UNA REFLEXIÓN SOBRE EL DEBER SER DE LA FAMILIA
En el Evangelio de hoy (Lucas 2,41-52), encontramos a la Sagrada Familia cumpliendo la costumbre religiosa de celebrar cada año la Pascua, que conmemoraba la liberación, obrada por Dios, de la esclavitud sufrida por los hebreos en Egipto doce siglos atrás. María y José fueron para ello con su hijo de 12 años desde Nazaret en Galilea hasta el Templo de Jerusalén. Varios elementos podemos encontrar en el relato de la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el templo. Centrémonos hoy, día de la Sagrada Familia, en la última parte, que presenta a Jesús, después de su regreso a Nazaret, “obedeciéndoles en todo” a sus padres. Pero también contemplemos a María, quien “guardaba todo esto en su corazón”, con un silencio reverente ante el misterio del desarrollo de aquel niño que, siendo Dios, se hizo humano “creciendo en sabiduría y estatura”.
Tanto un libro del Antiguo Testamento escrito hacia el año 180 a.C. y llamado Eclesiástico (3,3-7.14-17), como la carta de Pablo escrita entre los años 57 y 62 d.C. a la comunidad cristiana de la población de Colosas, en el Asia Menor -hoy Turquía- (Colosenses (3,12-21), nos recuerdan el cuarto mandamiento del decálogo: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Pero en la carta de Pablo hay un detalle interesante: la exhortación a los padres diciéndoles que traten bien a sus hijos. Esta exhortación tiene una actualidad especial en nuestro país, donde la violencia intrafamiliar y el maltrato infantil son hechos frecuentes. El cuarto mandamiento del decálogo no es sólo para los hijos con respecto a sus padres. Éstos deben ganarse el respeto de sus hijos con su ejemplo de buen trato.
La carta a los Colosenses presenta también todo un programa para la vida familiar, en el que resalta la disposición a la comprensión y al perdón, indispensable para la armonía entre esposos y entre padres e hijos.
Es en el seno de la familia donde se aprende a pedir perdón y a perdonar, con todo lo que ello implica en términos de disposición a enmendarse y reparar los males causados. Si no existe en el hogar esta experiencia, muy difícilmente se darán después en los hijos las disposiciones necesarias para contribuir a una convivencia pacífica.