¿Quién es la diabla del Carnaval de Riosucio?
La #Twittercrónica se fue en busca del diablo, pero en su paso se encontró otro personaje.
FOTOS Verónica Toro
A mí lo que me gusta es escribir. Tengo una leve obsesión con las bibliotecas grandes y los libros que no me quieran dejar ir.
Cuando todavía faltaban algunas horas para el momento cumbre del Carnaval de Riosucio y nadie sospechaba aún que una lluvia torrencial caería justo a la medianoche, en las calles ya se escuchaban los cantos que recibirán a la primera aparición del diablo.
“Salve, Salve, placer de la vida. Salve, salve, sin par Carnaval”, cantaba un grupo de jóvenes disfrazados con capas rojas y, desde una de las tarimas, el presentador lo llamaba ‘Su majestad’. El resto del pueblo se ponía un par de cachos, una camiseta del renombrado personaje o se tomaba un trago de guarapo en su honor.
Sí, muchos disfrutaban esa expectativa, el secreto mejor guardado de este pueblo de Caldas, el no saber cómo se vería este año el diablo. Pero otros, en cambio, murmuraban que mantener en secreto al diablo es alejarlo. Milton García, un hombre riosuceño de unos cincuenta años, es uno de ellos.
Él cree que la verdadera representante del carnaval es La Diabla. Con un par de cachos puestos en la frente, lo explicó de esta manera: “Si buscamos años atrás, todos diablos eran feos. Eran rústicos, hechos por muchas de manos, y ya no es así. Eso es lo bueno de la diabla, que sigue siendo amarrada con guadua, hecha con papel, armada por los amigos”.
Decidido a demostrarnos que la diabla representa mejor el espíritu del pueblo, Milton nos invitó al lugar donde la estaban armando.
Camino a la diabla
Mientras cruzábamos el Parque La Candelaria, vimos cómo todos, a su manera, se iban alistando para la fiesta. David, alias ‘el chonta’, era uno de esos. Él llevaba puesta una máscara que le cubría los ojos y de la que salían dos largos cachos, pero además llevaba en sus manos un curioso objeto redondo. Él explicó que eso era un calabazo, “Aquí echamos guarapo, cerveza, lo que quiera... es donde tradicionalmente se tomaba la chicha, es un ejemplo del carnaval. Es algo tradicional de Riosucio”, dice con algo de afán, porque lo están esperando sus amigos.
También conocimos a Luis Rivas y a su improvisado puesto de venta de máscaras. Él es profesor de artística y vende las máscaras de diablo que él mismo hace con sus estudiantes. “Tomamos la medida de la cara, hacemos un óvalo con alambre, trazamos una horizontal para marcar el mentón y la frente. Y luego, el resto se hace con papel y pegante”, explica, muy orgulloso de lo que hace. Sus máscaras, que cubren toda la cara, cuestan entre 40 y 80 mil pesos.
La diabla
Entonces llegamos al esperado lugar. Una figura cubierta de periódicos, de unos cinco metros, de senos y nalgas enormes pero aún sin cabeza ni brazos, nos esperaba al final de la cuadra. Era visible para todos los que pasaban, no como el diablo que esperaba escondido en el algún lugar. Pero cuando la vio, Milton puso cara de preocupación; aún le faltan muchos detalles y al parecer el encargado de la pintura aún no llega. Alguien susurra que quizás se fue de fiesta anoche y otros se ríen.
Junto a ella un grupo de unos diez hombres tomaban guarapo, escuchaban música y conversaban. Parecía casi una fiesta. Ellos nos explicaron que Riosucio es un pueblo dividido en dos: dos iglesias, dos parques, un diablo y una diabla. “Al diablo lo arma la junta del Carnaval, pero a la diabla la arma el pueblo”, agrega Milton.
Al frente de la diabla, está el taller del artista encargado. Su taller es al mismo tiempo una obra de arte, todas las paredes están cubiertas de dibujos, esculturas y afiches del América de Cali. Ya no queda un espacio limpio en las paredes. En una de las esquinas, vimos dos fotografías enmarcadas: las diablas de años anteriores, una de ellas del 2011 y de la otra nadie recuerda.
El nombre del artista es Beto Guerrero y lleva 26 años construyendo a la diabla. Él nos explicó que en cuatro horas la nueva diabla estará lista para recorrer el pueblo, solo falta una capa de pintura blanca y otra roja. No parecía preocupado, para él todo estaba bajo control.
Cuando le preguntamos sobre el proceso, inmediatamente sacó una cartulina blanca y un marcador, para explicarnos mientras la dibujaba: “Primero hacemos la parrilla en hierro con las llantas y la colocamos en unos soportes; en la parte central se suelda un hierro muy fuerte. Luego va otro para los hombros, uno para la cintura y uno para las caderas”. También queríamos saber cuándo harían la cabeza, y él riendo nos explicó que ya estaba lista junto a la puerta. Que habíamos pasado al lado de ella hace un segundo.
Nos despedimos para dejarlos terminar su trabajo, esperando que lo hiciera a tiempo su obra de arte. Pero entendimos algo: aunque muchos digan que la historia de Riosucio es de dos pueblos divididos, es la fiesta, y toda la creatividad alrededor de esta, la que finalmente los une.