EL TELETRÓFONO, UNA RELIQUIA DEL SANALEJO
Si el verdadero inventor del teléfono fue el italiano Antonio Meucci, no Alexander Graham Bell, debería conservarse el nombre original, teletrófono, que aquel le puso a ese artefacto que hoy en día se llama sólo el fijo y que yace, no reposa, en el sanalejo, el cuarto útil de las casas, porque se volvió inútil y hasta los operadores autorizados han forzado su entrada en desuso y su paso al olvido en el mismo arrume de antiguallas museales del Diccionario como el taburete, la percha, la cómoda y el escaparate.
Instalar teléfono era un signo de distinción en el decenio de los cincuentas, aquí en Medellín. Hubo tal demanda en aquel entonces que muy pronto se pasó de los cinco a los seis dígitos y había que advertir que “con el 4 adelante”, mientras en los pueblos seguía funcionando mediante una señorita operadora, que, por su importancia, figuraba entre las autoridades locales.
Pero al electrófono de Meucci, es decir al teléfono de Bell, le pasó lo mismo que al telefax. Quedó arrinconado por innecesario. Aquel aparato que imperaba en casas y oficinas con todas las sofisticaciones tecnológicas posibles, fue superado en facilidad de costos, complejidad de servicios, movilidad y comodidad, por el infaltable celular. La sola posibilidad de las videollamadas es un prodigio. Poder verse con alguien que viva en las antípodas o en el barrio vecino es una maravilla que soñábamos con que se propagara, hace más de treinta años, cuando conocimos el videoteléfono en una feria de innovaciones que hubo en el Palacio de Exposiciones. “Cuando esto lo comercialicen me endeudo como sea, pero lo consigo”, pensé. Para saber que ver al interlocutor lejano ya dejó de ser tanta gracia y participar en reuniones virtuales es tarea de cada jornada.
La caducidad del teléfono fijo ha sido precipitada por el presunto robo de alambres de cobre, que ha incrementado el uso de celulares y por el paso de la telefonía tradicional o analógica a la digital, que recomiendan los técnicos cuando al fin y después de mucho insistir hacen sus visitas para revisar daños, por lo regular en horas en que la familia todavía está en piyama. Pero esa telefonía incorporada a la internet está por inventarse o mejorarse. El teléfono, que ya debe ser inalámbrico, no suena ni se usa para hacer llamadas. Diría que es más útil el sistema de moda de call centers, instrumentado, creo, para despistar usuarios, hacer perder tiempo repitiendo menús y oír por la fuerza promociones y piezas musicales espantosas hasta que aparezca el letrero arbitrario de “llamada finalizada”. Algún día, esos servicios inútiles correrán la misma suerte del teletrófono, es decir del fijo, que sólo sirve para adornar museos familiares .