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Hacer doctorado después de los 40

Si realizar dichos estudios en Colombia ya es exótico, hacerlo después de esta edad es menos frecuente.

30 de enero de 2022

La vida adulta plantea decisiones que requieren un análisis juicioso por el impacto que tienen y una de ellas es hacer un doctorado, por el tiempo que requiere, el esfuerzo y los costos emocionales y económicos, incluso en un país como Colombia donde el déficit de investigadores es manifiesto. En 2019, Colciencias tenía registrados 13.000 doctores formados y se estima que cerca de 3.000 en proceso de formación se unirán en los cuatro años siguientes. Esto quiere decir que se gradúan en promedio 12 doctores por millón de habitantes y se necesita subir a 24 por millón, siendo poco ambiciosos, pues la meta que se propuso la Misión Internacional de Sabios hace 30 años era que en el país hubiera 1.000 doctores por millón de habitantes. Con 50 millones de colombianos deberíamos tener 50.000 doctores. Es decir, tenemos un déficit de 30.000.

Jorge Iván Bonilla Vélez, jefe del Departamento de Comunicación Social de Eafit, comenta que para una generación de académicos el techo de la formación era una maestría. De hecho, en la década de 1990 el circuito de doctorados en Colombia no existía, era muy reducido en Latinoamérica y por eso había que hacerlo en otro idioma y fuera del país, lo que dificultaba su acceso. Conforme avanzó la década y ante los cambios que se presentaron en el sistema académico hacia el año 2000, una maestría ya no era suficiente.

Esa generación de académicos a la que él pertenece, optó por realizar estudios doctorales cuando ya superaban los 40 años, que en muchos casos es el límite de edad para acceder a becas y debieron buscar alternativas de financiación y respaldo. En opinión del profesor Bonilla, para los jóvenes hacer un doctorado es más viable. Una vez terminan el pregrado, se enganchan con la maestría, tienen acceso al sistema de becas y más posibilidades de elección. Sin embargo, anota que para estudiantes jóvenes o experimentados, un doctorado pone a prueba la salud mental, se debe afrontar la disciplina y el rigor de investigar, producir avances periódicos, asumir la soledad de la investigación, la presión de publicar, mientras la vida sigue su curso.

El valor de la experiencia

Para Paola Podestá Correa, vicerrectora de Aprendizaje de Eafit, los doctorados muchas veces parecen pruebas de resistencia, por la consagración que requieren y la resiliencia para escribir y reescribir y por eso la disciplina es clave. “Es muy valioso cuando llegas a un doctorado con algo de trayectoria investigativa y con una pregunta que se afinca en un conocimiento previo, en un recorrido y en experiencia. Esto no quiere decir que no pueda o no deba hacerse un doctorado una vez terminas un pregrado pero, en mi concepto, la trayectoria y la experiencia que van puliendo y aclarando las preguntas son un ingrediente valioso”.

Lo claro es que contar con un doctorado para quienes quieren dedicarse a la academia es importante. Eafit, por ejemplo, tiene entre los requisitos para contratar profesores de cátedra tener como mínimo un título de maestría y es deseable que los de planta cuenten con doctorado. “La solvencia disciplinar e investigativa son fundamentales y estos niveles de formación dan cuenta de ello”, anota Paola Podestá. “El conocimiento es la base para agregar valor y en este sentido las empresas se benefician claramente de los doctores, de hecho las empresas que logran insertar doctores en sus sistemas de innovación y conocimiento, potencian los equipos y cuentan con una ventaja en términos de mercado”, concluye.

Cada historia es un mundo

Mónica Marión Cataño Otálora, es docente, investigadora y comunicadora social vinculada a la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. Hoy, después de obtener su título como doctora en Ciencias Sociales Niñez y Juventud, Cinde, en la Universidad de Manizales, considera que entre la exigencia propia y la institucional, el estudio de un doctorado en Colombia es muy complejo pues, asegura, los requisitos son mayores que en otros países. Percepción que comparten otros colegas.

Mónica Cataño invirtió siete años cursando su doctorado, un tiempo adicional a su maestría en Educación y Desarrollo Humano que ya había concluido. Durante esos años su vida personal y familiar también se resintió por la dinámica propia del doctorado. Los viajes entre ciudades cada tres meses, con inmersiones de quince días para asistir a clase, la dedicación al estudio y las ausencias, hicieron mella en su matrimonio, lo que derivó en divorcio. Suspendió durante un semestre sus estudios, tiempo máximo permitido dentro de las políticas de la institución en la que estaba matriculada. Esto, mientras reacomodaba su cotidianidad, al menos en el sentido práctico de la vida, porque el emocional tardó mucho más.

No hay investigación sin investigadores, y detrás de cada estudiante hay motivaciones que se truncan y expectativas que no siempre se cumplen. Por eso la cantidad de estudiantes de doctorado que no se gradúan es muy alta y las razones tan diversas como cada historia de vida. La búsqueda de certezas para decidir aplicar a un doctorado no puede esperar tanto como para que pase el tiempo y con él las oportunidades para una beca o ayudas de financiación que suelen tener edad límite para aplicar, en general el tope son los 40 años. Los aspectos a considerar son del orden emocional, familiar, económico, social y de expectativas y la respuesta está en cada uno