Biutiful, de Alejandro González Iñárritu

Bella la película, burda la historia

Por: Íñigo Montoya

Nunca he sido un gran fanático de este director mejicano, y menos cuando se juntaba con el guionista Guillermo Arriaga para hacer sus revolturas en la estructura narrativa, muchas veces sin necesidad, como en 21 gramos. Sin embargo, no se les puede negar la intensidad dramática que lograban, la solidez de sus personajes y muchas poderosas imágenes.

Luego de Amores perros, 21 gramos y Babel, llegó el inevitable divorcio. En la separación de bienes salieron bien librados, así lo demostró Arriaga con su película Fuego y González Iñárritu con esta nueva y celebrada y nominada cinta. Pareciera que no se hicieran mucha falta. Además porque se evidenció lo parecidos que son en la concepción y realización de sus historias.

Biutiful es una pieza de gran fuerza e impacto. Es un relato que sabe conectar muy bien con las emociones del espectador a partir de la concepción de un personaje sólido e intenso, que además está respaldado por la siempre consistente interpretación de Javier Barden.

Así mismo, la atmósfera de angustia y opresión que se respira durante todo el metraje es construida con minuciosidad y potencia. La marginalidad toma un protagonismo que no sucumbe a la pornomiseria ni a recursos tramposos para quebrar las emociones del espectador, para sacarle una lágrima fácil.

No obstante, si bien el material argumental y dramático es tratado con respeto, inteligencia y sensibilidad, el problema en realidad es de lo que está hecho. Es decir, si bien no hay trucos ni facilismos en el tratamiento de la historia, es lo que la compone la razón para sospechar. Porque es muy fácil hacer un duro drama con la siguiente lista de temas: protagonista con cáncer y dos niños, madre alcohólica, problemas con la policía, precariedad económica e inmigrantes ilegales.

Ni Arriga ni Iñárritu saben de mesura en la composición de sus historias, ni juntos ni separados. Y si bien sus películas finalmente resultan significativas en lo que plantean y afortunadas en su construcción, la materia prima que usan es casi siempre excesiva sin razón y burda en su concepción.

El cisne negro, de Darren Aronofsky

Viaje a los demonios internos

Por: Íñigo Montoya


Son ambiguas las sensaciones que produce el cine de este director. Por un lado, puede causar admiración su talento y precisión para crear sentimientos y emociones con sus imágenes, pero por otro, esas mismas imágenes, y la forma como son presentadas para causar tales efectos, casi nunca tienen la virtud de la sutileza y tienden a ser obvias y estruendosas.

En una película como Requiem por un sueño (2000), por ejemplo, es mucho más evidente su tendencia al efectismo y a sacudir al espectador con burdos recursos, aunque muy llamativos técnicamente. Lo contrario ocurre con una cinta como El luchador (2008), en la que Aronofsky se desprende de toda la parafernalia en lo visual y en el montaje para crear un crudo y honesto relato sobre la vida de un perdedor.

Con El cisne negro hay un poco de lo uno y lo otro. En principio, se presenta como un intenso drama sicológico que nos transporta a los demonios internos de una bailarina. El permanente tono de tensión y angustia que el relato y la interpretación de Natalie Portman mantienen, actúa de forma directa sobre el público y le transmite con gran eficacia las sensaciones de su protagonista.

No obstante, esas sensaciones que se experimentan junto con el personaje son producto de manejos tramposos del relato y efectismos en los recursos del cine. Las falsas imágenes, el énfasis de la música, las alucinaciones, las pesadillas, los juegos con el montaje y otras tantas artimañas visuales y narrativas son usadas para manipular toscamente las emociones del espectador.

Que en la película hay una gran talento para causar unos intensos efectos, eso nadie lo pone en duda, pero que lo hace apelando al efectismo y al facilismo en el uso de recursos, es algo que no se puede pasar por alto. Y es que en una película en la que el espectador nunca sabe si lo que está viendo está sucediendo realmente o no, y debe esperar a que el relato se lo confirme o desmienta, es una película que impone una lógica arbitraria que manipula gratuitamente para causar un efecto fácil.

La premisa de fondo del filme, es decir, el proceso de desmoronamiento y autodestrucción de la bailarina, está perfectamente planteada y desarrollada, además de finalizar de forma redonda y contundente, pero para llegar a eso el director juega a ser un dios manipulador y manosea sin respeto las emociones y la inteligencia del espectador.

