El destino del Mónaco
El edificio Mónaco, en el barrio Santa María de los Ángeles de Medellín, fue construido para que en él vivieran Pablo Escobar, líder de los “extraditables” y varios de sus familiares y lugartenientes. En su momento hubo críticas en voz baja a la empresa que lo construyó, pero nada más. Los habitantes tradicionales del barrio no levantaron su voz para impedir que este criminal viviera en su vecindario. ¿Miedo, indiferencia, impotencia? El 13 de enero de 1988 explotó el primer carro bomba en Colombia. Lo pusieron en el Mónaco los miembros del Cartel de Cali por rencillas con el de Medellín, liderado por Escobar.
Yo viví un poco tiempo en un edificio vecino y pude comprobar que la riqueza no hace la felicidad. Juan Pablo Escobar era un pobre niño rico. Ninguno de los pequeños vecinos de entonces jugaba con él, a pesar de que los invitaba a disfrutar la piscina, su moto, la cancha de tenis y montones de juguetes de alto precio.
Con el carro bomba, el Mónaco se convirtió en un edificio fantasma hasta que llegó a ocuparlo la Seccional Antioquia de la Fiscalía General de la Nación. Hubo protestas visibles de casi todo el vecindario. Ya yo estaba en otro edificio, el mismo en el que vivo todavía. Me pidieron la firma para sacar del Mónaco a la Fiscalía y me negué a hacerlo. ¿Cómo impedir que un organismo estatal, vigilado y vigilante del entorno estuviera allí? Pensé que era contradictorio que el barrio aceptara a capos del narcotráfico y que quisiera impedir la presencia de un organismo de control. Claro que eran otros tiempos cuando la Fiscalía no juzgaba sino que cumplía el mandato constitucional para la que fue creada en 1991: investigar.
Hace poco me llamaron de una oficina de abogados a pedirme que firmara una carta para impedir que el 123 de la Policía se estableciera allí. No quise firmar. ¿Cómo negarnos a que quienes velan por la vida honra y bienes de los ciudadanos tuvieran su centro de control en el Mónaco? Agregué que, por el contrario, el barrio estaría más y mejor cuidado. El 123 es un “Call Center” con pantallas, y su función es alertar a la patrulla que esté más cercana a un sitio donde solicitan su presencia para que llegue pronto. Así funciona en otros países, por ejemplo en pleno centro de Tokio, Japón.
Me dijeron que el barrio, según el POT, era sólo para uso residencial. Y les pregunté: ¿Entonces por qué hay clínicas, consultorios, oficinas, almacenes, restaurantes, lava carros, estaciones de gasolina, talleres, gimnasios...? No me supieron contestar. Sí me dijeron que cuando estaba la Fiscalía pusieron una bomba. Lo que explotó fue un petardo.
Me quedé reflexionando sobre las más de 250 bombas que puso Escobar. Sobre el avión de Avianca que iba para Cali y explotó sobre Soacha, los más de 1.142 civiles que ordenó matar y las otras víctimas cuyo único delito fue estar en el lugar equivocado, sobre el pago de un millón de pesos de la época por la cabeza de un policía, lo que produjo la muerte de 657 uniformados entre 1989 y 1993.
¿Será que somos tan insensibles que no nos duele la muerte de un uniformado ni la suerte de sus familias? ¿Será que no nos importa vivir al lado de los capos de bajo perfil que manejan los hilos del microtráfico y han hecho que ya Colombia no sea sólo exportador de cocaína sino consumidor? ¿Será que no nos preocupa el avance de los cultivos de drogas ilícitas que salen por el Pacífico, el Golfo de Urabá y Venezuela con apoyo del “Cartel de los Soles”?
¿Será que no nos preocupa que Colombia sea, otra vez, el mayor productor de cocaína del mundo? ¿Ni la conmemoración de los 30 años del Holocausto del Palacio de Justicia por parte del entonces M-19 nos permite recordar que la toma a sangre y fuego de dicho Palacio fue financiada por Pablo Escobar, y que uno de los objetivos de dicha toma era quemar los expedientes con los cuales se definiría la extradición de quienes decían que preferían la muerte en Colombia a una cárcel en Estados Unidos? ¡Pobre país con una memoria tan pobre!.