Columnistas

El principio químico del horror

21 de junio de 2017

¿Por qué el mal es más atractivo que el bien? ¿Qué tienen el miedo y el odio que no tenga al amor? La fascinación que ejercen las tinieblas parece no tener comparación con la pálida seducción de la luz.

Con ironía pero mucha razón afirmaba Chesterton que una novela sin muertos carece de vida. El cine de acción arrasa en taquillas porque acción equivale a disparos, persecuciones, trompadas y, claro, muertos. Sin sangre no hay paraíso.

Una explicación es que el mal produce vértigo y el vértigo es excitante de adrenalina. Las aguas mansas dan sueño, las cataratas por el contrario ponen a mil las potencias del cuerpo y espíritu.

En el fondo de este espectáculo químico está una de las esencias de la naturaleza humana. El hombre está hecho de materiales perecederos pero también de ansias infinitas. En sí mismo es una rebelión. Rechaza la muerte propia porque palpa en su espalda alas con avidez de astros.

La sucesión de siglos ha sido un despliegue de audacias conquistadoras. Se han extendido linderos terrestres y oceánicos, roto maneras antiguas de pintar, cantar y narrar, sanado lepras y epidemias, pulverizado récords deportivos, impulsado cohetes hasta los límites del sol.

Los protagonistas de hazañas conocen la soledad, el empeño y el trasnocho indispensables para adelantar cada milímetro. La hormona de la satisfacción les llega en dosis paulatinas a lo largo del proceso y al final del mismo cuando gritan ¡eureka!

Por desgracia estos campeones son minoría, privilegiados. La mayoría avanza en cambio por inercia cumpliendo a regañadientes con oficios de rutina, remunerados con migajas. Entonces se alucinan con el choque de adrenalina instantánea propiciada por el mal.

Pánico, rabia, guerra son disparadores de euforia que estimulan el sistema nervioso, aumentan la frecuencia cardiaca y respiratoria lo mismo que la reacción de huida o lucha. Sus resultados son masivos, infalibles, fáciles.

No es extraño, pues, que el infierno, las invasiones bárbaras, las culpas y pecados del cuerpo, el castrochavismo, la entrega de la patria, las cargas dinamiteras sean los argumentos de quienes controlan y quieren seguir controlando el destino público.

Un pueblo zarandeado por la seducción del horror es un cuadro adolorido. Es un desastre químico. Una abdicación de humanidad.