Columnistas

Rubens y el retrato de mujer

01 de julio de 2019

Uno de los retratos más bellos del maestro holandés Rubens es uno de su segunda esposa, Helena Fourment. Helena tenía 16 años cuando se casó con el pintor de 56. A pesar de la diferencia de edad formaron una familia idílica que ha quedado inmortalizada en varias obras. Una de ellas el retrato de Helena de 1836-38, desnuda, envuelta en una capa de piel, visibles sus pechos y parte de sus piernas. La pose, la mirada, lo poco que la piel cubre a Helena logra una de las obras más sensuales de la historia del arte. Es un retrato sobre la intimidad, sobre la admiración. Rubens, maestro de temas mitológicos y políticos, desde el Juicio de París hasta el desembarco de María de Medici en Francia, también supo pintar en un retrato la expresión de su amor más profundo.

La profundidad de este retrato de Rubens, y de otras de sus obras, es que sus mujeres no son lo que hoy consideraríamos una mujer perfecta. No son flacas. No son mínimas. Al contrario. Rubens lograba hacer de la mujer algo inmenso. Claro que el canon de belleza era distinto en aquella época. Aunque no dejaba de ser como el de hoy, impuesto por la mirada masculina. Pero precisamente, como mujer, en aras de pensar en la construcción de una imagen propia, que salga de nosotras, este cuadro me ha cautivado siempre y me ha parecido un punto de partida maravilloso.

El arte. El gran arte, funciona muchas veces como espejo. Es el que te toca la fibra más profunda y te pone a dialogar con el autor sobre aquello que no sabes cómo contarle a nadie a más. Cuando veo este cuadro, veo la batalla de mi propia sensualidad. La que durante tanto tiempo ha estado escondida por una visión de la mujer, de la belleza que me fue impuesta, que no escogí.

Cuando daba clases de historia del arte la clase que más motivaba a mis alumnas era la de arte y feminismo. No era una clase feminista al extremo, sino que veíamos cómo la historia del arte construía la imagen de la mujer época tras época y en cada faceta desde la maternidad hasta la sexualidad. Íbamos descubriendo las claves y las carencias de nuestra propia identidad. ¿Quién decidió qué nos hace bellas? ¿No debemos ser nosotras? ¿Se reduce a nuestros cuerpos?

La Helena de Rubens aunque pintada por un hombre, atada a las convenciones de la época, me cautiva porque es tan directa y honesta. Es una mujer que se atreve a desnudar no sólo su cuerpo, sino su esencia más profunda. Y resulta interesante que lo haga un hombre, su esposo. Al final esto no puede ser una lucha, sino un diálogo, en el que cada quién define quién es. Para mí eso es libertad. Este no es un retrato de la esposa de Rubens. Es el retrato de una mujer que es más que cuerpo. Es un ser humano. La cúspide de la belleza.

La Imagen en Instagram: @claraluisamachado