Columnistas

Dos mujeres

07 de octubre de 2015

Hablemos de mujeres.

Estas son dos merecedoras –que no “ganadoras”– de galardones:

La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano entregó el Reconocimiento a la Excelencia a Dorrit Harazim: cofundadora y editora de Veja y la revista Piauí, medios de gran importancia en Brasil, columnista de O Globo, testigo de las guerras de Vietnam y Camboya...

Rescato algunas palabras de su discurso de premiación: “Nosotros los periodistas pertenecemos a una tribu que ya tiene la vanidad y la soberbia en el ADN, –en esas dos cuestiones perdemos apenas ante la tribu de neurocirujanos–. La sociedad nos permite ahondar, adentrarnos sin pedir permiso para hacer preguntas impertinentes. Y el oficio nos da el poder de la última palabra, de la versión final, de la escogencia del tema, del título, del subtítulo, el tono. Nuestro protagonismo ya es, por lo tanto, descomunal.” (Sacudida imprescindible: parece que Harazim hubiera divisado desde la Tierra los egos que se alzaban como globos aerostáticos sobre Plaza Mayor).

En la quinta versión de ‘Los Mejores Líderes de Colombia’, la revista Semana incluyó en el grupo de ejemplos para la sociedad a María Roa, presidenta del sindicato Unión de Trabajadores del Servicio Doméstico. Hace unos meses, la activista de Urabá hizo parte de la mesa principal del encuentro “Mujeres y trabajo para la paz” en la Universidad de Harvard. Cuando le avisaron que iba para Boston, respondió que ella sabía de una ruta de bus que pasaba por allá.

Isabel Londoño, directora de la Fundación Mujeres por Colombia, dijo: “María Roa está dando una lección, mostrándonos cómo a veces con menores recursos de educación, uno puede ser mejor ciudadana”.

¿Por qué considerar a estos galardones como un referente? Uno, reconoce a una mujer que dignifica la voz femenina (la periodista); el otro, a una mujer que dignifica un trabajo desde un lugar específico (la empleada del hogar).

Estos reconocimientos tienen singular importancia en una sociedad como la nuestra, machista y clasista, que por un lado entrona a la mujer silenciosa y, por otro, le asigna el hogar como su “lugar en el mundo” (¿qué hay detrás de la reiterada frase “que la mujer salga a trabajar, pero que no descuide la casa”?).

No es difícil imaginar por lo que ha pasado Harazim para consolidar su voz, como tampoco cuesta entender lo que defiende Roa: un trabajo que es desarrollado en un ámbito que se supone “lógico para ser ocupado por una mujer”, perfecto para ser invisibilizado por vía de la “familiaridad”, tan cultural (y tan ‘conveniente’).

Cómo extrañé en Plaza Mayor la presencia de otra caminante del mundo en el panel que entrevistó a Dorrit Harazim (tal vez Jineth Bedoya, Olga Behar, Patricia Nieto, María Teresa Uribe de Hincapié...).

La escritora María Ángeles Cabré publicó esta semana en El País (España): “Vivimos en lo que podríamos llamar el espejismo de la igualdad, en muchos aspectos tan engañoso como la visión imaginaria de un oasis en pleno desierto cuando aprieta la sed”.

A través de Dorrit y María habla una multitud.