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Por su salud, meta la nariz donde debe y donde no

La disfunción de este sentido podría ser la primera alerta de una enfermedad neurodegenerativa.

Periodista, científica frustrada, errante y enamorada de los perros. Eterna aprendiz.

21 de febrero de 2020

El universo de los olores se revela incompleto para la mayoría de personas. En pruebas médicas que evalúan la capacidad olfativa, muchos no logran identificar los 40 que mide el test estadounidense Upsit.

Juan David Bedoya, otorrinolaringólogo especializado en rinología de la Facultad de Medicina de la U. de A., dice que reconocer cerca de 30 sería lo normal y menos de eso podría ser un síntoma que anteceda enfermedades como la de Alzheimer, Parkinson, Huntington, esquizofrenia, esclerosis múltiple o hasta un tumor cerebral.

Esa cifra, los 40 olores de la prueba Upsit, parece una nimiedad en contraste con el número de percepciones olfativas al que pueden llegar los humanos. En 2014 se supo que el potencial olfativo humano es más amplio de lo que se creía.

“Incluso hubo un mito que decía que podíamos percibir 10.000 olores. Alguien lo dedujo a partir de la cantidad de células con receptores olfativos que tenemos. Pero un estudio con buena metodología publicado en Science en 2014 encontró que los seres humanos podemos sentir al menos un billón de estímulos olfativos”, anotó el médico.

Fue la neurobióloga Leslie Vosshall, de la Rockefeller University de Nueva York quien lideró ese estudio de Science.

Un sentido subvalorado

En una conversación telefónica el doctor Bedoya observa que este sentido es sorprendente. Los humanos tienen 396 receptores del olfato y la combinación entre ellos resulta en el número de estímulos olfativos que calculó Vosshall y su equipo.

En cambio, los elefantes tienen 1.950 receptores y los ratones 1.100. Lo que seguro usted ya ha intuido cuando observa a su perro: los humanos no perciben tantos como otros animales.

Su capacidad es más amplia que la de los humanos. Y ellos no consideran repulsivo ningún olor.

“Experimentan el mundo como un paisaje multidimensional en el que se suceden olores interesantes y relacionados entre sí” narra el escritor de ciencia Federiko Kusko en Historia Cultural del Olor (Taurus, 2019).

Este argentino relata que el acto de oler es biológico: “Producto de millones de años de evolución, encontramos posibles amenazas a nuestra salud en ciertos olores repugnantes como el olor a comida podrida, a cuerpos en descomposición, a excremento”.

Estimula conexiones

El olfato es un sentido muy particular. “Vivir es respirar, y respirar es oler. Desde nuestros primeros segundos de existencia cuando reconocemos a nuestra madre a través de su olor corporal hasta nuestros últimos días cuando un aroma familiar de repente puede transportarnos lejos, a un pasado que creíamos sepultado, en todo momento irradiamos y percibimos olores. Olemos y nos huelen (...) Los olores comunican. Dicen y ocultan. Las moléculas que los componen son el ticket de entrada, la llave a otras subjetividades, a otros cuerpos, a otras culturas”, relata Kusko.

Con entrenamiento el olfato permiten generar nuevos enlaces entre neuronas, lo que no sucede con los otros sentidos. Si los nervios de la audición o visión se atrofian, no hay forma de regenerarlos, agrega Bedoya. En cambio, quienes han perdido el olfato, con los años pueden llegar a tener nuevas conexiones neuronales.

Esto lo han encontrado en quienes trabajan con el olfato como los somelier, sibaritas, perfumistas (ver Entrevista), quienes entrenan la atención y su habilidad cognitiva para reconocer diversos olores y sus combinaciones. Sus entrenamientos les genera nuevas sinapsis. Esto ha indicado que el olfato puede inducir la regeneración neuronal, y con ese principio se ha hecho algo que se llama reentrenamiento olfativo. Usado en tratamientos para pacientes con pérdida del olfato por una infección o traumatismo.

