Honestidad intelectual, una forma de construir el mundo
La gente que me conoce sabe que me gusta utilizar la expresión “intelectualmente honesto”. Muchas veces me he encontrado en situaciones en las que las personas por alguna razón -las motivaciones son diferentes para todos nosotros- carecen de la capacidad de actuar en base en la buena fe y de buscar el mejor resultado para todas las partes. Me gusta la expresión porque creo que, sobre todo cuando estamos en condiciones de influir en la toma de decisiones o informar a las personas, es una cualidad importante y va mucho más allá de las obligaciones legales o administrativas. Alguien me preguntó alguna vez dónde había oído o aprendido la expresión. Sin recordar dónde ni cuándo, tuve la curiosidad de buscarlo y descubrí que en realidad se puede definir como un método de resolución de problemas (que, siendo intelectualmente honesto, no conocía); como metodología puede ser caracterizado por: presentar hechos de manera imparcial; no omitir intencionalmente hechos que contradigan la propia hipótesis; o no dejar interferir las creencias personales o políticas en la búsqueda de la verdad. Aunque esto parece casi obvio y muy racional, no lo es necesariamente; en realidad, me arriesgaría a decir que, como humanos, muchos de nuestros comportamientos se basan en la toma de decisiones desde lo irracional, sea intencional o no. Ahora, cómo mantener la honestidad intelectual cuando otras personas no actúan en consecuencia, eso es otra parte de la curva de aprendizaje que nos da la vida.
Durante esta semana estaba en una reunión virtual con algunos amigos y, como siempre, terminamos conversando sobre muchas cosas, tanto personales como profesionales. Discutimos cómo ciertos atributos e intereses que las personas comparten son un terreno común para vincularse. Pensé en esto por un tiempo y, curiosamente, terminé identificando tres cosas comunes que compartimos: autoexigencia, esperanza y amaabilidad. Y siendo intelectualmente honesto, estos son rasgos que generalmente comparto con la mayoría de las personas con las que tengo relaciones cercanas. Lo curioso es que cada uno de estos rasgos puede tener diferentes sabores: por ejemplo, para mí la autoexigencia se trata de ser mejor cada día, pero para los demás puede tratarse de ser perfeccionista; para algunos, la esperanza es una visión de un mundo mejor, mientras que para otros es simplemente creer en los demás; y la amabilidad puede ir desde un saludo cordial hasta ayudar a las personas porque, bueno, si lo necesitan. Y es la combinación de las diferencias, entre los puntos en común, lo que enriquece las discusiones y es una de las mejores formas de generar confianza y desarrollar bases sólidas entre las personas.
Si tuviera que ser intelectualmente honesto, la honestidad intelectual es un trabajo duro: requiere resistencia, paciencia y comprensión. También requiere una autoconciencia -entre otras cosas, la capacidad de reconocer errores y crecer con el aprendizaje de los mismos- muy desarrollada, una característica clave en nuestra capacidad para liderar y ser guiados, para construir relaciones y trabajar juntos para alcanzar metas compartidas. Pero sobre todo, depende de decisiones y compromisos individuales. Afortunadamente para nosotros, todavía hay personas y líderes que creen en cosas más grandes que ellos mismos y son intelectualmente honestos sobre sus propios fines.