El ídolo, de Hany Abu-Assad

Más allá del cine

Oswaldo Osorio

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Esta película cruzó medio mundo hasta nuestras salas, no tanto por sus valores cinematográficos, sino más bien por su tema, su aleccionadora historia de éxito y, sobre todo, por sus connotaciones políticas. Y es que tanto la historia en que se basa como el mismo relato, están apuntalados en asuntos que no necesariamente tienen que ver con virtudes artísticas, ya sean musicales o cinematográficas.

En ella se cuenta la historia de Mohammed, quien desde niño, junto con su hermana y dos amigos, trata de forjarse una carrera como cantante. Pero el problema es que no estaba en Nueva York, ni siquiera en El Cairo, sino en Gaza, en medio de la represión y limitaciones impuestas por Israel, así como de la opresión y censura de un régimen conducido por el fundamentalismo islámico.

Podría pensarse que el nombre que se forjó el director palestino Hany Abu-Assad con valiosas y contundentes películas como La boda de rana (2002), Paradise Now (2005) y Omar (2013), sería la razón para que se distribuyera este filme, pero la verdad es que, a diferencia de estos tres títulos, esta nueva película parece hecha por un cineasta corriente y oportunista. Su historia de triunfo y superación, idependientemente de  estar basada en el célebre cantante que participó en el concurso Arab Idol, está planteada y desarrollada con el mismo tono sensiblero y populista propio del famoso reality show internacional.

En término emocionales, el relato está diseñado para tocar las fibras del espectador con recursos la más de las veces fáciles y gratuitos: un personaje entrañable que padece una fatal enfermedad, un tibio amor que sirve de motivación o la solidaridad de los amigos que solo aparece cuando el relato lo requiere. Es cierto que todo esto está estructurado de forma precisa y eficaz, pero no por ello se debe pasar por alto lo manipuladora y efectista que está concebida la puesta en escena y su narración.

Decenas de personas han pasado alrededor del mundo por este popular concurso, pero la particularidad de este participante es su origen y las difíciles condiciones que tuvo que superar para conseguirlo. Pero especialmente, tanto el personaje como la película, consiguen una inusitada trascendencia por las implicaciones políticas. No era un joven el que cantaba, sino todo un país oprimido ante el silencio del mundo entero. No solo es una película sobre una historia de éxito y superación, sino el relato épico y emotivo de una nación victimizada que pudo hacer de este episodio un símbolo de su lucha y dignidad ante la comunidad internacional. Sigue siendo cine, pero no tanto en su valía como un medio de expresión, sino más bien como un vehículo para impactar emocionalmente al gran público.

La defensa del dragón, de Natalia Santa

Tumbar el propio rey

Oswaldo Osorio

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Hay ajedrecistas que abandonan las partidas cuando las ven perdidas. No tienen la paciencia ni la disposición para tramitar y recibir la derrota. No parecen interesados por el fin sino por el juego, pero solo por aquel en el que tienen la expectativa de ganar. Viven como reiniciando la vida, forzando nuevas oportunidades. Eso hace Samuel, el protagonista de esta película, tanto en el juego como en su existencia, la cual parece estancada en ese bucle de reiniciar partidas, a la espera de ganar alguna.

Samuel tiene poco más de cincuenta años, es maestro de ajedrez y padre de una hija de la que poco se ocupa. Junto con dos amigos mayores que él, deambula por la ciudad y por la vida. Juegan, conversan y esperan lo que tal vez nunca va a llegar. Es una sensación de patetismo y declive que permanece con ellos, sobre todo con Samuel, durante casi todo el relato. No es la vida sino un sopor de ella.

Es una vida sin excitaciones, casi inmutable. Por eso, la fuerza de la película está, no tanto en un improbable argumento ni en la intensidad de un drama que no llega a concretarse, sino en la mirada que la directora hace de estos tres hombres y su cotidianidad. Ella sí parece con la sensibilidad y paciencia para percibir y tramitar esa lenta derrota. Y lo hace desde la construcción de personajes, los diálogos y la concepción visual.

