Columnistas

La integridad es la clave de la felicidad

19 de julio de 2015

Estamos viviendo un momento histórico de inmensos y rápidos cambios en el que, gracias a los excepcionales avances en la tecnología, hemos experimentando un proceso de globalización que ha llevado a que se superen las barreras de espacio y tiempo, por lo que todos somos parte de una misma “aldea global”. Como resultado, se han universalizado los gustos, las normas, las costumbres y se ha generalizado la cultura difundida por los medios y, con ella, lo bueno y lo malo que tienen para ofrecer todos los pueblos. Esto ha llevado a que en la posmodernidad residamos en países sin fronteras y nos beneficiemos de los progresos de la ciencia y la tecnología mientras que padecemos los efectos de la contaminación ambiental que nos ha dejado la industrialización, la pérdida de la identidad nacional resultante de crecer en un mundo unificado por los medios de comunicación y las funestas consecuencias de una cultura infectada por la polución ética.

Lo grave es que no estamos conscientes y por lo mismo no nos estamos protegiendo pero sí impregnando.

No hay duda que la travesía de nuestros hijos de la infancia a la mayoría de edad ya no es por las aguas tranquilas del pasado, en las que el mal siempre existió pero les era ajeno a los niños. Hoy sus familias navegan al son de una marea convulsionada por la inmoralidad y la violencia, en la que transitan sometidos a la incertidumbre de la confusión hacia un destino incierto.

Lo que no nos hemos dado cuenta los padres es que, dentro de la filosofía de vivir para gozar, creyendo que de eso se trata la felicidad, les damos tantas cosas y privilegios a los hijos que hemos acabado con su entusiasmo y su capacidad de asombro, sentimientos que son indispensables para que sean felices.

Así, en una sociedad en crisis, en la que impera el relativismo moral y cada uno obra de acuerdo a su conveniencia, es más urgente que nunca la formación de una sólida estructura ética y moral, es decir, un buen carácter, en las nuevas generaciones. De la solidez de su estructura moral, de la calidad de sus convicciones y de su fortaleza de carácter depende, en buena medida, el rumbo que tome su vida.