El miedo y las armas
Dime qué tan asustado vives y nosotros te diremos qué necesitas para sentirte tranquilo. Ese podría ser el lema de quienes se han enriquecido manejando los hilos ocultos de nuestros miedos.
Esos tipos se esmeran por crear entre nosotros lo que ciertos asesores influyentes denominan “percepción de inseguridad”. Para mantenernos en estado de sobresalto permanente utilizan como caja de resonancia a los medios de comunicación.
(Con la mano en el corazón, yo, que soy periodista, les digo que no hay manera de ver un telenoticiero nuestro sin entrar en pánico. En esos espacios siempre están robando a alguien, o matándolo, o golpeándolo, o por lo menos insultándolo.
Por eso el escritor George Faludy decía que los noticieros reproducen, en una sola noche, todo el horror que un romano habría visto en el coliseo durante el reinado completo de Nerón).
Los mercaderes del miedo entendieron que podían manipular esa debilidad manifiesta de los medios por la violencia. Sabían que sus editores suelen estar dispuestos a amplificar –a menudo sin contexto– cualquier suceso brutal o delictivo.
En principio lo hicieron a través de las estadísticas: restaron vidas allá para darnos a entender que hasta nosotros podíamos morirnos mañana, sumaron cadáveres acá para convencernos de que nos acercábamos de nuevo al cataclismo. Después el mundo se volvió digital y empezó a rendirles culto a las imágenes. Entonces las frías cifras ya no bastaban: se necesitaba una estrategia acorde con estos tiempos de desafuero tecnológico.
Aparecieron las cámaras de seguridad. Empezamos a ver imágenes de asaltos callejeros, de raponeos en los autobuses, de hurtos en los almacenes. Así, las empresas de seguridad hacían realidad aquello que en George Orwell había sido apenas una ficción: crear un gran ojo –el big brother– que vigilara a los seres humanos.
Hoy existen cámaras de seguridad por todas partes.
El círculo vicioso es perfecto: como sentimos miedo se nos da por vigilarnos con cámaras; como al vigilarnos con cámaras vemos los sucesos que nos atemorizan, sentimos más miedo. En este punto apelamos a las nuevas alternativas de protección que, según los jerarcas de la industria del miedo, van a salvarnos.
La tendencia predominante en el mercado son las llamadas “armas de letalidad reducida”: manoplas de acero para desfigurarle el rostro al agresor con una trompada, dispositivos en forma de teléfono celular que emiten descargas eléctricas paralizadoras, gases pimienta para enceguecer temporalmente a quien se acerque con malas intenciones.
Es lícito defenderse, ni más faltaba: el problema es que siempre se sabe cómo empieza la gente a armarse pero no lo que sucederá cuando ya esté armada. Resulta que en Colombia los delincuentes también compran esas armas, y luego atacan con ellas.
La Policía ha reportado el uso de pistolas de balines para romper ventanales y la utilización de tábanos eléctricos para paralizar a las víctimas de atracos. En lo que va de 2015, además, se han registrado más de 500 casos de lesiones personales ocasionadas con ese armamento de supuesta letalidad reducida.
Así que sigan comprando todas las manoplas de acero que quieran, pero tengan claro esto: mientras consideremos más seguro invertir en armas que en educación solo conseguiremos prolongar el miedo y la violencia.