Columnistas

EL VIEJO MUELLE

23 de julio de 2018

He venido a Puerto Colombia en busca de la historia de Álvaro Cepeda y su novela “La casa grande”. En 1960, él escribió aquí ese libro, desesperado, pensando que iba a morir de tuberculosis. Meses más tarde, cuando ya lo había terminado, el médico ―que lo envió a recluirse en una vieja casa junto al mar y le prescribió tomar leche a mañana y tarde―, descubrió que su diagnóstico era equivocado.

Estoy de cara al mar Caribe, viendo las ruinas del viejo muelle, muy cerca de la casa donde acabó el libro. El muelle parece una serpiente gigantesca, herida y a punto de hundirse en el mar. Hasta la primera mitad del siglo XX, este fue el único puerto moderno que tuvo Colombia. También fue la puerta de nuestro país al resto del mundo, cuando todavía los aviones no existían y el comercio internacional tenía que hacerse en forma obligada usando ferrocarriles y barcos movidos por la fuerza del vapor.

El viejo muelle fue construido en 1888 por el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, quien también construyó el antiguo Ferrocarril de Antioquia. El camino de hierro que Cisneros trazó cruzando selvas, ríos y montañas puso fin al aislamiento de siglos de Antioquia y unió a Medellín con el resto del mundo. Como casi todo gran sueño, el de Cisneros también fue considerado imposible cuando clavó sobre la tierra los primeros rieles, entre Puerto Berrío y la estación Malena, en tiempos del gobernador Pedro Justo Berrío.

Para mí, que llegué hasta el mar viniendo de un pueblo llamado Cisneros, también perdido entre las montañas de Antioquia, fue una sorpresa encontrar en la plaza de este otro pueblo un busto suyo, sin nombre, sepultado bajo una capa de pintura dorada. Cuando vi su bigote, me dije que no podía ser sino él. Entonces me puse a averiguar su historia. La gente me contó que Cisneros, con sus ingenieros, fue quien fundó el caserío y le dio el nombre de Puerto Colombia. Aquí, en 1888, por encargo del gobierno nacional, él clavó en el fondo del mar el último pilote de este viejo muelle. También construyó el Ferrocarril de Sabanilla, que unió a Barranquilla con el nuevo puerto.

La técnica que usó Cisneros fue ingeniosa: clavó en el lecho del mar pilotes de madera embadurnados de brea y encima construyó una rampa de más de 729 metros de largo. Pilote tras pilote, el viejo muelle brotó de las aguas como un largo gusano. En 1923, la estructura de madera fue reforzada con pilotes de concreto y alcanzó los 4.300 pies de largo, por lo que fue catalogado en esa época como el tercer gran muelle del mundo.

El muelle funcionó a pleno vapor hasta 1930, cuando empezó a construirse el nuevo canal artificial de Bocas de Ceniza, y fue reemplazado por el nuevo puerto de Barranquilla, cerca de la desembocadura del río Magdalena. Desde entonces, el viejo muelle fue abandonado. Luego, empezó a caerse a pedazos.

La novela de Cepeda partió en dos la historia de la literatura colombiana del siglo XX. El mar Caribe partió en dos el viejo muelle de Puerto Colombia. Hoy los restos de su osamenta, partida en dos, calcinados por la sal y las olas, todavía se mantienen en pie como un testigo silencioso de la desidia de un país que desde hace muchos años vive de espaldas a su pasado y abandonó los ferrocarriles y los puertos que se demoró construyendo casi dos siglos. Esta es Colombia, pienso, con un nudo en la garganta, mientras veo desde las orillas del mar Caribe el viejo muelle partido en dos, y la gente baila y suena la pólvora y ondean las banderas tricolores en las fiestas del 20 de julio que celebran nuestra independencia.