NO A SER SERVIDO, SINO A SERVIR
Los primeros discípulos de Jesús confundieron inicialmente a su Maestro con un líder que no sólo los libraría de la dominación romana que padecían, sino que además les daría a ellos, sus elegidos, una cuota importante de poder en el “reino” que les había dicho que venía a establecer.
Por eso, para que se bajaran de esa nube, Jesús les anunció lo que verdaderamente implicaba el cumplimiento de su misión como Mesías (Marcos 9, 30-37): entregar totalmente su vida como consecuencia de solidarizarse hasta lo último con los pobres, los oprimidos, las víctimas de la injusticia y la violencia.
Y cuando sus discípulos discutían quién de ellos era el más importante, Jesús les dice: “el que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos” ¿Cómo? Pues disponiéndose a ser servidor en lugar de dominador. En otros pasajes evangélicos paralelos al de Marcos (los de Mateo y Lucas), Jesús añade: “porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida”.
Esta actitud de servicio nos conecta con la imagen del servidor que entrega su vida, anunciado seis siglos atrás en el libro de Isaías, y con la del justo descrito unos cincuenta años a. C. en el libro de la Sabiduría, que por solidarizarse con las víctimas inocentes de la injusticia les resulta incómodo a quienes obran el mal.
Los pobres, los humildes, los sencillos, son simbolizados en los Evangelios con la imagen del niño que necesita el cuidado amoroso de sus padres. Este es el sentido de la frase de Jesús que dice: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”. En otras palabras, acoger al desvalido es acoger a Jesús mismo, y por lo mismo al Dios verdadero que quiere a todos sus hijos como un padre amoroso o una madre amorosa.
Pidámosle entonces un corazón dispuesto siempre a amar y servir preferentemente a los necesitados, para que así podamos ser verdaderamente felices al participar en el reino de Dios que Él vino a establecer: un reino de amor, de justicia y de paz.