece una comedia ligera, y en cierta medida lo es, pero no solo es una comedia que habla de forma desenfadada de sexo, sino que, entre líneas, se aventura a reflexionar y cuestionar las convenciones sociales y culturales de lo que debe o puede ser el sexo. Sus cinco historias y el coro de personajes se toman muy en serio el asunto, que el director le haya dado un matiz jocoso, eso es otra cosa, lo cual funciona muy bien de cara al público.

Así que se trata de una buena comedia española, sobre el sexo y sus filias, y de allí saca una serie de situaciones tanto graciosas como dramáticas, y del conjunto de personajes, temas e  historias resulta una película ingeniosa y encantadora. Los créditos finales están acompañados por una juguetona canción de Pedrina y Río (Enamorada), que le queda perfecta a esta película de Paco León.

 

Pasajeros, de Morten Tyldum

Aventura y romance en el espacio

Oswaldo Osorio

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Esta singular mezcla entre historia de amor y aventura espacial se queda a mitad de camino entre un original relato con sorprendentes giros y la típica película de Hollywood, tan predecible como complaciente. En medio de estos extremos, realmente hay un buen material que es manejado hábilmente, por lo que puede sostener la atención y la expectativa a lo largo de casi todo su metraje.

A riesgo de adelantarle importante información de la trama a quien no se la haya visto, primero hay que decir que la película parte de un intrigante (aunque no novedoso) planteamiento argumental: una pareja se encuentra sola en una nave en medio de un viaje espacial que durará más que sus propias vidas.

De este planteamiento se desprende una serie de aspectos y situaciones que parecen darle espesor a la ya calculada historia de amor entre las dos estrellas más bellas y populares del momento en Hollywood: la dificultad sicológica de lidiar con la soledad, la angustia de la presunción de la muerte en medio de nadie y de la nada, los eternos conflictos en la relación entre hombres y máquinas, y un dilema ético que es el factor central y más potente de una trama que termina siendo un poco artificial y planificada.

Sin embargo, todos estos aspectos terminan siendo relegados a un segundo plano ante el énfasis que el relato hace sobre la historia de amor y la aventura espacial. En el primer caso, esta pareja perfecta pasa por las conocidas etapas de una relación amorosa, la cual es construida con todos los lugares comunes posibles del cine romántico dirigido al gran público; mientras que lo segundo, la aventura espacial, termina siendo esa recurrente carrera contra las adversidades mecánicas y tecnológicas del malfuncionamiento de la nave que los amenaza de muerte.

Es un poco contradictoria la sensación que produce esta película: si se le mira como un producto comercial perfectamente manufacturado para el consumo masivo, se puede ver como una pieza ingeniosa, diferente y bien lograda; pero como también parece pretender decir algo más y ser novedosa en sus planteamientos, al aplicarle un juicio con mayor rigor, se revelan sus artificios en la construcción de la historia y sus limitaciones en el desarrollo de esas ideas potentes que apenas quedan sugeridas y que terminan siendo subordinadas a esos dos obvios y atractivos aspectos ya mencionados.

Después de estos razonamientos, entonces, lo mejor es no pretender pedirle algo a un producto que en últimas busca otra cosa, así que lo ideal es ver esta película como una bonita y entretenida historia de Hollywood, protagonizada por los hermosos de turno y con un final feliz y edificante. Para encontrar y ahondar en esos asuntos que aquí apenas quedan sugeridos, es preferible recurrir a filmes como 2002: una odisea espacial (Stanley Kubrick, 1968), Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972), Sunshine (Danny Boyle, 2007) o Moon (Duncan Jones, 2009).

Publicado el 26 de diciembre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

Snowden, de Oliver Stone

Porque había que hacerlo

Oswaldo Osorio

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Lo que podría ser una densa y complicada historia llena de jerga cibernética y de espionaje, este traductor que es Oliver Stone la expone de forma clara y envolvente por medio de un relato que cuida que lo esencial sea comunicado y reiterado, así como dicho hábilmente con los recursos de la ficción. Por eso, aunque disfrazado de biopic (biografía cinematográfica), el reconocido director vuelve con este filme a su persuasivo e impactante cine de compromiso ideológico y de denuncia política.

Desde ese descarnado y nada gentil retrato sobre George Bush (W, 2008), este cineasta no se ponía en su papel de la “conciencia estadounidense”. Ya lo había hecho, entre otras, con Platoon (1986), JFK (1991) y Asesinos por naturaleza (1994). Su premisa durante mucho tiempo fue tomar algún episodio polémico de la realidad de su país y convertirlo en una pieza de cine que exponía, cuestionaba y creaba conciencia en torno al respectivo suceso. Ahora lo vuelve a hacer con el caso Snowden.