Amigos con derechos, de Ivan Reitman

Abajo el romanticismo

Por: Íñigo Montoya


Las comedias románticas siempre están protagonizadas por una pareja joven y bonita, que además tiene éxito profesional o está en camino de tenerlo, y cuando se conocen empiezan una errática sucesión de actitudes y situaciones –que es lo que produce el humor- hasta terminar con el infaltable final feliz.

Todas las películas del género tienen estos elementos y esta no tenía por qué ser la excepción. Sin embargo, como siempre, la cuestión está en las capacidades del guionista y el director para encontrar la química para que funcione el esquema con sus leves variaciones.

La variación esencial en esta cinta, protagonizada con buen carisma por Natalie Portman y Ashton Kutcher, es que le dan un original giro a otro de los elementos esenciales de toda historia de amor, esto es, el romanticismo. Porque, justamente, lo que propone la premisa de la película es que se pueda dar una relación entre una pareja sin que haya afecto y emociones de por medio.

En otras palabras, la historia le da más importancia al sexo y las relaciones sin compromiso que al amor mismo. Por esta razón el filme puede explorar nuevas posibilidades en la trama y en la construcción de los personajes. Además, con esta premisa reviste el relato de un aire de cinismo e incorrección política que la hace un tanto más original y atractiva, sobre todo si se compara con la mayoría de las cintas del género, que tienden a ser melosas e ingenuas.

La película está dirigida por Iván Reitman, uno de los principales productores de Hollywood desde los años setenta y director de exitosas cintas como Los cazafantasmas o Junior. En la última década prácticamente había dejado de dirigir, pero con esta película demuestra que aún conoce los gustos del público y que conserva el buen sentido de la comedia.

127 HOURS, de Danny Boyle

Por: Xtian Romero – cineparadumis.blogspot.com

Hacer adaptaciones en el cine es una cuestión de cojones y de ingenio para poder estar a la altura, como ocurre con la adaptación de libros, pero tal vez, más difícil aún, es la tarea de adaptar un hecho de la vida real, más cuando es un hecho tan famoso y reciente en donde todos conocemos hasta el más mínimo detalle.

¿Cómo empieza? (un joven y solitario aventurero en el desierto del gran cañón), ¿el conflicto?, (se queda atrapado por una piedra que le aplasta el brazo en un acantilado, solo, sin nadie que lo ayude),¿ y cómo termina?, (se corta el brazo para sobrevivir). ¿Cómo diablos nos van a mantener enganchados con esta historia, si ya todos nos la sabemos? Lo que importa no es el cuento, sino cómo lo cuentes.

Arranca con una división de la pantalla en tres partes donde se muestra el agite de la civilización, ciudades, edificios, montones de personas en la calle, para llegar al personaje que será el protagonista de la historia, que empaca todos sus corotos y se lanza a la aventura.

Una buena manera de arrancar la película, ver rodeado a nuestro protagonista de millones de personas en su propio hábitat, el mundo urbano, para acrecentar después su drama en un desierto donde estará completamente solo y tendrá que enfrentarse a sí mismo para sobrevivir.

La historia sigue con un ritmo trepidante, acompañado de una excelente banda sonora y los planos que aprovechan el bello paisaje desértico hasta que de repente, no hemos ni terminado de conocer el personaje, ¡pum!, una piedra se le interpone en su camino y lo deja atrapado.

De nuevo el ingenio de Boyle como storyteller sale a flote y se traduce en un montaje dinámico, casi videoclipero (que a muchos les puede chocar) para mantenernos enganchados todo el tiempo sin dar tiempo a respirar, además de unos movimientos de cámara que a pesar de jugar en un espacio tan reducido, no dejan caer la historia, y así, en medio de ese ritmo caótico, valiéndose de flashbacks nos seguirá presentando el personaje: su vida, sus miedos, sus sueños, sus frustraciones, lo que finalmente es, lo que lo llena de valor para decir “¡Hey, no me puedo dejar morir aquí!” y acto seguido, en una secuencia impactante, tal vez en este caso creo que debió dejar un poco más a la imaginación y no haber sido tan gore, se corta su brazo valiéndose de una navaja desafilada.

Ojo, que no todo se lo dejamos al bueno de Boyle, también se tiene que aplaudir el trabajo de James Franco, pues se echa la responsabilidad de encarnar este personaje, llevarlo en un proceso de transformación tremendo y de sostener todo un metraje a sus hombros, no todo el ritmo narrativo tendría su fuerza sin las cualidades actorales de Franco.