Estos personajes están definidos, en principio, por sus oficios: el ajedrecista que ya no compite, el relojero de fina piñonería en un mundo digital y el médico homeópata jugador de póquer. Son personajes determinados más por sus carencias y marginalidad de un mundo que pasa raudo al lado de ellos. También definidos por su relación, una serena amistad guiada tanto por la solidaridad como por su mutuo reconocimiento como almas afines, a pesar de las evidentes diferencias.

Así mismo, los diálogos, que es donde más suceden cosas, se mueven con naturalidad entre los extremos de las nimiedades propias de la cotidianidad y las hondas reflexiones sobre la existencia y las relaciones interpersonales. Y lo mismo ocurre con el universo visual que encierra la parsimoniosa vida de estos tres hombres: es orgánico y lleno de detalles. Hay una suerte de filigrana en las imágenes, los objetos y los movimientos de los personajes que la cámara capta casi siempre con cuidado y desde una necesaria inmovilidad.

Natalia Santa hace aquí una película sobria, madura, aunque tal vez un poco distante emocionalmente, pero también de una tremenda sensibilidad para observar, describir y definir lo que es este mundo de tres hombres mayores que parecen estar en un prematuro crepúsculo de sus vidas. No obstante, siempre deja abierta la posibilidad de ganar una partida, o al menos de empezar otra cada que se les antoje.

Norman, de Joseph Cedar

Un buen nadador

Oswaldo Osorio

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Hay un tipo de personas en la vida que no tienen nada y son expertos en ninguna cosa, pero aun así, solo armados de labia y habilidad para las relaciones personales, consiguen lo que sea, o al menos creen hacerlo. Esta es la historia de un hombre así, un ser patético y fascinante al mismo tiempo, que lleva al espectador hacía distintos y contradictorios tipos de sensaciones y emociones.

El hombre es Norman Oppenheimer y el contexto en que se mueve es el Nueva York de los grandes negocios de la comunidad judía. Norman es un hombre ahogándose haciendo señas  en el vasto mar, así lo describe su sobrino ante los imposibles planes que aquél hace para entrar al círculo íntimo de los poderosos. La metáfora es clara y angustiante, como en principio parece ser la vida de Norman, pero justo lo más estimulante de este relato es cómo se va develando su participación en una maraña de relaciones e intenciones ocultas, todo en función de unos intereses económicos.

Incluso Norman es el más misterioso y enmarañado de todos. Su insondabilidad es uno de los atractivos de este personaje, y por extensión, de la película misma. Aunque ese puede ser uno de los fallos de la historia, pues nunca se sabe bien lo que está pasando, porque Norman parece viviendo en un mundo de suposiciones y hasta de ensoñaciones de triunfo y reconocimiento. Nada se dice con claridad ni nunca se muestran todas las cartas.

Entre tanto, casi todo el tiempo se siente pena por el protagonista y se busca alguna bocanada de sentido en tal entramado de relaciones e intereses. La ambigüedad en esas relaciones y la hipocresía en esos intereses aumentan el grado de desorientación, y aun así, no impele a desprenderse del posible destino de este particular hombre, interpretado por un renacido Richard Gere.

No es una película especialmente atractiva desde lo visual ni lo narrativo, solo por momentos intenta algunas soluciones creativas a una trama donde lo que importa son personas conversando (incluso por teléfono), lo cual no es suficiente. No obstante, tal vez todo eso era innecesario, porque ese castillo de naipes afilado que Norman construye, y que amenaza con venirse sobre él, progresivamente resulta de suficiente interés para aguardar un final que terminará siendo sorpresivo y tocado por una inesperado sentimiento hacia este patético hombrecito.

