Una burla a la inteligencia
La tarea maluca
Tron y la relación con los gamers
Lleve la de moda
Con todo un país de por medio
El segundo plano como protagonista
La saga se sale de la pantalla
Por: Iñigo Montoya
La adaptación de video juegos al cine es ya una práctica común. Es apenas lógico que las dos más poderosas industrias del entretenimiento unan fuerzas para hacer productos aún más multimillonarios. Incluso ya muchos de los nuevos juegos son concebidos pensando en la adaptación cinematográfica y, así, ambas formas expresivas cada vez están coincidiendo más en su lenguaje.
No cabe duda de que una de las mejores simbiosis entre ambos medios ha sido la saga de Resident evil, aunque es necesario precisar que esta afirmación se aplica especialmente a la primera entrega: ver la película es como estar en el juego. Se trata en general de una historia de zombis pero con la lógica del cine de acción. El esquema es tan simple como efectivo, y así ha funcionado, con mayor o menor fortuna, en las cuatro entregas.
La novedad en esta cuarta parte no podía ser otra que su presentación en 3D, con la tecnología que se está imponiendo en el cine de entretenimiento. Este nuevo aditamento indudablemente hace aún más cercanas las experiencias de ambos medios, la del video juego y del cine. Aunque también es cierto que el 3D está siendo sobrevalorado, empezando por la incomodidad de estar toda la película con las gafas puestas y, aunque la imagen gana en profundidad y agrega ciertos efectos, pierde en nitidez de imagen y color (haga la prueba y quítese las gafas por un momento).
Sin ser un gran fanático ni del juego ni del cine de acción ni del cine de zombis, aún así, es una película que se deja ver, que le provee al espectador lo que le promete, lo que se le puede pedir a este tipo de cine, y más todavía, porque la última promesa antes de la aparición de los créditos, es que habrá una quinta entrega. La espero sin mucho entusiasmo, pero la veré sin falta.
Una nueva saga de fantasía
Por: Iñigo Montoya
Las sagas de cine fantástico están de moda, eso gracias a las nuevas e ilimitadas posibilidades de la imagen digital, y seguramente tendremos de este tipo de cine para mucho tiempo, por lo que es necesario afinar el gusto y el buen criterio para no meter todo en el mismo costal.
Esta primera entrega de El último maestro del aire tiene de entrada dos ventajas que la hacen atractiva. La primera, es que está basada en una exitosa serie animada a la que los seguidores de género le tienen un singular respeto. La segunda, que está dirigida por un reconocido y talentoso director de Hollywood. Aunque es cierto que por primera vez hace un filme de este tipo, aún así M. Night Shyamalan tiene una seguidilla de títulos importantes que respaldan su trabajo: El sexto sentido, Señales, El protegido, La Aldea, La dama en el agua, el final de los tiempos.
Sin ser muy aficionado a este tipo de cine, pues confieso que El Señor de los anillos si apenas me entusiasma, Harry Potter se me antoja a héroe de pacotilla al que todo se lo hacen y Narnia es más de lo mismo con efectos parecidos, pero de todas formas pude ver en esta nueva película un universo con una lógica más atractiva y envolvente.
Es cierto que no se inventaron tampoco nada nuevo. Es la misma receta de coctel: el antiquísimo mito de los cuatro elementos (agua, tierra, fuego y aire), filosofía zen, cultura oriental, artes marciales y el esquema de la nación fuerte que quiere dominar a las demás y crear un imperio. La cuestión es que en realidad es una elección y combinación de elementos que resulta estimulante en términos de la construcción de la trama y los personajes, así como llena de posibilidades en relación con lo visual y con las secuencias de acción.
De acuerdo con los conocedores de la serie de televisión, la película le queda debiendo al público, porque mezcla o resume historias, suprime o limita personajes, pero en realidad esa será la queja siempre en estos casos, porque el cine no tiene la extensión de una serie o de una saga de libros. Por otro lado, preferiría que Shyamalan se dedicara a lo suyo, a las fábulas de misterio y suspenso, pues una película como ésta casi cualquiera de la industria la puede hacer. Aún así, me parece una cinta entretenida y en general bien planteada, que se destaca entre muchas de su género.
El ogro que dejó de serlo
Por: Íñigo Montoya
Como se sabe, desde Toy Story las películas infantiles han cambiado sustancialmente. Generalmente son historias ya despojadas de la inocencia y ternurismo que caracterizaba este tipo de cine, para convertirse en relatos más complejos e ingeniosos que también buscan complacer al público adulto. La primera entrega de Shrek (2001) así lo demostró, y tanto el público infantil como el adulto respondieron a la propuesta, sin embargo, las tres secuelas que le siguieron perdieron el rumbo de lo que se podría considerar un cine inteligente y de calidad.
Y es que a partir de la segunda entrega de esta saga, ese universo tan original y divertido que planteaba, el cual se sustentaba en la idea de parodiar el mundo de los cuentos de fantasía, ya deja de ser atractivo y efectivo con el público, pues se hace reiterativo y predecible, pero sobretodo, la construcción de los personajes y las situaciones, adquieren un matiz ordinario y hasta vulgar. La segunda, pero especialmente la tercera parte, parecen más comedias televisivas de fin de semana creadas para adolescentes, cargadas de chistes de doble sentido o con un humor hecho a golpe de flatulencias y secreciones.
En esta cuarta parte estos problemas se agravan aún más. Con una historia no demasiado ingeniosa, chistes igual de flojos y vulgares, villanos que no tienen el suficiente peso para hacerla interesante y un relato tan predecible que da tedio, resulta siendo una cinta que parece haber abandonado a sus dos públicos iniciales, el infantil y el adulto, para quedarse con el segmento de adolescentes que tal vez crecieron con la película.
Con esto no quiero decir que todos los adolescentes son tontos, pero la masa de ellos sí que lo es, y una película como Shrek 4 es la perfecta excusa para irse al centro comercial con el grupo de amigos, comprar crispetas y reírse con facilidad y haciendo alboroto de todas las sandeces que se ven en esta película.
Lo más paradójico, es que el filme empieza con un planteamiento serio y dirigido más a los adultos, y es la idea de que el matrimonio y los hijos, con toda la responsabilidad que implican, despojan violentamente a todo hombre de su libertad y su identidad. Pero luego vemos que, por supuesto, este asunto solo era una excusa para propiciar una historia de aventuras para gran bicho verde. Al final, quienes nos tomamos en serie el cuestionamiento inicial, presenciamos al patético protagonista que renuncia a todo lo que es a cambio de una vida de rutina y tedio, una vida en la que él ya no es el dueño de si mismo y ya nunca será lo que lo define como ser.