¡TEN CONFIANZA! ¡LEVÁNTATE!
Las sanaciones de invidentes obradas por Jesús y narradas en los evangelios –como en Marcos 10,46-52– tienen un significado que va más allá de la curación física. Uno de los signos de la salvación que, según los profetas del Antiguo Testamento, realizaría el Mesías prometido, descendiente del rey David, era hacer ver a los ciegos.
Por eso en varias profecías, como la de Jeremías 31, 7-9, los invidentes aparecen como beneficiarios de la acción salvadora de Dios, junto con otras personas que tenían algún impedimento para emprender el camino hacia Jerusalén después de la liberación del destierro en Babilonia, cantada por el Salmo 126. En su significado más profundo, los ciegos somos quienes necesitamos que Dios nos ilumine, liberándonos de la oscuridad espiritual para reconocer el camino que nos lleva a la verdadera felicidad.
Ante la súplica del ciego Bartimeo (“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”), el relato muestra dos reacciones sucesivas de la gente. La primera es de molestia: muchos lo reprendían y le decían que se callara. La segunda, producida por Jesús mismo al mostrar su compasión, es de solidaridad: “¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!” De esta manera Jesús se manifiesta como quien “puede compadecerse de los ignorantes y los extraviados” (Hebreos 5, 1-6).
Jesús nos llama para realizar en nosotros milagros que son posibles si tenemos fe en su poder, y parte de esta fe es levantarnos y desprendernos de lo que nos estorba para acercarnos a Él, como lo hizo Bartimeo cuando “tiró su capa”.
Luego de sanarlo, Jesús le dice a Bartimeo: “vete, tu fe te ha salvado”. No es una despedida, sino una invitación: anda, no sigas ahí postrado, ya puedes emprender el camino. Y Bartimeo emprende con Jesús el camino hacia Jerusalén, signo de nuestro camino hacia la felicidad eterna, que tendrá que pasar por la cruz para culminar en la resurrección.
Jesús está siempre dispuesto, si nos reconocemos necesitados de salvación, a liberarnos de la ceguera que nos impide reconocer y emprender el camino hacia la felicidad. Dispongámonos con fe a ser sanados por Él de nuestra ceguera espiritual, y a seguirlo por el camino que nos muestra al abrirnos los ojos para reconocerlo, especialmente en los momentos de oscuridad.