Un don excepcional, de Marc Webb

Una vida normal

Oswaldo Osorio

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Vivimos en un mundo en el que se le trata más mal que bien a quien es diferente, incluso no importa si esa esa diferencia es un don excepcional. Por eso, el conflicto de fondo de esta película parte de la intención de proteger a una niña de las consecuencias que su condición de genio de las matemáticas le pueda acarrear en el mundo real. A partir de esta intención, el relato desarrolla una historia inteligente y reflexiva, llena de momentos emotivos y divertidos.

La historia empieza con el primer día de escuela de la niña, una escuela normal, donde, por supuesto, ella se aburre. Entonces de inmediato aparece el dilema de la educación que debe tener Mary: ¿Una convencional en la que socialice y desarrolle actividades propias de su edad o llevarla a una escuela para niños superdotados, y con ello separarla del mundo y enfatizar su diferencia frente a los demás? No hay una respuesta fácil para esta cuestión y todo el relato construye una serie de dramáticas situaciones y confrontaciones que toman partido por una u otra opción.

Cada parte se define claramente casi desde el principio. De un lado, su tío, que quiere que tenga una vida normal; mientras del otro, la abuela, quien insiste en canalizar su potencial. Esta confrontación se hace mucho más evidente cuando es llevada a los estrados judiciales. Así que lo que parecía un drama familiar toma visos de court room movie. Planteado así, parece un antagonismo demasiado básico, casi maniqueo, y la forma como presentan a la abuela, una mujer distante e impositiva, no ayuda mucho.

No obstante, ambas partes asumen esta confrontación de manera tan racional y civilizada, así como desprovista de rencores y bajezas, que el drama de este conflicto se desarrolla más a nivel de las ideas y los argumentos, antes que de las emociones ciegas y lesivas. Otra cosa es cuando el conflicto toca a Mary, puesto que, necesariamente, por su edad y a despecho de su desarrollo intelectual, ciertos sentimientos y emociones la abruman y sobrepasan su desamparo de niña huérfana.

Aunque no necesariamente sea una historia del todo predecible, este es un personaje y un conflicto recurrentes en el cine. Cada película lo soluciona de manera distinta, pero suelen tener en común el tono emotivo y ese dilema entre la normalidad y el cerrado mundo de la academia.  Así se puede ver con la película de Jodie Foster, Una mente brillante (1991), en busca de Bobby Fishcher (Steven Zaillian, 1993) o hace poco en la de Morgan Matthews, A Brilliant Young Mind (2014).

Sobresale también en esta película sus diálogos lúcidos e inteligentes, que no solo se refieren al conflicto y las situaciones en cuestión, sino que proponen unas ideas claras y reflexivas sobre la vida, la visión del mundo y las relaciones entre las personas. Con esos diálogos, tejiendo ese difícil conflicto y la seria confrontación de las partes, el relato se hace fluido y envolvente, haciendo de este filme una obra entrañable emocionalmente y estimulante intelectualmente.

 

La leyenda: La historia del verdadero Rocky, de Philippe Falardeau

Érase un pobre sangrador

Oswaldo Osorio

THE BLEEDER

El boxeo es el deporte más frecuente en el cine y la saga de Rocky es la más popular de la industria (otra cosa es que la cinefilia prefiera a Toro salvaje). Por eso esta nueva obra es un referente importante para este tipo de películas y está llena de sentido por fuera de lo que cuenta entre su título y los créditos. Es una vuelta de tuerca a esa historia de Rocky que empezó en la vida real, se volvió cine y luego continuó en la realidad, para terminar de nuevo como película, es decir, otro ejemplo de ese doble espejo reflejándose ya habitual en la historia del cine.

El director canadiense Philippe Falardeau (Profesor Lazhar, 2011) cuenta la historia de Chuck Wepner, ese boxeador de segunda en el que se inspiró Silvester Stallone para escribir Rocky (1976). Y como ocurre en la mayoría de películas sobre este deporte –probablemente por eso es el predilecto del cine- su historia tiene que ver menos con los combates en el ring que con el drama personal de un hombre carismático pero lleno de defectos y con una vida marcada por los altibajos.

