Columnistas

El buen salvaje

12 de diciembre de 2016

“Los vicios y otros males de los hombres son producto de la sociedad”. Así lo afirmó Jean-Jacques Rousseau. Según afirmó el polímata suizo francófono —murió en 1778—, el hombre es un “buen salvaje, inocente por naturaleza, que finalmente es corrompido por la educación y otras influencias”. Esas influencias son características de nuestra cultura occidental.

Los niños y las mujeres son instrumentalizados para ese propósito. Las narrativas históricas y literarias dan cuenta de ello. En la mitología, por ejemplo, Zeus se camufló en un cisne para violar a Leda. “En Cien Años de Soledad”, el futuro coronel Aureliano Buendía se enamoró perdidamente de una niña de nueve años, con quien luego tuvo hijos gemelos. En la religión católica, Abraham, por mandato de su Dios, intentó sacrificar a su hijo.

Judaísmo, cristianismo e islam aplican la moral en el mandato divino. Dios manda y el hombre obedece; cualquier desobediencia es pecado. En la Biblia, en el Levítico, dice que “si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos”. Resulta contradictorio, sin embargo, que en los diez mandamientos entregados a Moisés se determina el “no matarás”.

También las guerras políticas han sido gestoras de crueldades contra infantes (niñas en especial). Hernán Giraldo, uno de sus peores paramilitares reconoció tener más de 70 hijos con distintas mujeres, muchas de ellas violadas siendo niñas. En la guerrilla, miles de niñas también fueron sometidas a los caprichos de crueles comandantes.

Sin embargo, la vulnerabilidad de nuestros jóvenes y niños está aun más expuesta en la intimidad de los hogares. El atroz e indignante acto de violación y crimen de Yuliana Samboní es un síntoma notable de la sociedad enferma en la que vivimos. El caso de esta niña de 9 años, así como los de miles de niños que han sido sometidos a vejámenes semejantes, no tienen justificación alguna; sea cual sea el origen cultural o religioso.

La columnista Catalina Ruiz Navarro se preguntó en su reciente columna cuántos crímenes como este ocurren sin que los medios se enteren. Muchos, con total seguridad. Miles de niñas “encarnan todas las vulnerabilidades juntas: género, edad, etnia, clase social, desplazamiento”. Ruiz Navarro señaló algo muy cierto, que dada la cercanía de los medios con Bogotá, este crimen ha tenido un profundo cubrimiento, pero seguramente, en el silencio atroz, en toda Colombia pululan casos semejantes.

Sergio Andrés Monsalve Rojas, por ejemplo, trabaja con el periódico Lente Informativo, en Chigorodó, ha padecido tres atentados y pese a ello no cuenta aún con la atención de la Unidad de Protección Nacional. Desesperado, lleva meses denunciando al padrastro de una niña de 11 años por abuso sexual. Denuncia proferida por un oyente de su programa radial tiene incluso un dictamen de medicina Legal y acudió hace meses al fiscal con todas las pruebas. Todavía no se ha producido la captura y, lo más aterrador, “allí también vive una niña de seis años que según informan los vecinos (el presunto abusador) ya empezó a tocar” con la complicidad de su madre.

Sin duda, la justicia tiene una gran responsabilidad en esta sociedad que, como dijo Rousseau, corrompe a los buenos salvajes. Sí, nos convierte en monstruos salvajes.