Columnistas

UNA ALBORADA EN SAN PELAYO

28 de junio de 2015

Ayer sábado, a las cuatro de la madrugada, cerca de cuatrocientos músicos de Córdoba, que nunca antes se habían visto las caras, se plantaron en el parque central de San Pelayo y entonaron el porro emblemático de la región: “María Varilla”.

Esos cuatrocientos músicos pertenecen a diferentes bandas de viento, viven en lugares apartados entre sí. Varios de ellos se habrán encontrado anteriormente en uno que otro festival, en algún fandango remoto, pero lo cierto es que en términos generales no se conocen y, por tanto, jamás habían tocado juntos.

Sin embargo, interpretaron “María Varilla” con afinación, con armonía. La razón por la que pueden tocar espléndidamente la canción que jamás han ensayado es porque están hermanados desde siempre por un folclor que no les llegó a través de una enseñanza académica sino como un mandato de la sangre.

El Festival del Porro de San Pelayo siempre se inaugura con este acto simbólico llamado “la alborada”: todos los músicos que llegaron al pueblo forman una sola banda e interpretan “María Varilla”.

La mayor parte de los integrantes de las bandas de viento que proliferan en Córdoba son jornaleros que asumen la música como algo sagrado.

Algunos se dan el lujo de tocar como los ángeles con un clarinete remendado. No siempre es posible tener un bombardino nuevo o una trompeta en buen estado. Por eso el líder cívico Edgardo Hernández afirma que las bandas pelayeras “hacen música de primera con instrumentos de segunda”.

La vocación es superior a cualquier revés: en San Pelayo hay habitantes que, por falta de dinero, arman su fiesta a punta de chiflidos, o tocando las palmas, o golpeando las tapas de dos ollas, o aporreando un taburete.

Parte del encanto de estos músicos es su capacidad de crear melodías en forma colectiva, como amigos, como familia. Se cuadran formando un círculo o un arco para poder verse las caras mientras tocan.

El porro es el hermano Caribe que Colombia le regaló al jazz. Sus músicos, aparte de manejar un sentido montaraz de la métrica, se caracterizan por su gran inventiva.

Como son diestros en la improvisación, siempre que tocan una canción la renuevan, le introducen acordes diferentes. El porro, entonces, viene a ser mutante como las aguas del río de Heráclito: así como nadie se baña dos veces en el mismo río, ellos no tocan dos veces el mismo porro.

La versión de “María Varilla” que entonaron ayer por la madrugada estuvo dedicada al periodista Juan Gossaín, personaje homenajeado en esta edición del Festival del Porro de San Pelayo.

Antes de que existiera este festival, San Pelayo no figuraba en el mapa.

Era una lejura invisible para el poder central. Los habitantes se hicieron oír en el resto del país a punta de música. Con la música atrajeron a la televisión, a los periodistas, a los saltimbanquis de feria, a los bailarines. A todo el mundo.

Cuando se acabe el festival volverán a ser desatendidos en esta Colombia ingrata donde los gobernantes solo buscan a los pobres para bailarse sus fiestas. Pero eso sí: a los pelayeros les quedará su música para elevarse por encima de tanto olvido.