No puedo decir que es un peliculón perfecto, hay cositas que chocan, que me incomodaron un poco, como lo que ya dije anteriormente, su tal vez excesivo morbo en la cortada del brazo, (esto es una opinión muy personal, tal vez soy muy sensible) y la publicidad de bebidas refrescantes, como Gatorade durante todo el metraje, que son descaradamente tirados en tu cara.

Aunque la disfruté mucho no me pareció nominable al Oscar a mejor película, y prefiero no entrar en discusión respecto al tema, ni tampoco la considero el mejor trabajo de Danny Boyle, he visto cosas mejores en su filmografía pero, eso sí, hay que ir a verla, y seguro que en pantalla gigante será un muy buen espectáculo visual.

Aunque no respondo por estómagos sensibles como el mío, pero tranquilos, que igual esa secuencia sólo dura tres minutos, se pueden tapar los ojos en ese corto lapso de tiempo, y pues vale la pena aguantar ese breve momento tan explícito, pues el final, dejará con un muy buen sabor de boca, porque es una verdadera historia de vida, de esperanza y de lucha.

2001: Odisea espacial, de Stanley Kubrick

Una obra maestra revisitada

Por: José Manuel Vélez (temor-temblor.blogspot.com)


La primera vez que vi este film quizá rondaba entre los 16 y 17 años de edad, para entonces no vi más que un aburrido largometraje de secuencias incomprensibles y un bombardeo de imágenes ejecutadas de forma lenta y sin sentido, esperaba ver algo grafico, violento y de alguna forma grotesco como paso ante mí La naranja mecánica (1971).

En definitiva, los filmes no se ven de la misma forma en algunas estepas de nuestra existencia. En algún momento podemos ver de gran trascendencia un largometraje y luego podemos reírnos de nuestro anterior juicio, y viceversa.  Eso es 2001: A Space Odyssey (1968), el ciclo, el cambio, la evolución, la búsqueda y la infinita transformación tanto de la materia como del pensamiento.

Anoche, luego 4 o 5 años, la vi de nuevo, pero esta vez fue algo sencillamente inteligible, una claridad de asombro, solo me queda un regocijo eufórico. Es una película, por supuesto, para aquellos que disfrutan los mensajes entre líneas y diversas posibilidades de interpretación.

Pero, finalmente, se trata de un esbozo general de una idea, un atisbo a esa eterna duda sobre el hombre y su existencia. Aunque la película no deja de ser pura ciencia ficción, se vale de elementos profundamente filosóficos que giran en torno a un análisis ontológico.

Además de lo inconmensurable que puede llegar a ser el estado del hombre y sus límites, nos ofrece cuatro segmentos visuales, los cuales se traducen en unos estados de evolución del hombre, aunque resulta siendo ficción, luego que corre el primero de estos. No obstante, se ejemplifica en forma de posibilidades los tres siguientes (Están divididos en forma de capítulos).

¿Hasta dónde puede llegar el hombre luego de ese momento álgido en el cual la interacción con su entrono fue consiente? ¿Cuál es el límite de la búsqueda de respuestas? ¡La muerte! Eso se demuestra en los cuatro capítulos.

Además, la película está acompañada por una estética visual bastante buena y limpia, algo similar a  La naranja mecánica. Y qué decir del acompañamiento musical, tan impactantes escenas acompañadas por Strauss son esos momentos de sonidos repetitivos y saturando incluso la misma imagen, como también largos periodos de vacío y silencio.

De esta película solo puedo decir que no puede ser menos que una obra maestra. En definitiva  Contacto, de Robert Zemeckis, o Viaje a Marte, de Brian De Palma, se quedan en pañales, eso a pesar de ser películas realizadas dos décadas después y con todo el elemento y el factor tecnología a su favor.