La supervivencia económica, la irresponsable actitud para con su familia, los delirios de fama y los vicios son una carga muy pesada para un deportista que debería concentrarse en su carrera. Y justo en el contrapunto entre estos dos aspectos, esto es, el peso de la vida y el éxito en el deporte, es en lo que se marca la diferencia entre lo que le interesa contar a una película que. Como Rocky, pretende complacer a un público amplio (y de paso ganarse tres de los principales Oscar de ese año) y otra que busca explorar las posibilidades dramáticas de un personaje sin hacer concesiones edificantes.

Sin que necesariamente esto signifique denostar la película de Stallone, porque efectivamente tiene sus virtudes en el retrato que hace de este boxeador mediocre, también hay que tener en cuenta que es un retrato definido por la corrección política, la idealización de una victoria pírrica y la conveniencia de terminar la historia en uno de los picos emocionales de la vida de este boxeador.

Falardeau, en cambio, desplaza el deporte a un segundo plano, no maquilla la ambigua moral del protagonista y lleva su historia hasta las últimas consecuencias. Con esto consigue un personaje más dimensionado, lleno de contradicciones y por el que se sufre honestamente, más allá de las victorias que pueda o no tener en el ring. Así mismo, continuar el relato después del célebre combate con Mohamed Ali, traslada el conflicto de la emoción fácil que produce una contienda de boxeo al cuadrilátero de la vida, del resto de la vida, donde el amor, la familia y la supervivencia son más importantes que un cinturón de campeón.

La leyenda: La historia del verdadero Rocky (The Bleeder, 2016) es, además, un bello ejercicio de hacer que el cine se parezca al viejo cine (el de celuloide), esto debido a la ambientación de época, los años setenta, y al constante uso de imágenes de archivo. Por eso es una película que transporta a otro tiempo y a la piel misma de un hombre que inspiró toda una saga cinematográfica, y ahora inspira una nueva película que le dibuja sus facciones de cerca, como un hombre y un boxeador más real y complejo, sin la edulcoración de Hollywood.

 

Corazón gigante, de Dagur Kári

El niño adulto

Oswaldo Osorio

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Lo mínimo que se necesita para que nos pasen cosas en la vida es salir de la casa. Pero Fúsi, el cuarentón que aún vive con su madre y protagonista de esta película, parece que no sabe eso, o al menos apenas está por descubrirlo. Cuando es presionado a que vaya a una clase de baile su vida empieza a cambiar, por eso esta historia es la de la transformación de un hombre que, en casi todos los sentidos de su vida, todavía parece un niño.

Aparentemente es un relato centrado en la cotidianidad de un personaje ordinario, como tantos vemos en el cine contemporáneo de autor. Pero en realidad es justo lo contrario, es el relato de una serie de pequeñas cosas extraordinarias que le suceden a este hombre ordinario, como ir a una clase de baile, que una niña quiera su compañía y jugar con él, conocer a una depresiva mujer, planear un viaje a Egipto o cambiar de trabajo temporalmente.

Nada de esto estaba en la vida de Fúsi, hasta que salió de su casa. Pero la apuesta de esta película no es tanto por mostrar que le ocurran estas cosas, sino por la actitud con que él las asume. Básicamente esa actitud es la de un niño adulto, con una mezcla entre ingenuidad y generosidad, lo cual lo hace un ser entrañable y quien despierta de inmediato un sentimiento de simpatía y el deseo de que no tenga problemas y que todo mejore para él.

Por esta razón, todo daría para que fuera la historia de un personaje patético y perdedor, pero como justamente es el relato de una transformación y el acercamiento gentil a un ser esencialmente noble, se trata de la historia de un hombre que prácticamente empieza a vivir después de los cuarenta. Entonces la película nos hace testigos de este punto de inflexión en la vida de Fúsi, y lo hace en ese mismo tono pausado y sin afanes como se mueve por el mundo su obeso y callado protagonista.