Edward Snowden era un analista de las agencias del gobierno estadounidense que decidió revelar las prácticas de vigilancia general e indiscriminada que el estado hacía sobre toda la población nacional. Lo que Citizenfour (Laura Poitras, 2014) contó detalladamente en un cargado y complejo documental, Stone lúcidamente lo redujo a las ideas esenciales: la denuncia de esa vigilancia ilegal a los ciudadanos, las razones éticas y democráticas por las que el ex agente lo hizo, y la importancia de su acción en lo que luego fue una toma de conciencia y un freno ante tales crímenes de estado.

Como siempre, Oliver Stone no le teme a tomar partido en el planteamiento de sus temas. Pero no lo hace con maniqueísmo alguno, aunque sí sabe provocar que el espectador se identifique con el protagonista y su causa. Para esto, desarrolla cálidamente la relación de Snowden con su novia, haciéndolos parecer justamente los ciudadanos comunes y corrientes y patriotas que representan a todas esas personas a las que el gobierno está ultrajando en sus derechos y privacidad.

También como siempre, despliega sus habilidades como contador de historias y cineasta que sabe argumentar ideas, por más complejas que sean. Para hacerlo, se vale de una recursiva fotografía, y un montaje y estructura narrativa que saben cómo manejar los tonos y ritmos entre la vida personal de Snowden, su trabajo como agente y su relación con los periodistas en esa nada fotogénica habitación de hotel.

El resultado de todos estos recursos es que, luego de casi dos horas y media, termina rápidamente un relato expuesto con la claridad y lucidez de un cineasta que hace del cine político su sello distintivo, con la virtud adicional de que es un cine que no solo plantea y desarrolla unos temas de peso, sino que lo hace con la destreza narrativa de un buen contador de historias.

Después del amor, de  Joachim Lafosse

Familia rota

Oswaldo Osorio

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Pocas veces el título en español para una película resulta tan acertado como el original, que en este caso es L’économie du couple (La economía de pareja, 2016). Ambos hacen referencia a los dos grandes aspectos que desarrolla esta historia: el título en español, a la situación terminal en que se encuentra un matrimonio, y en francés, a la principal causa de su discordia y ruptura.

Se trata de un duro y claustrofóbico relato sin esperanza alguna para lo que alguna vez fue una bella familia. Boris y Marie, con dos hijas pequeñas y luego de quince años de matrimonio, a pesar de su separación afectiva se ven obligados a seguir compartiendo la misma casa, puesto que él no tiene recursos para estar en otro lado.

Salvo por la secuencia final, toda la historia se desarrolla en esa casa, que termina siendo uno de los principales elementos en disputa. Ese confinamiento es el que le da el mayor distintivo narrativo, dramático y visual a esta película. Un universo estrecho donde se libran sistemáticas batallas cotidianas entre esta pareja. No importa que se hayan repartido los espacios, los días para estar con las niñas y hasta los amigos, esas reglas se rompen porque están en medio de una guerra.

La cámara los persigue en ese cerrado entorno, registrando su malsana coreografía doméstica en la que alternadamente huyen y se persiguen entre sí. Ella porque ya no lo soporta o para increparle por sus promesas rotas, y él porque le irritan los reclamos de aquella niña rica o porque tiene la esperanza de restaurar la relación.

Por eso, a pesar del encierro y de ser solo dos personajes (las niñas suelen ser solo una excusa para sus disputas), gracias a la larga sucesión de episodios cotidianos, sumada tanto a la fluida y constante persecución de la cámara como a la ráfaga de diálogos en los altisonantes tonos propios de las discusiones, el relato siempre resulta dinámico y envolvente. Pocas veces su director le da tregua a ese ajetreo de la vida familiar y las pugnas conyugales.

Es cierto que, como lo sugiere el título en francés, al parecer casi todo tiene que ver con el dinero, pero en el fondo se puede ver apenas como un pretexto de problemas más hondos, como el resentimiento de clase de Boris y su irresponsabilidad con el dinero, o la decepción de Marie por el carácter de su marido y su hastío por sus falsas promesas y su desidia como proveedor.

Solo en una escena se nos permite ver el amor que alguna vez hubo y la familia de ensueño que fue, pero paradójicamente, es la escena más dura de toda la historia, porque en medio de ese conflicto sin pausa, revela todo aquello que se perdió y que nunca se volverá a recuperar.

Publicado el 18 de diciembre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.