De Amor y Otras Adicciones, de Edward Zwick

Un giro para la comedia romántica

Por: Íñigo Montoya

La comedia romántica es el único género que no se ha desgatado después de setenta años. Sus componentes y esquema siguen sin modificaciones sustanciales, y aún muchas todavía logran el efecto deseado. Claro que todo depende de cuáles giros y variaciones le introducen al conocido esquema.
Una de esas características del género es que el humor y la trama son disparados porque alguno –a veces ambos- de la pareja protagónica oculta algo o miente. En Cómo perder a hombre en diez días, por ejemplo, los dos ocultan el hecho de que se interesan por el otro solo para ganar una apuesta. De acuerdo con esta característica, entonces, las comedias románticas siempre pasan por una fase de drama cuando se descubre la mentira o el secreto.
En esta película de  Edward Zwick (a quien se le conoce más por cintas de acción y bélicas como Días de gloria, Estado de sitio, Valor bajo fuego, El último samurái o el Desafío), junto con su guionista, en lugar de una mentira o un secreto introducen como componente dramático la grave enfermedad de uno de los personajes.
De esta manera, la historia empieza como cualquier comedia romántica (un chico encuentra a una chica) y está poblada de situaciones y personajes jocosos, pero de fondo está siempre este asunto del Parkinson que ella padece, que si bien primero sirve también para crear humor, luego se pone seria la situación para transformar la cinta en un drama de significativas connotaciones, con personajes que ganan profundidad y un final que apela al tono de los relatos románticos.
Esta mezcla parece algo extraña, no obstante, realmente funciona en sus intenciones y componentes: cuando debe ser cómica causa gracia, cuando se torna en un drama resulta reflexiva, y cuando es romántica deshace a todos los espectadores. Eso porque todo en la historia está planteado en su justa medida, de manera inteligente y sin abusar de las emociones del espectador con salidas fáciles.
Además, la pareja protagónica, interpretada por Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway, cumple con el requisito de toda comedia romántica, que haya química entre ellos y conformen una buena pareja emocional y fotogénicamente.

El gran concierto, de Radu MIhaileanu

Una película estorbo

Por: Íñigo Montoya

Con esta película se me ocurrió que, por sus características, es un tipo de cine que le hace más daño a la cartelera y a la cinefilia que la más comercial de las basuras de Hollywood. Y es que es una película que pasa por “cine arte” o por ser un filme con un alto contenido artístico, sin llegar a ser tal cosa, y con esto ocupa los espacios que son dedicados a un cine diferente, al cine de calidad que realmente es una alternativa entre tanto producto empaquetado.
Se trata de una historia que cuenta la suplantación de la Orquesta Bolshoi por parte de los viejos integrantes, caídos en desgracia en la época de la Unión Soviética. De entrada este planteamiento, junto con la reunión de los 55 integrantes en dos semanas y el viaje a París, ya se pasa de forzado e inverosímil. Pero todavía falta el toque sentimental, pues a la mejor manera de las telenovelas mexicanas, aparece en la trama la  hija  perdida  de  unos  personajes  importantes  para  la  orquesta.
Cuando la orquesta está en París, empiezan a suceder una serie de situaciones absurdas, que no concuerdan con la lógica planteada por la historia (el amotinamiento reclamando el dinero, la huída de los músicos, el ensayo con los gitanos, etc.). Pero es de ese absurdo que hace fruncir el ceño por la incomprensión de lo que sucede y no el que causa gracia.
Entre estas situaciones absurdas y los momentos sensibleros relacionados con la hija sin padres, la película avanza hacia un final absolutamente predecible y del todo complaciente con el espectador, que quiere ir al cine a que le cuenten historias que lo hagan reír y emocionar fácilmente, no importa que sea a partir de forzados recursos.
De manera que esta película, que está exhibida en las salas en que normalmente presentan un cine alternativo y más inteligente, no está haciendo otra cosa que estorbar, porque está ocupando el espacio en el que deberíamos estar  viendo un cine que de verdad le haga contrapeso a películas como El Paseo o Los viajes de Gulliver.

Skyline, de Colin Strause, Greg Strause

De la forma sin esencia

Por: Xtian Romero – cineparadumis.blogspot.com

Hace poco District 9 puso la bandera muy alto en el tándem de películas de extraterrestres con su novedosa propuesta y de nuevo la temática se puso de moda. Como espectador uno ya espera cintas de esta línea, que si bien no tienen que ser superiores a la ya citada, sí por lo menos sean entretenidas. El tráiler de Skyline promete, promete mucho, pero no es más que una trampa para enganchar espectadores  desprevenidos  para ir a  ver otra tonta película con un muy buen empaque.
De entrada lo único que se puede aplaudir es lo bien resulta visualmente. Unos muy buenos efectos especiales, unos muy buenos diseños de alienígenas y naves, un muy buen maquillaje, y unas muy buenas piruetas de acción, hacen que lo que se vea sea espectacular. Por ejemplo, la nave gigante en el cielo es una imagen hermosa, pero stop!, la cosa no pasa de ahí.
Al guion le hace falta algo importante, alma, porque está repleto de unos personajes tontos, mal interpretados, e inclusive, hasta irritantes, que no generan en ningún momento empatía. Sus diálogos son bastante pobres, y refuerzan más la estupidez de estos chicos adinerados y rebeldes viviendo una vida lujuriosa de rockstars, y sus intentos de dramatismo son facilones, ilógicos y hasta chocantes.
Los guionistas quisieron enfocarse en el drama de unos pocos intentando sobrevivir en medio de este contexto, sin importarles si el mundo se salva o no, primando más sus historias personales que la supuesta invasión, pero les quedó grande jugar a M. Night Shyamalan, que sin necesidad de contar con todos sus efectos, logra una historia impecable, profunda y hermosa en Señales.
Otro tonto producto para niños chiquitos apasionados de los videojuegos, seguro que disfrutarán todos los digitalismos visuales, pero bueno, no me canso de decirlo, repetirlo, y volverlo a decir, en el cine, lo que debería importar es la esencia, no la forma.

