EL JUEGO OCIOSO DE LOS RÁNQUINES
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Si no fuera por la duda sobre el sesgo político del ranquin de universidades que publicó la Ministra de Educación y por los efectos negativos que podría ocasionarles a las imágenes corporativas de varias instituciones universitarias en un entorno que está obsesionándose por la moda de las clasificaciones, diría que no hay que atribuirle tanta trascendencia a esa medición, controvertida con argumentos consistentes como los que he leído en el análisis del Observatorio de la Universidad Colombiana y en varios artículos, entre ellos el del exrector de la Nacional, Moisés Wasserman.
Las tablas de puntuación son imperfectas y variables. A los ránquines siempre les faltan elementos de medición. Acusan tendencia a uniformar sin que se respeten los criterios históricos, misionales, doctrinarios y estratégicos que distinguen la autenticidad y el sello de identidad de cada corporación. No valorar, por ejemplo, la proyección y el impacto social, la tradición enriquecida a lo largo de años y decenios, es un error (y se nota en el Mide hecho por el Ministerio) comparable al de juzgar que la certificación de calidad de los procesos es suficiente carta de garantía de la excelencia integral de una institución.
Pero en la educación está imponiéndose un desespero necio por los resultados que puedan obtenerse en toda clase de pruebas, oficiales y privadas, nacionales y extranjeras, como si de lo que se tratara fuera sólo de competir para aparecer en las clasificaciones que determinarán la favorabilidad en el mercado y en las relaciones de oferta y demanda de cupos y matrículas.
Tal parece que el interés primordial consistiera en mantener a la gente bien ocupada llenando formatos hasta para ir a la cafetería. Estudiar, innovar, dialogar, debatir, escribir, publicar, pasan a ser irrelevantes. El universitario del futuro próximo sería un experto en el manejo de procedimientos tecnocráticos, con poquísimas posibilidades de multiplicarse para atender lo esencial en la causa vital del saber.
Entre tanto, el riesgo está en que se descuiden los propósitos fundacionales que definen la razón de ser de los respectivos establecimientos y la pertinencia de los proyectos educativos. Así, poco importa si el bachillerato se desvaloriza y los bachilleres resultan mediocres y si los pregrados en los que se forman los profesionales no se actualizan ni mejoran porque hay que privilegiar la investigación y los posgrados.
La Ministra Parody escribió en El Tiempo en defensa superficial del ranquin del Mide. Concluyó que las universidades de talla mundial “no se miran el ombligo”. De acuerdo: La calidad y la excelencia comportan evaluación, ajustes y mejoramiento continuos. Aunque, si se aplican los famosos promedios ministeriales, la mitad de uno sí sería el ombligo y habría que mirarlo como punto de referencia para una medición de la talla universitaria.