Columnistas

El éxito no está en lo que ganen sino en lo que sean

22 de junio de 2015

Si algo caracteriza hoy la crianza de los hijos es el estrés a que están sometidos la mayoría de ellos porque crecen constantemente presionados a que hagan más, aprendan más y ganen más para que sobresalgan en todos los frentes. Sin embargo, gracias a la cantidad de esfuerzo y tiempo que exigen las clases, tutorías y entrenamientos que tienen ahora los niños para que se destaquen, ellos están pagando un precio alto porque están tan agobiados y saturados de compromisos que nada parece entusiasmarlos. Además, detrás de la mayoría de los hijos sobrecargados de “oportunidades” hay unos padres estresados y exhaustos que lamentan no tener un minuto para disfrutarlos porque sus horarios están repletos de obligaciones de toda índole.

Es muy positivo que los hijos hablen varios idiomas, sean buenos deportistas y estudiantes sobresalientes, pero el afán para que ellos estén en todo suele ser destructivo. Sin embargo, a pesar de que tener demasiadas actividades extracurriculares es perjudicial para ellos y para sus familias, la presión social para que sobresalgan en todos los frentes es inmensa. Y, por eso, la crianza de los hijos se ha convertido en la función más competitiva del mundo adulto.

Lo triste es que, a pesar de que el estrés a que están sometidos los niños con tantas exigencias y compromisos es perjudicial, la presión social para que se haga es muy alta. Y así, hoy no solo los padres están exhaustos sino que sus hijos también, porque viven estresados con toda suerte de clases y actividades.

En la medida que le damos más importancia a los triunfos académicos y deportivos de los niños le restamos a su capacidad de ser amigables y solidarios. Está bien animarlos a distinguirse en los estudios, en los deportes, en las artes... pero lo esencial es que les enfaticemos la importancia de usar sus capacidades, no para sobresalir más que todos, sino ante todo para ser mejores personas.

A decir verdad, el éxito en la crianza no está en los trofeos que ganen los hijos ni en los honores con que los premien, sino en la medida que ellos sean personas íntegras y bondadosas, que obran bien y hagan el bien.