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“MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO...”

26 de noviembre de 2018

Jesús había proclamado con hechos y palabras la cercanía del “reino de Dios”. Al decir “Dios” se refería al que llamaba “mi Padre” y a quien había enseñado a sus discípulos a decirle “Padre nuestro”, “venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Él mismo, Dios hecho hombre, fue la encarnación de ese reino de Dios que es el poder del Amor.

En el relato de la pasión según san Juan (18, 33-37), dirigiéndose a Pilatos para responderle a la pregunta sobre si es rey, Jesús le dice: “Mi Reino no es de este mundo”. En el lenguaje de Juan, “mundo” significa cuanto se opone al proyecto salvador de Dios. Por eso la frase “mi Reino no es de este mundo”, en lugar de ser entendida como referente a un reinado etéreo sin nada que ver con las realidades humanas, tiene que comprenderse en su auténtico sentido. Jesús había predicado que el Reino de Dios es de quienes tienen hambre y sed de justicia y construyen paz, es decir, a quienes procuran contribuir a que todos convivamos sin que nadie domine u oprima a los demás, como suelen hacerlo los poderes de este mundo. Él quiso evitar que se le confundiera con los poderosos del mundo, no dejándose proclamar rey (Juan 6, 15), y les dijo a sus discípulos que, siendo el Señor, no vino a ser servido, sino a servir. Por eso su Reino no es un poder terrenal, sino la soberanía del Amor en su sentido completo.

Y a la nueva pregunta sobre si es rey, responde afirmativamente agregando que vino al mundo “para dar testimonio de la verdad”. Esto concuerda con el Apocalipsis (1,5-8) que llama a Jesucristo el “Testigo fiel”: aquel que dio un testimonio transparente del proyecto creador y liberador de Dios. Además, Jesús estaba diciendo que la pretendida soberanía universal del emperador, que exigía ser adorado como dios, era una mentira soberana. Nadie tiene derecho a dominar a los demás considerándolos inferiores. Dispongámonos por tanto a reconocer efectivamente la soberanía de Cristo, para que sea Él quien reine en nuestra vida y en nuestras comunidades con el Poder del Amor, que es lo que significa “el Reino de Dios”.