Lo que prevalece, entonces, es esa gentileza en el acercamiento, pues a pesar de los reveces que pueda tener Fúsi, no es de esas historias que se ensañan con su perdedor protagonista. De ahí que lo que se puede ver aquí es una suerte de fábula sobre un hombre nuevo, no exenta de momentos patéticos y de crisis, pero abordados con cierta compasión y hasta ternurismo, también con un sobrio sentido del humor, en la medida en que una película islandesa se lo pueda permitir.

Una mujer, de Daniel Paeres, Camilo Medina

Lo tomo y lo dejo

Oswaldo Osorio

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Hay personas que pasan por egoístas en la vida, pero en realidad es que están tan confundidas que no tienen la capacidad de pensar en los demás. Esa sería una forma de ver a Gabriela, la protagonista de esta película, una mujer que regresa al país y, de nuevo, desacomoda la vida de quienes ya habían recobrado la tranquilidad luego de su larga ausencia. Con toda la honestidad que puedan tener los sentimientos encontrados y por medio de un relato realista y una espontánea puesta en escena, es contada esta historia que, inesperadamente, termina siendo cautivadora y contundente.

Otra forma de ver a Gabriela sería como una niña caprichosa y madre desnaturalizada que utiliza a los hombres para llevar una vida despreocupada y solo proclive al placer. Tal vez no sea ni un extremo ni el otro, sino que probablemente tenga un poco de ambos, esto es, tan egoísta como desorientada en la vida. Y este es uno de los primeros aspectos que llama la atención de la película, que no teme presentar una protagonista por la que nadie sentirá ninguna simpatía, a lo sumo un poco de lástima. Incluso esto lleva a que las contradicciones de ella sean parecidas a las que se experimentan a la hora de querer juzgarla.

Y es que las contradicciones y los ires y venires acompañan todo el tiempo a la protagonista y la sencilla trama. Sin ser una mujer especialmente bella, incluso se antoja un poco desaliñada, consigue que su amante y su ex novio –y hasta su hermano- hagan lo que ella quiere, pero lo logra sin esforzarse demasiado, por lo cual tampoco parece una persona mezquina y maquinadora. De manera que las cosas se van dando de manera natural, dictadas por las veleidades de los sentimientos de Gabriela y sus emociones del momento, así como por el deseo de los demás de complacerla, aunque a veces sea a regañadientes.

Se ha hablado mucho del bajísimo presupuesto con el que contó esta película, pero en estos tiempos, en los que el realismo cotidiano es una importante tendencia en el cine de autor, no parece haber mucha diferencia con otras películas, con mejores medios, que hablan de gente ordinaria y sobre temas ordinarios. Mayor virtud, entonces, es la de esta propuesta que, por la forma como fue hecha, pide centrar la atención, no tanto en ese realismo simple y espontáneo, que ya es harto frecuente en este tipo de cine, sino en la fuerza de la situación dramática que está puesta en juego, en esos sentimientos encontrados de cada uno de los tres personajes principales y en las erráticas decisiones a las que los fuerza esta situación.

Con una trama que parte de una circunstancia trivial -el regreso de alguien y el encuentro con sus conocidos- esta la historia va cobrando una creciente dimensión y complejidad, que no tanto argumental, sino en las implicaciones emocionales en las que están envueltos sus personajes, unas implicaciones que van mucho más atrás del momento en que empieza la película y que se proyectan, de manera inquietante, más allá del momento en que aparecen los créditos finales.

 

 

Paula, de Christian Schwochow

Una mujer contra su tiempo

Oswaldo Osorio

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La historia está llena de artistas incomprendidos, igual que lo está de mujeres cuyo talento ha sido ignorado justo por el hecho de ser mujeres. En esta película se combinan ambas condiciones en la figura de la pintora alemana Paula Modersohn-Becker, quien en el umbral del siglo XX se negó a quedarse en la posición a la que los hombres la querían relegar y, más aún, con esa batalla parcialmente ganada, se resistió a copiar el arte que ese patriarcado del óleo le exigía.

