Tecnología

¿Qué tan cerca estamos de conectar el cerebro a internet?

Expertos explican cómo podría funcionar esta tecnología que está en desarrollo y sus consecuencias.

Periodista. Hago preguntas para entender la realidad. Curioso, muy curioso. Creo en el poder de las historias para intentar comprender la vida.

18 de enero de 2022

La serie de Netflix Black Mirror lo predijo en 2017. En el segundo capítulo de la cuarta temporada una madre lleva a su hija a un lugar para que le implanten un chip en la cabeza que le permita monitorear absolutamente todo lo que hace, que esté conectada las 24 horas del día a una tableta para vigilarla. Tener su control.

Esta semana en una entrevista al diario El País de España, el neurocientífico Rafael Yuste y el director de Investigación de la compañía IBM Darío Gil afirmaron que en aproximadamente diez años podríamos tener conexiones mentales directas a máquinas en usos comerciales. Como si la ficción fuera superada por la realidad.

“Vamos a conectar el cerebro a sistemas de computación externos. No es solo qué va a pasar con la inteligencia artificial o con la computación cuántica o con el mundo de cálculos precisos, sino qué va a pasar con la combinación de todo ello”, dijo Gil.

Ante este panorama, ¿es posible que en el futuro el cerebro se conecte a internet? ¿Será con dispositivos implantados en el órgano más complejo del ser humano? ¿Para qué servirá todo esto?

Ya hay avances

Elon Musk en 2016 fundó su empresa Neuralink que se especializa en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora. El año pasado, el mismo Musk fue el encargado de revelar los avances que han logrado en estas primeras etapas de estudio: en el cerebro de una cerda implantaron un chip del tamaño de una moneda durante dos meses, que está conectado a través de bluetooth con una computadora. El dispositivo registra señales de un área del cerebro vinculada al hocico del animal y cuando la cerda toca cosas, una serie de ruidos indican cuándo se disparan más neuronas. “Como pueden ver vemos una cerda feliz y saludable”, dijo.

Esto es lo que Musk pretende llevar a otro nivel: que se implante en cerebros humanos para curar enfermedades como el alzhéimer, por ejemplo.

Antonio Dieguez, profesor de la Universidad de Málaga, explica que conectar el cerebro a internet o máquinas tecnológicamente sí es posible, lo que está pendiente por descubrir es la versatilidad y potencia de esa conexión, así como la aceptación que tendría. Es decir, si sería minoritaria o de una amplia acogida.

Agrega que la inteligencia artificial jugaría un papel fundamental en estos procesos: es la que permite desarrollar los algoritmos que traducen el funcionamiento de las neuronas. Todo esto estaría mediado por un ordenador. En estos desarrollos tecnológicos se verán procesos basados en nanotecnología (microchips) en las que se pueda incluir las células más pequeñas del cuerpo.

“El gran desafío es el desarrollo de un software adecuado que traduzca en tiempo real la información que envía el cerebro, el funcionamiento de las neuronas y lo que eso significa en contenidos mentales que un ordenador pueda a su vez traducir”.

¿Y entonces qué?

Josep Curto Díaz, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), dice que para lograr todo esto hoy se está trabajando en dos grandes líneas. Una son las tecnologías invasivas en las que se incorporan receptores o emisores lo más cerca del cerebro (como el caso de la cerda de Neuralink) para recoger directamente la información que luego será traducida por algoritmos que la puedan convertir en datos: órdenes, instrucciones, pensamientos. “En el futuro esto tendría el propósito de conectarse a internet y navegar, o seguir las aplicaciones que hay en el contexto actual de dotar, por ejemplo, a una persona que ha perdido una extremidad, ir más allá de una pieza de plástico”.

La segunda está vinculada con las tecnologías no invasivas. En este caso el dispositivo no se introduce, pero sí se ubica cerca a la fuente, es decir, al cerebro.

Uno de los puntos que se discute en la actualidad, según Dieguez, es precisamente si esa interfaz cerebro-máquina sería extracraneal o intracraneal. En el caso de la primera opción, se trata de cascos y diademas con electrodos que detectan las ondas cerebrales y lo traducen al lenguaje máquina para que el ordenador pueda entender; la segunda idea implica una cirugía para incrustar algún dispositivo como un chip o un electrodo.

“La intracraneal requiere mucho más tiempo en desarrollarse y no creo que tenga una aceptación masiva porque no habrían muchas personas dispuestas a dejarse operar en el cerebro, lo que se ve más cercano y real es el tema de los cascos y diademas con electrodos que puedan ser traducidos en una máquina”.

¿Qué tan útil sería?

