Columnistas

YO TUMBÉ MURO

17 de noviembre de 2014

Hace 25 años, a los seis meses de decretarse la caída del muro de Berlín, tuve la maravillosa experiencia de cruzar el famoso checkpoint Charlie que dividía las dos alemanias. Alquilé un martillo y un cincel y me di el gusto de tumbar un pedazo del muro de la ignominia, que guardo con celo en mi estudio. Lloré de emoción cuando se desprendió el trozo de esclavitud. Al cruzar el retén fui primero al célebre museo de Pérgamo, que guarda una colección de arte griego mayor que la que tiene la propia Grecia y que además alberga toda una calle, original, de Babilonia. A la entrada del museo, en el patio exterior, se encuentra una escultura tamaño natural de un niño sentado que escudriña uno de los dedos del pie derecho. Ante esa extraordinaria obra del arte griego estuve tentado, como Miguel Angel, a darle una palmada y ordenarle que hablara. Cerca de allí se encuentra el Museo de Arte Egipcio, en donde a escondidas y sin flash tomé una foto a Nefertiti. La estatua está guardada en una urna de vidrio, con una tenue luz interior. Tomé la foto como testimonio, porque sabía que sería de mala calidad, pero para mi sorpresa, al revelarla resultó una fotografía de inexplicable belleza.

Dos experiencias en ese viaje marcaron mi vida: Asistí a una rueda de prensa con el Primer Ministro Helmut Khol. Éramos unos cincuenta periodistas de todo el mundo. El hombre de tamaño colosal ingresó al recinto en medio de un estruendoso aplauso. Ya habían sorteado los pocos periodistas que podían formular sus preguntas. Contestó con convicción y fortaleza a todas ellas. Pero me impactó la respuesta a la pregunta de que si se había puesto a pensar en lo que le costaría a Alemania Occidental la reunificación: “No, si pienso en eso posiblemente no se hará la reunificación. Un Gorbachov, una perestroika solo se dan una vez en la vida. Es el momento político que hay que aprovechar, sin importar los costos”.

La otra experiencia también inolvidable fue que caminando por Unkel, un pequeño pueblo de la Alemania Occidental, me encontré de sopetón con una manifestación política. Me detuve a observar y con sorpresa vi que en la tarima principal se encontraba nada más ni nada menos que el excanciller Willy Brandt. Viejo, impedido, pero entusiasta y muy vivo, tomó el micrófono: “La reunificación de Alemania es mía. No me dejaré quitar el liderazgo, yo la propuse, yo la inicié”. El aplauso fue atronador. Terminada la reunión me metí por detrás de la tarima y logré llegar hasta Brandt. En inglés le pedí que me respondiera algunas preguntas. Con voz temblorosa y débil me respondió que lo entendiera, que estaba cansado y que quería irse a reposar. Simplemente le toque el codo con respeto y le expresé mi comprensión y mi agradecimiento. Se perdió entre las escoltas y la multitud..

Hace 25 años