Columnistas

El tamaño sí importa

09 de marzo de 2016

“Él [Donald Trump] siempre me ha llamado Marquito. Tengo que admitir que él es más alto que yo. Mide como 1.88, lo cual me impide entender por qué sus manos son como las de una persona de 1.58 de estatura”, declara Marco Rubio. El precandidato republicano remata: “¿Ustedes saben qué dicen sobre los hombres con manos pequeñas?”. La analogía reviste la sutileza de un ataque nuclear. Ni hablar de la sofisticación argumentativa.

Ayer, Sally Kohn, analista política de CNN, se preguntaba “¿Qué puede hacer Hillary Clinton al respecto?”. Si se abstiene de reírse, caería en la trampa de ser tachada como “feminista furiosa incapaz de aceptar una broma”. El precio lo pagaría en votos. Si accediera a reír, la presión social perpetuaría el problema: “Los hombres son quienes imponen los términos de cuál es el discurso aceptable”, subraya Kohn.

La situación rebasa el ataque personal. Una falta de cálculo de Rubio reforzó el discurso excluyente (y exitoso) de Trump. El machismo está lejos de ser propiedad exclusiva del tercer mundo.

Es fácil coincidir con Kohn: no es chistoso que los candidatos vuelquen el debate sobre el tamaño de su pene como tampoco lo es “la forma en que las mujeres en la política y en la sociedad son escrutadas y juzgadas con más dureza que los hombres”.

Aunque algunos censuran la excesiva corrección política de Hillary Clinton, es preciso reconocer su habilidad (y la de sus asesores) para desarticular el lugar común. Basta recordar su actitud ante los medios en el caso Mónica Lewinsky (compárense las respuestas de Marcela Pineda, esposa de Carlos Ferro, con las de Clinton en su momento).

Siempre será fascinante la oportunidad política que, en el espectro de lo público, plantean los discursos excluyentes.

Quien es asumido por la opinión pública como un “político controvertido” o un “absoluto tonto” no es más que un premeditado producto mediático (provoca llanto, indignación, ira... ¡carcajadas!). Mientras el planeta se desvela ante la posibilidad de que un coloso de la geopolítica quede en manos de un analfabeta disfuncional del tamaño de Donald Trump, Hillary Clinton enfrenta una coyuntura perfecta, como pocas veces sucede, para una mujer en la política.

Desde una perspectiva menos ruidosa:

En ‘La viuda y el loro: una historia real’, Virginia Woolf narra la leyenda de una anciana, residente en Yorkshire, que dedica su vida a los animales. Después de recibir una notificación desde Sussex para reclamar la herencia de su hermano, la señora Gage pide dinero prestado para viajar. Al llegar, se percata de que el legado se limita a una casa en pésimo estado habitada por un loro “que se pasa el día encaramado a su percha como una estatua y, cada vez que te acercas a él, grita ‘No estoy en casa’”.

Finalmente, el pájaro parlanchín salva la vida de la señora Gage y la conduce al escondrijo de los tesoros del difunto. Era cuestión de saber interpretar las señales de la criatura.

Como la anciana del cuento, la señora Clinton está acostumbrada a vivir entre animales.