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No hay olor (hasta feo) que esta nariz no identifique

Son cerca de 30 años los que lleva este perfumista francés creando fragancias. Su elevado sentido del olfato, a veces, le juega malas pasadas.

Periodista, presentadora y locutora. Fui DJ de radio, reportera de televisión y ahora disfruto el ejercicio de escribir a diario. Melómana, cinéfila y seriéfila.

18 de abril de 2020

El tejido del interior de la nariz, explica la especialista en ciencia cognitiva Alexandra Horowitz, está completamente cubierto de diminutos puntos receptores. La nariz humana tiene unos seis millones de esos puntos y los animales nos superan: una oveja tiene más de doscientos millones y un perro sabueso, mas de trescientos. Y por ello, del mismo modo en “que nosotros vemos el mundo (el ser humano es más visual), el perro lo huele”, cuenta ella en el libro En la mente de un perro.

Al perfumista francés Marc Blaison no le molesta que con su capacidad de identificar olores pueda parecerse más a un animal. “Estoy seguro de que los hombres primitivos tenían estas capacidades y que en algún momento las perdimos, en cambio los animales todavía las tienen”.

Su trabajo, entonces, es ser una nariz, ¿y qué significa eso? “Es evidentemente poder crear perfumes y ofrecer al consumidor la alegría de llevarlo adherido al cuerpo”.

Al preguntarle qué diferenciaba su nariz de la de cualquier otra persona, aseveró con firmeza que nada. “Yo tengo las mismas piernas que un atleta, pero él las ha entrenado. Pasa lo mismo con mi nariz, yo la he entrenado y mucho”.

Toda una carrera

Blaison tiene 62 años. Los aromas llegaron a su vida de manera inesperada cuando un amigo le habló de la Escuela de Perfumería en Versalles, Francia. “No nací diciendo que quería ser perfumero, pero el día que lo escuché dije que eso era lo que yo quería hacer. Entré a mi casa y le dije a mis padres que no quería seguir en el área de química farmacéutica, me tomó bastante tiempo convencerlos”.

En dicha academia se aprende con la práctica, como dice él, “con entrenamiento”. Asegura que en ese momento era la única escuela de su tipo en Francia. Los exámenes son simples, recuerda uno en el que se olían esos frascos pequeños como de esencias llenos de materia prima (rosa, lavanda, naranja). “Nos daban un mismo olor con diferentes diluciones (diluidos): una más suave, otra más fuerte y la última mucho más intensa. Había que ponerlas en orden, de menor a mayor. Para eso no tenía que estudiar, eso es práctica”.

Después de la academia llegó el trabajo y la posibilidad de hacerse un nombre en la industria de la perfumería en el mundo. De Francia se trasladó hacia Estados Unidos y ya lleva 30 años creando fragancias para Yanbal.

En su oficina

Puede pasar ocho, diez o hasta 15 horas en su espacio de trabajo, lleno de frasquitos diminutos repletos de muestras, de olores. Se la pasa en una prueba de ensayo y error, “trabajo en diferentes proyectos al mismo tiempo. Todos los días se descubre algo y aquí hago un paralelo con la cocina. Los chef se inventan recetas con los mismos ingredientes, en perfumería es igual, entre más se huele, más se crean emociones olfativas en nuestra cabeza y empezamos a traducirlas. Resumir mi día de trabajo significa oler muchas muestras. A veces hay que parar, dejar que las mezclas reposen y cuando lo retomas, te das cuenta de algo que no habías sentido”.

De su cabeza han salido creaciones como Savour, Ccori y Liberatta. Unos pueden crearse en una tarde como Eau Vitale Lavanda, otros en tres años como Solo, una fragancia masculina. Todos los días son diferentes para él y ha creado tantos perfumes que ya perdió la cuenta.

Aunque trabaja con 600 materias primas –esas que permanecen en su escritorio porque le gustan– es capaz de reconocer y enumerar 1.500. Tan simple como acercar un frasco a su nariz y decir: este es rosa, esto es orquídea, este es ciprés, aquel es sándalo. Así de fácil los puede distinguir.

Privilegio y desventaja

Blaison, con su nariz, investiga el mundo. Así como lo hace un elefante cuando levanta su trompa en su olfateo periscópico –según Horowitz– o una tortuga cuando alarga su cabeza y abre las aletas de su nariz para oler. Este perfumista, con solo inhalar, puede sentir más de lo normal y eso también implica lo que no es tan grato. “A veces entro a lugares con olores desagradables y eso es un problema. Imagine ingresar a un restaurante que huela a pescado, no me dan ganas de comer. Si huele a pescado es porque no está fresco”.

Y eso es al entrar a un lugar, pero, ¿al comer?: “Me pasa lo mismo. Huelo, distingo los olores de lo que estoy comiendo y me puedo dar cuenta cuando algo no está bien, ahí no me dan ganas de seguir”.

Y así como un cantante cuida su voz, él lo hace con la nariz. “Lo primero es poner mucha atención a los cambios de temperatura, como a todo el mundo me puede dar gripa, pero trato no resfriarme”.

Hay gente que como él es sensible con los olores, pero no para distinguirlos con precisión si no para evitar los fuertes, porque no los tolera. “Los perfumes están en todas partes, cuando uno lava la ropa hay perfume, cuando se lava el pelo, cuando entra a ciertos lugares hay perfumes de ambiente. Entonces, me preocupa la gente que tiene ese inconveniente, ¿cómo hacen para vivir?”, y se queda pensando, “no creo que exista una enfermedad en la que uno pueda ser sensible a todos los olores”.

- ¿Y usted cree que toda persona debe usar perfume?

- ¿Y por qué no?