Santa Teresa de los Andes
Chile, país donde vivo hace ocho meses, conmemora este mes el centenario de la muerte de su primera santa. Ella es Teresa de los Andes, una jovencita que se hizo religiosa carmelita y murió cuando llevaba solo 11 meses en el convento y tenía 19 años de edad.
Quise escribir sobre ella porque me sorprendí cuando leía en su biografía la sintonía que hay con el tiempo actual. Ella murió de tifus y difteria cuando el mundo enfrentaba la gripe española y justamente una de sus motivaciones para entrar al Carmelo fue ver que algunas hermanas habían muerto de esta enfermedad y ella quería ocupar su lugar.
Su nombre de pila fue Juanita Fernández Solar y perteneció a una familia de la élite chilena. Sin embargo, por algunos malos negocios de su padre Miguel, tuvieron que rematar una hacienda que tenían y adoptar un estilo de vida más modesto.
Juanita era la cuarta de seis hijos y como dicen sus biógrafos, no nació santa. Tenía un carácter fuerte, una tendencia a la pereza y también a la vanidad. Era susceptible, quebradiza, todo la hacía llorar, le hacían bullying, y muchas veces no sabía defenderse. Pero el sumergirse en la vida de oración le dio mucha fuerza y la hizo dueña de sí.
Era una persona de buen corazón, preocupada por los demás, una amiga fiel y leal. Iba con su madre a visitar a los más necesitados y cuando pasaba vacaciones en el campo o en la playa, siempre hacía misiones y catequesis con los niños más pobres.
Llegó para Juanita el día esperado: el 7 de mayo de 1919 ingresó a la orden del Carmelo. Y aunque era una joven aspirante, tenía una fe muy madura. Sus biógrafos dicen que ella ya vivía la espiritualidad carmelita desde su casa por la manera generosa y abnegada en que se entregaba, por la fineza de su espiritualidad y la profundidad de sus escritos.
La joven religiosa se ofrecía para hacer los trabajos domésticos más difíciles sin ninguna queja. Estaba feliz en el Carmelo, lo llamaba “mi cielito” y estaba convencida de que con su oración podía hacer mucho bien.
En Semana Santa comenzó a sentir altas fiebres y una vez celebrada la Pascua cayó en cama para no levantarse más. Le fue diagnosticado Tifus. Teresa murió el 12 de abril de 1920.
Y aunque muchos piensan que una religiosa de claustro no hace nada por el mundo, esta santa ha tenido una gran fuerza misionera y su testimonio ha llevado a muchas personas a Dios en el último siglo. Ha dejado un bellísimo legado en sus cartas y su diario que elevan el espíritu y aumentan la fe de quien las lea con disposición de corazón. El santuario donde yacen sus restos es un lugar de oración y recogimiento al cual van miles de chilenos. En octubre unos 100 mil jóvenes caminan 30 kilómetros en peregrinación.
Las palabras de Santa Teresa de los Andes tienen hoy una tremenda actualidad: “Cuando el peso de la cruz nos agobie, llamemos a Jesús a nuestro auxilio. Él marcha adelante y no se hará sordo a nuestro gemir. A pesar de sus dolores en el camino al calvario, consoló a las santas mujeres; ¿por qué no nos ha de confortar? ¿Acaso Jesús no está allí en el tabernáculo para alentarnos?”, escribió en una de sus cartas.