¡Gratitud!
Desde mediados de la década pasada el autor de esta columna ha tenido la oportunidad de expresar su opinión sobre diversos aspectos asociados con el desarrollo de la agricultura y el desarrollo rural del país.
En su momento, fue Ana Mercedes Gómez Martínez quien, como directora del periódico EL COLOMBIANO, tuvo la gentileza de invitarme a ser parte de la nómina de columnistas del diario. Más adelante, Martha Ortiz Gómez, actual directora, tuvo a bien mantenerme en dicha condición.
Sin duda, a ellas dos les debo la posibilidad de haber mantenido, hasta el día de hoy, una columna de opinión especializada en un tema particular de gran importancia para el devenir del país y el futuro de la humanidad.
No obstante el papel crucial que la agricultura desempeña en el desarrollo económico y social de los países, en Colombia, comenzando el siglo XXI y siendo esta una nación rica en recursos naturales, dicho sector presenta un récord de crecimiento muy pobre frente a sus potencialidades y al desempeño de sus pares latinoamericanos.
Esto es, en muy buena parte, producto del inadecuado y deficiente marco de políticas e instituciones para el desarrollo de la agricultura y los territorios rurales que ha prevalecido durante las últimas décadas.
Lo anterior ha implicado que el sector agropecuario haya perdido, aceleradamente, participación en el PIB, que el suelo con vocación agrícola se subutilice y que continúe la destrucción de los bosques, la biodiversidad y las fuentes de agua.
Paralelo a ello, y a falta de la generación de oportunidades, los habitantes del campo han debido migrar hacia las ciudades y, los que aún permanecen allí, deben enfrentar, en la mayoría de las regiones, serias deficiencias en materia de condiciones de vida. No es extraño, entonces, que la pobreza rural sea muy superior a la urbana.
A través del tiempo, y en virtud del mencionado marco, se ha configurado, en la agricultura y en los territorios rurales colombianos, una gran paradoja, pues en medio de la riqueza y los potenciales naturales se ha tenido un desarrollo muy limitado en lo económico, poco esperanzador en lo social y nada sostenible en lo ambiental.
Frente a estos hechos, en la columna se presentaron análisis y puntos de vista sobre la problemática enfrentada, las iniciativas gubernamentales emprendidas y las visiones, las políticas y los desarrollos que alternativamente se podían implementar, todo con el propósito de aportar a la discusión y de hacerles un llamado a los hacedores de políticas y a los actores del sector agropecuario y rural para corregir el rumbo y, de esta forma, hacerles justicia a nuestros potenciales de desarrollo y, en especial, a los habitantes del campo que se merecen un mayor nivel de bienestar y un mejor futuro.
Me despido de los lectores de la columna, agradeciéndoles sus mensajes y comentarios. Ellos ayudaron a no desfallecer en los momentos de frustración. De igual manera, debo expresarle mi gratitud a Maite Fonnegra González por su apoyo incondicional en materia editorial que, desde mitad de los noventa, me ha brindado en diversas iniciativas profesionales.