Columnistas

¿Para qué los libros?

10 de diciembre de 2015

Hace poco vi en internet una discusión interesante sobre una pregunta que por años a mí también me ha dado vueltas en la cabeza: “¿Para qué los libros?” La moderadora empezó recordando esa canción interpretada por Los Médicos o Los Ayer’s que se hace la misma pregunta “¿para qué los libros, para qué Dios mío, si este amargo libro de la vida enseña que el hombre es un pobre pedazo de leña...”. Obviamente esa canción era un pretexto para darle vida a una inquietud que, en realidad, no tiene mucha importancia, después de todo, a los libros no deberíamos pedirles nada.

Tal vez esa pregunta pragmática que ciertos financieros hacen cada que las personas del mundo de los libros van a pedir plata para realizar un proyecto, es lo primero que tendría que eliminarse. ¿Para qué los libros? Para nada, debería ser la respuesta, leer apenas es un placer, un lujo que, por alguna razón, algunos no quieren darse en esta vida.

Sin embargo, así no les debamos pedir nada a los libros, los libros sí abren misteriosamente una puerta a la cultura que poco a poco transforma sociedades, y la cultura, como leí hace poco en una entrevista que le hicieron al escritor Enrique Vila-Matas, un hombre consumido y habitado por el mal de la literatura, “intensifica el sentimiento de estar vivo, te permite encontrar algo interesante en cualquier lugar, incluso en un grano de arena del desierto”.

Si recuerdo bien, esta charla sobre los libros hacía parte de un evento donde se discutía el plan de lectura de Medellín 2015-2020. Y claro que me parece importante que el país y cada municipio tengan planes de lectura, los discutan en espacios abiertos y tengan el propósito de llevar libros a todos los pueblos, pero me alegro más cuando aparecen personajes como el ya famoso profesor Luis Humberto Soriano y su biblioburro o como José Alberto Sandoval, un hombre que en su oficio como conductor de un carro de la basura en Bogotá, vio la cantidad de libros que botan en el norte y empezó a guardarlos en su casa, ahora tiene tantos que quiere diseminarlos por todo el país.

Apenas leí la historia de Sandoval, no pude dejar de pensar en ese libro de Bohumill Hrabal, “Una soledad demasiado ruidosa”, donde aquel hombre que se dedica a prensar los libros y hace selectas balas de papel, describe hermosamente el acto de leer. “(...) De hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no solo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos”.

Después de releer ese párrafo vuelvo y me pregunto: ¿Para qué los libros? Y entonces pienso que, por fortuna, los libros no sirven para nada y me pongo a leer.