Historias como esta han sido muchas veces contadas por el cine, y realmente no es que esta tenga algo muy distinto o excepcional, aun así, no se antoja repetitiva ni predecible o tediosa. Tal vez esto obedezca a los distintos cambios en el tono del relato y en la atmósfera visual y emocional que propone la película. Claramente se puede ver una jovial primera parte en la comuna de artistas, luego el peso de la frustración por no obtener lo que ella quería, después la promesa de la libertad en París, para terminar en otro momento oscuro y adverso.

Cada uno de esos momentos no solo pone en evidencia el sinuoso e imprevisible camino que debió sortear Paula en su tozuda resistencia contra las normas sociales y artísticas establecidas, sino también esa entereza y calidez con que lo afrontó todo. Es cierto que la película habla de un contexto y de los prejuicios frente a una mujer que quería ser artista, pero el relato se concentra casi totalmente en el personaje, y es a través de ella que se pueden entender ideas y emociones que reflexionan sobre la condición de la mujer, sobre una honesta concepción sobre el arte, el espíritu libertario y la dicha de vivir.

Visual y atmosféricamente ocurre igual, la primera parte copia esa belleza preciosista como pasada por velos y con la luz del final de la tarde, así como era esa concepción de la pintura que tenían aquellos artistas alemanes de principio de esa centuria: una réplica de la naturaleza. Luego el ambiente se parece más a esas pinturas en las que Paula prefiguraba el expresionismo, con toda su carga emocional y casi lúgubre. Después, en París, la vida, el amor y la libertad hacen florecer la imagen, aunque luego esos mismos espacios se los toma la angustia y la precariedad, ya sin sol y sin belleza.

El relato, entonces, le permite al espectador acompañar a Paula en esta aventura de vida, una aventura donde se resalta, más que los dramas y adversidades que se suelen ver en estos artistas constreñidos e incomprendidos por su tiempo, su pasión y determinación por la forma como ella veía la vida y el arte. Este camino junto a una personalidad tan genuina, sumado a esos cambios en su estado y la imagen ya mencionados, permiten ver esta historia de forma distinta, como un entrañable cuento vital y como un reflexivo manifiesto sobre la libertad para las mujeres y para la creación.

Colossal, de Nacho Vigalondo

El monstruo soy yo

Oswaldo Osorio

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El encanto del cine fantástico es que, por más descabellada que sea la premisa que define su lógica o su universo, el espectador la acepta sin objeción. Naturalmente, luego de estar definida esa lógica, se le exige que sea consecuente con ella misma. Eso es lo que sucede en esta película, en la que una mujer parada en un parque de una ciudad estadounidense, se materializa en un monstruo en Seúl, planteando así una intrigante situación que no está limitada solo a la originalidad de su argumento.

Y es que aunque hablar de originalidad en un argumento sea difícil, porque ya todas las historias están contadas, el español Nacho Vigalondo se las ingenia siempre para que sus películas parezcan relatos inéditos, o al menos con una gran dosis de innovación. Así se puede constatar desde su célebre cortometraje 7:35 de la mañana (2003), hasta sus tres sorprendentes largometrajes: Los cronocrímenes (2007), Extraterrestre (2011) y Open Windows (2014).

Lo más particular de esta propuesta es que, si bien la situación general es similar a cualquier versión de Godzilla y la peripecia mediante la cual aparece el monstruo es de cuño fantástico, casi todo el desarrollo del relato está más cerca de un drama propio del cine independiente, en el que se construye con solidez a sus personajes y se ponen en juego una serie de ideas y reflexiones sobre su mundo interior y sus relaciones.