Los pequeños focker, de Paul Weitz

Más de lo mismo… pero conocido

Por: Íñigo Montoya

A “veces más de lo mismo” no necesariamente significa un defecto en una película. Hay ocasiones en que realmente uno quiere más de los mismo: Terminator, Volver al futuro, el Batman de Christopher Nolan, Toy story, en fin. Eso es cuando “más de lo mismo” no alcanza a agotar la fórmula, cuando a los esquemas y elementos conocidos todavía se les puede sacar provecho de una forma original o novedosa. Pero tal no es el caso de esta película.
La cinta muestra de nuevo las vicisitudes del torpe y siempre con mala suerte Gaylor Focker, interpretado por un Ben Stiller que se repite en cada película cómica donde él es el protagonista. Parece siempre el mismo personaje puesto en distintas películas con variaciones de argumento: el vigilante de un museo que es divorciado, el hombrecito que está loco por Mary, el inseguro novio de Polly, el recién casado que descubre que su esposa es casi una sicópata, el amigo de un inventor de mal gusto, etc.
La esencia de esta saga está en la relación tensionante entre el casi pusilánime Gaylor Focker y su rígido suegro ex agente de la CIA. En la primera entrega este planteamiento fue realmente original y divertido, mientras que en la segunda funcionó muy bien traer como refuerzos a los dos padres Focker, sin embargo, en esta tercera ya no hay novedad. Prácticamente el conflicto y su planteamiento es una mala mezcla de las dos cintas anteriores.
No se trata tampoco de una cinta tediosa o detestable, porque algunos buenos momentos tiene, como cuando Gaylor pone una inyección a su suegro o cuando el mismo Gaylor es acosado sexualmente por Andi García. Pero a pesar de esos momentos, la mayor parte de la película transcurre sin sorpresas ni situaciones que ya no hayan ocurrido antes o que el espectador no pueda anticipar. Esto porque es más de lo mismo pero ya conocido (dos veces).

RED, de Robert Schwentke

Acción, humor y espionaje con estilo

Por: Íñigo Montoya


En el cine no existen leyes que determinen la forma de hacer buen cine o mal cine. De ser así todas las películas serían obras de arte y/o éxitos de taquilla. Con esta película se puede comprobar esa premisa, pues tiene todos los elementos típicos del cine comercial más gastado y predecible, pero aún así, resultó ser una entretenida y divertida cinta que alcanza a sorprender al espectador.
Es un filme que combina los populares géneros de la acción y la comedia, los cuales siempre resultan difícil mezclar a la hora de mantener la tensión y verosimilitud que requiere la acción, al tiempo que poseer la chispa de gracia que exige la comedia. Esta película consigue tener éxito con dicha combinación sin afectar las cualidades de cada género. Y hablando de géneros, hay uno de ñapa: el cine de espionaje.
Así que tenemos tres esquemas por vía de los géneros: acción, comedia y espionaje. Pero hay uno más por cuenta del argumento: el esquema de “solos contra el mundo”, donde el antagonista es una gran conspiración del gobierno.
Como se puede ver, todo parece conocido y poco original, sin embargo, los realizadores supieron presentar esos elementos de una manera original y divertida. Entre tanto lugar común de sus componentes consiguen hacer unas variaciones ingeniosas y unos giros que sostienen la atención y el interés.
Pero tal vez lo más atractivo de todo es ese reparto de súper estrellas: Bruce Willis, Helen Mirren, Morgan Freeman, Mary-Louise Parker y John Malkovich, todos ellos (un poco menos Willis) interpretando unos personajes, incluso un tipo de cine, en los que nunca se les ve y aquí lo hacen con gran naturalidad y eficacia.
No es una obra maestra, ni entre sus líneas se puede leer el significado de la existencia, pero sí es una cinta que casi cualquier espectador que no tenga prejuicios para con el cine comercial, va a disfrutar y gozar muchísimo.