Lo que nunca podemos olvidar
“Lizcano, alístese que nos vamos. ¡Ah!, y sepa que no puede llevar tanto libro. Tenemos que ir livianos por si hay alguna emboscada del Ejército”. Esa fue la sentencia que Jofrey, uno de mis carceleros durante el secuestro —2000 al 2008—, me dijo antes de emprender marcha por la selva del Chocó. La escena se dio después del cambio de presidencia de Andrés Pastrana. El giro político que prometió Álvaro Uribe contra las Farc, tuvo ese aislado efecto: tuve que abandonar lo que tanto apreciaba y me ayudaba a aliviar la soledad: mis libros
Cuento de nuevo esto porque recientemente he visto varios documentales sobre la cotidianidad de los guerrilleros tras el proceso de paz. Los veo tranquilos, algunos leen un libro y otros recorren con parsimonia el campamento. Me asombran las dotaciones y construcciones de esos lugares, pues nunca llegué a ver algo así durante mi secuestro.
Esa tranquilidad es consecuencia del proceso de paz. Sin embargo, vale la pena recordar cómo llegamos hasta aquí. Sin duda, la llegada de Uribe a la presidencia —2002 a 2010—, trasformó las dinámicas ofensivas de la guerrilla. Me lo dijo un guerrillero con 27 años en la guerrilla: “este carrerón que estamos pegando es por culpa de ese señor (Uribe)”.
Las políticas de Uribe se sintieron en las tropas. No solo de las Farc, sino también de otros grupos guerrilleros. Cuando llevaba seis años secuestrado, mi familia fue también víctima de extorsión y de otro secuestro, el de mi hijo Juan Carlos. El responsable fue un grupo disidente del EPL que operaba en Quinchía.
Las fuerzas militares lograron salvarle la vida a Juan Carlos y recuperar, después de 25 años, la tranquilidad en esa región, pues se dio la desmovilización total de ese grupo. Por eso y el apoyo durante mi secuestro, mi familia y yo le tenemos eterna gratitud al expresidente Uribe.
Faltan pocos días para que culmine este año. Precisamente, ello motiva esta columna. El 2016, a pesar de ser un tiempo convulsionado, será recordado como el año de la paz, gracias al proceso de negociación con las Farc. Sin embargo, los colombianos y en especial las víctimas, nunca podemos olvidar que esa guerrilla se vio obligada a negociar debido al debilitamiento originado por el gobierno de Uribe.
Alfonso López Michelsen —presidente entre 1974 y 1978— dijo: “uno debe negociar con el enemigo débil”. El proceso de paz que lideró Santos se dio en una coyuntura histórica privilegiada. Su gobierno la supo aprovechar.
Con la mirada puesta en el futuro del país, me atrevo a decir que en el camino de paz que se viene —que no será fácil—, Uribe y Santos tendrán un honroso lugar. Y no creo que el hoy senador esté alimentando la guerra; creo que tiene diferencias con la implementación; y no por ello hay que dejar de ser optimistas frente a lo venidero.
Sí, se vale decirlo: en este 2016 el conflicto armado con las Farc paró. Es una realidad.