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El vicio inútil de pensar

Razonar, argumentar, dudar, son dedicaciones eliminadas de las agendas públicas y privadas. A mis colegas con formación filosófica se les caricaturiza.

29 de enero de 2023

Pensar es un vicio inútil en ciertas sociedades inciertas. La filosofía, la psicología, la ciencia política y otras disciplinas humanas están proscritas, se les ridiculiza y relega a la condición de distracciones improductivas. A sus profesionales se les descalifica y se les despoja del derecho al trabajo y a participar en discusiones importantes. La ministra de Minas puede equivocarse, contradecirse, lo que sea, pero el solo hecho de tener un doctorado en filosofía ha sido suficiente para que sus críticos la menosprecien. Razonar, argumentar, dudar, son dedicaciones eliminadas de las agendas públicas y privadas. A mis colegas con formación filosófica se les caricaturiza. Cómo así que piensan, en un país maleducado, carente de la noción de sentido común, que no sabe qué es la sindéresis ni para qué sirve, incapaz de distinguir entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo diurno y lo nocturno.

Universidades respetables se esfuerzan por dotar a sus estudiantes de bases humanísticas y sociales, válidas para todas las áreas del saber. Trátese de profesionales en ciencias puras o aplicadas, en tecnologías innovadoras, en informática y otras ingenierías, el plan de estudios comienza con elementos serios de ética, filosofía, historia, ciencias políticas y jurídicas, etc. Cuando terminen, se sabe que los filósofos, los politólogos y los psicólogos, por ejemplo, afrontarán dificultades para conseguir empleo y no percibirán sueldos comparables con los de otros egresados. Es otro motivo para que esta nación sobresalga en el ranquin mundial de la desigualdad. No es raro que a una ministra la traten como inferior por ser filósofa. Tampoco lo es que se explote en términos laborales y salariales a jóvenes muy inteligentes, dueños de una capacidad reflexiva y discursiva impactante, pero dedicados a tareas que no permiten conseguir dinero.

Cuando la pensadora norteamericana Martha Nussbaum habló en Medellín hace algunos años, nos impresionó y volvió a convencernos a sus lectores de libros como El cultivo de la humanidad, por su defensa de las ciencias humanas y sociales, venidas a menos en tiempos del jinete apocalíptico de la ignorancia. En síntesis, sostiene que la finalidad de la educación universitaria es “crear una comunidad de personas que desarrollen el pensamiento crítico, que busquen la verdad más allá de las barreras de clase, género y nacionalidad, que respeten la diversidad y la humanidad de otros”. Que enseñen el derecho y el deber de pensar y ayudar a pensar, para que renazcan la sindéresis y el sentido común y no prospere el imperio de los tontos, del gobierno o de la oposición. A eso debería apuntar la reforma que prepara el ministro de educación.

¿Capitularemos ante el dominio hipnótico de la inteligencia artificial? Me descrestó el programa Chatgpt, del que escribiré luego. Pero qué susto, si le delegamos la facultad de pensar a un recurso tecnológico informadísimo pero incapaz de llenar el tremendo vacío valorativo y distinguir entre el bien y el mal.