El hombre piensa y la máquina obedece: la historia de Noland Arbaugh, primer humano conectado por Neuralink
Como sacado de una historia de ciencia ficción, el chip cerebral convierte los pensamientos de este hombre en comandos digitales reales.
En la saga de películas Matrix, los seres humanos se conectan a un mundo digital a través de implantes que traducen su actividad cerebral en datos. Hace 25 años, esto parecía una distopía futurista, pero hoy es una realidad diaria para Noland Arbaugh, un joven estadounidense que, tras quedar paralizado del cuello hacia abajo, ahora puede mover un cursor y controlar un computador a través de sus pensamientos. Todo gracias a un implante desarrollado por Neuralink, la empresa de neurotecnología fundada por Elon Musk.
“Sinceramente no sabía qué esperar. Parece ciencia ficción”, confesó Arbaugh al romper su silencio por primera vez ante la opinión pública.
En entrevista con la cadena británica BBC, el norteamericano describió cómo es su nueva vida y recordó el momento en que despertó de la cirugía y pudo controlar el cursor de su pantalla pensando en mover los dedos.
En enero de 2024, se convirtió en el primer ser humano en recibir un chip Neuralink. El procedimiento fue altamente invasivo: se implantó un dispositivo que traduce impulsos eléctricos del cerebro en comandos digitales. Es decir, transforma pensamientos en acciones concretas en una pantalla.
Con 30 años de edad, y tras 8 años de cuadriplejia a causa de un accidente de buceo, decidió asumir el riesgo de participar en un experimento médico sin garantías, pero con una promesa de autonomía.
“Pensé que, si todo salía bien, podría ayudar participando en Neuralink. Y si ocurría algo terrible, sabía que aprenderían de ello”, afirmó.
Aunque no es el primer chip de este tipo en el mundo, el suyo captó la atención mundial debido al peso mediático de su impulsor. Sin embargo, Noland ha sido enfático en que este no es un proyecto personal de Elon Musk. “No lo considero un dispositivo de Elon Musk”, dijo. Para él, el mérito está en la ciencia, en el equipo de ingenieros que trabajó junto a su cerebro y en la posibilidad de abrir camino a otros.
Oriundo de Arizona, este hombre sufrió un accidente en 2016 que le cambió la vida, pues empezó a depender de sus seres queridos para las actividades diarias más básicas. “Simplemente, no tienes control, no tienes privacidad y es difícil”, relató. “Tienes que aprender que tienes que confiar en otras personas para todo”.
Esa dependencia absoluta fue una de las razones que lo motivó a aceptar el implante, con la esperanza de recuperar, aunque fuera en una fracción, su independencia.
Luego, lo que comenzó como una prueba experimental, se convirtió en una experiencia transformadora. “Cuando me desperté de la cirugía, pensé en mover los dedos y el cursor se movió”. Para alguien que creció jugando videojuegos, esa sensación era una mezcla de asombro y redescubrimiento: “Tuve que dejar ir los juegos cuando quedé discapacitado. Ahora les gano a mis amigos. Eso realmente no debería ser posible, pero lo es”.
Tecnología para una vida digna
Durante las primeras pruebas, Arbaugh observó sus propias neuronas activarse en tiempo real. “Todo el mundo estaba emocionado, y yo también. Fue ahí cuando entendí por completo que podía controlar la computadora solo con mis pensamientos”.
Sin embargo, el camino no ha estado libre de tropiezos. Una vez, el chip se desconectó parcialmente de su cerebro y perdió el control del dispositivo. “Eso fue realmente desconcertante, por decir lo menos”, dijo. “No sabía si podría volver a utilizar Neuralink”.
Al poco tiempo, el problema fue corregido mediante ajustes de software, pero el incidente generó dudas sobre lo frágil que puede ser esta tecnología en su etapa inicial.
El impacto emocional de la experiencia es tan fuerte como el técnico. Para alguien que vivió años dependiendo por completo de otros para comunicarse, estudiar o jugar, la posibilidad de ejecutar acciones por su cuenta representa una forma de dignidad recuperada. “Es difícil explicar lo que significa volver a tener algo de control”, expresó.
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Pero junto al entusiasmo surgen también preguntas difíciles. Expertos como Anil Seth, neurocientífico de la Universidad de Sussex, advierten sobre los riesgos a la privacidad mental. “Si exportamos nuestra actividad cerebral, permitimos el acceso no solo a lo que hacemos, sino potencialmente a lo que pensamos, creemos y sentimos”, dijo a la BBC. “Una vez que tienes acceso a lo que hay dentro de tu cabeza, ya no hay ninguna otra barrera para la privacidad personal”.
Pese a esas advertencias, Noland no se detiene. Su esperanza es que el chip evolucione hasta permitirle controlar su silla de ruedas, o incluso un robot humanoide. Sabe que su participación en el estudio tiene una duración de seis años y que, después de eso, el futuro es incierto. Pero se muestra convencido de que el conocimiento que se genere valdrá la pena.