La neurocientífica Stephanie Mullen dice que conectar el cerebro a internet para aprender otro idioma, por ejemplo, es una idea muy lejana que, aunque suene a ciencia ficción, podría ser viable.

¿Qué alcance tendrían estos desarrollos tecnológicos? Sería algo similar a lo que se hace en la actualidad cuando se conecta a una página web: tener la información a disposición en cualquier momento y en cualquier lugar. Más ventajas: potenciación de la memoria y capacidades mentales. Leerse un libro más rápido.

“Cuando se habla de conexión a internet es pensar mucho más adelante y lo primero que hay que entender es el Internet de las Cosas, tecnología que tiene que ver mucho con la habilidad de los objetos para intercambiar datos con otros objetos a través de software. En este caso sería que el cerebro se conecte a un software para compartir datos”, dice Mullen.

Sobre lo que habla la experta (conectar el cerebro a internet) ya hay un par de acercamientos: en el mercado existe un electroencefalograma que es similar a una diadema con 14 electrodos que se pone en la cabeza y se conecta a través de una interfaz a un minicomputador (del tamaño de una tarjeta de crédito) en una comunicación unidireccional en tiempo real, pero el cerebro no puede recibir datos del software.

Otro avance es la estimulación transcraneal de corriente directa (neuroestimulación). Se trata de un dispositivo que se pone en la cabeza, tiene una parte frontal y una lateral. “Aunque no hay estudios conclusivos, la neuroestimulacion transcraneal puede incrementar la capacidades y habilidades cognitivas, al igual que el rendimiento ya que estimula las neuronas de ciertas partes del cerebro de manera positiva”.

Mullen explica, además, que el cerebro pesa aproximadamente dos kilos y en él se pueden encontrar unas 80 billones de neuronas: cada una se comunica entre sí para generar una habilidad o acción, lo hacen a nivel electrónico y químico.

“Si llegaramos a poder controlar la comunicación cerebral entre neuronas, el uso sería, por ejemplo, tratar irregularidades bioquímicas, enfermedades neurológicas como el Parkinson o el Tourette”. En el campo de la robótica clínica también se podrían aplicar estos desarrollos: ver cómo al ponerse una prótesis, el mismo robot (prótesis) puede llegar a leer los movimientos y crear algoritmos para que una mano se mueva, que el cerebro maneje al robot.

Privacidad del pensar

El profesor Antonio señala que en caso de darse estos avances tecnológicos y que sean de uso masivo, la humanidad enfrentaría una serie de consecuencias, por lo que se deberá pensar con calma. “Pueden ocurrir casos de hackeo mental y eso es que alguien acceda a nuestra mente a través de esta interfaz y conocer los pensamientos, robar información mental o manipular la mente y hacer desear cosas que en realidad no se desean, por eso es que se están promoviendo los neuroderechos” (Ver Para saber más).

En otras palabras, más que robar la información mental, es apropiarse de ella sin el consentimiento de la persona, así como ocurre en las redes sociales donde las grandes compañías recopilan los datos de lo que se hace en sus plataformas. ¿Por qué lograrían obtener esos datos? Porque sencillamente pueden acceder a los pensamientos a través de estas interfaces cerebro-máquina y saber, por ejemplo, la orientación política, gustos sexuales o deseos de consumo.

Otro posible riesgo, dice el profesor, es que estas interfaces modifiquen la personalidad y libertad de acción de las personas. En algunos pacientes que han sido estudiados por parálisis o pérdidas de miembros, y se les han insertado interfaces para controlar un ordenador “dicen que en ocasiones sienten como que no hubieran querido hacer el movimiento que ha realizado la prótesis”.

También resalta que este tipo de desarrollos sería solo para una minoría porque en un principio tendrá un precio muy alto, no sería igual que comprar un celular, además porque “no creo que haya un deseo generalizado de estar llevando constantemente una interfaz cerebro-máquina, querrán tener su intimidad y sus ratos de estar con su propio pensamiento”.

Por su parte, la neurocientífica Mullen explica que en caso de que estas tecnologías se vuelvan reales podría presentarse agotamiento en la capacidad y habilidad del cerebro por el consumo elevado de oxígeno, debido al esfuerzo que tendría que hacer este órgano para captar la información que le llega, que es lo mismo que sucede cuando se estudia o trabaja por mucho tiempo, pero también dice que si esa conexión fuera fácil y no necesitara consumir casi oxígeno no se cansaría.

Al final, los tres expertos consultados llegaron a la misma conclusión y es que los avances tecnológicos ofrecen muchas posibilidades para la humanidad, pero por encima de todo hay que poner los valores y los deseos. En pocas palabras, en cada uno está el destino que quiere construir