Ojos que contemplan la muerte
Diferentes personajes, con sus historias, conviven diariamente el cementerio Campos de Paz.
A mí lo que me gusta es escribir. Tengo una leve obsesión con las bibliotecas grandes y los libros que no me quieran dejar ir.
A un cementerio no solo entran los recién fallecidos y sus familiares. También es un lugar de trabajo, de amistad y hasta de conmemoraciones de nacimientos de muchas personas.
En esta ocasión, la Twittercrónica recorrió el parque cementerio Campos de Paz y conoció a quienes frecuentan el lugar, así sea para vender flores en la entrada, manejar los hornos de cremación, cavar los lotes para las ataúdes o recordar a un ser querido.
Sobre flores y costumbres
Claudia Patricia Alzate lleva 34 años trabajando en su puesto de flores, en la entrada del parque cementerio. Es una experta en arreglos florales para toda ocasión, pero especialmente para la muerte. “A los gladiolos o las azucenas los relacionan con la muerte. Aunque el dicho ‘se fue a chupar gladiolo’ todavía lo utilizan cuando alguien muere, ahora a los muertos les ponen de todo, hasta girasoles y rosas rojas,” explica.
Pero además de flores, Claudia Patricia sabe muchas cosas más. Lleva tantos años viendo qué pasa en el cementerio, que habla con seguridad sobre quiénes entran y quiénes salen, cómo ha cambiado la vestimenta para los funerales y cómo ahora no hay tanto tiempo para la muerte.
“Las mamás vienen todos los domingos. Yo ya reconozco a tres o cuatro señoras que llegan a las 8 de la mañana y solo se van a las 6 de la tarde. Traen su almuerzo en coca y se quedan todo el día junto al hijo que murió,” relata, mientras protege sus flores del sol cubriéndolas con un cartón.
Aunque aún existen salas de velación con habitaciones y camas, para que las familias que quieran velar al fallecido durante varios días puedan dormir allí, en general los velorios se han vuelto cada vez más cortos.
“Ahora todo es rápido. Las personas se solían vestir de negro, pero ahora no, ahora se vienen hasta de tenis, piden permiso en el trabajo, y con lo que tengan puesto vienen. Ya no hay tiempo para la muerte,” concluye.
Los hornos de cremación
Hace 28 años que Jorge Castañeda se hace cargo de los hornos de cremación. Incluso, cuando por estos han pasado amigos y compañeros del trabajo. “Le da a uno durito cuando conoce a la persona. Pero uno tiene respeto por todos” explica, con voz pausada. A él no le da miedo lo sobrenatural, su mayor temor es no respetar como se debe el cuerpo de un fallecido.
Dentro de ataúdes, los cadáveres son bajados en un ascensor hasta el lugar donde trabaja Jorge. Allí, utilizando una especie de arnés, son trasladados a una camilla y luego al horno crematorio, con zapatos y ropa.
Cada cuerpo se demora un tiempo diferente dentro del horno, usualmente entre una y dos horas a 790 grados en promedio. Aunque a veces puede tomar tres horas, dependiendo de la masa corporal del fallecido.
Pero del horno no salen cenizas, el siguiente paso es el cremoledor, donde se pulveriza lo que ha quedado. “Contrario a lo que muchos creen, después del horno crematorio no salen cenizas. Los restos son más similares a la piedra pómez, como brasas blancas.” explica Jorge.
Para él, trabajar en un horno crematorio lo ha llenado de respeto por la vida, y así lo explica, “uno en este oficio aprende a entender la vida, a querer a los demás. Nadie sabe cuándo va a ser su turno”.
Los hombres que cavan
En la parte alta del parque cementerio se encuentran Jorge Franco y Óscar Álvarez con sus palas llenas de tierra y sus uniformes azules. Ellos cavan entre cinco y seis lotes cada día. Cada hoyo, donde van a ir los restos del fallecido, tiene una profundidad de un metro con treinta y requiere hasta tres horas para abrirse.
Aunque están alegres, disfrutando de un momento de descanso junto al sol, ambos afirman que nunca se han podido acostumbrar al dolor. “Uno de mis compañeros lloró el otro día en el entierro de un niño al que no conocía. Yo lo entiendo, es que eso es muy duro” explica Óscar.
Celebración de cumpleaños
Cindy Grisales fue a visitar a su novio que ese día cumpliría años. Sebastián Torres murió hace un mes, en un accidente, pero eso no le impide a su novia, su prima y un par de amigas, llegar a conmemorar su nacimiento.
Ellas cuatro le llevaron un adorno floral compuesto por orquídeas, un moño y una bomba en forma de corazón que dice “feliz cumple”. Llegaron con una torta con el número 23, los años que estaría cumpliendo de no haber muerto en un accidente, y una gaseosa familiar.
Después de haber partido la torta, se sientan cerca a la tumba, bajo un árbol, a hablar de la vida, tan inseparablemente unida a la muerte.