Columnistas

Una flor para la hembra humana

14 de marzo de 2020

El Día de la Mujer es una celebración que no oculta el pecado original del consumismo, digo para empezar. Y uso la expresión hembra humana, consciente de que a muchas (y a muchos) pueda no gustar, pero es la más adecuada referencia a la misión de la mujer en la sociedad y en su relación con el hombre, quien es, por supuesto, el macho humano, aunque eso de macho de pronto también suene mal a los unos y a las otras.

Dice Ortega y Gasset, en su libro “Estudios sobre el amor”: “La verdadera historia de la hembra humana aparece sin claridad por olvidarse que la mujer no es la esposa, ni es la madre, ni es la hermana, ni es la hija. Todas estas cosas son precipitados que da la feminidad...”. Y añade: “Sin duda, quedaría el universo pavorosamente mutilado si de él se eliminasen esas maravillosas potencias de espiritualidad que son la esposa, la madre, la hermana y la hija -de tal modo venerables y exquisitas que parece imposible hallar nada superior-. Mas es forzoso decir que con ellas no están completas las categorías de feminidad y que ellas son inferiores y secundarias si se emparejan con lo que es la mujer cuando es mujer y nada más”.

“¿Pero -se pregunta- qué es la mujer cuando no es sino mujer?” Y responde: “El oficio de la mujer cuando no es sino mujer es ser el concreto ideal (‘encanto’, ‘ilusión’) del varón. Nada más. Pero nada menos. Puede un hombre amar con insuperable fervor a la madre, esposa, hija o hermana sin que haya en su sentimiento la menor tonalidad de ilusión. Por el contrario, puede sentirse ilusionado, encantado, atraído, sin que experimente nada de eso que propiamente llamamos amor filial, paterno, conyugal o fraternal”. No sé si las mujeres piensan lo mismo que Ortega, pero me atrevería a decir que sienten, confusamente, que cuando las adoramos como madres, esposas, hermanas o hijas, las desexuamos (o asexuamos) y generalmente olvidamos su feminidad.

Pero son tan encantadoras que lo disimulan. “La mujer es mujer en la medida en que es encanto o ideal”, dice Ortega, y advierte que “cabe que la esposa, la madre, la hermana, la hija sean perfectas sin que posean perfecciones de mujer, y viceversa”.

En fin, que las “diversas advocaciones de la hembra humana”, como las llama el escritor español, valen si parten de la feminidad, de su condición de mujer. Para concluir que “la encantadora misión de la mujer es el principio que hace posibles las restantes formas de feminidad. Si la mujer no encanta, no la elige el hombre para hacerla esposa que sea madre de hijas hermanas de sus hijos. Todo se origina en ese mágico poder de encantar”.