Columnistas

Diciembre

04 de diciembre de 2015

Diciembre, último mes del año, no se parece a ningún otro mes. Su estilo es su lenguaje. Lenguaje de elocuencia soberana.

Sin saber cómo, todo se pone de acuerdo para hablar de lo mismo, de lo sublime, de lo inefable, presente en cada gesto y cada cosa, como si todo estuviera en trance de nacer.

En diciembre, los ojos ven lo invisible, los oídos escuchan lo inaudito, la nariz percibe un olor que nunca ha expandido el aire, la boca habla un lenguaje desconocido que todo el mundo entiende sin saber por qué, las manos hacen caricias de ternura infinita, y los pies recorren los caminos del alma, esa realidad impalpable que sostiene y sustenta cada poro del cuerpo. Todos se sienten participando en el primer día de la creación.

En diciembre festejamos el mundo desconocido que todos llevamos en el corazón y no sabemos cómo descubrir y cultivar. Ningún pesebre es comparable al pesebre del corazón. Anticipo del paraíso.

Un día Jesús fue a la sinagoga, el lugar del culto, para hacer la lectura. Aquella voz era de otro mundo. Dulcísima melodía que arrullaba el presentimiento hecho realidad.

“El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).

Todos escuchaban absortos. En su boca, las palabras eran de otro mundo. Enjambre de abejas polinizando el mundo entero, en que el tiempo parecía evanescencia de eternidad. Las sospechas, alimentadas una y otra vez, se volvían realidad.

Tiempos después, un poeta escribió unos versos de embrujo que nadie logra entender. “Soy el sol o la respuesta. / Soy esa tierra alegre / que no regatea su reflejo”. Sol, respuesta, tierra alegre, reflejo. Camino del infinito.

Diciembre, adviento y Navidad van de la mano. Se esparcen por todas partes en tarjetas, aguinaldos, visitas, novenas, villancicos, vacaciones. Mundo que es una fiesta para los sentidos.

En diciembre, el ambiente de novedad lo inunda todo. Eso que se llama la Buena Nueva, y que no es una razón ni una noticia, sino un Ser a quien adoraron con reverencia infinita los magos, esos seres fantasmales que se pasaban las noches contemplando el suntuoso misterio de los astros. “¡Vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo!”. Magia de endiosamiento total.