La vida de Gloria es un desastre, tiene problemas de alcoholismo, desde hace mucho está desempleada, su novio la deja y duerme todo el día. Cuando regresa a su ciudad natal tiene que lidiar con una crisis existencial y unas precarias condiciones de vida que la hunden cada vez más en el sinsentido y la baja autoestima. Sus nuevos compañeros de vida no ayudan mucho, pues la alientan a beber más y a tomar un trabajo muy por debajo de su formación.

Solo cuando aparece el monstruo, la verdadera naturaleza de Gloria y su amigo Óscar emergen. Los dilemas morales y las oscuras conductas crean un nuevo conflicto que complementa ese insólito asunto del monstruo y la destrucción de la capital coreana, conduciendo la historia a una confrontación sicológica y moral, donde se evidencian todos sus complejos, defectos y virtudes. Y si bien la radical transformación de Óscar parece un comodín para que la trama funcione, luego queda bien argumentada cuando toda la historia se conoce.

El caso es que se trata de un original e inquietante relato, tanto en esa premisa fantástica como en su singular combinación con el drama de personajes. Una película que sorprende, entretiene y desarrolla un genuino drama de crisis existencial. Todo empacado en una historia bien armada, difícil de prever y estimulante.

Another Forever, de Juan Zapata

El vacío de una pérdida

Oswaldo Osorio

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El duelo es una de las situaciones más críticas en la existencia de cualquier persona. Aunque están bien definidas las etapas por las que alguien pasa en estas circunstancias y el cine ha recurrido a este tema con insistente frecuencia, cada película propone su propia forma de dar cuenta de él. En el caso de esta película, dirigida por el colombiano Juan Zapata, se hace a partir del silencio, la mirada contemplativa del relato y la estructura narrativa.

Escrita por el mismo director y la actriz brasileña Daniela Escobar, quien también protagoniza el filme, esta historia apela a una economía de recursos en términos argumentales y dramatúrgicos, pues parece que lo que más le interesa es ese paisaje emocional de Alice luego de la pérdida de su esposo, un paisaje constituido mayormente por la ausencia de picos o de cualquier otro gesto que revele algún interés por algo que no sea distinto al vacío y el ensimismamiento.

La principal apuesta expresiva de esta película está en la estructura narrativa que propone, la cual está definida por un sistemático paso del pasado al presente, esto es, cuando la pareja vivía un feliz idilio, por un lado, y cuando Alice se encuentra en ese estado casi catatónico, por el otro. Es en el contraste entre uno y otro momento donde radica la mirada al duelo que proponen los realizadores, pues el dolor de ese momento es evidentemente potenciado por la comparación entre uno y otro estado.

Además, este contraste es reforzado por elementos como la luz (más viva y brillante en el primer momento), el dinamismo de la cámara cuando muestra el pasado y su estatismo registrando en el presente, y especialmente, con la forma como conecta escenas y elementos entre ese estado de felicidad y el otro de tristeza. El resultado es un contrapunto que funciona muy bien para hablar de ese dolor y esa radical forma en que puede cambiar la vida de una persona cuando sufre una pérdida. También recurre a otros recursos para dar cuenta de aquel difícil proceso, como el viaje, donde el cambio de escenario contribuye a la superación de aquella honda tristeza propia del duelo. Aunque otros resultan verdaderamente forzados o gratuitos, como el encuentro con el fotógrafo en el tren.

No obstante, no necesariamente esta bien pensada forma de presentar y contrastar las circunstancias de un duelo la hacen una película especialmente emotiva o sensible con el tema. A pesar de estos recursos narrativos y dramáticos, todo el relato en el fondo se antoja un poco distante y calculado, quitándole la intensidad emocional que podría tener un tema y un personaje como estos. El resultado, entonces, es una película inteligente y con sus elementos bien definidos, pero que no consigue por completo que se haga una plena conexión emotiva con su protagonista, que es la razón de ser de la película.