¿Necesita donaciones de esperma? Tome precauciones
Se da con frecuencia ya en
Estados Unidos. En Colombia,
hay regulaciones que lo impiden.
Periodista de la UPB. Amante de las historias y de las culturas. Estoy aprendiendo a escuchar y a escribir.
Las familias son tan diversas como los seres humanos: hay hombres y mujeres en relaciones heterosexuales, madres o padres solteros, hogares homoparentales (con parejas del mismo sexo)... Y hay familias que no pueden concebir de manera natural y que necesitan un empujón por parte de la ciencia.
Con su avance han nacido oportunidades y toda una red de donantes y bancos de esperma y óvulos, y también una corriente de personas inescrupulosas, de ventas ilegales y sin precauciones.
El New York Times, en su artículo “La nueva economía de la esperma”, evidencia una tendencia que se ha popularizado en Estados Unidos. Allí, los bancos de esperma son independientes y pueden vender muestras de semen y óvulos que fueron donados a precios tan altos como 1.100 dólares por un solo frasco. Esto, sumado a los tratamientos de fecundación y a los intentos requeridos, podría costarle a un estadounidense hasta 10.000 dólares, más de 35 millones de pesos.
Los altos precios, los innumerables exámenes a los que se deben someter donantes y futuros padres, la falta de donantes, la alta demanda que creció durante la cuarentena y las implicaciones legales, psicológicas y económicas han hecho que más personas recurran a formas no reguladas para quedar embarazados.
De hecho, en Estados Unidos los propios ciudadanos crearon grupos ilegales, no regulados, como “Sperm Donation USA” en Facebook que conecta a mujeres con donantes masivos que han engendrado hasta más de 35 hijos, o aplicaciones como Modamily y Just a Baby, o Natal Donor, que permite el envío de muestras a precios asequibles, pero sin las condiciones necesarias.
Esperma transportada en vasos plásticos, inseminaciones caseras con jeringas, infecciones y enfermedades genéticas, demandas legales por manutención o custodia, entre otros, son algunas de las implicaciones de estos procesos informales.
El caso colombiano
Una búsqueda rápida en redes permite ver que en el país también hay grupos irregulares en redes sociales que promocionan donantes para “inseminación natural” o con coito, hombres que ofrecen su esperma y tutoriales de inseminación casera. Ninguno con la magnitud de los de Estados Unidos.
Esto puede deberse a que en Colombia las leyes son más estrictas. Para iniciar, es ilegal vender cualquier tipo de órgano o tejido y los donantes solo reciben una compensación económica por el tiempo y transporte invertido, mientras que en Estados Unidos sí se puede comercializar, aunque por cantidades limitadas.
Además, en Estados Unidos hay bancos dedicados exclusivamente a recibir donantes, manejar muestras y comercializarlas, como el Seattle Sperm Bank, uno de los más grandes del país. “Ellos tienen hasta catálogos de donantes de todas las etnias para que las parejas elijan”, explicó Germán Raigoza, ginecólogo y especialista en infertilidad del Centro de Fertilidad Fertis.
En Colombia, por otra parte, “no son un negocio, sino que son algunos centros de reproducción los encargados de tener sus propios bancos para las parejas que acuden por tratamientos”, agregó Natalia Posada, médica ginecóloga especialista en reproducción humana y socia fundadora de la Clínica Inser.
Aún así, no todos los centros tienen este espacio. En el último reporte del 31 de mayo de 2021 del Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos, Invima, entidad encargada de regular estos espacios, había 37 centros y clínicas con bancos de gametos que reúnen los requisitos en el país.
“El Invima supervisa las condiciones de seguridad, de congelación, del proceso de toma de muestra y conservación, se asegura de que el número de donaciones sea limitado y que un donante trabaje exclusivamente con una clínica”, explicó Claudia López, directora del laboratorio de Reproducción Asistida de la Clínica Eugin.
Así, un donante solo podrá tener 10 embarazos efectivos para evitar la endogamia o posibilidad de que un hijo de ese hombre se encuentre con otra hija, sin saber, y procreen, “lo que aumentaría el riesgo de bebés con enfermedades recesivas”, añadió Posada.
Riesgos de la informalidad
Aunque no hay registros ni cifras que indiquen cuántos embarazos y tratamientos de fertilidad se realizaron sin protocolos, fuera de clínicas autorizadas y con métodos caseros, los expertos explicaron los riesgos que esta tendencia conlleva.
Para iniciar, “en las clínicas ofrecemos tratamientos que están al alcance, con tecnología actualizada y procesos rigurosos”, dijo López, donde los donantes y los posibles padres y madres se someten a diversas pruebas y exámenes médicos para garantizar que los bebés sean lo más sanos posible.
Además, como el embarazo con gametos donados no tiene una tasa de éxito de 100 %, las clínicas garantizan, con espermogramas, que la esperma donada cumpla ciertos requisitos de calidad para aumentar las posibilidades. Sin estos estudios, sería más difícil concebir.
A esto se suma que se realizan estudios físicos y psicológicos para determinar que el donante o sus familiares no sufran de trastornos genéticos mayores ni enfermedades hereditarias como asma, diabetes, epilepsia, hipertensión, entre otras; o que no tenga ninguna infección, como hepatitis B y C, VIH, sífilis, etc.
La psicóloga de la clínica de Eugin, María Alexis Martínez, contó que el acompañamiento psicológico es constante y sirve para determinar el estado emocional actual e histórico de ambas partes.
Finalmente, se hace también un estudio de enfermedades genéticas de tipo recesivo que “si por casualidad el donante y la madre coinciden en tenerlas, el bebé tiene un riesgo de 25 % de contraerlas, y son cerca de 200 afecciones”, puntualizó Posada.
“Si a pesar de todos los exámenes que hacemos los embarazos son riesgosos, recurrir a algo clandestino implica que, en un futuro, podrían ser más los problemas”, dijo López.
Un proceso riguroso
Tener hijos que no tendrán la carga genética de la madre o el padre es un duelo, una pérdida que se debe trabajar y, eventualmente, aceptar. Y es un reto desde el comienzo.
Laura y su esposa siempre quisieron ser madres. Primero ella se sometió a los múltiples exámenes de sangre y ecografías donde evaluaron su fertilidad y tuvieron acompañamiento psicológico incluso para elegir las características del donante.
Este fue anónimo y debió cumplir con ciertas características (ver gráfico). Su proceso dura, en un inicio, hasta seis meses, pues debe llevar hasta dos muestras semanales y su esperma es puesta en cuarentena y congelada y descongelada para evaluar su resistencia a la congelación y las posibles infecciones o enfermedades. Estos hombres pueden donar por hasta 18 meses seguidos o hasta completar los 10 embarazos.
A los 15 días de la inseminación, Laura no resultó embarazada así que, luego del duelo, intentaron con su pareja. “Ella sí estuvo embarazada, fuimos muy felices, hasta que en la semana seis un sangrado nos confirmó que hubo aborto espontáneo. Nos desmoronamos”.
Luego de 10 meses de recuperación económica, emocional y física, reiniciaron todo el proceso de inseminación, incluyendo los medicamentos hormonales, tuvieron una implantación exitosa y hoy, un par de meses después, están esperando a su primer bebé.
Como ellas, muchas mujeres, parejas y familias acuden a estos tratamientos con todas las esperanzas y, el trabajo de las clínicas, aunque no es garantizar los embarazos, sí es procurar que el proceso y el donante cumplan con todos los estándares de calidad.