De hecho, como los implantes cocleares para los oídos, se está estudiando desarrollar un implante olfativo. Así que las personas con alteraciones de este sentido tienen opciones. Lo que sucede en algunas ocasiones es que no consultan o no se dan cuenta.

Una de cada tres personas con hiposmia o anosmia, no saben que lo tienen o creen que olfatean bien. Casi el 30 %, indica Bedoya. Los pacientes que pierden el olfato por traumatismos craneoencefálicos, que usualmente han estado muy graves por accidentes severos, se dan cuenta de la pérdida del olfato meses después.

“Los médicos hemos estado frustrados con el olfato porque la sensación es que no hay nada que hacer, pero realmente cada día se investigan más cosas y todavía no tenemos una respuesta contundente, pero se entienden cada día más las diversas condiciones”, observa Bedoya.

Hiperosmia, hiposmia, anosmia son características de cómo se manifiestan las alteraciones del olfato. Por otro lado, algunas enfermedades afectan este sentido. Las principales son la rinosinusitis, los traumatismos craneoencefálicos (golpes en la cabeza), o la pérdida posviral (cuando una persona tiene un resfriado y pierde su capacidad del olfato). Esas son las tres más comunes de acuerdo con Bedoya.

Si las causas son nasales (sinusitis) los médicos especializados pueden tratarlas. Si hay enfermedades inflamatorias de la nariz como una riñitis alérgica, se puede manejar.

En ocasiones a los olores se los silencia con intención. Se los ignora, se los desprecia. Kusko cita al historiador francés Alain Corbin: “La cultura occidental se funda en un vasto proyecto de desodorización”. Pero recuerde que cada olor que percibe, sea el café y los huevos y la tostada con mantequilla que desayuna, el pasto recién cortado, el olor a materia fecal o el vaho corporal, es información.

Cuando inhala moléculas se dispara una señal eléctrica que sirve como parte de un mecanismo crucial para la supervivencia.

Su impacto en la salud

Aunque tiene todo que ver con la supervivencia, suele generar la idea que de no sirve para nada.

Pero si usted no siente una fuga de gas para detenerla es posible que se intoxique y hasta muera. También es útil en el caso de las personas que trabajan en entornos en los que se requiere detectar olores. Si un mecánico no siente el olor a gasolina se pueden poner en riesgo.

Este sentido también tiene todo que ver con las relaciones sociales. Una persona con alguna alteración del olfato, sabe que no percibe sus malos olores, lo que puede producirle ansiedad social.

Bedoya también informa que aunque aún faltan pruebas más contundentes, en los adultos con estas alteraciones hay hasta un 40 % más de riesgo de presentar un episodio depresivo.

Diversos estudios han establecido que la disfunción del sentido del olfato forma parte del conjunto de los primeros signos (unos 20 años antes de que se presente la enfermedad) de trastornos neurodegenerativos. Uno de estos estudios lo describe en la revista científica The Laryngoscope en 1991: The rhinologic evaluation of Alzheimer’s disease.

Cuando los médicos evalúan el olfato, se puede decir una de las formas es valorar la cantidad de olor, por decirlo de alguna manera. Ellos le llaman el umbral de detección del olor. Esto les ayuda a determinar que una persona sienta más o menos olor. Si siente más hablan de hiperosmia, si siente menos se refieren a la hiposmia.

Pero además con el olfato pasa otra cosa y es que las personas pueden sentir los olores de manera diferente a otros. Hay quienes se sienten desagradados con el olor a un perfume popular o este les produce una crisis de migraña (ver Microhistoria). Allí no está alterada la cantidad de olor sino la percepción de ese olor.

Existen también quienes no sienten ningún tipo de olor, a este fenómeno se le llama anosmia. La disfunción del olfato afecta, indudablemente, la calidad de vida. Párele bolas.